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Repaso al 2023 (I): Lo mejor

Con casi 5000 (o más) novedades publicadas al año, hacer un listado de “lo mejor del año” es una utopía. De normal, no hace falta decirlo, cualquier lista no es más que la expresión de un gusto particular, pero con semejante avalancha de títulos publicados, es tan solo la expresión de una mínima parte de lo que se puede haber leído. Creo que este año puedo haber leído, entre novedades y reediciones (que cuento como lectura, aunque sea de otros tiempos), unos 500 de los títulos publicados. Apenas un 10%, una muestra sin significancia estadística, que dicen los matemáticos. Así que pongamos la tirita antes de la herida: tomen la selección de 50 obras publicadas este año que traigo como lo que es, la expresión de un gusto personal limitado a las lecturas que he podido hacer este año.

Dicho eso, algunas consideraciones: vaya por delante que el mejor cómic publicado este año entra dentro de la sección de clásicos que complementará en breve esta lista. La edición que ha hecho La Cúpula de Krazy Kat es la mejor que he visto jamás. Y puedo dar fe de que he visto muchas. El cariño puesto en la restauración de los materiales, en la calidad de la reproducción… Es absolutamente inalcanzable. A lo que hay que añadir la traducción de Rubén Lardín, que consigue salir con éxito del envenenado regalo de traducir la obra de Herriman, una labor imposible que solo se puede lograr desde el profundo entendimiento de la naturaleza poética que subyace tras Krazy Kat.

Segunda consideración: vaya año de obras nacionales. De este listado, la mitad es de autoría patria. Lo nunca visto en los casi 20 años que voy haciendo estas selecciones. Pero no es solo que la cantidad sea elevada, es que la calidad es extraordinaria: obras como Por culpa de una flor, El abismo del olvido, Ronson o El cielo en la cabeza entrarán por derecho propio en futuros listados de los mejores tebeos de la historia del cómic español. Al tiempo.
Y sin más, la lista de los 50 tebeos de este año de La Cárcel de Papel. (Recuerden, los 10 primeros más o menos están ordenados, los 40 restantes pueden tener cualquier orden)

 

  1. Por culpa de una flor, de María Medem (Apa Apa Cómic)
  2. El abismo del olvido, de Rodrigo Terrasa y Paco Roca (Astiberri)
  3. Ronson, de César Sebastián (Autsaider)
  4. El cielo en la cabeza, de Antonio Altarriba, Sergio García, Lola del Moral (norma Editorial)
  5. Contrition, de Carlos Portela y Keko  (Norma Editorial)
  6. Mónica, de Daniel Clowes (Fulgencio Pimentel, traducción de Alberto García Marcos y César Sánchez)
  7. El pájaro y la serpiente, de Borja González (Reservoir Books)
  8. Hecha a sí misma, de Alicia Marín (Aristas Martínez)
  9. Cornelius, de Marc Torices (Apa Apa Cómic)
  10. Aquí hay avería, de Lorenzo Montatore (ECC)
  11. Alison, de Lizzy Stewart (Errata naturae, traducción de Regina López)
  12. La memoria herida, de Tito (Cascaborra)
  13. La playa más bonita del Norte, de Sun Bai y Lucas Burtin (Fulgencio Pimentel, traducción de César Sánchez))
  14. Frankenstein, de Sandra Hernández (Bang Ediciones)
  15. El cuerpo de Cristo, de Bea Lema (Astiberri)
  16. Walicho, de Sole Otero (Salamandra Graphic)
  17. El gran vacío, de Léa Murawiec (Salamandra Graphic, traducción de Regina López; Ed. Finestres, traducción de Marta Marfany)
  18. Lubianka, de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell (Norma Editorial)
  19. Qué, de Max (Salamandra Graphic, Finestres)
  20. Roaming, de Jillian y Mariko Tamaki (La Cúpula, traducción de Rubén Lardín)
  21. Planeta, de Ana Oncina (Planeta)
  22. Patos, de Kate Beaton (Norma editorial, traducción de Gemma Moraleda)
  23. El Museo, de Jorge Carrión y Nadar (Norma)
  24. Tokyo día a día, de Taiyo Matsumoto (ECC)
  25. Querido Callo, de Aline Kominsky-Crumb (Reservoir Books, traducción de Montse Meneses)
  26. El placer de la renuncia, de Keiler Roberts (Alpha Decay, traducción de Alberto García Marcos)
  27. La espera, de Keum Suk-Gendry Kim (Reservoir traducción de Joo Hasun)
  28. El libro de las bestias, de Pep Brocal (Bang Ediciones)
  29. Tiburón Blanco, de Genie Espinosa (Sapristi)
  30. Anamnesis, de Santiago Valenzuela (Astiberri)
  31. Hypericon, de Manuel Fior (Salamandra, traducción de Regina López)
  32. La Sangre de la virgen, de Sammy harckahm (Fulgencio Pimentel, traducción de Cesar Sánchez)
  33. Goodbye Eri, de Tatsuki Fujimoto (Norma Editorial, traducción de Marta Moya)
  34. Elia, de Fermín Solís (Reservoir Books)
  35. Ruido, de Antonio Hitos (Astiberri)
  36. Vulnerable, de Geneviève Castrée (Astiberri, traducción de Rubén Lardín)
  37. Ideal estandarizado, de Aude Picault (Garbuix Books, traducción de Montse Terrones)
  38. Neocaos, de Pere Joan (Autsaider Cómics, Disset)
  39. Mujer, vida y libertad, de VVAA (Reservoir Books)
  40. Atraviésame, de Andrea Ganuza (Autoedición)
  41. María la jabalina, de Miguel Ángel Giner y Cristina Durán (Astiberri)
  42. X-celentes, de Peter Milligan y Mike Allred (Panini)
  43. La última cena de los veteranos, de Carlos Giménez (Reservoir Books)
  44. Ultrasound, de Conor Stechschulte (libros Walden, traducción de Manuel Moreno)
  45. El viaje de Shuna, de Hayao Miyazaki (Salamandra Graphic, traducción de Daruma)
  46. Unboxing Pandora, Fabio Pia, (Grafito, traducción Yolanda Dib)
  47. Rosas que nacen del Pandemonio, de Nami Sasou (Fandogamia Editorial, traducción de Luis Alís)
  48. No Sleep Till Shengal, de Zerocalcare (Reservoir Books)
  49. La balada del norte 4, de Alfonso Zapico (Astiberri)
  50. ¡Por Tutatis¡, de Lewis Trondheim (Astiberri, traducción de Rubén Lardín)

BONUS: Narrar lo invisible, de Sergio Arredondo (https://narrarloinvisible.com/)

 

La lectura de Por culpa de una flor, de María Medem (Apa Apa Cómic) ha sido, sin duda, una de las más gratificantes de este año. Medem logra trasladar al papel una experiencia sinestésica total: sonidos, música, olores… Las sensaciones brotan sin parar en cara página de este ejercicio de poesía visual donde trazo, composición y cromatismos se entrecruzan para crear una lectura fascinante. Un cómic que no se acaba nunca y que requiere mil y una lecturas. Igual que El abismo del olvido, de Rodrigo Terrasa y Paco Roca (Astiberri), una obra contundente y brutal, una reflexión sobre una sociedad construida sobre el olvido que no admite apelación alguna: reivindicar la memoria de los asesinados es la única forma de cerrar heridas, de poder avanzar como colectivo. También la memoria es el objeto de Ronson, de César Sebastián (Autsaider), que nos lleva de la mano de viejas fotografías en blanco y negro a una España rural construida a golpe de recuerdos, quizás reales, o quizás no, porque la memoria es tan solo una forma de estar a gusto con nuestro pasado, aunque sea maquillado convenientemente. También brutal es El cielo en la cabeza, de Antonio Altarriba, Sergio García, Lola del Moral (norma Editorial): una historia que duele al leerla, recordándonos a cada página que no miramos donde debemos cuando se habla del drama de la inmigración porque es un problema que también nosotros hemos creado. Contrition, de Carlos Portela y Keko  (Norma Editorial) surca un camino similar: obligarnos a ver la podredumbre que escondemos debajo de la alfombra de nuestra sociedad ideal, a reflexionar sobre la hipocresía de una justicia construida sobre la redención sin creer en ella. Mónica, de Daniel Clowes (Fulgencio Pimentel, traducción de Alberto García Marcos y César Sánchez) es una compleja introspección en el pasado en la que el autor combina magistralmente la historia del cómic con su propia trayectoria para crear una sorprendente reflexión sobre cómo construimos nuestro pasado. En El pájaro y la serpiente (Reservoir Books), Borja González sigue explorando con brillantez esa particular incursión poética en los territorios de lo fantástico desde una mirada actual y moderna subyugante. Hecha a sí misma, de Alicia Marín (Aristas Martínez), es una divertidísima y corrosiva mirada a esta sociedad nuestra de hipercapitalismo de carajillo, machista y emperrada en caer en sus mismos errores una y otra vez. Cornelius, de Marc Torices (Apa Apa Cómic) es una incursión en un mundo surrealista donde ficción y realidad pierden sus límites para crear un mundo propio imposible de definir, en el que solo es posible dejarse llevar maravillado por la estrañeza. Aquí hay avería, de Lorenzo Montatore (ECC) esconde tras su estilo seguidor de los grandes de la Generación del 27 un aterrador descenso a la autodestrucción de la adicción. Alison, de Lizzy Stewart (Errata naturae, traducción de Regina López) es una dolorosa inmersión en una relación tóxica, donde la desigualdad se traduce en mecánicas de control.

 

Por fin se publica en España Soledad. La memoria herida, de Tito (Cascaborra), posiblemente una de las mejores aproximaciones a las heridas que dejó la guerra civil española en los pequeños pueblos, en las gentes que se vieron arrastradas a la locura del horror. La playa más bonita del Norte, de Sun Bai y Lucas Burtin (Fulgencio Pimentel, traducción de César Sánchez) es una hermosa historia de ciencia-ficción que demuestra la plasticidad de un género donde la melancolía puede mezclarse con una poética delicaadaade trazo. En Frankenstein (Bang Ediciones), Sandra Hernández da la vuelta a la fundacional obra de Shelley para aportar nuevas y sugerentes lecturas al mito, que permiten aumentar todavía más su riqueza y grandeza. El cuerpo de Cristo, de Bea Lema (Astiberri) habla de la enfermedad mental a corazón abierto, desde una experiencia personal que es mostrada desde una original forma orgánica. Walicho, de Sole Otero (Salamandra Graphic) nos devuelve el género de brujería desde una mirada feminista y actual, con humor e inteligente ironía. El gran vacío, de Léa Murawiec (Salamandra Graphic, traducción de Regina López; Ed. Finestres, traducción de Marta Marfany) es una brillante reflexión sobre la identidad personal en los tiempos de las redes sociales. Con Lubianka (Norma Editorial), Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell firman una inapelable denuncia de los totalitarismos, pero también una profunda reflexión sobre el mal anidado en el corazón humano. Qué, de Max (Salamandra Graphic, Finestres) es una demolición feroz (y divertidísima) del viaje iniciático, del mito y de lo que se ponga en su camino.  Roaming, de Jillian y Mariko Tamaki (La Cúpula, traducción de Rubén Lardín) es una celebración de la amistad y la diversidad desde la libertad. Planeta, de Ana Oncina (Planeta) es un relato de ciencia-ficción diferente, que explora las relaciones en un entorno futuro extrañamente actual. Patos, de Kate Beaton (Norma editorial, traducción de Gemma Moraleda) aprovecha la reflexión autobiográfica para hacer una denuncia de los problemas medioambientales que genera la industria, pero también los profundos dejes machistas que arrastra. El Museo, de Jorge Carrión y Nadar (Norma) es una atractiva aproximación al papel del museo desde la propia indagación sobre las posibilidades del lenguaje del cómic. En Tokyo día a día (ECC), Taiyo Matsumoto vuelve a sorprender con su particularísima mirada a las relaciones humanas, esta vez desde el propio mundo del manga.

Querido Callo, de Aline Kominsky-Crumb (Reservoir Books, traducción de Montse Meneses) es todo un clásico, un monumento a la irreverencia underground desde el feminismo militante de su autora. El placer de la renuncia, de Keiler Roberts (Alpha Decay, traducción de Alberto García Marcos) es una nueva entrega de esta singular trayectoria autobiográfica que pone en valor las pequeñas cosas de cada día, los detalles cotidianos que pasan desapercibidos. La espera, de Keum Suk-Gendry Kim (Reservoir traducción de Joo Hasun) es una nueva obra que deja sin palabras al lector ante la sencillez y facilidad con la que la autora se introduce en temas complejos y delicados. El libro de las bestias, de Pep Brocal (Bang Ediciones) es una gozosa adaptación del clásico de Llull en la que Brocal actualiza el relato desde una mirada moderna, pero profundamente respetuosa. Tiburón Blanco, de Genie Espinosa (Sapristi) presenta una forma diferente de abordar la pérdida desde las tradiciones, con una modernidad gráfica deslumbrante. Era esperada la vuelta de Torrezno: Anamnesis, de Santiago Valenzuela (Astiberri) mantiene el interés y calidad de una de las mejores sagas del cómic europeo. En Hypericon (Salamandra, traducción de Regina López), la delicada narrativa de Manuel Fior crea una sutil relación entre el amor y la historia del antiguo Egipto. La Sangre de la virgen, de Sammy Harkham (Fulgencio Pimentel, traducción de Cesar Sánchez) es un arriesgado trabajo que parte de la realidad del rodaje de una película para explorar las relaciones humanas. Goodbye Eri, de Tatsuki Fujimoto (Norma Editorial, traducción de Marta Moya) aporta una sugerente variación a la reflexión sobre las redes sociales y nuestra vida registrada. Elia, de Fermín Solís (Reservoir Books) es un canto a la diversidad y la amistad desde esa personal sensibilidad de Solís. Ruido (Astiberri) sigue la exploración formal que Antonio Hitos comenzó en sus anteriores obras, planteando cada paso como un reto. Vulnerable, de Geneviève Castrée (Astiberri, traducción de Rubén Lardín) es una de esas obras que te deja sin palabras, imposible no empatizar y sentirse arrastrado a la emoción con la que esta autora, trístemente fallecida, abordaba su complicada vida.

Ideal estandarizado, de Aude Picault (Garbuix Books, traducción de Montse Terrones) es una inteligente reflexión sobre las relaciones en una sociedad que ha dejado atrás los prejuicios y moralismos. Neocaos, de Pere Joan (Autsaider Cómics, Disset) es un original y diferente ensayo sobre la locura urbanística y sus consecuencias. Mujer, vida y libertad, de VVAA (Reservoir Books) no puede lanzar un mensaje más contundente sobre la situación de la mujer en el mundo árabe. Atraviésame, de Andrea Ganuza (Autoedición) es puro arrebato, orgánico y visceral, que se mueve entre lo poético y lo reivindicativo. María la jabalina, de Miguel Ángel Giner y Cristina Durán (Astiberri) recupera la figura de esta mujer desde un durísimo alegato contra la guerra y el machismo. En X-celentes (Panini), Peter Milligan y Mike Allred vuelven a su osado grupo de mutantes para demostrar que el género permite la sátira más ácida del mundo actual. La última cena de los veteranos, de Carlos Giménez (Reservoir Books) es la dolorosa conclusión de Los Profesionales, una obra maestra del cómic español. Es imposible quedarse indifirente con el Ultrasound, de Conor Stechschulte (libros Walden, traducción de Manuel Moreno), género que va mutando y haciendo imprevisible qué pasará en la siguiente página. De una belleza aplastante, El viaje de Shuna (Salamandra Graphic, traducción de Daruma) destila todas las constantes de la obra de Hayao Miyazaki. Unboxing Pandora, Fabio Pia, (Grafito, traducción Yolanda Dib) revisa la mitología desde una perspectiva fresca y atractiva, con un trabajo gráfico abrumador. Rosas que nacen del Pandemonio, de Nami Sasou (Fandogamia Editorial, traducción de Luis Alís) nos acerca a la realidad cotidiana de la creación del Shojo manga de los años 70. En No Sleep Till Shengal (Reservoir Books), Zerocalcare vuelve a demostrar su demoledor pulso a la hora de denunciar las terribles realidades que se viven en este planeta. La balada del norte 4, de Alfonso Zapico (Astiberri) es la conclusión de una saga fundamental para entender nuestra historia. ¡Por Tutatis¡, de Lewis Trondheim (astiberri, traducción de Rubén Lardín) es, de lejos, la mejor versión de Astérix y Obélix que se ha hecho tras la muerte de sus creadores.

Y un bonus: el sorprendente webcómic Narrar lo invisible, de Sergio Arredondo (https://narrarloinvisible.com/) , toda una demostración de que todavía es posible experimentar con el lenguaje de la historieta.

 

 

 

 

100 razones (más) por las que amo los tebeos

Hoy es Día del Cómic y quería escribiros porqué amo tanto los tebeos, pero es imposible, se me agolpan las razones y necesitaría toda una vida para enumerarlas todas. Y recordé un post que hice hace quince años, “100 razones por las que amo los tebeos”, que luego actualicé con 100 más. Y hoy veo que podría poner cientos y cientos más…

De momento, 100 razones (más) por las que amo los tebeos

  1. Porque me gustaría ver un amanecer en Coconino County
  2. Por culpa de una flor que encontré en una viñeta y con la me encantaría hablar
  3. Porque “andes lo que andes, nunca andes por los Andes”
  4. Porque de pequeño siempre quería volverme invisible metiendo los dedos en un enchufe tras leer Zarpa de Acero
  5. Por los dolorosos silencios que dibuja Keum Suk Gendry Kim
  6. Por los ojos de los niños de Paracuellos
  7. Por la potencia orgánica que se sale de la viñeta de Grip
  8. Por el olor dibujado del agua de mar de las antiguas casas de baños de la playa
  9. Por las viejas ancianas que hablan mientras hacen punto en los portales de Soledad
  10. Porque la infinita complejidad de la sencilla línea del Cuttlas
  11. Por ir extendiendo con sorpresa el acordeón de Warburg and Beach
  12. Por la facilidad con la que Catherine Meurisse me arrastra en sus sentimientos
  13. Porque me gustaría hablar de Roco Vargas con Armando Mistral
  14. Por los monstruos que poblaron nuestra infancia de Emil Ferris
  15. Porque descubrí a la Piquer gracias a un tebeo
  16. Por ese momento en que Paco Roca desplegaba ante mis ojos atónitos la primera versión de El dibujado
  17. Por el trazo violento, grueso y orgánico de Edmond Baudoin
  18. Por el día que me quedé fascinado por el mundo superrealista de Bardín
  19. Porque fueron un refugio seguro en el confinamiento
  20. Por permitirme abrir cada día esa ventana a otros mundos y otras vidas que es la viñeta
  21. Porque miro las piedras del río de otro modo pensando en Un hombre sin talento
  22. Por sentir el ritmo íntimo y visual que desprenden las páginas de Begoña García Alén
  23. Por volver a reírme cada vez que leo El sulfato Atómico
  24. Porque Calvin y Hobbes me recuerdan siempre que la infancia solo acaba cuando nosotros queremos
  25. Porque siempre quise tener un hado padrino como Barnaby
  26. Por la lluvia que te empapa en The Spirit
  27. Porque siempre he esperado a ver pasar a Pravda en su moto
  28. Por las líneas rectas que esconden Cadencias
  29. Porque siempre he pensado que los Skorpis estuvieron antes que los Kree
  30. Porque siempre he querido tener el Ojo de Zoltec antes que Margaret Tatcher
  31. Porque he crecido con el amor que dibuja Jaime Hernández
  32. Porque sigo buscando a Palomar en los mapas
  33. Porque me encanta perderme horas y horas siguiendo el minucioso dibujo de Ware
  34. Porque cada vez que veo un cubo pienso en Urbicanda
  35. Por Alan, por su infancia y por Martha
  36. Porque Estela Plateada puede ser un tebeo romántico en manos de Allred
  37. Por la imagen grabada a fuego de unas zapatillas en el alféizar de una ventana
  38. Porque solo Kamimura ha sabido dibujar la nostalgia de un amor pasado
  39. Por las abuelas de Ana Penyas
  40. Por pasar la última página triste sabiendo que se acaba la lectura de ese tebeo
  41. Porque siempre descubriré una obra de Tezuka que no había leído
  42. Por su sonrisa cuando le regalo un tebeo
  43. Por las manos manchadas de polvo rebuscando en una librería de viejo
  44. Por haber podido hablar de tebeos con Micharmut
  45. Porque sigo esperando un barco que vaya a la letra A de Océano Atlántico
  46. Porque las piedras pueden tener ternura cuando las dibuja Marion Fayolle
  47. Por llorar de emoción cuando Cristina y Miguel Ángel dibujan a su hija
  48. Porque si Dios existe, lo dibujará Sfar
  49. Porque cuando leo un verso, ahora lo imagino dibujado por Laura Pérez Vernetti
  50. Porque el mundo de yokais de Kitaro
  51. Porque leer La Casa de Paco Roca es sentir cómo las imágenes de tu hogar de la infancia vuelven a la memoria
  52. Porque McGuire me cambió la forma de ver el tiempo y el espacio en una viñeta
  53. Por la espera para leer ese tebeo que sabes que estás deseando
  54. Por reconocer en Aâma la historia del cómic de ciencia-ficción
  55. Porque no hay espacios en el mundo tan amplios como los que dibujó Moebius
  56. Porque al cuadro de Las meninas en el Prado le faltan ahora las viñetas
  57. Porque cada vez que cojo un tebeo de Alan Moore estoy ansioso de saber cómo me va a sorprender esta vez
  58. Porque cada vez que cojo un tebeo de Alan Moore descubro una sorpresa que no había descubierto en la lectura anterior
  59. Porque con los tebeos no solo se aprende: se enseña
  60. Por el contagioso entusiasmo con que Pedro Cifuentes usa el cómic
  61. Porque solo el humo del opio dibujado por Krigstein te deja adormilado
  62. Porque la viñeta de la muerte de Raven en Terry y Los piratas tiene el mejor plano secuencia de la historia del cine
  63. Por el día que descubrí que la espuma cuántica eran las extrañas dimensiones que dibujaba Steve Ditko
  64. Porque no hay gorila gigante como Mytek
  65. Porque sigo fascinado por Mazinger Z
  66. Porque sigo buscando la tetería del Oso Malayo
  67. Por los personajes sin rostro que subvierten la página en los tebeos de Ruppert y Mulot
  68. Por todas las cosas que ocurren en la trastienda de las viñetas de Muñoz y Sampayo
  69. Porque los colores de Brecth Evens me hipnotizan
  70. Porque sigo queriendo amar como lo hacen los personajes de Cuando el viento sopla
  71. Por abrir el botín del Tenderete cada año
  72. Por la emoción que da ver a miles de personas disfrutando de los tebeos en un Salón del Cómic
  73. Porque es imposible no amar a las fresas después de leer a Clara Tanit
  74. Porque cada día descubro un tebeo nuevo para leer
  75. Porque los tebeos me han acompañado siempre y siempre han sido fieles
  76. Por que nadie dibuja el movimiento como Richard Corben y sus colores de otro mundo
  77. Por ese crujidito que hace el tebeo recién comprado al abrirlo por primera vez
  78. Por las historietas de Titanes Planetarios y Relatos Fabulosos
  79. Porque me entristece que nadie se acuerde de Mort Meskin
  80. Porque Nuria Pompeia me hizo crecer
  81. Porque Nicole Claveloux dibuja manos verdes como nadie
  82. Porque las migrañas infernales de Micharmut viven en el mundo de Coll
  83. Por las historias que cuentan los colores de Miguel Calatayud
  84. Porque cada vez que leo El miserere de Carlos Giménez me sobrecoge la música del órgano
  85. Por Krazy Kat, por Ignatz y por Ofissa Pupp
  86. Porque me gustaría que por la noche le crecieran las patas a mi cama y saliera a pasear por la ciudad con Nemo
  87. Porque la energía solo es energía si la dibuja Jack Kirby
  88. Porque cada vez que miro a mis gatos, pienso en Josep Mª Beà y sus mil caras
  89. Por volver a leer mis antiguas revistas de los 80 y darme cuenta de que las leí tantas veces que sigo recordando cada viñeta
  90. Porque caminar paso de ser una rutina a una aventura cuando descubrí a Taniguchi en El Víbora
  91. Porque todavía recuerdo quedarme parado delante del quiosco a ver los tebeos que habían salido
  92. Por ese momento mágico de quedar los sábados a cambiar tebeos que habíamos comprado esa semana con mi amigo Vicente
  93. Porque cada vez que voy a ver una adaptación al cine de una película no puedo evitar pensar “vale sí, ¡pero el tebeo me gusta más!”
  94. Por ese momento en que descubro miles de relaciones inacabables al pensar en el tebeo que acabo de leer
  95. Por la pila inmensa de lecturas acabadas que hay que ordenar
  96. Por ese momento en que ordenas tebeos y nunca acabas de hacerlo porque siempre descubres uno que te apetece releer
  97. Por los amigos y las amigas que he hecho gracias a los tebeos
  98. Porque seguro que hay razones que no he descubierto todavía para amar a Krazy Kat todavía más
  99. Por ese momento en que te dicen “me ha gustado mucho el tebeo que me recomendaste”
  100. Por las mil razones que podría seguir escribiendo.

Repaso al 2022 (II): Clásicos y reediciones

Durante el 2023 hay que destacar, sin duda alguna, la importante labor de recuperación de clásicos del cómic que se está dando el mercado español, me atrevería a decir que la más importante que se está haciendo a nivel mundial. Con el referente claro de la colección Sin Fronteras que dirige Rafa Marín para la editorial Dolmen, estas iniciativas no han sido en nuestro país han ido mucho más allá de la simple traducción de títulos publicados fuera de nuestras fronteras, sino que se ha trabajado desde la restauración y mejora de los materiales de reproducción disponibles, con una increíble investigación para encontrar la mejor edición desde donde partir. La colección de Dolmen ha permitido disponer de ediciones exquisitas del Príncipe Valiente, ya completado en su etapa de Harold Foster, del Flash Gordon de Dan Barry o MacRaboy, de Jhonny Hazzard de Frank Robbins, de Terry y los Piratas de Milton Caniff…

Y comienzan el año con el Hägar el horrible de Dick Browne y anuncian en breve la edición de Buzz Sawyer, la obra de Roy Crane prácticamente inédita en nuestro país. Una labor increíble en la que destaca el cuidado en la edición, que bajo la guía de Jesús Yugo consigue una calidad de línea nunca vista, con una rotulación exquisitamente fiel a la original.

Sin duda, una colección que ha marcado una línea en la que hay que incluir ahora otras como Diábolo, que ha desembarcado en la edición de clásicos con una edición también espectacular de los clásicos de la EC, donde se ha coloreado de nuevo la reciente edición americana de Dark Horse para recuperar los colores originales y conseguir la que es, sin duda, la mejor edición de estos cómics. A esta colección hay que añadir la edición de dos obras maestras: Polly and her Pals, de Cliff Sterret, el Melvin Monster de  John Stanley y el largamente ansiado Li’l Abner de Al Capp.

Respecto a los clásicos americanos, hay que incluir en esta lista necesariamente la reciente edición del Mickey Mouse de Floyd Gottfredson por parte de Planeta Cómic, todo un referente que romperá los prejuicios e imágenes preconcebidas que se tienen sobre este personaje. La misma editorial es responsable de una nueva edición de la siempre necesaria y magistral El Eternauta, de Solano López y Oesterheld. En lo que respecta Disney, hay que sumar también la edición por parte de Panini de La Dinastía de los patos de Martina, Scarpa y Carpi (que traerá muchos recuerdos a los lectores de Don Miki y que, a buen seguro, comenzarán a buscar su colección de monedas) o la recientísima recuperación por la misma editorial de la marca “Biblioteca Marvel” para reeditar en forma casi facsímil los primeros números de series que marcaron el cómic de superhéroes moderno, como Los 4 Fantásticos o Hulk. Hay que incluir en esta línea a Taschen y su espectacular edición a gran tamaño de los primeros números de Spider-Man o Avengers, en una edición en este casi totalmente facsímil desde los comic-books originales salvo en el tamaño gigante.


Otras editoriales, como ECC, han apostado por la recuperación de clásicos indiscutibles, como las obras de Alberto Breccia o las de Richard Corben, pero especialmente acertada ha sido la de autores como Alfonso Font, con su divertidísimo Clarke & Kubrick o la Biblioteca Fernando De Felipe, absolutamente imprescindible. A esta recuperación de autores españoles de los 80 hay que añadir a las editoriales Isla de Nabumbu, que ha publicado la excelente Las mil caras de Jack el Destripador, de José Ortiz y Antonio Segura o Cartem, que ha iniciado su labor con la pictórica Drácula de Fernando Fernández o a Norma editorial, apuntándose una necesaria edición del Trazo de Tiza de Miguelanxo Prado. La editorial Dolmen ha recuperado también referentes fundamentales como El guerrero del antifaz de Gago, o Esther y su mundo, de Purita Campos.

Interesante también el tanto que se apunta Dolmen con la línea Albión y la vuelta de las maravillosas obras de la IPC/Fleetway que tanto nos fascinaron en su día. Zarpa de acero, Mytek, Spider o Kelly Ojo Mágico son puntales para muchos de nuestra formación nostálgica.

Una línea en la que el manga no podía faltar: a colecciones imprescindibles como la Biblioteca Tezuka de la editorial Planeta se añade la labor de recuperación de clásicos del gekiga al que se han apuntado otras editoriales como Gallo Nero (con autores como Yashuhiro Tsuge o Susumu Katsumata) o Satori (con la obra de Shigeru Mizuki o Kazuo Umezz), pero me parece especialmente destacable la de Arechi manga, que este año nos ha traído la magistral Joe del mañana de Takamori y Chiba, que se une a la reivindicación de las obras de Tsukasa Hojo (Family compo y City Hunter).

Y, denObras incompletas (2015-2022) - ECC Cómicstro de esta labor de recuperaciones y reediciones, me gustaría destacar el que, a mi entender, es otro de los libros del año: Obras incompletas, de Lorenzo Montatore. Una recopilación de los fanzines de uno de los autores más personales e interesantes que ha dado la última década de nuestro cómic, del que podemos ver su evolución y esa particular forma de tomar referentes de la generación del 27 (desde Tono y Mihura a López Rubio) y la escuela Bruguera (con Conti, Vázquez y Cifré a la cabeza) para crear un universo propio y reconocible.

 

 

 

 

 

Repaso al 2022 (I): Lo mejor

Este año, sin que sirva de precedente, me adelanto una semana a la fecha habitual en la que suelo publicar este resumen, por aquello de celebrar el vigésimo aniversario del blog. Que conste que semejante temeridad puede dejar fuera de la selección a algunas de las últimas obras del año, pero intentaré, como siempre, añadirlas luego si es el caso. Pero en lo que no cambio es en las advertencias: usen este listado bajo su responsabilidad. Es la expresión de un gusto personal hecho sobre la base de muchas lecturas, sí, del orden de 500 o más, pero que hoy en día son solo un ínfimo 10% del total de novedades publicadas. Es decir, una muestra sesgada por los prejuicios personales que uno tiene, que ya peina demasiadas canas y, por mucho que intente estar abierto a todo lo nuevo, no puede evitar caer en las neuras de abuelo Cebolleta. Seguro que me dejo cosas buenísimas fuera porque no las he leído o, peor, no he sabido apreciarlas. En cualquier caso, espero que les sea útil, aunque solo sea para compartir gustos, disgustos, filias y fobias.
Dicho esto, la verdad es que han salido tantas y tantas cosas buenas que esto de las listas se queda en anécdota: láncense sin vergüenza al disfrute pantagruélico, que tebeos hay para todos y todas, da exactamente igual de qué palo cojeen, seguro que hay uno perfecto para cada persona.

Y dicho eso, sin más dilación, mi lista de 45 (dejo 5 por si las moscas…) de la que, recuerden, el orden a partir de los 10 primeros es puramente circunstancial (y, si me apuran, también de la primera decena).

  1. Hierba, de Keum Suk Gendry Kim (Reservoir Books, traducción de Joo Hasun)
  2. Túneles, de Rutu Modan (Salamandra, traducción de Ayeleth Nirpaz y en catalán por Ed. Finestres, traducción de Eulàlia Sariola)
  3. La cuenta atrás, de Carlos Portela y Sergi Sanjulián (ECC cómics, en gallego por la misma editorial)
  4. Escucha, hermosa Marcia, de Marcello Quintanilha (Astiberri, traducción de Mercedes Vaquero))
  5. Dulce de leche, de Miguel Vila (La Cúpula, traducción de Inés Sánchez)
  6. Paracuellos 9, de Carlos Giménez (Reservoir Books)
  7. Saturnalia, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero (Cascaborra)
  8. Canción para hundir flores en el mar, de Oliver Añón (Bang)
  9. Breve historia del Robo Sapiens, de Ringo Yoto (Héroes de papel, traducción de Marc Bernabé)
  10. Diez mil elefantes, de Pere Ortín y Nze Esono (Reservoir Books)
  11. Nieve Roja, de Susumu Katsumata (Gallo Nero, traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara)
  12. La joven y la mar, de Catherine Meurisse (Impedimenta, traducción de Rubén Martín, en catalán por Finestres con traducción de Carlos Mayor)
  13. Grip, de Lale Westvind (Apa Apa cómics)
  14. Soledad, de Tito (Cascaborra)
  15. Grito nocturno, de Borja González (Reservoir Books)
  16. Dragman, de Steven Appleby (Astiberri, traducción de Rubén Lardín, edición en catalán de Finestres con traducción de Núria Molines)
  17. Chacales, de Nadia Hafid (Sapristi)
  18. La estirpe fracasada, de Elisa Riera (Astiberri)
  19. Historia de España, de Pedro Cifuentes (Despertaferro)
  20. Llévame contigo, de Anelli Fullmark (Blackie Books, traducción de Alba Pagán)
  21. Jolgorio, de Bretch Evens (Astiberri, traducción de María Rossich)
  22. Dog biscuits, de Alex Graham (Fulgencio Pimentel, traducción de César Sanche y Joana Carro)
  23. Todavía estoy vivo, de Roberto Saviano y Asuf Hanuka (Reservoir, traducción de Carlos Mayor)
  24. The nice house on the lake, de James Tynion IV, Álvaro Martínez Bueno (ecc, traducción de Bárbara Azagra)
  25. Baños de pleamar, de Isaac Sánchez (Dolmen)
  26. Melody, de Sylvie Rancourt (Autsaider)
  27. Flores rojas, de Yashuhiro Tsuge (Gallo Nero, traducción de Fernando Cordobés y Yoko Ogihara)
  28. Olot, de Jorge Alderete (Autsaider Cómics, edición en catalán de la misma editorial)
  29. Clase de actuación, de Nick Drnaso (Salamandra, traducción de Carlos Mayor, en catalán por Finestres con traducción de Montserrat Meneses)
  30. La pequeña genia, de Álvaro Ortiz (Astiberri, ediciones de la misma editorial en catalán y euskera)
  31. Bautismo, de Kazuo Umezz (Satori)
  32. El meteorito de Hodges, de Fabien Roché (Garbuix books, traducción de Montse Terrones)
  33. Un oso en Marruecos, de Ed y Lluc Silvestre (Andana Graphic, con edición en catalán de la misma editorial)
  34. El fuego, de David Rubín (Astiberri, edición en gallego por Demo editorial)
  35. Una tarde con Himmler, de Alfons López (La Cúpula)
  36. Desilvestración, de Silvestre (Reino de Cordelia)
  37. Morgana, de Simon Kansara y Stéfane Fert (nuevo nueve)
  38. Blanco Humano, de Tom King y Greg Smallwood (ecc cómics)
  39. Loba boreal, de Núria Tamarit (La Cúpula)
  40. El meteorito somos nosotros, de Darío Adanti (Astiberri)
  41. La sala de los espejos, de Liv Strömquist (Reservoir Books, traducción de Borja Pagán y Alba Nerea, edición en catalán de Finestres)
  42. Seguir dibujando, de Coco (Mamut Cómics, traducción de Miguel Sánchez)
  43. La última comedia de Paolo Pinocchio, de Lucas Varela (La Cúpula)
  44. Los cuatro fantásticos. Círculo completo, de Alex Ross (Panini)
  45. Passer P. Malta, de Andrés Magán (Mamut Cómics)
  46. Ojalá siempre así. La vida de Frog y Dog, de  Niall Breen (Apa Apa Cómics, traducción de Txuso Fernández)
  47. Vive la vida, de Laura Pérez Vernetti (Reino de Cordelia)

Sin duda alguna, el tebeo del año es, a mi entender, Hierba, de Keum Suk Gendry Kim. Es imposible no sentirse conmocionado por su lectura, por la fuerza de su relato. La autora consigue trasladar un relato desconocido desde la contundencia de un recuerdo que se desvanece ya en la memoria, pero que hiere con solo sacarlo a la luz. Una obra extraordinaria, como lo es el Túneles, de Rutu Modan, que sabe abordar el conflicto de Oriente Medio desde una perspectiva que lo entronca con la propia historia de la humanidad a partir de una aventura de espíritu tintiniano. Modan consigue una de esas obras que se leen en un suspiro, pero luego dejan un poso que va haciendo camino. La cuenta atrás, de Carlos Portela y Sergi Sanjulián es una obra que ha tardado 20 años en completarse, los mismos que cumple la tragedia del Prestige, pero que no ha perdido un ápice de su fuerza. Su peculiar estructura narrativa, hacia atrás en el tiempo, permite buscar respuestas a un cúmulo de negligencias políticas, pero también a las miserias del ser humano con la naturaleza. Escucha, hermosa Marcia, de Marcello Quintanilha, nos lleva a Brasil con una explosión de color que solo hace que resaltar este relato de supervivencia y empoderamiento con la triste realidad de un país corrompido de fondo, pero que deja espacio para la esperanza.

Una de las grandes sorpresas del año es, sin duda, Dulce de leche, de Miguel Vila, que retira los filtros de Instagram para hacer una crónica visceral del enamoramiento que nos recuerda que la realidad humana no tiene nada que ver con lo que venden las canciones románticas. En Paracuellos 9, de Carlos Giménez cierra finalmente la que es, sin duda, la mejor obra del cómic español y, posiblemente, una de las mejores del cómic mundial. Y lo hace con contundencia, con un relato que evita la estructura episódica para, por fin, hacer un largo recorrido por todos los personajes de la serie, resumiendo a la perfección una obra magistral. Los autores de Goya. Saturnalia, Manuel Gutiérrez y Manuel Romero, son debutantes, pero su obra se cuela por derecho propio en los puestos más altos con una atrevida reflexión sobre la creación a través de la vida del pintor aragonés. Canción para hundir flores en el mar, de Oliver Añón es un fascinante poema gráfico que bucea en la memoria desde los recuerdos apenas esbozados.

Nada más leer Breve historia del Robo Sapiens, de Ringo Yoto, me vino a la cabeza esa capacidad de evocación melancólica del futuro que Bradbuty bordó en las Crónicas Marcianas. Sin duda, un relato canónico en lo robótico, pero subyugante en lo reflexivo. Diez mil elefantes, de Pere Ortín y Nze Esono es otra de las grandes sorpresas del año, ahondando en un episodio de nuestro pasado histórico que parece querer ser olvidado: el colonialismo español fue una realidad y Ortín y Esono consiguen una reflexión brillantísima. La editorial Gallo Nero sigue con su recuperación de clásicos y toca turno a Susumu Katsumata y su Nieve Roja, con historias rurales que se alejan del trasfondo urbano habitual del gekiga para explorar la convivencia entre la supervivencia y las creencias. De nuevo, Catherine Meurisse consigue una brillante exploración del papel del arte en la vida en La joven y la mar, tomando ahora el arte oriental como escenario de sus reflexiones.

Grip, de Lale Westvind es pura fuerza y vitalidad, una reescritura del mito superheroico que se hace consciente de su naturaleza proletaria y en conexión con la naturaleza. Alucinante. Por fin se edita al completo en España una de las obras claves de nuestra memoria histórica en cómic, Soledad, de Tito, que parte de la España vaciada para encontrar cómo la guerra creó sus propias dinámicas subterráneas en la sociedad española. Con Grito nocturno, Borja González reinventa las fábulas de brujas desde una poética de la modernidad urbana, mientras que Steven Appleby reescribe por completo el género de superhéroes en Dragman como parábola de un género que no necesita esconderse tras un disfraz. Chacales, de Nadia Hafid, es la consolidación de esta autora como una de las más importantes e interesantes de nuestro cómic, al igual que La estirpe fracasada demuestra que Elisa Riera tiene una voz propia y afilada con una extraordinaria sátira postazconiana de nuestra realidad cotidiana a la que, me temo, se le ha dado poco reconocimiento.

Ya me hubiera gustado a mí tener un profesor como Pedro Cifuentes y un libro de texto como Prehistoria de la Península Ibérica. Historia de España, constatación del valor del cómic en el aula. Llévame contigo, de Anelli Fullmark, es una maravillosa aproximación al amor maduro que ha olvidado las pasiones para encontrar otras formas de amar.

En Jolgorio, Bretch Evens vuelve a demostrar su inmensa capacidad para transmitir sentimientos y sensaciones con un uso único del color y la narrativa, hipnóticos. El mejor relato del confinamiento lo hace, sin duda, Alex Graham en Dog biscuits, desde un undergound renovado para los tiempos de las redes sociales. Todavía estoy vivo, de Roberto Saviano y Asuf Hanuka es el durísimo relato de la situación en la que vive el periodista italiano perseguido por la mafia, brillantemente adaptada por Hanuka con su peculiar estilo. Sin duda, uno de los tebeos de terror del año es The nice house on the lake, de James Tynion IV, Álvaro Martínez Bueno, que a falta de leer su conclusión han conseguido construir un magnético escenario desde la clásica reunión de personajes en un espacio cerrado del que deseas saber más a cada entrega.

Con Baños de pleamar, Isaac Sánchez aprovecha sus recuerdos para llevarnos a esa época de playas de verano en familia. Autsaider recupera un clásico del underground, Melody, de Sylvie Rancourt, todo un referente, desconocido por estos lares, que recuerda la realidad de una sociedad que no puede aspirar a más que sobrevivir cada día. Flores rojas, es una nueva entrega de historias del indispensable Yashuhiro Tsuge, que se aleja de sus temas habituales para buscar acomodo en las leyendas cotidianas de Japón. Por su parte, en Olot Jorge Alderete encuentra en un pequeño pueblo de la Garrocha gerundense un lugar precisamente para construir las nuevas leyendas que se nutren de lo esotérico pasado por el tamiz de lo mediático. Clase de actuación, es una nueva incursión de Nick Drnaso en el simulacro que es nuestra vida, encontrando en la actuación una metáfora de nuestro comportamiento diario. La pequeña genia, es una absoluta genialidad -valga la redundancia- de Álvaro Ortiz, que se mete en el comic infantil con un desparpajo envidiable que te convierte instantáneamente en un lector de 10 años. Por fin se siguen publicando nuevas obras de Kazuo Umezz gracias a Satori, que nos trae la inquietante reflexión sobre la imagen personal y la apariencia de Bautismo. El meteorito de Hodges, de Fabien Roché, parte de un relato real para desarrollar una contundente reflexión sobre una realidad que se construye desde la representación mediática. También desde la realidad nace Un oso en Marruecos, donde Ed pone dibujos al trabajo de Lluc Silvestre en ese país, en un delicioso relato sobre el choque cultural. El fuego, nos devuelve a ese David Rubín que es pura fuerza narrativa, pasión desatada desde una mirada catártica e íntima que se esconde tras el apocalipsis. Alfons López vuelve al mundo de Bruguera con la delirante Una tarde con Himmler, que mezcla sin problemas a los clásicos de Vázquez, Conti o Cifré con el marxismo más maravillosamente absurdo, el de los hermanos Marx, sin olvidar la crítica feroz al franquismo. En Desilvestración, Federico del Barrio vuelve a demostrar su infinita capacidad para deconstruir el lenguaje del cómic y extraer sus elementos esenciales. Morgana, de Simon Kansara y Stéfane Fert es una interesante reescritura del mito artúrico que devuelve a los seres humanos su poder. No tengo duda alguna de Tom King es uno de los guionistas más interesantes del mainstream actual: su aproximación a Blanco Humano junto a Greg Smallwood lleva a los personajes de la LJI a un clásico de los años 50. Con Loba boreal, Núria Tamarit se apropia de London demostrando que su estilo es plástico y adaptable desde una personalidad propia desbordante. Darío Adanti se erige en un Carl Sagan moderno en El meteorito somos nosotros, excelente libro de divulgación sobre el terrible problema que supone para la humanidad el cambio climático.

20 años encarcelado

Yo empecé en esto de internet allá por el 90, aprovechando que desde la universidad teníamos acceso a esa cosa misteriosa y críptica llamada “internet” que me descubrió los grupos de news. Gracias a rec.art.comics y sus derivados, me enteraba al instante de las noticias que, tradicionalmente, tardaban meses en llegar a España vía el The Comics Journal que pedíamos a Mile High Comics o que, milagrosamente, aparecían por tienes valencianas como 1984, luego Futurama. Coincidió aquello con que llevaba unos años ya colaborando en fanzines y, en particular, en El Maquinista y EMM, donde introdujimos estas noticias que, muchos, nos acusaron de inventar. Luego vinieron las mailing list y, finalmente la web, con foros míticos como Dreamers. Compaginaba por aquella época con artículos para Cartelera Turia y otras publicaciones, por lo que empecé a hacer pinitos en mi página web de la universidad para ir colgando lo que iba a escribiendo. Pero era pesado y tosco, había que programar en html todo y, la verdad, no tenía tanto tiempo. Allá por el 2001 comenzaron a aparecer gestores de contenidos y un formato que permitía un sistema de creación de página web sencillo, el blog. A modo de diario, el sistema, en aquel momento basado en una aplicación para Windows, permitía subir a una página web las entradas a modo de diario. Más cómodo, sí, pero con muchos problemas. En mayo tenía el primer boceto, pero era muy poco funcional

Apareció entonces un software abierto, llamado b2, que permitía automatizar bastante el sistema, aunque obligaba a aprender PHP, SQL y varias cosas más. Pero como era joven, ahí que me metí, y no paré hasta dejar más o menos apañado un sistema que permitía crear un blog. Inspirado por una sección de La Codorniz cuyo nombre siempre me había fascinado y por mi absoluta devoción por Krazy Kat, lo llamé La Cárcel de Papel. El 27 de diciembre de 2002 colgaba esto:

Y ahí, sí, empezó todo. Mi idea, ya lo he contado varias veces, era simplemente colgar los artículos que iba haciendo en otros sitios pero, ¡ay!, todo se tergiversó. Apenas unos días después, moría mi padre y rompía esa regla de no hablar de cosas personales (cosa que, todo sea dicho, he mantenido bastante bien), pero es que poco tiempo después empecé a sentir el comezón de bloguear… Y la cosa se desmandó. Durante una década, el blog se convirtió en una obsesión diaria, lo conté por aquí: https://www.lacarceldepapel.com/2012/12/27/una-decada-encarcelado/, superando cualquier expectativa: miles de comentarios semanales, cientos de miles de visitas mensuales, servidores colapsados en algunos momentos… Pero en 2012, el décimo aniversario del blog marcaba también mi alejamiento del mismo: la paternidad, el trabajo y más cosas se unieron para que decidiera alejarme del blog. No era tan grave, pensaba: los blogs ya había entrado en decadencia sustituidos por la inmediatez de las redes sociales pero no contaba yo con el comezón que seguía ahí. Creía que el blog desaparecería, pero mire usted por donde, aquí está. Ya no tiene actualización diaria, cierto, sino casi anual, pero no puedo cerrarlo. Y eso que salió incluso un libro recopilando un 1% de las entradas (sí, un 1%, cuando volqué el blog, salieron casi 30.000 páginas de Word!), que podía ser un perfecto broche de oro para cerrarlo, pero…no. La Cárcel sigue siendo un espacio al que puedo volver siempre, aunque sea con noticias tristes como la que me dio Calpurnio, aunque sea solo para hacer esos listados cada vez más y más diminutos frente al total.

Hoy hace 20 años de este camino. Unos 2000 años en tiempo internet. Me gustaría pensar que ha servido para que por lo menos alguien se haya acercado a disfrutar de los tebeos.
Y gracias por leerme.

Cuttlas forever

Me van a dejar ustedes que opine un poco sobre Cuttlas y la noticia que acabo de publicar. Hace casi 40 años apareció por primera vez el bueno de Cuttlas. Lo hizo en un fanzine llamado El Japo, de nombre quizás poco adecuado para un personaje que nacía ya imbuido del espíritu del Lejano Oeste Americano, así, en mayúsculas, porque pese a que el fanzine se autodefinía como el genuino expectorante mucolítico, Cuttlas era heredero de John Wayne, de las grandes praderas del Far West, de Ford y Buchanan. Nació con tanta fuerza que el fanzine se le quedó pequeño y galopó con tranquilidad por revistas tan diferentes como Makoki, El Víbora o El País de las Tentaciones. Incluso después se adaptó con tranquilidad a los medios digitales a través de periódicos como 20 minutos o Valencia Plaza. Y así durante casi, casi cuarenta años, se dice rápido. Sin dejar de ser nunca un monigote hecho con dos circulitos y unos palotes, la expresión más minimalista que se recuerda del ser humano, frecuentada por nuestros antepasados en las cavernas y  practicada a lo largo de la historia, incluso ya en el cómic como hizo el señor Cruikshank a finales del XIX con sus historias de líneas y puntos. En el Oeste, por cierto. Un dibujo llevado a la síntesis completa, de ese que cuelga el sambenito de que “eso lo hace hasta mi hijo de tres años” o el “eso lo hace cualquiera”, repetido de forma cansina y con retintín de superioridad infinita. Y reconozcámoslo: dibujar al Cuttlas lo dibuja cualquiera, cierto. Pero, ¡ay!, amigos y amigas, dibujar las historias del Cuttlas es otra cosa. Porque tras esa fachada de ingenua sencillez, Calpurnio fue construyendo una de las grandes maravillas del Noveno Arte. Cada historieta de este vaquero y sus amigos fue trotando por los géneros y las ideas sin prejuicios ni vergüenzas: del Gran Cañón americano a galaxias lejanas, del detectivesco al costumbrismo, de la historia a las matemáticas, de la astronomía a la robótica, de la programación informática al romántico, de la abstracción a literatura, de la televisión a la tipografía. Durante estas casi cuatro décadas, no hay tema que no haya tratado el Cuttlas, con la superficialidad más inocente o con la profundidad más filosófica, siempre desde una visión llena de inteligente ironía. Pero, por si esto no fuera poco, la desnudez de su dibujo permitió al creador dedicarse a experimentar con eso que se llama “el arte invisible”, con la esencia pura del lenguaje del cómic, con ese intrincado y esotérico misterio que le confiere al cómic su sentido y forma. En las páginas del Cuttlas cabe todo: experimentos con la composición de página, rupturas radicales de la secuencia, préstamos de todas las artes, sinestesias inesperadas.. Los tebeos de estos monigotes se atrevieron a lo que nadie se había atrevido: a jugar con la poesía concreta o a hacer un cómic sudoku. A crear comic-clips de Kraftwerk o demostrar principios matemáticos, a programar la viñeta como un código informático, a desplegar el tiempo y encontrar dimensiones ignotas que ni la teoría de cuerdas se atreve a aventurar. El Cuttlas es cómic en estado puro, es la Wikipedia de los recursos narrativos de la historieta, lo que hay que estudiar con pasión y reverencia para poder hacer tebeos. Es tan desbordante que llegó a la animación y al teatro con la naturalidad de una idea que se sabe omnipotente en sus posibilidades.
Cuarenta años, oigan, ahí es nada. Quizás Cuttlas debería haber durado 42 años, por aquello de encontrarle sentido al Universo (que lo haría, seguro, chúpate esa, Douglas Adams), pero no. Se acabó. El Cuttlas se ha acabado. No habrá más. Se puede pensar que el vaquero ha resultado ser un maleducado por no decir adiós, pero recuerden ustedes que las leyendas no lo hacen nunca. John Wayne cogía el caballo y se alejaba del pueblo mientras festejaban la derrota del villano porque a los mitos no se les recuerda con la tristeza de la despedida y las lágrimas del adiós: su memoria es la de las hazañas que vivieron. Y el Cuttlas, Mabel, Jim, 37, Juan Bala y Jack el malvado las han vivido todas o más. Calpurnio dice que ya no hay más historias que contar, fíjense ustedes que las miles de páginas del vaquero dejan en ridículo a los expertos que decían que solo había seis tipos de historias, repetidas por  el saber popular hasta la saciedad, quizás porque lo monigotes tienen la capacidad de moverse en todas las dimensiones, las dos del papel y las infinitas de la imaginación.
Se podría pensar que como el autor pasa un momento complicado de salud, las fuerzas ya no acompañan para la entrega periódica, pero piensen que, incluso así, Calpurnio se ha lanzado a la inmensa tarea de ilustrar La Odisea y La Iliada con centenares de dibujos. Yo quiero pensar que lo que ha pasado es simplemente que el Cuttlas vaquero ha colgado el sombrero para sorprendernos al descubrir que nunca pudimos reconocer sin él a Ulises, y más sorprendidos si cabe, caemos en que él fue también Aquiles. Que Cuttlas existió desde siempre, desde que la humanidad ha contado historias, protagonizándolas con arrojo, creando épicas, dramas, tragedias y comedias, configurando la realidad de lo que somos, que son nuestras ficciones. Durante casi cuarenta años, Calpurnio se dedicó simplemente a llevar al papel lo que le contaba el inmortal de Cuttlas. Un resumen de la historia de lo que la humanidad ha imaginado durante miles de años. O ha creído imaginar, porque quizás solo somos parte de la imaginación del Cuttlas y de sus ficciones.
Quién sabe.
Lo único seguro es que Cuttlas es eterno. Existió, existe y existirá.
Se acabaron sus viñetas, pero solo se fue de ellas, a seguir viviendo historias a su manera.

Adiós a Cuttlas

Tras casi 40 años de publicación, el dibujante Calpurnio (Zaragoza, 1959), ha decidido finalizar la publicación de su famosa serie El bueno de Cuttlas. Con un estilo minimalista, esta obra que se inició como una parodia del género del Oeste fue convirtiéndose en un referente de las posibilidades narrativas que el lenguaje de la historieta permitía, pero también en un ejemplo de la evolución del medio en España. Si sus primeros pasos se dieron en los fanzines de los primeros años 80, una expresión contracultural que sirvió de refugio a la experimentación más atrevida y al underground, pronto pasó a las cabeceras de revistas que establecieron el cómic como un medio adulto y respetado, como Makoki o El Víbora, para aprovechar ese nuevo estatus de respetabilidad y dar el salto a la prensa, primero en suplementos como El pequeño País, después en El País de las Tentaciones y luego desde las páginas de diarios como 20 minutos. Al igual que sus temáticas fueron adaptándose a los tiempos y dejaron el Far West como una excusa para tratar desde la música a la filosofía o la ciencia, el propio formato de la serie supo adaptarse a la nueva época digital, recalando en los últimos años en publicaciones nacidas ya en internet como ValenciaPlaza (recogidas en papel en la revista Plaza). Recopilados en diferentes integrales (el último publicado por la editorial Reservoir Books en 2017), Cuttlas ha supuesto una influencia evidente para las nuevas generaciones de autores y autoras que han abierto nuevos caminos expresivos desde la experimentación, que llegan a la abstracción formal.
Aunque el dibujante pasa por un delicado momento de salud, las razones del fin de Cuttlas y sus compañeros tiene que ver, en palabras del autor, con que “ya no tengo más historias que contar con él”. Un fin de etapa que se produce en plena efervescencia creativa de Calpurnio que, lejos de disminuir el ritmo creativo, se ha volcado en la titánica tarea de ilustrar La Odisea y La Iliada, ya editadas por Blackie Books, donde miles de sus dibujos muestran las aventuras de Ulises y Aquiles.
Con Cuttlas se cierra la que es, según muchos expertos, una de las obras más importantes del cómic europeo de todos los tiempos.

Repaso al 2021 (II): Más de lo mejor

Seamos claros: apenas 24h después de cerrar la selección de 45 obras de este 2021 (ya 46), ya me estaba arrepintiendo de algunas decisiones. Y es que la inundación salvaje de novedades ha traído muchos títulos muy interesantes que podrían haber estado perfectamente en esa selección. Reconozco que no hay criterios claros para poner uno y quitar otro, más allá de un gusto personal voluble que podría cambiar de un instante a otro. Así que va aquí un rápido repaso de otros títulos a los que, en mi opinión, se debería dar atención. Ojo, no son una lista de ”segundas opciones”, sino una lista de obras que me han parecido muy recomendables y que potencialmente podrían estar sin problemas en la lista del otro día…

Por ejemplo, a la excelente adaptación del clásico moderno de Virgina Despentes, Vernon Subutex (Salamandra), brillantemente llevado a las viñetas por Luz. Siguiendo con las adaptaciones literarias, igualmente sugerente es El olvido que seremos  (Salamandra), donde Tyto Alba traslada la obra de Héctor Abad Faciolince. No son los únicos tebeos de base literaria: ahí está el espléndido Tito Andrónico, de Marcos Prior y Gustavo Rico (Astiberri), El ladrón de libros, de Alessandro Tota y Pierre Van Hove (El mono libre) o Saboteando a Shakespeare, de Max (Salamandra).

Un género que es fronterizo con el del ensayo gráfico, donde hemos visto obras tan interesantes como Anis Nin en un mar de mentiras, de Léonie Bischoff (Garbuix), Mi vida en Cuba, de Juan Padrón (Resrevoir Books), Las tres vidas de Hanna Arendt, de Ken Krimstein (Salamandra), Éramos el enemigo, de George Takei, Justin Eisinger, Steve Scott y Harmony Becker (Planeta), Refugio, de José Fonollosa (Grafito) o las obras colectivas sobre la pandemia que vivimos como Efectos secundarios. 19 historietas del covid (Astiberri) o Pandemia (Flow press). En este mismo ámbito encontramos propuestas tan sugerentes como Ballena tatuada, historia de la primera vuelta al mundo, Dario Adanti (Astberri), Tranquila, de Santi Selvi y Gol (nuevo Nueve),  Gamonal. En el eco de un mismo recuerdo, de Sergio Izquierdo Betete y María de la Fuente (Oveja Roja).

En el apartado de tebeos más en el límite ojo a las propuestas de Víctor Dunkel, que ha visto dos ediciones que me han sorprendido mucho: Phantastykon Satanás (Autsaider) y L’Óracle (Extinció Edicions). En este apartado que busca más la experimentación me han gustado mucho también Adeu amigos, de Begoña García-Alén, Amigo muerto, de Simon Gärdenfors (Liana Editorial), Un fantasma, de Arnau Sanz (Astiberri), Gourmet, de Cristian Robles (Reservoir Books), Internet sublime, de Miriam Persand (Sapristi), Cedars, de María Medem, Hago lo que puedo, de Roberta Vázquez o Fake, de Leo Quievreux (Belleza infinita). Y si incluimos en este apartado obras que apuestan por un grafismo más moderno, se puede hablar de Ted un bicho raro, de Émile Gleason (Astiberri), Los años de internet, Damian Bradfield y David Sánchez (Astiberri) y Para los míos, de Juanjo Sáez (Reservoir).

Si este año ha destacado en algo, además del manga, es en el espectacular auge del cómic infantil y juvenil: atentos a obras como La tribu de la chatarra, de Fermín Solis (Beascoa), El tapiz de los dragones de té, de Kay O’Neill (La Cúpula), Snapdragon, de Kat Leyh (Astronave), Pequeño Vampir y Miguel, de Joan Sfarr (Fulgencio Pimentel), El enebro, de Nuria Tamarit (La Cúpula), Superman contra el Klan de Gen Luen Yang Gurihiru (Hidra), Nimona, de Noelle Stevenson (Astiberri) y, por supuesto, el catálogo al completo de Mamut Cómic.

Aunque no soy muy de cómic mainstream y de superhéroes (género que, reconozco, leo más en el apartado de clásicos), las grandes editoriales han apostado por obras que se alejaban ligeramente de la norma y aportaban frescura como Hay algo matando niños, de James Tynion IV, Werther Dell’edera y Miguel Muerto (Planeta), The nice house in the lake, de James Tynion IV, Álvaro Martínez Bueno y Jordi Bellaire (Ecc), las dos obras publicadas este año de Daniel Warren Johnson,  Wonder Woman Tierra Muerta (ECC) y Billy Rayos Beta. Estrella Argentea (Panini), Jimmy Olsen el amigo de Superman de Matt Fraction y Steve Lieber (ECC), Lois Lane enemiga del pueblo de Greg Rucka y Mike Perkins (ECC) o Strange Adventures, de Tom King y Mitch Gerards.

El manga triunfa y, con más de mil novedades, resulta complejo poder seguir las novedades fundamentales. Aquí reconozco que me cuesta más seguir la mayoría de títulos dedicados a un público más joven (nada que ver con calidad, pura cuestión de edad y alejamiento generacional) y creo que me estoy perdiendo muchísimo. Aparte de seguir a autores puntuales como Shintaro Kago, del que se han publicado Anamorfosis (ECC) y Demencia 21 (Ponent Mon), Junji Ito (Ecc ha editado Punzadas de fantasmas, de Hirokatsu Kihara y  Junji Ito además de reeditar muchos clásicos), Jiro Taniguchi (Furari, por Ponent Mon) o Naoki Urasawa (¡Achis! o ¡Asadora!, ambas en Planeta Comic), me han interesado obras como La librera calavera, de Honda San (Fandogamia), Mi padre alcohólico es un monstruo, de Mariko Kikuchi (Fandogamia), Relatos terroríficos,de Kanako Inuki (Satori), La Magia Continúa, de  Kazuo Ogatsu (Hidra),  Las montañas de la locura, de Gou Tanabe (Planeta Comic),  Acabé hecha un trapo huyendo de la realidad, de Kabi Nagata (Fandogamia),  El tiempo recobrad, de  Cocoro Hirai, Kei Fujii o La cantina de la medianoche, de Yaro Abe (Astiberri).

Y se me agolpan las lecturas de este año que creo que son también destacables, como la adaptación de La torre de los 7 jorobados, de David Lorenzo (Desfiladero), Just Friends, de Ana Oncina (La Cúpula), Atom agency, las joyas de la Begum, de Yann y Schwartz (Nuevo Nueve), Mientras el mundo agoniza, de Carlos Giménez, El mecanismo, de Gabi Beltrán y Ángel Trigo (Astiberri), Tonta, de Jaime Hernández (La Cúpula), Kraut, de Peter Pontiac (Fulgencio Pimentel), Acabé hecha un trapo huyendo de la realidad, de Kabi Nagata (Fandogamia), la antología Vinyetari (Norma), BG Como Dios, de  Ugo Bienvenu (Ponent Mon), la revista Tezucomi (Planeta), Cuando acaba la fiesta, de Ramón de España y Montesol (Berenice), Corto Maltés: Océano Negro, de Martin Quenehen y Bastien Vivés (Norma), Villanueva, de Javi de Castro (Astiberri), Crónica de juventud, de Guy Delisle (Astiberri) o Temporada de melocotones, de Ángel Abellán y Alba Flores (Andana)

 

Repaso al 2021 (I): Lo mejor

Lo de hacer listas se está convirtiendo en una extraña mescolanza entre capricho y deporte de riesgo. Capricho porque, con casi 4000 novedades que seguramente habremos tenido este año, cualquier lista debe interpretarse como una guía de lectura y no como una rimbombante selección canónica. Este año creo que leído sobre los 500 cómics, más o menos, por lo que hacer una selección de “lo mejor” debe entenderse como una selección de “mis mejores lecturas”. Es cierto que cualquier selección, cualquier crítica, no deja de ser la expresión de un criterio subjetivo, pero con la avalancha de novedades, la tarea de seleccionar no solo es todavía más sesgada e incompleta, sino que se deja a una doble subjetividad: la de escoger entre unas lecturas que ya nacen de un apriorismo que, con seguridad, deja fuera obras que son interesantes. Siempre digo que las listas que más me gustan son las que más alejadas están de mi gusto porque me descubren lecturas a las que difícilmente me hubiera acercado motu proprio. Pero resumiendo, lo de siempre: que esto no deja de ser una lista personalísima, casi seguro intransferible, que debe ser usada no como un canon sagrado e incontestable, sino como una simple guía más. ­­­­El orden, como siempre, no es orientativo, puede que las diez primeras me hayan gustado más que las diez últimas,  pero podría cambiar la posición de casi todas las obras presentes en esta lista sin ningún problema (y sí, hay cambios respecto a la de EL PAÍS, por la sencilla razón de que ha pasado casi dos meses desde que escribí aquella y he leído más, he reflexionado más…¡Y que uno es así de voluble, qué le vamos a hacer! Y sí, me falta muchísima lectura de manga, cuya ausencia deja coja la selección).

 

  1. Warbug and Beach, de Javier Olivares y Jorge Carrion (Salamandra)
  2. Todo bajo el sol, de Ana Penyas (Salamandra)
  3. Romeo Muerto, de Santiago Sequeiros (Reservoir Books)
  4. Los grandes espacios, Meurisse (impedimenta)
  5. La isla, de Mayte Alvarado (Reservoir Books)
  6. Polen dorado, de Heiichi Hayashi (Gallo Nero)
  7. Saqueo, de Peeters (Astiberri)
  8. Piel de hombre, Hubert y Zanzim (Norma)
  9. El futuro que no fue, de Daniel Torres (Norma)
  10. El pacto, de Paco Sordo (Nuevo Nueve)
  11. El secreto de la fuerza sobrehumana, de Alison Bechdel
  12. Hoops, de Genie Espinosa (Sapristi)
  13. L’accident de caça, de Charles L. Carlson y Landis Blair (Finestres)
  14. Giganta, de Nuria Tamarit (Norma)
  15. Bradley de él, Vonnor Willumsen (Alpha Cómic)
  16. El fin del gran arte, de Julio César Pérez (Belleza Infinita)
  17. Ethel y Ernest, de Raymond Briggs (Blackie Books)
  18. La mentira por delante, de Lorenzo Montatore (Astiberri)
  19. Nick Carter y André Breton , una pesquisa surrealista, de David B (impedimenta)
  20. Travesti, de Edmond Baudoin (Impedimenta)
  21. A la tercera resucitó, de Abraham Martínez (Bang)
  22. Maganta, de Lola Lorente (Astiberri)
  23. No siento nada, de Liv Stromquist
  24. Medea la deriva, de Fermin Solís (Reservoir Books)
  25. Doña Concha, de Carla Berrocal (Reservoir Books)
  26. Hola, Siri, de Marta Cartú
  27. Arrabal, de Laura Pérez Vernetti (reino de Cordelia)
  28. Tótem, de Laura Pérez (Astiberri)
  29. Fiuuu & Grac, de Max (La Cúpula)
  30. Vida Rana, de Roberto Massó (Apa Apa)
  31. La tempestad, de Alan Moore y Kevin O’Neill (Planeta)
  32. Georgia O’Keefe, de María Herreros (Astiberri)
  33. Us, de Sara Soler (Astiberri)
  34. Holms y Piorot, de Jali (Diábolo)
  35. El dibujado, de Paco Roca (Astiberri)
  36. Visión, de Julia Gfrörer (Alpha Cómic)
  37. En la cabeza de Sherlock Holmes, de Cyril Lieron y Benoit Dahan (Norma)
  38. Garafía, de Elías Taño (Oveja Roja)
  39. Contrapaso, de Teresa Valero (Norma)
  40. Monsters, de Barryu Windor Smith (Dolmen)
  41. Pulp, de Ed Brubaker y Sean Phillips (Panini)
  42. El hombre que plantaba árboles, de Sandra Hernández y Jean Giono (Bang)
  43. Rorschach, de Tom King y Jorge Fornés (ECC)
  44. Los locos del gekiga, de Masahiko Matsumoto (Satori)
  45. Hambre, de Martin Ernsten (Nórdica)
  46. Celestia, de Emmanuel Fior (Salamandra)

Bonus:
– Forn de Calç (Extinció edicions)
– La cruda negra (La Cúpula)

 

Tengo claro que una de las grandes lecturas del año ha sido Warbug and Beach, de Olivares y Carrion (Salamandra), una obra poliédrica, metalectura si se quiere, en la que se crea un espacio de convivencia de aquellos que idolatramos el libro como parte fundamental de nuestras vidas. Lo nuevo de Ana Penyas, Todo bajo el sol (Salamandra) confirma el talento de una autora superlativa, que usa el cómic para reflexionar con lucidez sobre un tema tan actual como la turistificación, pero siendo sincera ante las dificultades que cualquier argumentación bien construida se encuentra. Romeo Muerto, de Santiago Sequeiros (Reservoir Books) es una de esas obras sobre la que planeaba con fuerza la sombra de la decepción tras 25 años de espera. Pero lo de este autor es de otro planeta y consigue crear un discurso visceral lleno de sensaciones y sentimientos que se te pegan al alma.

Otra que no falla es Catherine Meurisse, que a diferencia de Sequeiros deja a un lado las emociones con las que se enfrentó a su anterior obra para, precisamente, racionalizar aquellas sensaciones y sentimientos en Los grandes espacios (Impedimenta), dando sentido al arte y la cultura como expresión de nuestro ser. La isla, de Mayte Alvarado (Reservoir Books) es pura poesía de la ausencia a través de formas y colores, sensaciones a flor de piel como las que consigue Heiichi Hayashi en Polen dorado (Gallo Nero), transformando la cultura popular y las leyendas a modo de haikus visuales. Otra obra que podría entrar en ese ámbito de la poesía gráfica es Saqueo, de Peeters (Astiberri), un grito salvaje y desagarrado que desde el silencio de las imágenes que atruena en nuestras cabezas denunciando las injusticias de nuestro tiempo.

Piel de hombre, Hubert y Zanzim (Norma) es una de esas obras que te dejan encantado y maravillado, deliciosa en su lectura, amena y delicada en sus dibujos, pero que deja un poso de reflexiones que van creciendo con fuerza hasta que nos rendimos ante sus realidades. Con El futuro que no fue  (Norma) Daniel Torres vuelve al mundo de su querido Roco Vargas, pero permitiéndose un gozoso spin-off con el que perderse por sus referentes y claves, pero también reflexionar sobre ellas. El pacto, de Paco Sordo (Nuevo Nueve) es una brillante reflexión sobre la creación desde la sátira que no renuncia al homenaje a las leyendas de nuestro tebeo. Tras hablar de su padre y de su madre, Alison Bechdel tenía que enfrentarse necesariamente al reflejo que le devuelve el espejo. Y lo hace con inteligencia y sinceridad en El secreto de la fuerza sobrehumana, de Alison Bechdel (Reservoir).

Hoops, de Genie Espinosa (Sapristi) es el debut en la narración larga de una autora sorprendente que aprovecha la estructura clásica de Alicia para desarrollar un potente relato de identidad, empoderamiento y amistad. L’accident de caça, de  Charles L. Carlson y Landis Blair (Finestres) es tan compleja en sus ambiciones como brillante en su resultado, convirtiendo el espacio de una celda en el escenario de la reivindicación de la cultura como redención y espejo de la vida. Con Giganta, de Nuria Tamarit y JC Deveney (Norma) crean una fábula moderna de tanta belleza formal como potencia en su discurso de empoderamiento e igualdad. Bradley de él, Connor Willumsen (Alpha Cómic) es uno de esos tebeos que te dejan completamente descolocado con un planteamiento sinuoso que termina siendo un relato hipnótico.

El fin del gran arte, de Julio César Pérez (Belleza Infinita) toma un clásico infantil como Babar para deconstruirlo en misil dirigido contra las preconcepciones del arte y la creación. Pocos autores tienen la capacidad de cargar cada trazo con bombas de emotividad y empatía como Raymond Briggs, que en Ethel y Ernest (Blackie Books) recrea la vida de sus padres para dejarnos una hermosísima historia de amor. En La mentira por delante (Astiberri) Lorenzo Montatore consigue alejar la biografía del canon para, desde las referencias de los grandes de la generación del cómic del 27 o de la Bruguera de los 50, recrear la vida de Umbral desde sus apariencias con un poso reflexivo inédito. Mezclar la cultura popular con la alta cultura desde la deconstrucción simbólica puede parecer una ambición desmedida, pero David B lo consigue en una obra tan divertida como inabarcable en Nick Carter y André Breton, una pesquisa surrealista (Impedimenta).

Adaptar a Mircea Cărtărescu se nos antoja una empresa imposible, pero Edmon Baudoin lo consigue con nota dialogando con su obra y el autor en Travesti (Impedimenta). A la tercera resucitó, de Abraham Martínez (Bang) es una bomba de demolición ideológica que expone las incoherencias y peligrosas debilidades de nuestro pensamiento consensuado al recordarnos que es nuestra sociedad la que crea sus demonios. Una década después de su anterior obra Lola Lorente vuelve en Maganta (Astiberri) a su personalísimo universo para encontrar que todo ha cambiado, que las ambiciones se trocaron en decepciones y que la vida ha pasado con amargura. Liv Stromquist es una autora especialista en poner sobre la mesa discursos de profunda inteligencia desde la deconstrucción pop del mito y en No siento nada (Reservoir Books) apunta a uno de los fundamentos de la utopía de la felicidad, el amor romántico. Carla Berrocal firma una brillante reivindicación de la figura de la cupletista Concha Piquer en Doña Concha (Reservoir Books), indispensable para entender la historia de este país.

Fermín Solis parte de la tragedia de Eurípides para reivindicar la figura femenina en Medea la deriva (Reservoir Books), brillante traslación del lenguaje teatral al cómic desde la ósmosis expresiva. Hola Siri, de Marta Cartú (Autoedición) es una lúcida reflexión sobre la sociedad hiperconectada que se permite llevar al lenguaje del cómic elementos de la nueva comunicación digital con éxito. Arrabal (Reino de Cordelia) es el choque de trenes de dos monstruos, Laura Pérez Vernetti y Fernando Arrabal, una explosión creativa incontenible donde el trazo de la dibujante copula con los versos del poeta en un orgasmo intelectual. Con Tótem  (Astiberri) Laura Pérez vuelve a explorar esos espacios íntimos donde impera la extrañeza y la otredad. El amor y la amistad como único anclaje de realidad en una realidad que no se distingue de la ficción.

Fiuuu & Grac, de Max (La Cúpula) toma el slapstick como base de una espectacular reflexión sobre el lenguaje del cómic y sus posibilidades desde la brillantez gráfica y la ironía incontenible. Cuando el cuento clásico de Grimm se encuentra con la vida moderna nacen obras como Vida Rana, de Roberto Massó (Apa Apa), sorprendentes reescrituras de la tradición que obligan a la reflexión. Con La tempestad (Planeta), Alan Moore y Kevin O’Neill cierran su etapa de La Liga de los Extraordinarios Caballeros para revelarla como lo que siempre fue: una reflexión sobre las ficciones como fundamento de la existencia de la humanidad. En Georgia O’Keefe (Astiberri), María Herreros se acerca ala vida de la famosa artista desde la sinceridad y admiración personal para proponer un relato de descubrimiento personal disfrazado de biografía.

Us, de Sara Soler (Astiberri) es pura sinceridad y honestidad en el relato de la transición de su compañera y, como tal, un ejemplo de tolerancia que debería leerse por obligación. Holms y Piorot, de Jali (Diábolo) es una delicia que recupera a dos de los grandes de la novela detectivesca para hacer un homenaje y, a la par, un tebeo maravilloso. El dibujado, de Paco Roca (Astiberri) lleva al papel la experiencia única de la exposición del IVAM, una proyección en dos dimensiones de un proyecto tridimensional, pero que retiene fuerza suficiente como para ser subversivo. Julia Gfrörer tiene la extraña capacidad de conseguir que sus historias sean desasosegantes desde un planteamiento clásico en lo gráfico, dejando toda la fuerza en los tiempos y silencios, como hace en un inquietante escenario victoriano con Visión (Alpha Cómic).

En la cabeza de Sherlock Holmes, de Cyril Lieron y Benoit Dahan (Norma) es un delirio gráfico que aprovecha todas las posibilidades del lenguaje del cómic para convertir las deducciones de Holmes en un reto gráfico. Garafía, de Elías Taño (Oveja Roja) es una lectura de la inmigración palmera a América que va más allá del relato histórico para reflexionar sobre las redes rurales que se establecieron para aguantar a las familias. En Contrapaso (Norma), Teresa Valero debuta en un relato largo que arriesga a la hora de tratar muchas temáticas con un guion tan bien armado como su dibujo. Monsters, de Barry Windsor Smith (Dolmen) es una obra hercúlea en donde el dibujante americano toma mitos fundacionales del género y del propio cómic para reflexionar sobre la realidad social de su país.

Pulp, de Ed Brubaker y Sean Phillips (Panini) sigue el estilo detectives que con tan buen tino clavan sus autores, pero en este caso aporta una sugerente reflexión sobre la historia del medio. El hombre que plantaba árboles (Bang) es una maravillosa adaptación del cuento de Jean Giono por parte de Sandra Hernández, reflexiva en su fondo, pero con esa frescura que puede llegar a cualquiera. Yo era de los que pensaban que volver al universo Watchmen era un absurdo, pero Tom King demuestra en Rorschach (ECC) no solo que es posible, sino que puede aportar reflexiones interesantes, sobre todo si se acompaña a los lápices del espectacular Jorge Fornés. Los locos del gekiga, de Masahiko Matsumoto (Satori) nos lleva a ese momento clave en el que el cómic se vuelve adulto en la experiencia pionera del gekiga.

Una de mis sorpresas personales, porque en  Hambre (Nórdica), Martin Ernsten consigue traducir la durísima obra de Hansum a la fuerza del blanco y negro. Y no puedo ser objetivo con Celestia (Salamandra) y la capacidad de Emmanuel Fior para crear espacios de emociones privados desde la admiración por el arte. Maravilloso.

Y no me gustaría acabar sin destacar dos iniciativas necesarias en forma de revista: Forn de calç (Extinció Edicions), brillante selección de una generación de jóvenes autores y autoras que cambiarán nuestro cómic y La Cruda Negra (La Cúpula), nueva encarnación de una revista que rompe los límites de las posibilidades expresivas de la ilustración y el cómic.

Seguimos en breve con lo mejor de los clásicos y reediciones

Conversaciones con Pablito

Hace 20 años, nada más y nada menos que 20 años, entrevisté a Carlos Giménez para el fanzine 9º ARTE que dirigía Manuel Bartual. Ahí lo conocí y empecé a labrar una amistad que me precio de mantener hoy. Viendo la entrevista de este fin de semana en EL PAÍS Semanal, he creído que estaría bien recuperar aquella entrevista.

Perdonen ustedes los muchos errores, que uno era joven…

CONVERSACIONES CON PABLITO

Esto de la mitomanía tiene mucho de problema psicológico grave y poco de pasión, a mi entender. Siempre había pensado que semejante patología psiquiátrica era más adecuada a quinceañeras o quinceañeros locos por alguna estrella de la canción que a un avezado y enteradillo experto en tebeos como servidor de ustedes. El caso es que, a medida que avanzaba por la castiza Atocha hacía la casa de Carlos Giménez, cierta congoja digna de la más acérrima seguidora de Ricky Martin me comenzaba a embargar. A fin de cuentas, me iba a encontrar con el mejor autor español de todos los tiempos según mi particular escala de valores y eso, por mucho que está ya curtido en estas lides, no deja de ser un acontecimiento importante. Completamente perdido en mis pensamientos y posiblemente algo afectado por el sofocante Lorenzo madrileño, cuando me quise dar cuenta estaba delante del portal de Don Carlos. Llamo a su puerta y pregunto humilde por Giménez, identificándome. Me abre y subo a uno de esos ascensores casi centenarios de madera con preciosistas artesanías de forja. Quinto piso. Valor y al toro que diría Ibáñez. Carlos abre la puerta y me recibe como un viejo amigo y paso a su estudio. ¡El estudio de Carlos Giménez!… Dios mío, me estoy comportando como un repugnante friki cualquiera. Pero ser un fan con Carlos es difícil. Rápidamente y como buen anfitrión, comenzamos a charlar mientras prepara unas copas. Lo cierto es que después de estar diez minutos con él, uno se siente como si estuviera con un amigo de toda la vida. Es una de esas personas con las que da gusto charlar, un tertuliano (no confundir con otras subespecies) de bar en el más puro estilo del Café Gijón. Se ha dejado un bigotito, me cuenta,  porque va a hacer un pequeño papel de figurante en la última película de Guillermo del Toro, donde ha colaborado y no puede esconder su nerviosismo de principiante. Llevamos más de media hora hablando de lo humano y lo divino cuando recuerdo que yo venía con el encargo de hacerle una entrevista y la verdad es que de lo que tengo ganas es de seguir hablando con él, más que de una entrevista, pero el deber es el deber y ponemos en marcha la grabadora.  La verdad es que, independientemente de mi admiración, este ha sido el año de Carlos Giménez: ha ganado dos premios del Salón del Cómic de Barcelona, se ha comenzado una espléndida reedición de sus obras. “Es la primera vez que le dan dos premios a un autor y también he ganado el premio del Diario de Avisos, el de Darias…ya se que es un farde, pero de vez en cuando hay que ponerse plumas, ¿no?”, me dice. Y la verdad es que tiene razón, que coño, pero aún así no puedo evitar tener la sensación de que la gente se ha dado cuenta ahora de que hay un autor español que es muy bueno que se llama Carlos Gimenez. “Es que no sólo vale que existas, también tienes que asomarte a la ventana para que te vean y, últimamente, entre que yo había publicado muy poco y lo poco sin que nadie se enterase, como lo de La Torre y algunas otras cosas que se distribuían sólo en librerías de libros y no de cómics y entre que en las publicaciones españolas no publicaba y de lo que salía en Francia el lector español no se enteraba, entonces de pronto el hecho de que se publicara en España y, precisamente, esta colección que busca reeditar toda mi obra, tanto lo nuevo como lo viejo, lo que no está  editado editarlo de nuevo… Aunque también es verdad que Joan Navarro se ha preocupado de hacer promoción en los diferentes medios, en los fanzines, en las revistas especializadas, comunicárselo, hacer presentación en Madrid…. y claro, la gente se ha enterado.” No solo eso. Le comento que esa misma semana ha aparecido un artículo sobre él en el suplemento literario Babelia de El País, la primera vez que le dedica un espacio a los tebeos. Me mira con una sonrisa y apuntilla:

– “También es verdad que es el mes de agosto, cuando no hay gran actividad literaria… Además otros veranos yo no había publicado nada…”

Carlos comenzó a trabajar hace ya cuarenta años y la verdad es que resulta difícil imaginar qué es lo que lleva a alguien a dedicarse a los tebeos en aquella época, con un franquismo debatiéndose en uno de sus peores momentos económicos y políticos.

-” Yo de niño era un lector de tebeos, porque en esos colegios era prácticamente lo único que había: no había cine, televisión, radio, ni mucho menos teatro… Solo llegaba este cine de los niños pobres que eran los tebeos, que eran baratos… bueno no muy baratos, porque un tebeo costaba lo mismo que una entrada de cine y a mí me parece que por lo menos en aquella época eran caros. Aquellos tebeos baratos, de continuar  y las revistas como Pulgarcito, Florita y El Coyote nos llegaban a aquellos colegios donde yo estaba y vivía, aquellos colegios internos donde no teníamos más referencias que las propias del colegio donde estábamos internos, y los tebeos eran una de ellas. Eran muy importantes en aquellos colegios porque era nuestra moneda de cambio: el que tenía tebeos tenía poder…” si me aprecias y no me pegas, te dejo tebeos; si me das un trozo de pan te dejo tebeos”, era el poder y también era nuestra fuente de juegos. Igual que ahora los niños juegan a cosas que ven en la televisión, solo podíamos imitar los modelos de tebeos… Había muchos juegos a base de tebeos: las listas de tebeos, nos los sabíamos en orden y había gente que se sabía todos. Era un juego que se hacía partiendo de los tebeos. Para un niño que además le gustaba dibujar los tebeos no eran solamente un juego, eran donde yo aprendía mis lecciones de geografía, de geografía emocional: Maracaibo, las Antillas, la Isla Tortuga, era la aventura, los tebeos de los piratas. Yo me acuerdo que El Guerrero del Antifaz iba a Tanger. A falta de un mejor Félix Rodríguez de la Fuente que nos explicara que un tiburón era un escualo o que un cocodrilo era un reptil, lo aprendíamos en los tebeos. Lo de los barcos, lo de babor estribor, popa y proa lo aprendíamos en los tebeos. No teníamos La Isla del Tesoro, pero teníamos los tebeos de El Cachorro, de El Guerrero del Antifaz. Para un niño que le gustaba dibujar eran además su lámina de dibujo y su proyecto de futuro. “Yo de mayor quiero ser dibujante de tebeos”. Si en mi colegio hubiera habido pinturas, a lo mejor hubiera querido ser pintor, o escultor, pero sólo había tebeos . Yo dije “de mayor quiero ser dibujante de tebeos” y de mayor he sido dibujante de tebeos.”

La verdad es que cuando me relata esto, se ve lo mucho que ama este hombre los tebeos. Me ha contado su historia emocionándose, gesticulando, interpretando a ese niño que quería ser dibujante y que al final consiguió lo que a mi entender es casi una utopía en ese momento de problemas y sinsabores. “Hombre, lo que pasa es que era un sueño fácil de cumplir: si hubiera dicho que quería ser corredor de bólidos lo hubiera tenido más jodido. Los tebeos no nos olvidemos que es una profesión en la que la mayoría de los que estamos procedemos de los medios económicamente débil, salvo raras excepciones. Los dibujantes de tebeos somos o éramos gente de medios modestos y  llegábamos a ser dibujantes los que habíamos leído tebeos de pequeños.”

Si nos adentramos en su historia como dibujante, a Carlos Giménez siempre se le identifica con Selecciones Ilustradas (SI), la agencia artística de Toutain en Barcelona. Ya sea por sus trabajos en Gringo o, seguramente, por la imagen del Pablito de Los profesionales, lo cierto es que parece como que la carrera de Gimenez comienza en la Ciudad Condal directamente.

– “No, yo empiezo a dibujar en Madrid, como ayudante de López Blanco. Esa fue mi primera forma de ganarme la vida dibujando tebeos. Y mi maestro fue López Blanco, al que he tenido mucho cariño, con el que no solamente aprendí las cosas de la profesión, también he aprendido muchas cosas de la vida. He tenido la suerte de tener esta gente de la que he podido aprender, como también José Carlos Gracia. De él yo aprendí a leer a García Lorca y entenderlo, hasta llegar a gente como Victor Mora o Armonía de os que aprendí cosas sobre la concepción del mundo, de la política”.

“Sin embargo”, le comento, ” tus trabajos empiezan a ser conocidos a partir de estar en Selecciones Ilustradas, es donde tus obras comienzan a ser famosas”.

-“Sí, coincide con un momento donde los primeros aprendizajes ya los había hecho y comienzo a dibujar mis propias historietas. Hasta ese momento lo que había hecho era de otros”.

Es la época que nos narra en Los profesionales, esa serie de tres álbumes dónde Giménez disecciona con sana ironía y ternura el trabajo de esos años, donde básicamente se encargaban de series que aparecerían en Inglaterra, Alemania o los Países Nórdicos. “Una época donde todos los trabajos eran de encargo, ¿no?”, le pregunto.

-“Eran trabajos que no se consideraban de encargo,  porque de encargo era cuando era una revista extranjera que te encargaba historietas para esa revista. Esto se llamaba sindicación, que era cuando la agencia decidía producir una historieta y luego la vendía. Yo hacía cosas de sindicación. Era un trabajo que proponía Toutain. Cuando llegue a SI le enseñé una serie de cosas que hacía que eran del oeste y comencé a hacer cosas del oeste “. Me apunto la corrección. En esa época, Carlos dibuja cientos de páginas con guiones ajenos. Con Manolo Medina en Gringo, con Jesús Flores en Delta 99 y con Víctor Mora en Dani Futuro. Una época donde Carlos va depurando su estilo, aproximándolo cada vez más al actual, hasta que da el gran paso de dibujar sus propios guiones. Un evolución que ocurre poco a poco, cuando se va viendo obligado a dibujar cosas con las que no estaba de acuerdo.

– “En Gringo siempre defendía a los mejicanos y había mucho paternalismo. En Delta 99 los malos eran medio hippies y yo, que era medio hippie, me decía “¡Joder!, ¿por qué los los hippies tienen que salir de malos y los que llevan corbata de buenos?” Siempre existían ciertas cosas, incluso con guiones de Víctor, en las que me planteaba “esto lo hubiera hecho de otra forma”. O el guionista decía: “vamos a hacer un homenaje a tal” y a mí no me apetecía hacer ese homenaje… Pero como el guion no lo hago yo… Yo tenía siempre una actitud ante mis guionistas, no de rebeldía, pero que no me gustaba la situación. Y la única manera de acabar con eso, como tú no puedes llevarle la contraria a tus guionistas porque la historia la está contando él y no te la puedes inventar, era contarla tú mismo. También era la época en la que el franquismo empezaba a terminarse y todos veíamos que, por mucho que durara, iba a durar poco. Y si no se muriera, igual, teníamos ganas de hacer cosas y no esperamos a que se muriera Franco para hacerlas. Esta lucha personal, pensando por ejemplo en Hom, la tenías que hacer tú en solitario porque no le podías decir a tu guionista: “oye tú, quiero que hagas una historieta con unas cosas así o asá, que seguramente no venderemos, que seguramente nadie nos la publicar  y que seguramente ser  gratis”. Claro, los guionistas te dirían: “¡pues hazla tú!”, que es lo que hice”.

Uno se pregunta qué hubiera sido de esas series sindicadas si Carlos hubiese sido el que llevaba no solo los lápices sino la historia. O mejor todavía. que pasaría si retomase esos personajes un par de décadas después.

-“Sí, sí lo he pensado muchas veces”, me dice, “porque los personajes no son ni buenos ni malos y estas series nunca se acababan, sino que se terminaban porque dejabas de dibujarla. Siempre he tenido como las ganas de hacer el último episodio de cada serie. No sé, es una idea de hace varios años y a lo mejor ahora no me apetecería.  Por ejemplo, hacer un Gringo con la concepción que yo tengo ahora de las cosas. Gringo era una serie muy blanda, muy de prototipo, incluso los malos no eran muy malos, eran ogros feos, unos malos muy rudimentarios. Muchas veces he pensado en hacer una historia de Gringo fuerte, todo lo contrario a lo que era, un Gringo mayor, de 50 años, con gafas, con problemas y que tiene hijos a los que sus enemigos raptan. Entonces tiene que vérselas con otros niños y para salvarlos tiene que matar a otros niños. El ejemplo más extremo: imagina una situación donde unos niños van a matar a tu hijo y tienes que defenderlo matando otros niños, una situación muy extrema, una cosa muy cruel, con la conciencia muy por un lado y los sentimientos por otra, muy poco ética, muy poco de “oh mira un indio, me va a atacar, toma! Un indio menos”. O un Delta 99, a mí me apetecería hacerlo con humor, con tecnología que falla continuamente…O Dani Futuro, un hombre mayor, ya no es un niño… Igual que los años han pasado para mí, que hayan pasado para los personajes para poderlos enfrentar a otro mundo que no es el que vivieron y hacer así una historieta final. Lo que pasa es que no tiene razón de ser porque nadie va a publicarlo”. Esta última frase denota cierta amargura que refleja las dificultades que tiene hoy para publicar cualquier autor español, incluso uno de la talla de Giménez. A una persona que vive los tebeos como Carlos, es evidente que le duele hablar de este tema. Volvemos a hablar de sus guiones. Carlos comenzó a guionizar sus propias obras y adaptar clásicos literarios como las novelas de Jack London. De esa época destacan Koolau el leproso, Hom, historietas sueltas como El Miserere o las que conforman Érase una vez el futuro. Historias con una fuerte vinculación al mundo de la ciencia-ficción, un género que sin duda gusta mucho a Carlos: “Es que dibujar ciencia ficción es un lujo, no tienes que tener documentación…Dibujar una cosa de la segunda guerra mundial es un coñazo porque tienes que dibujar cada vehículo, cada arma, tiene que ser como es. Pero tu dibujas la guerra en el planeta Katapum y lo puedes hacer como quieras”.

-“¿Volverías a dibujar temas de ciencia-ficción?”

-“Volvemos a lo de antes: yo hacía ciencia-ficción cuando había revistas de ciencia-ficción. Cuando desaparecen, no hay ninguna posibilidad de volverlas a hacer. Hace tiempo que estoy haciendo cosas de humor, porque era la revista que lo publica es Fluide Glacial. Si hubiera sido de ciencia-ficción, pues a lo mejor hubiera seguido haciendo cosas fantásticas. El hecho es dónde publicas, y eso no lo escoges tú, te lleva a hacer un determinado tipo de historias. Yo llevo un tiempo haciendo historias de humor, y ya te digo que yo no creo que hago humor, porque son historias críticas, a veces un poco dolorosas donde el dibujo es exagerado, porque la revista donde publico es de humor”. Carlos se refiere a las historias englobadas genéricamente en las series Romances de andar por casa e Historias de Sexo y Chapuza, que han sido puntualmente editadas por La Torre y que ahora ha pasado a publicar Glenat. Se puede decir que se le ve ya un poco cansado de estas historias, algo que se ha visto reflejado en la garra de los álbumes, que ha ido decreciendo álbum a álbum.

Pero de toda esa época, llamémosla de inicio de autoría personal, destaca con fuerza España Una, Grande y Libre, una serie de historias cortas de dos páginas que desarrolló para el semanario satírico El Papus. En la época de la transición, las historias de Giménez (con guiones propios y de Ivá) son un duro retrato de la realidad del momento, una crónica de actualidad que supone la primera incursión en lo que podríamos denominar un cómic social y que luego retomaría en Paracuellos.

-“¿Era un momento en el que querías hacer ese tipo de tebeo, cambiar respecto a lo que hacías?”

-“Muchas veces no depende del talante con el que abordas la serie o los trabajos, ni siquiera de lo que te has propuesto hacer. Muchas veces, depende de cosas tan simples como el trabajo que tienes en ese momento. Mucha gente me dice: “Jo, es que tu has contado la transición”. Yo no pretendía contar la transición, lo que pasa es que en ese momento colaboraba en una revista que se llamaba El Papus, de humor sobre la actualidad. Cada semana me veía obligado a hacer una historieta de humor, o medio humor y, a fuerza de hacerlo todas las semanas, se han contado los hitos más importantes de la transición”.

-” Imagino que la manera de trabajar debe ser completamente diferente…”

-“En esta profesión nunca se trabaja con tiempo. Cuando trabajas en una revista de actualidad semanal, nada más entregar tienes que empezar a preparar la próxima historieta de la semana siguiente… ¿Sobre qué? Pues sobre lo que está ocurriendo: han matado a uno, hay una huelga, una manifestación. Pero si no estás trabajando en una revista de actualidad, ¡Es igual! Entregas el día 10 una historieta y ya empiezas a trabajar en la siguiente. Koolau, por ejemplo, que se ha dicho tan bien estructurada, en tres partes… es completamente casual. Yo empecé a dibujar Koolau con la novela de Jack London abierta y con el lápiz marcando. Cuando empecé a dibujar la primera página, ni siquiera sabía cuántas páginas iba a hacer, porque nunca hay tiempo …”

Giménez comienza a partir de esa época a contar episodios autobiográficos, sigue en una línea de cómic comprometido socialmente, pero cambia su registro para dedicarse a lo que posiblemente sea su obra cumbre, Paracuellos. Pero esta obra tiene una característica que la diferencia fuertemente de la anterior. En Paracuellos se nos narran historias duras, incluso de alta crueldad, pero son contadas a través de la memoria, con el tamiz del recuerdo. Incluso en algún momento me atrevería a decir que tienen un punto de cariño por parte de su autor innegable. “Yo diría que tienen un punto de melancolía”, me apostilla, “Paracuellos es más literario que España, Una Grande y Libre, que son historias muy del día, más impactantes”.

-“¿Y con cuál de las dos te quedarías?”

-“Si yo te respondo en estos momentos lo haré con arreglo a mi concepto de las cosas de este momento, y ahora estoy más próximo a Paracuellos. Yo creo que, en cada momento, lo que haces te interesa. No te puedo decir que haya hecho con más o menos interés una cosa en una determinada época de mi vida. Recuerdo que he hecho cosas con mucho dolor porque eran cosas que no sabía hacer, como las de romance tradicional, que he hecho muy pocas, pero muy pocas. No me quedaban bien y además yo no lo quería dibujar. En alguna ocasión, muy pocas veces, he tenido que dibujar cosas que no sabía dibujar, o no me apetecía. Incluso cosas como el Gringo, aun no sabiendo, eran muy gratificantes. Siempre lo que he hecho ha sido con mucha dedicación, muchas ganas y lo mejor que podía, cuando yo hacía un trabajo, ese trabajo me parecía muy importante. No te puedo decir que lo hiciera con más o menos interés. Es como lo de los hijos ¿a cuál quieres más? No lo puedes decir, quieres a todos.”

Lo cierto es que después de este tiempo sigue con Paracuellos, o sea que un poquito más de cariño si que habrá , digo yo. Me cuenta que como no está colaborando en ninguna revista específica puede dedicarse a lo que quiere sin problemas de longitud, temática. Me enseña lo que está haciendo y lo primero que destaca es que hay pocas viñetas por página, ha recuperado el espacio entre viñetas, ese espacio que según algunos define el punto donde el lector interviene en el tebeo. Aún así este estajanovista del trabajo todavía me dice: “Me da la sensación de que le estoy robando al lector porque solo hago 16 viñetas por página”. Le aseguro que no se preocupe, que comparado con lo que se está haciendo ahora da de sobra y con propina y me sonríe sin creérselo. Paracuellos se ha convertido poco a poco en la historieta de la vida de Giménez y de toda una generación, en la memoria de un país. Sus compañeros le dan anécdotas e historias que se encarga puntualmente de grabar y almacenar (este hombre es un acumulador nato, su estudio es una biblioteca-videoteca-discoteca-comicoteca descomunal, perfectamente ordenadita),

-” Conservo muchos amigos que íbamos a esos colegios, nos volvemos a ver y con frecuencia recordamos esos momentos y me he encargado de pedirles a todos que me contasen cosas e ir grabándolas. Al final me he encontrado después de estos años que tengo un montón de cintas grabadas con muchas anécdotas, con datos, historias que sólo hay que contarlas porque son estupendas. O son anécdotas que me recuerdan a mi otras, que me despiertan los recuerdos, las ideas. Es un material a utilizar de una riqueza tremenda y sería una pena no hacerlo. Además, dibujar Paracuellos para mí es un trabajo sencillo. Es pesado porque hay que repetir muchos dibujos, pero no me da problemas de documentación, ni de dibujo, ni nada… Son viñetas pequeñas, todas muy parecidas, no disfruto mucho como “gran dibujante” que hace grandes dibujos. Ahí soy el pequeño dibujante que dibuja cosas pequeñitas. Me lo paso bien como guionista que cuenta unas historias que le importan de verdad”.

Pese a todo, es evidente que la mirada de Giménez ha ido cambiando con el tiempo. Entre cada álbum de Paracuellos pasan muchos años y eso se traduce en que el planteamiento es diferente en cada álbum. Cada vez que ha contado una historia, busca una nueva vuelta de tuerca y nos sorprende con la siguiente. Si el primero y segundo de los  álbumes están más centrados en la descripción de las anécdotas, de lo que ocurría en el colegio del Auxilio Social, en el tercer álbum de la serie se ha centrado más en el tratamiento de los sentimientos, de lo que sentían esos niños. “Si te fijas me pasa en todos mis trabajos, por ejemplo en Los profesionales. El primero está más dedicado a contar una serie de cosas, la fábrica que llamábamos, en la segunda parte se tocan más cosas políticas del momento que se vivía y en la tercera es en la que hay ternura, la gente de aquellos estudios era gente muy zafia, de bromas pesadas y es en el último donde se ve que también lloran, que se enamoran, que se quieren, que se aprecian. Porque cuando empiezas, lo haces por el principio y, como no está preparada la serie, haces una y luego otra y nunca sabes lo que vas a hacer la siguiente. Es sobre la marcha, cuando llevas mucho trabajo hecho ES cuando te das cuenta de que no has tratado esto o aquello y que deberías haberlo hecho. Y esto me pasó en Paracuellos: en el primer álbum yo tenía mucho interés en contar la institución, todo lo que es la denuncia, el niño, la pobreza, el hambre, los malos tratos, la crueldad. En el segundo como ya ciertas cosas estaban contadas, como las historias eran más largas, me dediqué a contar otras cosas, como la relación entre los niños y entre los profesores. Los castigos ya se habían contado, incluso cuando se castiga a un niño, no se cuenta, se supone que el lector ya lo sabe. Y en este tercer álbum tenía más interés en profundizar en los niños, si tenían madre o no…”

-“Es un álbum más íntimo, se ve enseguida”

-“Sí, y es mucho más literario. En Paracuellos 4, que es lo que estoy haciendo ahora, la familia tiene mucha importancia. Todos esos niños tenían familia, porque no todos eran huérfanos, y aún así, los que eran huérfanos…¿por qué eran huérfanos?. A medida que vas avanzando, te vas dando cuenta de que hay cosas que no has contado. Por eso los álbumes van saliendo diferentes los unos de los otros. Primero porque vas tocando distintos aspectos y segundo porque entre cada álbum hay casi diez años”.

Giménez tiene material hasta el séptimo álbum de la serie. Le pregunto si alguna vez saldrá Paracuellos de los hogares para narrar esa época y me mira con cara de desaprobación: “No, solo tiene sentido a través de los niños. En el álbum 7 se cuentan cosas que no ocurren en el hogar, pero son contadas por los niños, mezcladas con sus juegos. Lo importante es la dimensión que le dan los niños, no es lo que ocurrió, sino lo que cuentan”.

Me mantengo firme en mi postura y erre que erre le respondo: “Es una cierta manera de salir, ¿no?”, a lo que me responde con una mirada que lo dice todo y que se traduce en un “¡Será cabezón!…”, totalmente acertado.

De momento esto será  lo que veamos de Carlos, aunque como me dice, “el hecho de que tenga escritos tantos álbumes no significa que lo vaya a hacer, lo único que significa es que están escritos”. Otras obras quedan en el tintero, algunas ya dibujadas como Jonás, una obra de protagonista infantil que le ha llevado años terminar y que tiene una difícil salida en el mercado. Jonás es una historia de aventuras infantiles que entronca con el espíritu del cuaderno de aventuras de toda la vida, con Cuto, con los niños aventureros… Pero ¡ay!, a Carlos se le ocurrió que los niños son inteligentes y no quieren que les tomen el pelo y su historia es políticamente incorrecta. Los malos mueren y los buenos pueden matar, algo que no se puede concebir en la generación de los pokemones y los burger kings.

Sin embargo, Carlos trabaja ahora abriendo nuevos campos y está trabajando con Guillermo del Toro en su nueva película rodada en España, El espinazo del diablo. Carlos ya había hecho antes storyboards de alguna película y publicidad, pero no era lo mismo, como él dice. En cualquier caso, se me antoja que trabajar en una película y en el cómic debe ser muy diferente, son medios hermanados pero con recursos diferenciados.

-¿Qué diferencias se encuentra un dibujante de tebeos al hacer una película?

– “En ese aspecto yo debo decir que los storys que yo he hecho han sido muy dirigidas por Guillermo. Incluso me ha hecho un dibujo de lo que tenía que contar. Ha habido pocas aportaciones en cuanto a la narrativa, de forma que lo entiendan bien los que tienen que hacer los efectos especiales y todo eso. En cambio, en lo que yo si he colaborado mucho, y con agrado, es darle muchos dibujos sobre los decorados, sobre los escenarios, porque un dibujante de historieta sabe muy bien lo que es un escenario. Un dibujante de historieta tiene una ventaja sobre los ilustradores, porque tiene una idea de la tragedia, un concepto de lo trágico, del humor, de la narrativa, y además sabe dibujar. Son dos cosas diferentes, recuerdo que me lo pasé muy bien dibujando una vieja cuadra que estaba preparada para que durmiera un hombre, donde había un camastro, y las cosas que este hombre utilizaba y las que quedaban de la cuadra, se tenían que dibujar muchos trastos, aperos de labranza, monturas y al mismo tiempo la camisa y un perchero y unas escobas. Para un dibujante de historietas no solo es fácil, sino muy divertido. Para un dibujante normal el solo hecho de dibujar una silla de montar es un problema “¿dónde tengo la documentación y cómo es?”. Para mí es más fácil, porque mi profesión es dibujarlas de memoria, no me hace falta consultar en libros porque sé como son, y sé dibujarla en la postura adecuada”.

Como luego me comenta, una de las ventajas del dibujante de cómics es que no solo crea espacios físicos, sino espacios de vivencias, donde ocurren cosas más allá  del puro diseño de la estancia o el lugar.

Pero pensándolo bien, un autor de historietas puede aportar mucho al cine, el tebeo tiene  una serie de capacidades tremendas: “Para hacer un tebeo bien hecho, el autor tiene que escribir un guion y escribirlo bien, contar una historia en imágenes, tiene que dibujarlo, tiene que hacer unos personajes que corresponden a una edad, a unos temperamentos, este es un viejo, una chica guapa… Tienes que iluminarlos, tienes que vestirlos: el lord inglés viste así, mientras que la secretaria viste así; tienes que documentarlo: se desarrolla en Inglaterra, tiene unas casas así, un coche de este tipo y está aparcado en la acera en este lugar porque en Londres se conduce al revés. El autor de historietas ha hecho todos los papeles, él solo, que en una película hace todo el equipo. Ha recortado el bigote y el pelo como el peluquero, ha vestido como los modistos, ha decorado como los decoradores, ha sido los actores, ha sido el guionista, el director, ha sido todo. Un autor de tebeos, que haga bien los tebeos, es un autor que en condiciones de normalidad puede trabajar en una película haciendo todos esos papeles. Yo no solo puedo hacer el storyboard, puedo hacer el guion, he diseñado vestuarios e incluso peinados. Una persona como yo en el cine vale para muchas cosas. No tengo el talento para ser director, pero yo o cualquier dibujante haría un buen papel, estoy pensando en Beà, en Enrique Ventura, en Manfredo Sommer, en un montón de dibujantes que conozco”.

Le comento que realmente el cómic tiene unas posibilidades indiscutibles que nadie se preocupa de valorar y me parece que ahí le toco la vena sensible. Afirma con la cabeza y me contesta: “Lo que pasa es que los tebeos son baratos y claro, alguien que hace un tebeo y cobra tan poco, pues no puede ser bueno. Porque los tebeos nunca pueden ser noticia, excepto Astérix. La noticia es que Astérix ha vendido 7 millones de ejemplares de su último número y, 7 millones, a 2000 pesetas por álbum… esa cantidad de millones es noticia. Los tebeos tienen esa cosa. Antes, los tebeos estaban destinados a un público popular, y lo popular es lo contrario de la cultura, ya sabes, la cultura es elitista, solo la entendemos los listos y lo popular, eso es la gente de la plebe… Siempre ha tenido una mala apreciación y se le ha querido mal, y la gente, cuando ha querido ser culta, siempre le ha dado la espalda a los tebeos”. Vuelvo a tener delante a ese gran amante de los tebeos, que realmente se siente dolido por la marginación del medio, no por la de los tebeos que él hace, sino por la de los tebeos que le dieron vida durante su infancia. “En los EEUU, no hay una serie de cómics medianamente importante que no haya sido llevada al cine o a la televisión, y te remito al libro de Coma y Gubern, mientras que en España jamás, jamás nadie ha utilizado un tebeo, bueno sí, recientemente Makinavaja, pero nadie ha cogido un tebeo para hacer una serie. Y eso que España es un país donde el cine anda muy pobre de ideas y hay excelentes tebeos, tan excelentes, que los tebeos de medio mundo los han dibujado los españoles, la mitad de los tebeos americanos estaban dibujados y están por dibujantes españoles. En épocas, la mitad de los tebeos franceses estaban dibujados por dibujantes españoles, casi la totalidad de los tebeos ingleses lo eran por españoles y un gran porcentaje de los alemanes también estaban dibujados por españoles. Pero, mira por dónde, menos en España, en todas partes se aprecian”. Poco puedo decir, más que tiene más razón que un santo: aquí nunca se ha apreciado un medio que ha tenido millones de lectores y ese es nuestro problema, ni las bajas cifras de ventas ni la falta de lectores. El problema es que no se aprecia el medio, en contraste con otros países.

– “Por lo menos en los EE.UU. le dan un valor importante como medio de entretenimiento”, comento.

– “No solo como medio de entretenimiento, sino como algo más. La industria ha llevado al teatro, al musical tantas historietas. La industria del cine ha llevado a la pantalla tantos cómics. La industria de la televisión ha llevado tantas series, de animación o de imagen real que forma parte de la cultura al mismo nivel que un autor teatral, un cineasta o un escritor”.

-“Allí no tienen ningún empacho en darle el premio Pulitzer a un cómic”.

-“Sí, y tiras como Steve Canyon o autores como Milton Caniff o Al Capp eran tan considerados como cualquier escritor”.

-“Y ya no digamos en Francia”

– “Exacto, donde hay museos de la historieta y donde los autores de tebeo han hecho obras de teatro, películas. Nadie se rasga las vestiduras porque de repente un hombre que ha hecho tebeos haga teatro. ¿Sabes lo que pasas aquí? Que la gente de estos medios, los productores de televisión, del cine, la gente de dinero, no ha leído tebeos. Ahora empieza a haber una generación, la de Almodóvar, Álex de la Iglesia, Santiago Segura, que si ha leído tebeos y son la gente que no va a tener ningún escrúpulo de hacer algo mirando a este medio”. Hago un comentario sarcástico sobre lo que pueda hacer Bajo Ulloa con el Capitán Trueno y asiente. Lo cierto es que, como dice Carlos, en este santo país se han hecho intentos de reivindicar cierta cultura popular y uno de los símbolos máximos de la cultura popular española, el tebeo, sigue siendo el gran olvidado. La cultura oficial deja de lado los aspectos populares, “no es fino leer tebeos”, como dice Giménez y el resultado es que nos vemos invadidos por los tebeos de fuera que aprovechan la situación del mercado.

– “Es que incluso a la hora de publicar un tebeo, no sé, coger un tebeo español. Mira los periódicos que tienen suplementos dominicales infantiles: buscan que sea manga o que se parezca al manga y, si es un tebeo, que se parezca a Mortadelo y Filemón. Si no, que sea extranjero. La paradoja es que España ha sido un país que tradicionalmente ha exportado tebeos y ahora parece como si no supiéramos hacer tebeos `¡pero si los españoles hemos hecho los tebeos de casi todos los países! Es un medio del que la gente se avergüenza”.

– “Es una forma más de incultura”.

– “A mí me parece en estos momentos que si tú no te has leído ningún tebeo de Frank Cappa de Manfred Sommer, pues te has perdido algo muy importante, y si tú no sabes quién es Moebius, eres un inculto”.

Amén, que es lo que se debe decir cuando alguien deja una conversación cerrada. El resultado de todo esto, le comento, es que estamos perdiendo toda una generación de lectores, los niños, que deberían ser los lectores del futuro.

-“Se ha roto la cadena, no hay editores para este tipo de publicaciones. Las grandes editoriales como TBO, Valenciana, Bruguera o Maga, se hundieron y se ha roto la tradición de lectores, de lectores de editores y de autores. El lector viejo se ha olvidado de que existían y el lector nuevo no sabe que existen, excepto un grupo de aficionados que vive en las catacumbas, que son los que frecuentan las librerías especializadas. Cuando mi editor dice que me promocione, pues pienso que no servir  de nada. Si saliese en la tele y la gente dijera “voy a comprármelo”, al salir a la calle no lo encontraría porque en el quiosco no lo venden. Es decir, la promoción no sirve para nada porque las tiradas son tan cortas y se venden por unos caminos tan especiales que solo lo dominan la gente de la catacumba, la gente que es aficionada”. Me agrada esa definición de catacumbas, da la idea de un grupúsculo de pocos seguidores que luchan escondidos contra el sistema, no deja de tener su lado romántico.

Las copas están vacías y los ánimos caldeados, por lo que Carlos prepara unas nuevas dosis de sus exquisitos gintonics. Me enseña algunos de los borradores que está haciendo para Paracuellos, sencillamente excelentes y aprovechamos para encarar la parte final de la entrevista alejándonos un poco de la situación del tebeo, y nada mejor que hablar del tema de  moda, la dichosa red de redes y la posibilidad de que el papel sea sustituido por el formato electrónico. Carlos se ríe y me contesta:

-“Yo te voy a llevar la contraria desde el principio: no se ha fabricado, no se ha consumido tanto papel como ahora, el fax, el ordenador… Yo cuando hago cosas con el ordenador, me quedan unos residuos de papel que sirven para borradores que nunca en mi vida he utilizado tanto. Consumo mucho mas papel en el ordenador que antes.”

– “Sí, pero estas nuevas tecnologías dan nuevos recursos creativos, ¿no?”

-“Lo que pasa con el cómic en internet, que en estos momentos seguro que hay gente ya trabajando, es que al momento de estar en internet dejar  de ser cómic, modificar  el medio. El hecho de que lo modifiquen no es malo, pero lo cierto es que ser  otra cosa. A los cuatro días un cómic hecho para internet no será  un cómic, incluso le pondremos un nombre diferente, “tebeonet”. Porque es inevitable que si le puedes poner voz o ponerle animaciones al cuarto día, tendremos un procedimiento narrativo diferente que yo creo que ir  a medio camino entre los cómics y los dibujos animados”.

En eso tiene razón, ya que las experiencias que estamos viendo son una extraña mezcla entre cómic y dibujos animados pobres. Sin embargo, hay interesantes propuestas como la de Scott McCloud de cambiar la secuenciación, de jugar con el formato manteniendo el concepto de viñeta.

-“Puede ser interesante, pueden salir productos maravillosos y muy dignos, pero ser  otra cosa, otro momento, otras tecnología y por tanto otro medio. Porque, a fin de cuentas, aquí hace que la historieta sea historieta? Al fin y al cabo son imágenes dibujadas… ¿Por qué no llamamos historieta a los dibujos de Durero? ¿Porque no tenían textos? Mentira, sí que tenían textos de vez en cuando. ¿Sabes lo que ha hecho que la historieta sea la historieta? El que esté impresa en un periódico. Yo pienso que si hay que definir la historieta como algo, para mí,  lo que entendemos como tebeo es cuando existe la imprenta, cuando existe una difusión popular, masiva, de sacar muchas copias. Un dibujo hecho una sola vez es un cartel de ciego. ¿Por qué no llamamos tebeo a un cartel de ciego? Porque se lo llamamos cuando se empieza a publicar en los periódicos, cuando las tiradas son muy grandes, es barato, se reproduce muchas veces es popular. En el momento que los dibujos, con filacterias o sin filacterias, con bocadillos o sin ellos, dibujados primorosamente como Caran d’Ache… Los llamamos cómic cuando se imprimen, sacamos muchas copias a bajo precio en papel. Cuando le quitemos el papel, ser  otra cosa, le pondremos otro nombre el que sea”.

Su concepción del tebeo me recuerda a la de Eisner, muy centrada en el tebeo clásico y, en el fondo, yo también estoy de acuerdo. Ese punto fetichista del aficionado que necesita su copia, oler la tinta… Algo que se pierde en un cómic electrónico.

-“Es que el tebeo tiene también una cosa importante, el objeto. No es lo mismo un álbum de Glenat que sacarme yo las copias. Es más, ¿qué es lo que ha quedado del tebeo? El coleccionismo. Este tebeo no me los saque de la bolsa de plástico porque pierde su valor. Es el objeto y eso es lo primero que perderíamos si sacamos un tebeo por internet”.

Me enseña la versión que tiene de la revista MAD en cd-rom, una serie de discos en las que se incluyen todos los números de la revista satírica americana. “Me pongo el disco en el ordenador y me hojeo página por página y cuando llega una, dibujo,  saco una copia, o lo amplio, o simplemente una copia de la página y la calidad es estupenda… Pero si me saco todas las páginas de MAD y las coso con una grapa, no es lo mismo”.

Apago la grabadora, que ya va siendo hora y comentamos la experiencia del lector de tebeos al llegar a ese álbum que tanto le gusta, saborear su olor, sentir el ruido de sus páginas nuevas. Carlos es un amante de los tebeos y eso hace que las experiencias, con años de distancia, sean las mismas. Seguimos hablando de Jonás, su obra no publicada, y de las posibilidades de nuevas series, nuevas ideas. Y me confiesa su nerviosismo ante el pequeño papel que le ha dado Guillermo del Toro, al que se refiere con gran cariño. Es difícil aceptar que hay que irse del estudio de Carlos, su cordialidad y jovialidad y su buen hablar hace que la conversación se pueda prolongar durante horas y que parezca que han pasado minutos. No nos despedimos, nos emplazamos a disfrutar de una buena paella un día de estos.

 

 

 

 

Repaso al 2020 (III): Revistas y reediciones

Repaso al 2020 (III): Revistas y reediciones

Hace 40 años, el formato revista era el imperante en los cómics, pero los cambios en los hábitos de consumo, la aparición de nuevas opciones de consumo cultural y la apertura de nuevas posibilidades tecnológicas en el campo de la edición provocaron una revolución editorial. El formato de aparición periódica tendría todavía resistencia durante un par de décadas más en el comic-book, pero la edición en formato de libro, desde el tankoubon del manga a la novela gráfica, pasando por el TPB americano (evolucionado a la “Original Graphic Novel”, comenzó un lento pero imparable aumento que lo ha hecho hoy el formato dominante. Sin embargo, la revista sigue teniendo una capacidad de resiliencia envidiable y sigue ahí, pero reconvertida en dos nichos fundamentales: por un lado, la conexión directa con la actualidad a través de la sátira y el humor, con El Jueves como exponente más evidente. Por otro, la exploración de nuevas posibilidades narrativas y creativas, la experimentación y el descubrimiento de nuevos autores, que ha llevado este formato a un limbo de difícil definición, entre el fanzine más combativo y el prozine más exquisito.

Este año hemos visto la aparición de varios interesantes intentos para recuperar este formato. Sin duda, Lardín es uno de los proyectos más sugerentes, que reúne tanto a autores y autoras veteranos como Josep María Beà, Gallardo, Vallès, Max, Mariscal, Martí, Onliyú, Isa Feu o Calpurnio con autores y autoras jóvenes como Marc Torices, Flavita Banana, Alexis Nolla o Luci Gutiérrez, por solo citar algunos del más de centenar de autores que han pasado por sus tres primeros números. Lardín apuesta por la reflexión y el humor inteligente, por una sátira de aspecto atemporal pero que no es ajena a la realidad y la actualidad, construyendo una propuesta atractiva y necesaria.

Por su parte, el incansable Juanjo El Rápido vuelve a lanzar una exquisita propuesta de revista con La residencia (Nuevo Nueve), que prueba esta vez el modelo de suscripción desde una selección autoral extraordinaria. Raquel Alzate, Calo, Del Barrio, Enrique Flores, Fermín Solís, Amelia Navarro, Max, Olivares…  La lista de firmas es apabullante y el resultado, impresionante.

Otra editorial que se ha subido al carro de este formato es Ominiky, que publica El Faszine de Ominiky, una propuesta que puede marcar un camino de recuperación del formato al ofrecer a un precio muy competitivo, en versión impresa y digital, una publicación que actúa como presentación de las obras y autores y autoras de la editorial. Buen ejemplo es el segundo número dedicado por completo a Óscar Martín.

Pero también hay intentos de recuperar las revistas de toda la vida: Isla de Nabumbu ha sacado la revista de terror KNOX dentro de un proyecto intermedial que incluye colaboraciones de Juan de Dios Garduño, Víctor Cinde, Tamo Castellano, Fausto Galindo y Claudio Sánchez. La portada de Sanjulián nos retrotrae con efectividad a los recordados tiempos del Creepy, evidenciando que el género de terror tiene una serie de claves y recursos (y quizás, suficientes acólitos) que funcionan a la perfección en este formato, como demuestran otras opciones como la revista CTHLHU (Diábolo) o Monster Mash (Fester), la primera ya totalmente consolidada y la segunda dando buenas vibraciones con ese segundo número.

Otras propuestas tradicionales como TMEO o Amaníaco siguen con una mala salud de hierro, intentando lidiar con las dificultades pandémicas (especialmente graves en el caso del TMEO, que se financiaba por la venta en bares y pubs, el sector más damnificado en esta pandemia) buscando nuevas opciones de distribución a través de internet. La propuesta de revista manga con autoría patria de Planeta, Planeta Manga parece consolidarse con bastante éxito, abriendo no pocas posibilidades para el futuro. En esta línea se puede incluir eme21mag, que si bien ha perdido la esencia fundacional de M21, sigue contando con indudables colaboradores y colaboradoras de excelencia, en algunos casos con entregas de calidad brutal, como las de Santiago Sequeiros.

Aunque sin duda, lo que más ilusión nos hizo este año en este capítulo fue ver la efímera resurrección de El Víbora (La Cúpula). Desde el ciberespacio, la mítica cabecera volvió durante unos meses para acompañar los rigores del confinamiento. ¿Se podría soñar con una vuelta de la publicación, aunque solo fuera en el ámbito digital? ¡Quién sabe!

En el apartado de reediciones, me van a permitir no se exhaustivo, porque el listado es, simplemente, inmenso. La reedición se hace un hueco en el ámbito editorial español con un espacio propio y, por lo que parece, sólidamente establecido. Es cierto que las dos iniciativas más amplias de reedición se circunscriben al ámbito superheroico: tanto ECC como Panini siguen una política muy potente de reediciones de material clásico de DC y Marvel, respectivamente, que parece tener buena acogida entre los lectores. Así, hemos visto recopilatorios en diferentes formatos, de más o menos lujo, como las obras guionizadas por el siempre interesante Grant Morrison: La patrulla Condenada, All Star Superman (ECC) o sus New X-Men (Panini). Otros recopilatorios muy recomendables son la revisión en términos de género de terror que hacen Ewing y Bennet El Inmortal Hulk, la divertidísima Hulka de Slott y Bobillo; la contundente Ruinas de Warren Ellis; el Parábola de Stan Lee y Moebius o clásicos ya indiscutibles como La Tumba de Drácula (todos de Panini) o una nueva edición del Dark Knight de Miller. Pero de todas las ediciones de género superheroico, mi preferida ha sido, de lejos, la edición integral del Estela Plateada de Dan Slott y Mike Allred (Panini), a mi entender una de las obras más emocionantes y rendidas al género que han dado los superhéroes en la última década.

Destaca también, obviamente, la labor que está haciendo la editorial Dolmen en la recuperación de clásicos de prensa americanos: a las excelentes ediciones del Príncipe Valiente, El Hombre Enmascarado o Flash Gordon de Raymond, se han sumado indispensables como Terry y los Piratas, Johnny Hazard o Dick Tracy, siempre en cuidadas ediciones que el trabajo de Rafa Marín y Jesús Yugo han convertido en referentes absolutos a nivel mundial. Una línea en la que hay que recordar también la edición en blanco y negro del Príncipe Valiente que hace Manuel Caldas, un trabajo amanuense y artesanal de recuperación de la línea original que ha llegado al último volumen de la etapa de Foster, completando una tarea titánica. El portugués seguirá editando obras clásicas como Casey Rugles o el Tarzán de Russ Maning.

Pero no se han quedado ahí las recuperaciones. Sin duda, una de las más interesantes es la que está haciendo la editorial ECC de las obras de Alberto Breccia. Uno de los grandes maestros del cómic del que hemos visto recuperadas joyas como Drácula, Dracul Vlad? Bah!, Había otra vez… El lado oscuro de los cuentos infantiles, Buscavidas, Sueños pesados o Un tal Danieri (y aquí debo agradecer la oportunidad de prologar la obra de uno de mis autores preferidos, espero que hayan sido una lectura complementaria interesante). La misma editorial es la responsable de la recuperación de la obra de Richard Corben, con obras como La casa en el confín de la tierra, la adaptación de Hogdson y, sobre todo, la magistral Mundo Mutante, uno de los cómics más importantes de los 80. También de esta editorial ha sido la iniciativa de recuperar uno de los clásicos del cómic infantil, Anita Diminuta, de Jesús Blasco.

La editorial Norma también se ha apuntado un buen número de reediciones interesantes, como los integrales de La Mazmorra, de Sfar y Trondheim; el clásico de la ciencia-ficción El rompenieves, de Jacque Loeb y Rochette ;los del divertidísimo Gastón el Gafe de Franquin; nuevas y cuidadas ediciones de Corto Maltés, de Hugo Pratt; el Ernie Pike de Pratt y Oesterheld, una de las grandes obras maestras del género bélico; el riguroso Érase una vez en Francia, de Fabien Nury y Sylvain Vallée, y dos obras fundamentales del género negro en el cómic: el Evaristo de Carlos Sampayo y Solano López y Nestor Burma, Leo Malet y Jaques Tardi.

Otras recuperaciones destacables han sido la de Los casos de Perro Nick, de Gallardo (La Cúpula), todo un clásico del género negro en el irónico Technicolor® de este autor; la extraordinaria y surrealista Mono de trapo, de Tony Millionare (Editorial Barrett), posiblemente el mejor seguidor de Herriman junto a Jim Woodring; el vitriólico Squeak the Mouse de Mattioli (Flugencio Pimentel); la maravillosa El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi (Planeta); el brillante noir 5 el número perfecto, de Igor; la sugerente reflexión sobre la autoría de Es un pájaro, de Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen; la biblioteca de historias de terror de los años 50 que edita Diábolo, que llega a su sexto volumen con Fantasmas o el impresionante despliegue visual de Howard Chaykin en Espadas del cielo, flores del infierno (Yermo Ediciones).


Eso sí, si me pidieran que me quedara solo con una de las reediciones que se han hecho este año, no lo dudaría: el Marcelín de Sempé (Blackie Books). Posiblemente no sea el mejor tebeo de la historia, pero oigan, es el que mejor te deja después de leerlo.

 

Seguro que faltan muchos en este listado, no lo duden, ha sido un año excelente en este apartado también.

Repaso al 2020 (II). Lo mejor (Parte 2)

Como decíamos ayer, este 2020 ha sido uno de los más espectaculares en cuanto a calidad de obras. Tendremos que esperar al tradicional informe de Tebeosfera para saber cómo ha afectado la pandemia al número de novedades anuales, en crecimiento desorbitado durante los últimos años y que, es de esperar, haya sufrido una reducción drástica. Quizás esa reducción ha llevado a las editoriales a intentar salvar el balance económico del año con la temporada de navideña, concentrando en el último trimestre no solo el mayor volumen de novedades, sino apostando claramente por unos lanzamientos estrella que, en otras condiciones, habrían encontrado acomodo en Sant Jordi o el Salón del Cómic. No hay más que comprobar que en el listado de los 40 mejores, casi el 50% son novedades de ese periodo.

Pero el listado de este año podría ser inacabable. Tanto, que me veo obligado a continuar la lista de recomendaciones del año con otras tantas obras que, sin ningún problema podrían entrar en el primer listado. La elección de las 40 mejores, como siempre, responde a criterios personales, pero la calidad de las obras es tan alta, que podría sentirme muy cómodo incluyendo en ese listado inicial cualquiera de las siguientes.

En Imbatible 2 (Base) ya no tenemos la sorpresa, pero Pascal Jousselin sigue exprimiendo las posibilidades del lenguaje del cómic como nadie, logrando que cada página sea un reto compositivo y narrativo original. El niño que, de Juan Berrio (Nuevo Nueve) es un perfecto ejemplo de la exquisita sensibilidad de un autor que puede zambullirse en la nostalgia sin quemarse por sus excesos, logrando que el lector se reconozca y entre en la obra. Manifiestamente anormal (La Cúpula) es una vuelta al espíritu del fanzine combativo con el que Max hace balance de la pandemia. Grano de Pus, de Aroha travé y Rosa Codina (Pus Comix) es uno de los mejores exponentes de que el underground sigue vivo y con una salud de hierro.

Cuaderno Arcaico Muralis (Degomagom) es un apasionante experimento formal de Pablo Auladell, que transforma la ilustración en una herramienta narrativa única. Corredores aéreos, de Etienne Davodeau (La Cúpula) hace una disección despiadada de la decadencia de los cincuenta. Davodeau nos lanza a la cara la nostalgia para que nos demos cuenta de que es imposible vivir en ella. Ya era hora que tuviéramos otra obra de Gabrielle Bell: Todo es inflamable (La Cúpula) es un sugerente relato de la pérdida del pasado a través de un incendio en la casa familiar. La aceptación del propio cuerpo es el tema de dos obras muy distintas pero muy recomendables: P. Mi adolescencia trans, de Fumetti Brutti (Continta me tienes) y Cinzia, de Leo Ortolani (Nuevo Nueve).

Por su parte, Verdad, de Lorena Canotieri (Iliana Editorial) nos lleva a la guerra civil española para desplegar un ejercicio de virtuosismo visual que se convierte en evocador de sentimientos. Tres formas de entender la ciencia ficción muy diferentes: No te vayas sin mí, de Rosemary Valero-O’Conell (Astiberri) es una preciosa historia de amor a través de universos paralelos. Anunnaki, de Vicente Montalbá (Bang Ediciones) se apropia de las conspiranoias y leyendas urbanas para crear una obra que usa su socarrón humor para ir mucho más allá.

XTC69, de Jessica Campbell (Astiberri) lleva la lucha feminista al espacio interestelar con humor y una muy recomendable mala leche. Mi retiro, de Abraham Martínez (Bang) es historia ficción que se pregunta sobre las muchas teorías de la supervivencia de Adolf Hitler. Con La ciudad de cristal (Impedimenta), Isabel Greenberg sigue su indagación incansable de la relación de la humanidad con sus ficciones, esta vez fijándose en el universo literario las hermanas Brontë. El chico de los ojos de gato (Satori) recupera al maestro del terror nipón, , Kazuo Umezz, con una obra que genera inquietud en cada página.

¿Me estás escuchando?, de Tillie Walden (La Cúpula) certifica a su autora como una de las voces más sugerentes e interesantes del cómic americano actual y una de las autoras que mejor lleva al papel las relaciones personales. La soledad del dibujante, de Adrian Tomine (Sapristi) es un divertido retrato de la vida cotidiana del dibujante, de sus inseguridades, miedos y buenos momentos. Todo lo que hace Tom Gauld es recomendabilísimo, pero siento debilidad por sus tiras que reflexionan sobre la ciencia, recopiladas en El Departamento de Teorías alucinantes (Salamandra).

Alpha Decay se apunta el debut de Keiler Roberts en nuestro país con Isolada, una obra de apariencia sencilla sobre la vida cotidiana, pero que lanza al lector retos de reflexión escondidos con un humor tan sutil como efectivo. El humano, de Diego Agrimbau y Lucas Varela (La Cúpula) es una eficaz historia de ciencia-ficción que entronca con las enseñanzas de los Humanoides. En Transparentes. Historias del exilio colombiano (Astiberri) Javier de Isusi explora al realidad de un exilio impuesto, denunciando desde el compromiso y la honestidad una situación terrible. Subnormal, de Fernando Llor y Miguel Porto (Evolution Comics) parte de la experiencia personal de Iñaki Zubizarreta para construir una contundente historia contra el buying en las aulas, una obra necesaria.

Box, de Daijiro Morohoshi (Satori) es un sorprendente juego de espejos, un rompecabezas donde los mayores terrores son los que esconde siempre el ser humano. El dificil mañana, Eleanor Davis (Astiberri) es una sugerente reflexión sobre el futuro, que se aleja de las distopías habituales para entrar en terrenos más inquietantes, el de un futuro posible.  La tercera parte de García, de Santiago García y Luis Bustos (Astiberri) es la mejor de todas hasta ahora: un divertido homenaje a uno de los personajes clásicos del cómic español sirve como acerada herramienta de análisis de la actualidad. Bowie, de Steve Horton, Michael Allred y Laura Allred (Norma Ed.) es un festival visual en manos de los Allred, un homenaje irredento al músico disfrutable en cada página. Catorce de julio, de Bastién Vivés y Martin Quenehen (Diábolo) aporta una sugerente reflexión sobre el nivel de histeria que vive la sociedad en el temor al otro, al diferente.

Multimillonarios, de Darryl Cunnignham (Evolution) es un recorrido por las personalidades de las mayores fortunas del mundo y, también, un inquietante paseo por la desigualdad y los modelos que esta sociedad patrocina. #2, de José González (Spaceman Project) repite esquema de la anterior entrega y logra lo que busca: un viaje a alas entrañas de la creación que permite ver las bambalinas del autor. Dementia 21, de Shintaro Kago (Ponent Mon) puede parecer a simple vista una de las obras más “suaves” del autor, pero la divertidísima sátira que plantea es una bestial crítica de la sociedad actual y de cómo tratamos a nuestros mayores. Rosie en la jungla, de Nathan Cowdry (Fulgencio Pimentel) es una de las sorpresas de la temporada, una irónica y perversa revisión de la aventura desde las bases de la cultura popular más ingenua e infantil.

Galdós y la miseria, de El Torres y Alberto Belmonte (Nuevo Nueve) es una interesante aproximación a la biografía del literato desde la ficción. Por su parte, Estela Plateada: Negro, de Tradd Moore y Donny Cates (Panini) parte de un argumento canónico del superhéroe para buscar la experimentación a través de un dibujo que retrotrae a la psicodelia. Alois Nebel, de Jaroslav Rudis y Jaromir 99 (Gallo Nero) es una interesante y compleja aproximación a la situación y realidad de las naciones ocupadas por la URSS durante los años 60. En el terreno de los superhéroes, interesante Regreso del caballero oscuro, El chico dorado, de Frank Miller y Rafael Granmpá (ECC), que devuelve al personaje por un camino de evolución más lógico e interesante que DKIII. Sin olvidar La Gran Novela de los 4 Fantásticos, de Tom Scioli (Panini), que sigue el camino de Piskor con los mutantes novelando la larga tradición del grupo fundador de Marvel al mejor estilo de la Gran novela americana, o la espectacular labor de Javier Rodríguez en La historia del Universo Marvel, sobre guiones de Mark Waid (Panini).

También muy sugerente la reescritura del personaje que plantea Daniel Warren Johnson en Wonder Woman: Tierra Muerta (ECC Ediciones), jugando con el origen mitológico y nuevas líneas argumentales postapocalípticas. Y muy, muy refrescante la línea Young Adult de DC que está editando la Editorial Hidra en España, con obras tan divertidas como el ¡Hola, liga de la justicia!, de Michael Northrop y Gustavo Duarte o la muy interesante Harley Quinn. Cristales Rotos, de Mariko Tamaki y Steve Pugh.

La medicina gráfica ha tenido un gran impulso este año en nuestro país con la aparición de la editorial Saludarte, que ha publicado la fundacional Un mal médico, de Ian Williams y la emotiva honestidad de El cáncer de mamá, de Brian Fies. Una línea en la que bien se podría incluir La traición de lo real, de Céline Wagner (Ponent Mon), sobre la esquizofrenia de Unica Zürn.

El cómic de temática social también ha tenido un buen año: a los muchos ya citados hay que añador, sin duda, Habla María, de Bef (Astiberri), el relato del autor sobre su hija autista; Todas nosotras, Elisabeth Casillas e Higia Garay (Astiberri), sobre la lucha contra las leyes antiaborto en EL Salvador;  Homo Machus, de Javirroyo (Lumen), una divertídisima y vitriólica reflexión sobre el machismo que todavía inunda nuestra sociedad; Ofensiva Final, de Miguel Ángel Giner y Susana Martín (Dolmen) una curiosa aproximación a la realidad de Centroamérica desde una ficción próxima; Todos nazis, de Aleix Saló (Reservoir Books), que vuelve a mostrar su lucidez a la hora de analizar el auge de la ultraderecha en Europa; Memoria de una guitarra, de Román López Cabrera (Evolution), que analiza la relación de la música con la lucha antifranquista o La máquina que nunca duerme, de Ivan Grennberg, Everett Patterson y Joseph Canlas (Flow Press), inquietante ensayo sobre la vigilancia que se ha impuesto en nuestra sociedad. De agradecer es siempre recuperar el excelso barroquismo de Sergio Toppi en Americania (Ponent Mon), pura experimentación narrativa. Una experimentación que está en la esencia de Dúplex, de VV.AA: (Marmotilla Ediciones), una interesante antología sobre el diálogo entre poesía y cómic; o en el sugerente Dormir es morir, de Gabri Molist (Bang Ediciones) que se zambulle en el onirismo desde fondo y forma.

Bueno es siempre encontrarse con las continuaciones de series estimables como la tercera y última entrega de Epiphania, de Ludovic Debeurme (Kraken Cómics), excelente obra de ciencia-ficción, o la segunda de Pepino Héroe de leyenda. El reino de las olas, de Gigi DG (La Cúpula), un delicioso tebeo infantil de aventuras. O encontrarse con autores a los que da gusto seguir, como Nadar que se une a Julian Frey en la apasionante El cineasta (Astiberri), sobre la vida de Édouard Luntz; Fidel Martínez, que demuestra la potencia y expresividad de su trazo en Sarajevo Pain (Norma Ed.); a Miguelanxo Prado en el muy divertido El Pacto del Letargo (Norma Editorial); Rayco Pulido en Ida y vuelta (Ediciones Idea) o Salva Rubio y Ricard Efa en Django (Norma Ed)

La autoedición también ha sido potente este año: no hay que olvidar obras tan interesantes como la potente Dios, Patria, Fueros y Altsasu, de Elias Taño; la sorprendente Triatlón, Marta Cartú; el didáctico y no menos divertido Como hacer un cómic sin puta idea, de Javier Marquina y Rosa Codina o la deslumbrante La villa luminosa, de maría Ramos, Pepa Prieto Puy y Ana Galvañ.

Y como todo esto deberían comprarlo en una librería, no está de más conocer el mundo interno de las libreras, aunque sean japonesas, con la delirante La librera calavera, de Homda-San (Fandogamia).

Mañana, más, con una selección de las espectaculares reediciones que se han hecho este año y de las interesantes revistas que han aparecido.

Repaso al 2020 (I): Lo mejor (Parte 1)

No sé cómo recordaremos este año 2020 que ha pasado. ¿”El año de la pandemia”?¿”El año de coronavirus”?¿”El annus horribilis”?¿”El año del teletrabajo”?… Cualquiera sabe, la imaginación humana es incansable y los departamentos de mercadotecnia, más, por lo que imagino que todas las secciones de marketing de las grandes multinacionales estarán ya buscando un nombre pegadizo que se quede adherido a nuestras meninges para poder usarlo en sus campañas. Mientras, los de a pie, supongo que todavía estamos intentando entender qué ha pasado. Mientras escribo esto, las cifras de contagios y muertos crecen a ritmo endiablado mientras la esperanza de la vacuna parece ya tocarse con la punta de los dedos, en un paradójico equilibrio entre el apocalipsis y el feliz de THE END de una película a olvidar. Hemos vivido un entrenamiento del fin del mundo extraño, que tira por tierra todas las profecías del género apocalíptico para quitar del centro del desastre la lucha por la supervivencia y poner el foco en el lineal de papel higiénico de los supermercados y la conexión de banda ancha. Supongo que en las próximas películas postapocalípticas veremos un desastre más doméstico y cotidiano, con mensajeros de Amazon moviéndose a placer entre una ciudad en ruinas donde, eso sí, se sigue viendo Netflix y HBO.
La realidad nos ha vuelto a recordar que, en caso de desastre, los héroes llevan uniformes de servicio público y no mallas ajustadas y que, al final, la ciencia será la que salve a la humanidad, sin épica ni fanfarrias. Ni reconocimiento, como es habitual, pero con horas y horas de trabajo.

Mientras, hemos visto como la cultura, la denostada y olvidada cultura, ha dado todo lo que podía de sí para acompañar los momentos más duros. Ha olvidado durante meses que ha sido uno de los sectores más machacados por la pandemia y el confinamiento para compartir con generosidad su creatividad en unas redes sociales que pasaron de estigmatizadas a salvadoras de una sociabilidad impedida. De golpe, nos hemos digitalizado no solo en el trabajo, sino en el consumo de la cultura, cambiando hábitos y costumbres. Veremos cómo afecta al sector del cine, con unas salas tocadas de muerte sustituidas por pantallas de 65” y sofá, pero más complejo será ver cómo afecta a un mundo editorial que lleva una década sin rumbo, perdido entre la llegada de lo digital en todas sus formas, de la distribución al consumo. Resulta difícil saber si estos meses de consumo digital obligado dejarán poso y cambiarán radicalmente nuestra forma de leer, pero lo cierto es que editoriales y librerías han vivido un golpe que puede ser mortal, mientras autores y autoras ven como su perenne situación de debilidad se agudiza.

Complejo panorama industrial que contrasta, paradójicamente, con la calidad de lo editado en este 2020. Llevo varios años hablando de la buena calidad de lo que se edita, pero este 2020 ha sido, sin duda, el mejor año de la década que acaba. Pero, sobre todo, ha sido el mejor año para el cómic español desde hace muchísimo tiempo: jamás se ha concentrado tanta y tan buen nivel en los tebeos producidos en nuestro país. En mis listas, nunca el cómic español había acaparado el 50% de la lista de mejores del año y el 70% de los 10 primeros puestos. Una selección que tengo que aumentar a 40 elegidos y que me obliga a hacer dos entregas de lo mejor, porque hay otros tantos tebeos que creo destacables.

No me enrollo más. Como siempre, el aviso de rigor: esto es una selección de mis mejores lecturas que será, por supuesto, discutible y muy posiblemente intransferible. No es un canon ni lo pretende, solo una guía personal de mi gusto, por supuesto, y en el que estoy convencido que faltarán muchas obras que no he podido leer pese a que ha sido un año récord en lecturas.

Eso sí, me permitirán hacer este año un pequeño bloque extra por lo extraordinario del año. Dicho esto, comienzo mi listado:

Los tebeos del confinamiento

Los días del confinamiento han sido y serán los más extraños de nuestras vidas. Y, como siempre, el cómic ha sido uno de las artes que más agilidad ha demostrado en plasmar esa extraña vivencia. Primero fue a través de redes sociales, en webcómics, en instazines, que iban produciéndose en tiempo real, y que compartían con todos los lectores los sentimientos y sensaciones de esos días. Las editoriales se han dado prisa en recopilarlos, pero creo que cuatro son especialmente importantes. El primero, ConVIvienDo 19, de David Ramírez (Norma Editorial), maravilloso y emocionante relato de un sufrimiento en el que se puede reconocer media humanidad. Ramírez expresa el desconcierto, la inquietud y el miedo por la enfermedad que estaba pasando su marido. Y nos arrastró a todos detrás, llorando con él, alegrándonos con él, descubriendo que lo que se estaba viviendo en muchos hogares era un drama compartido. Días de alarma, de Víctor Coyote (Salamandra Graphics) es una reflexión acerada sobre una realidad cambiante y mutable, que no mira la intimidad del hogar sino la reacción de la sociedad, de una política que no supo nunca estar a la altura, con la rabia del dolor por la tragedia. Por su parte, Algo extraño me pasó de camino de casa, de Miguel Gallardo (Astiberri) podría ser la fusión de ambas perspectivas. Gallardo sufrió una enfermedad gravísima, un tumor cerebral, en medio del mayor desastre sanitario que ha vivido el planeta en décadas. Y solo él es capaz de contarlo con la lucidez que proporciona el humor, con un sentido común aplastante y conectando con el lector con facilidad aplastante. Por último, El murciélago se va de birras, de Álvaro Ortiz (Astiberri) es la expresión de esa generosidad autoral que nos tuvo a todos y todas entretenidos, olvidando durante unos minutos el drama para esperar todos los días, durante casi dos meses, esas cuatro viñetas de genial locura improvisada.

 

Lo mejor del año

 

  1. Regreso al Edén, de Paco Roca (Astiberri)
  2. Primavera para Madrid, de Magius (Autsaider)
  3. Mis cien demonios, de Lynda Barry (Reservoir Books)
  4. Orlando y el juego 5: Cheminova, de Luis Durán (Diábolo)
  5. Yo, Mentiroso, de Antonio Altarriba y Keko (Norma Editorial)
  6. Coñodramas, de Moderna de pueblo (Zenith)
  7. Es hoy, de Carlos Giménez (reservoir Books)
  8. Matadero cinco, de Ryan North y Albert Monteys (Astiberri)
  9. A través. El universo de un hombre, de Tom Haugomat (Pipala)
  10. Barrios, bloques y basura, de Julie Wertz (Errata Naturae)
  11. Llamarada, de Jorge González (ECC)
  12. La esperanza pese a todo (II), de Émile Bravo (Dibbuks)
  13. Mis queridos difuntos, de Lorenzo Montatore (Sapristi)
  14. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, de Shin’ichi Abe (GalloNero)
  15. Este era el lugar, de Chris Reynolds (Libros Walden)
  16. Las varamillas, de Camille Jourdy (Astronave)
  17. Un tributo a la tierra, de Joe Sacco (Planeta)
  18. Siempre tendremos 20 años, de Jaime Martín (Norma Editorial)
  19. Pompeio, de Andrea Pazienza (Fulgencio Pimentel)
  20. Como un verde, libro verde, de Julia Huete (autoedición)
  21. Cassandra Darke, de Possy Simmonds (Salamandra Graphic)
  22. La cólera de Baudelaire, de Laura Pérez Vernetti (Luces de Gálibo)
  23. Myrdin, de Jorge García y Gustavo Rico (Norma)
  24. Heimat, de Nora Krug (Norma Editorial)
  25. Sunny Sunny Ann!, de Miki Yamamoto (Astiberri)
  26. Cheese, de Zuzu (Barbara Fiore)
  27. Tierra Muerta, de Don Rogelio (Autsaider)
  28. La Cólera, de Santiago García y javier Olivares (Astiberri)
  29. Aspirina, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel)
  30. El buen padre, de Nadia Hafid (Sapristi)
  31. Esto no está bien, de Irene Márquez (Autsaider)
  32. Del Trastévere al Paraíso, de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya (Reservoir Books)
  33. Blueberry: Rencor Apache, de Joann Sfar y Christophe Blain (Norma Editorial)
  34. Preferencias del sistema, de Ugo Bienvennu (Ponent Mon)
  35. Devastación, de Julia Gförer (Alpha Decay)
  36. Naftalina, de Sole Otero (Salamandra Graphic)
  37. Historia del arte II, de Pedro Cifuentes (despertaferro)
  38. Astenia, de Andrés Tena (Bang Ediciones)
  39. Hey, Kids!, de Howard Chaykin (Dolmen Editorial)
  40. La espiral, de Aidan Koch (AIA Editorial)
  41. Tarde en MacBurger’s, de Ana Galvañ (Apa Apa Ediciones)

 

No hay sorpresa posible este 2020. Regreso al Edén, de Paco Roca es la mejor obra del año, rotunda, redonda. La reflexión sobre la construcción de la sociedad a través de la memoria individual que propone Roca es fascinante y llena de pequeños caminos por los que perderse. Sin duda, uno de los mejores tebeos de este siglo y uno de los mejores de la historia del tebeo español. Por su parte, en Primavera para Madrid Magius hace un ejercicio de sátira perfecto desde lo que podríamos denominar una falsa ficción documental, que supone uno de los relatos más demoledores sobre la corrupción política que nunca haya leído. El magisterio autoral de Lynda Barry se extiende porcada una de las páginas de Mis cien demonios, un maravilloso retrato de las pequeñas cosas que componen la personalidad humana, esos recuerdos que pueden ser demoníacos o angélicos, puede que incluso inventados, pero que forman parte de nosotros. Con la quinta entrega de Orlando y el juego, Cheminova, Luis Durán cierra una de las sagas más ambiciosas del cómic hispano y, a la vez, una de las más sorprendentes y apasionantes indagaciones sobre cómo la cultura popular nos influye, nos crea y nos define. Para Durán, la cultura popular es la esencia de la humanidad, y su largo camino por estos cinco volúmenes desvela la tupida telaraña que nos envuelve y que nos atrapa con gusto.

Para el final de la Trilogía del Yo, Antonio Altarriba y Keko deciden centrarse en la mentira. Una cualidad humana que en Yo, Mentiroso resulta estar ligada a la política que hemos vivido estos últimos años. Y el resultado, como no podía ser menos, es un puñetazo directo al estómago de una sociedad anestesiada ante una realidad bochornosa. Coñodramas, de Moderna de pueblo, es una brillante e inteligente conexión del feminismo con la cultura popular, que sigue la línea de su obra anterior con indudable acierto, combinando la reflexión desde el relato personal, pero apostando esta vez por una compleja apuesta narrativa que entronca esos pensamientos con la plasmación de los estereotipos en la cultura popular, en una atractiva y eficaz mezcla.

Con Es hoy, Carlos Giménez cierra su reflexión sobre el ocaso del autor. La trilogía compuesta por esta obra junto a Crisálida y Canción de Navidad es de una dureza demoledora en la visión que hace de su propia carrera, de su existencia. No hay piedad en esa mirada que lanza desde los 80 años a su pasado, con ese magisterio narrativo que atrapa al lector por las tripas, obligándole a imaginar su propio futuro, a reflexionar sobre la vida y la muerte. Adaptar a Kurt Vonnegut no es tarea fácil, pero atreverse con Matadero cinco es una labor casi suicidad que Ryan North y Albert Monteys han conseguido superar no solo con nota, sino consiguiendo hacer suyo el críptico relato original, en el que es sin duda uno de los mejores tebeos de ciencia-ficción de los últimos años. A través. El universo de un hombre, de Tom Haugomat es una de las grandes sorpresas del año, un juego narrativo osado, que analiza ese extraño y sutil mecanismo que transforma la realidad en recuerdo. Uno de los tebeos más sugerentes que servidor recuerda. No deja ese espacio de experimentación Barrios, bloques y basura, de Julie Wertz, que recorre las calles de Nueva York para hacer protagonistas a los lugares menos conocidos, a las calles, los callejones y los rincones que nunca salen en las fotos, proponiendo una juego temporal insólito que obliga a la reflexión.


Llamarada es la confirmación de la genialidad de Jorge González, que investiga su pasado generando sensaciones y sentimientos desde el simbolismo de texturas y colores. Mis queridos difuntos, es una brutal sátira de Lorenzo Montatore que transforma la influencia de la escuela clásica de Bruguera en una herramienta demoledora para reflexionar sobre el ser humano. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, de Shin’ichi Abe traslada al lector la desesperación de una vida que no encuentra sentido. Todo un acierto recuperar en Este era el lugar la arriesgada obra de Chris Reynolds, siempre en el límite de un surrealismo inquietantemente próximo.

Las varamillas, de Camille Jourdy es una obra deliciosa, un tebeo dedicado a pequeños de 9 a 99 años que quieran recuperar ese espíritu libre de la Alicia de Carroll o la Chihiro de Miyazaki. Con Un tributo a la tierra, Joe Sacco explora las complejas y contradictorias realidades de la extracción de petróleo que está afectando a los pueblos indígenas del norte del Canadá. Siempre tendremos 20 años cierra la indagación que Jaime Martín hizo sobre su familia y le toca el turno a él mismo, arrastrando a toda mi generación detrás. Pazienza es uno de los grandes autores de todos los tiempos y Pompeio es un grito desesperado, una pequeña ventana abierta a una de las personalidades más complejas y fascinantes que ha dado el noveno arte.  

Julia Huete está definiendo una forma de entender el cómic desde la experimentación y la poesía gráfica que se expande y encuentra camino propio en Como un verde, libro verde. Qué decir de Possy Simmonds, que con Cassandra Darke lanza dardos envenenados al mundo del arte moderno sin perder por un momento la fuerza del mejor thriller. En La cólera de Baudelaire, Laura Pérez Vernetti sigue explorando la traslación de la poesía al cómic con uno de los grandes de la poesía francesa. Y mucho de poética tiene Myrdin, donde Jorge García y Gustavo Rico reimaginan con pasión la mitología artúrica.

Heimat, de Nora Krug es un relato que destaca por la honestidad de su autora a la hora de analizar un pasado tan complejo como el de la Alemania nazi y sus sombras. Sunny Sunny Ann!, de Miki Yamamoto es un road comic que supura libertad contagiosa por cada una de sus viñetas. Si antes hablábamos de Pazienca, puede que una de sus grandes herederas sea Zuzu, que firma en Cheese un extraordinario relato generacional. Tierra Muerta certifica a Don Rogelio como una de los voces superdotadas del cómic patrio. La Cólera demuestra el buen equipo formado por García y Olivares, que realiza un trabajo soberbio en su recreación de La Iliada.

Y quien no necesita certificación es Joann Sfar, que vuelve en Aspirina al delicioso universo del Vampiro Ferdinand. Sólido y sugerente estreno en el relato largo de Nadia Hafid, que con El buen padre firma una interesante introspección en la realidad ocultada de la inmigración. Esto no está bien, de Irene Márquez machaca correcciones políticas y demás sandeces con la fuerza aplastante del humor bestia y sangriento más irreverente. En Del Trastévere al Paraíso, Felipe Hernández Cava reflexiona sobre el terrorismo y sus incoherencias, perfectamente entendido por una brillante Antonia Santolaya.

Sfar y Blain tuvieron claro que continuar a Giraud era imposible y afrontan en Blueberry: Rencor Apache una sensacional reescritura del personaje deudora de Jijé. Preferencias del sistema presenta en España a Ugo Bienvennu uno de los autores más sugerentes del nuevo cómic de ciencia-ficción. Devastación, de Julia Gförer, lleva a los tiempos de la peste reflexiones que son fácilmente trasladables a los mundo de hoy, mientras que Naftalina, de Sole Otero recupera la realidad argentina desde la memoria íntima.

En Historia del arte II, Pedro Cifuentes sigue demostrando la validez del cómic como lenguaje didáctico desde el humor y la pasión por enseñar. Astenia, de Andrés Tena es uno de los debuts más atractivos de los últimos años, un autor de estilo personalísimo con propuestas muy interesantes.

Difícil que se pueda hacer una revisión de la historia del cómic americano más vitriólica que la que firma Howard Chaykin en Hey, Kids!. La espiral supone el estreno en España de Aidan Koch, fascinante exponente de la poesía gráfica más atrevida. En Tarde en MacBurger’s, Ana Galvañ juega con la ciencia ficción para indagar en atrevidas propuestas formales que hacen del color un elemento protagonista y narrativo.

Y estos son los cuarenta más destacados. Mañana, otros tantos no menos interesantes…

ACTUALIZACIÓN:
Acabo de incluir una imperdonable falta en este listado: la excepcional segunda entrega de La esperanza pese a todo, de Émile Bravo (Dibbuks), que continua su implacable reflexión sobre la guerra y el ser humano a través de los famosos personajes de Rob-Vel.

Repaso al 2019 (II): Clásicos y reediciones

Las reediciones siguen siendo un buen termómetro del momento actual del cómic: en una industria cultural mediatizada por la novedad de consumo rápido a golpe de like como única reflexión, la recuperación de las obras clásicas es una anómala situación que mide en cierta medida el interés de los lectores por los referentes de las lecturas actuales y un nicho de rentabilidad que la industria ha encontrado, lo que podría leerse tanto como indicativo de cierta salud socioeconómica (y cultural), como de rendición al tsunami nostálgico. Ambas posibilidades pueden ser ciertas, y aunque se puedan retroalimentar, creo que estamos más en la línea de la primera con matices de la segunda: muchos lectores y lectoras que habían renunciado a seguir leyendo cómic por sus consideraciones peyorativas, vuelven a él con el arrastre de la nostalgia para descubrir un arte que ya estaba en plenitud hace décadas y del que pueden estar orgullosos.

Sin duda, la industria española ha apostado por la reedición de material de forma abierta y entregada: el ejemplo de editoriales como Panini o ECC, lanzadas a una intensa y sistemática recuperación de las ediciones de Marvel y DC pueden ser un buen ejemplo, ya consolidadas entre los aficionados como una oportunidad excelente para conocer las obras que han apuntalado el género a lo largo del tiempo. Panini, por ejemplo, ha apostado por obras que van desde la esperada reedición de La espada Salvaje de Conan a la colección de Marvel Facsimil pasando por la ya establecida colección Marvel Gold, que este año ha editado nada más y nada menos que Los nuevos mutantes de Claremont y Sienkiewickz o Las historias jamás contadas de la Patrulla X de Claremont y Bolton, incluyendo nuevas colecciones como la recuperación del Parábola de Moebius y Stan Lee. ECC, por su parte, sigue recuperando clásicos de la línea Vértigo como Preacher, Sandman o Animal Man, así como nuevas ediciones de clásicos como Watchmen o V de Vendetta en ediciones en BN que permiten admirar el dibujo de Gibbons o Lloyd.
Resultado de imagen de mata hari marika vilaUna política editorial que podemos encontrar en casi todas las editoriales, desde Reino de Cordelia, que opta por la recuperación de clásicos modernos del cómic patrio como Modotti, de Angel de la Calle a Brian the Brain, de Miguel Ángel Martín a nuevas editoriales que apuestan decididamente por la reivindicación de clásicos, como Isla de Nabumbu que ha editado los necesarios Viaje al infierno de Auraleón o Mata Hari de Marika Vila. Trilita sigue fiel a la edición de la obra de Beà con la magistral Peter Hipnos, mientras que Astiberri tampoco ha faltado a esta línea, con recuperaciones de clásicos modernos como El Silencio de Malka, de Jorge Zentner y Rubén Pellejero, En busca del unicornio, de Emilio Ruiz y Ana Miralles, Charlie Moon, de Horacio Altuna, o los integrales de El Vecino de Santiago García y Pepo Pérez. El cómic europeo también ha estado presente con recuperaciones de los maravillosos clásicos de Franquin (Spirou por Dibbuks y Gastón el gafe por Norma), obras como el Verano Indio de Pratt y Manara (Norma), Jonas Fink de Giardino (Norma), Corre, Zanardi, de Andrea Pazienza (Fulgencio Pimentel, que se ha marcado un espectacular catálogo de Ceesepe, con recuperación de parte de sus cómics) o el magistral El joven Alberto, de Yves Chaland (Dibbuks), sin olvidar la apuesta por la nouvelle BD con los integrales de La Mazmorra de Sfar y Trondheim (Norma) e Isaac el Pirata, de Blain (Norma) o la Guerra de Alan de Guibert y el Epiléptico de David B (ambas por Salamandra Graphic). El manga tampoco ha sido ajeno, con espectaculares ediciones de la obra de Tezuka (Astroboy, por Planeta) o el Akira de Katsuhiro Otomo (Norma).

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Pero, sin duda, una de las mejores noticias ha sido la consolidación y continuidad de la colección Sin Fronteras de la editorial Dolmen. Bajo la dirección de Rafa Marín y el indispensable trabajo técnico de Jesús Yugo, la colección ha incorporado este año obras fundamentales del cómic de prensa como Terry y los Piratas, de Milton Caniff, Johnny Hazard, de Frank Robbins o el Flash Gordon de Dan Barry, continuando las ediciones de Prince Valiant, The Phantom o Mandrake. Extraordinarias que avanzaban un género de aventuras adulto y de calidad ya en los años 50. No es una afirmación baladí: deben leerse no desde la perspectiva de hoy, sino desde la necesaria contextualización temporal, comparando con otros productos culturales de la época. Miren ustedes grandes de la aventura en el cine como La diligencia o Fort Apache, de Ford; Río rojo o El enigma de otro mundo, de Hawks; las películas de Mamoulian, Curtiz, Boetticher o Vidor no se alejan en su visión del género y en la forma de definir y tratar a los personajes de lo que estaba ocurriendo en el cómic de prensa coetáneo. Incluso se puede afirmar sin rubor, como indica Marín -con el que coincido- que la forma de abordar la aventura en el cine a partir de los 70 está muy influenciada por la obra de Barry y Robbins durante los 50 y 60. Tratar estas obras de “infantiles” es un error de apreciación muy común, en el que yo mismo caigo: aunque las pudieran leer niños -yo mismo las leí de niño-, su objetivo era el entretenimiento de cualquier lector de su época, con claros guiños que son propios del lector adulto de los años 30, 40 o 50 (un ejemplo evidente es la correlación con la situación política mundial de Terry y los piratas, que se convirtió en el mejor informador de la guerra chino-japonesa). Incluso la ciencia-ficción de Flash Gordon, que en la etapa de Raymond era claramente deudora de la fantasía Pulp, en la singladura de Barry se homogeiniza con la literatura de género de la época, considerada ya definitivamente adulta. ¿Por qué el cómic siguió siendo considerado infantil? Evidentemente porque la cultura seguía ignorando la realidad de un medio que debía enfrentarse todavía a los prejuicios, pero que era totalmente comparable al resto de expresiones culturales de su época y, en algunos casos, se avanzaba.

 

Repaso al 2019 (I): Lo mejor

 Resulta curioso decir que los tebeos que más me han emocionado en este 2019 no han sido publicados en papel, pero la realidad es esa: las exposiciones Viñetas desbordadas, de Max, Sergio García y Ana Merino y El dibuixat, de Paco Roca han sido un punto de inflexión absoluta en mi forma de entender esa trinidad extraña en la que milita el cómic como arte, medio y lenguaje. Me han fascinado rompiendo todo esquema y preconcepción, toda idea que tuviera sobre el noveno arte se ha quedado corta y me han demostrado que el cómic es un lenguaje con unas posibilidades artísticas y mediáticas por explorar, del que apenas vislumbramos la punta del iceberg. Ha dejado atrás cualquiera de las tradiciones y estériles discusiones bizantinas en las que se enquista en mundillo (“novela gráfica”, “esto no es un cómic”…) para centrarnos en las infinitas preguntas que quedan por contestar, muchísimo más apasionantes. Le dedicaré una larga entrada a este tema, aprovechando que tuve la suerte de estar vinculado estrechamente a una de ellas.
Dejemos las posibilidades y vayamos a las realidades de papel, ya sea analógico o virtual. Como ya es habitual en los últimos años, hacer un listado de “lo mejor del año” comienza a ser labor imposible: pese a que creo que he leído más cómics que nunca (creo que he leído entre 450 y 500 tebeos, auténtico récord, muchos más si contamos las infinitas reediciones que ya había leído), tengo la sensación de que apenas es una mínima fracción de lo publicado. Lo que me lleva a pensar que todas estas listas pierden su sentido, ya no son una visión personal y subjetiva de los mejores cómics del año: son un simple listado de prejuicios, los que he tenido al hacer mi selección previa de lecturas. Quizás por eso, tengo la impresión de que la calidad media de las lecturas ha sido muy alta, aunque quizás sin obras que me estremezcan, que me quiten la respiración y me dejen maravillado. Vale, acepto que con la edad se pierde la capacidad de fascinación y nos instalamos en cierto escepticismo existencial, pero siempre ha habido una obra que te rompía esquemas mentales, que te sacaba de los márgenes establecidos para encontrar nuevos caminos. Es verdad que ha habido obras soberbias -ojo a las tres primeras de la lista-, pero incluso el siempre reverenciado Chris Ware, que firma una verdadera joya indiscutible con Rusty Brown… no me ha sorprendido. No os equivoquéis: es impresionante lo que hace y, como es habitual en él, encuentra nuevos recursos narrativos en cada página, lo que hace la lectura apasionante…pero tengo cierta sensación de “ya leído” (lo que no deja de ser cierto: llevo siguiendo la edición americana de ACME desde sus inicios, así que casi el 75% del libro lo había leído, pero no es por eso) que me fastidia.  No me malinterpretéis: es una impresión subjetiva y personal, los tebeos que voy a citar en esta lista son en muchos casos, extraordinarios, algunos de ellos, auténticas obras maestras del cómic moderno. Y ha habido sorpresas, por supuesto, obras que rompían esquemas y que abrían camino para la reflexión sobre el lenguaje del cómic (ahí está el Cadencia de Massó o el Imbatible de Jousselin).

No me hagáis demasiado caso, el turrón niebla mis neuronas. Vamos a la lista de Lo mejor del año 2019 de La Cárcel de Papel (con las típicas advertencias: es una lista personal e intransferible y, por tanto, que cada cual la use de acuerdo a sus gustos y apetencias y siempre bajo el seguimiento profesional de su librero/a preferido, que luego vienen las quejas).

Este año, una referencia especial a lecturas que no han sido traducidas al castellano: la sensacional Nancy, de Olivia Jaimes (https://www.gocomics.com/nancy). Una puesta al día de la obra maestra de Bushmiller que sabe ser fiel a ese estilo tan particular, pero desde una perspectiva moderna en sus planteamientos. Brillantísima serie que esperemos se vea por aquí algún día.

Respecto a la lista de tebeos publicados en España, este año me ha costado mucho hacer la selección: como ya he dicho, quizás las tres primeras del listado se encuentran claramente muy por encima de las demás, pero el resto de obras tienen un nivel excelente y homogéneo que hace muy, muy complicado decidir cuál entra o no, en una especie de inmenso ex aequeo de imposible jerarquización.

  1. ¿Es así como me ves?, de Jaime Hernández (La Cúpula)
  2. Ventiladores Clyde, de Seth (Salamandra Graphic)
  3. Rusty Brown, de Chris Ware (Reservoir Books)
  4. Vidas paralelas, de Olivier Schrauwen (Fulgencio Pimentel)
  5. Bezimena, de Nina Bunjevac (Reservoir Books)
  6. Mi vida en barco, de Tadao Tsuge (Gallo Nero)
  7. En un rayo de sol, de Tillie Walden (la Cúpula)
  8. La esperanza pese a todo, de Émile Bravo (dibbuks)
  9. La noche que llegué al castillo, de Emily Carroll (Sapristi)
  10. Gràfica Radiant, diari ARA
  11. Inframundo, de Pep Brocal (Astiberri)
  12. Cadencia, de Roberto Massó (Fosfatina)
  13. Niño prodigio, de Michael Kupperman (Blackie Books)
  14. Sabrina, de Nick Drnasso (Salamandra Graphic)
  15. Intisar en el exilio, de Pedro Riera y Sagar Fornies (Astiberri)
  16. El Buscón en las Indias, de Guarnido y Ayrolés (Norma Editorial)
  17. El último faraón, de François Schuiten, Van Dormael, Gunzig y Durieux (Norma)
  18. Tú, una bici y la carretera, de Eleanor Davies (Astiberri)
  19. En otro lugar, un poco más tarde, de David Sanchez (Astiberri)
  20. Diario de Italia, David B (Impedimenta)
  21. Guy, retrato de un santo bebedor, de Ruppert, Mulot y Olivier Schrauwen (Fulgencio Pimentel)
  22. Mi amigo Luis, Carlos Giménez (Reservoir Books)
  23. Palimpsesto, de Wool-Rim Sjöblom (Barbara Fiore Editora)
  24. Imbatible, Pascal Jousselin (Editorial Base)
  25. Tomar refugio, Zeina Abirached y Matthias Enard (Salamandra Graphic)
  26. El cuidado de los pájaros, de Francisco Sousa Lobo (Reservoir Books)
  27. Intensa, de Sole Otero (Astiberri)
  28. Piratas del Multiverso, de danixove (Instagram)
  29. Ocultos, Laura Pérez (Astiberri)
  30. La mentira y como la hemos contado, de Tommi Parrish (Astiberri)

Las tres primeras son, a mi entender, indiscutibles: en ¿Es así como me ves?, Jaime Hernández demuestra una magistralidad casi insultante en el desarrollo de esa historia de apariencia tan sencilla y tan contundente en su mensaje, un auténtico canto a la vida y al ejercicio de un recuerdo ajeno a la nostalgia, que reivindica lo vivido y el pasado como parte ineludible de nuestro presente, sin lugar para el remordimiento, el arrepentimiento o el dolor, solo para la celebración de que, pese a todo, estamos aquí. Un planteamiento que está en el extremo opuesto del de Chris Ware en Rusty Brown, inmisericorde retrato de la miseria de la vida humana que no da espacio para la esperanza ni la compasión ante la mediocre realidad de nuestra existencia. Entre los dos polos, Seth plantea una situación intermedia en Ventiladores Clyde, que acepta ese infinito bucle de repetición en el que se encuentra atrapado el ser humano con una resignación que sabe encontrar resquicios para el equilibrio. Vidas paralelas, de Olivier Schrauwen es un divertido delirio que rompe y machaca sin remisión los cánones de la ciencia-ficción para, sin embargo, ser fiel a esos principios del género que llevan siempre a la reflexión sobre nuestra realidad.

Bezimena, de Nina Bunjevac, sorprende desde ese planteamiento de cuento ilustrado, casi infantil, para sumergir al lector en la dureza del abuso sexual. Sería injusto valorar la obra de Tadao Tsuge a la sombra de su hermano, como bien demuestra Mi vida en barco, brillantísimo acercamiento a una vida que toma sentido a partir de los pequeños caprichos que nos permitimos.  Tillie Walden confirma que el prejuicio de la juventud hacia la autoría es tan injusto como absurdo: En un rayo de sol es una obra coral vibrante, viva, que recuerda desde su personalidad propia al universo de Locas de Jaime Hernández, moviéndose con firmeza en un original escenario de ciencia-ficción para narrar ritos de paso reconocibles con libertad y frescura. De Émile Bravo poco se puede añadir: si su paso por Spirou ya es una de las obras maestras de este siglo XXI, su nueva incursión en la creación de RobVel, La esperanza pese a todo, se dirige rauda a superarla, con una primera entrega apasionante y con un nivel de reflexión difícil de encontrar en el cómic mainstream (y no mainstream).

Sigo embriagado por la potencia gráfica de Emily Carroll en La noche que llegué al castillo, una obra de pura visceralidad visual, que arrebata al lector desde su primera página. Y para cerrar la primera decena de obras, un proyecto colectivo: Gràfica Radiant, brillante iniciativa del diari ARA que deja a los autores una página del diario con un único reto, romper esquemas, experimentar y descubrir con la página. Y los resultados acompañan, porque los autores y autoras que han pasado por la sección han demostrado de la libertad siempre es respondida.

Sin duda una de las mejores obras nacionales del año ha sido Inframundo, de Pep Brocal, original, divertida y apasionante revisión del mito de Dante en términos de cultura popular contemporánea que se disfruta en una primera lectura y luego explota como fuegos artificiales al conectar el universo referencial que maneja. Cadencia, de Roberto Massó, es una de esas obras que obligan a sentarse y reflexionar, porque al poco de pasar las primeras páginas de esta obra de radical experimentación formal, es evidente que toda idea que tuviéramos sobre la historieta era equivocada. Es posible que pase desapercibida para el gran público, pero estoy convencido que esta obra generará miles de páginas de reflexiones académicas sobre la historieta, sus límites y potencialidades. Conocía la obra de Michael Kupperman y me encantaba su aproximación al humor absurdo, a un non-sense que no tiene nada que ver con lo que encontraremos en Niño prodigio, biografía de su padre que, desde la brillante reflexión sobre el tratamiento de los niños estrella en los mass-media, propone una sugerente catarsis personal sobre la relación con su padre.

Llegaba con el prestigio de la nominación al Premio Booker, pero Sabrina, la nueva obra de Nick Drnasso, no necesitaba el ruido mediático para destacar: potentísima reflexión sobre el papel de las redes sociales en una sociedad donde el periodismo ha perdido sus ejes éticos para buscar likes a la desperada. Intisar en el exilio, de Pedro Riera y Sagar Fornies es un brutal puñetazo en el estómago, que retoma al personaje de El coche de Intisar (con Nacho Casanova al dibujo) para lanzar una contundente y demoledora denuncia de la terrible ignorancia que Europa está protagonizando ante el horror de la guerra en Yemen. El Buscón en las Indias, de Guarnido y Ayrolés es una sorprendente continuación del clásico de Quevedo que juega con acierto a actualizar la picaresca clásica con el modelo moderno del cine de robos, de Rufufú y El golpe a Ocean’s Eleve. Las continuaciones de Blake y Mortimer se han movido con irregularidad manifiesta entre la excelencia (La maquinación Voronov) y lo olvidable (para qué dar ejemplos…), pero El último faraón, de François Schuiten, Van Dormael, Gunzig y Durieux rompe con éxito con la tradición de seguir clónicamente el estilo gráfico y verborreico de Jacobs para introducir a la pareja en un universo paralelo al de las Ciudades Oscuras con acierto y éxito que piden más.

Tú, una bici y la carretera, de Eleanor Davies es una de esas obras de lectura pausada, donde un simple viaje en bicicleta va desgranando una búsqueda personal que solo intuimos en segundo plano, en esos escenarios que van conformando un discurso propio. Bien distinto es En otro lugar, un poco más tarde, de David Sanchez, pero coincide en la importancia de los escenarios como inductores de un sueño lisérgico, tan extraño como hipnótico y subyugante. Sigo con lugares: Diario de Italia, de David B es una particular revisión del tradicional Cuaderno de Viajes que parece imbuido del espíritu de Papini, convirtiendo las ciudades en crisoles de historias y mitologías. La unión de Ruppert y Mulot y Olivier Schrauwen permitía cualquier resultado por extraño que pareciera y Guy, retrato de un santo bebedor es una de esas infinitas posibilidades que vienen unidas por un nexo común: la búsqueda de nuevos límites para la narración gráfica, en este caso desde la tradición del género de piratas.

Mi amigo Luis es una nueva incursión de Carlos Giménez en la memoria de la posguerra, abordando ahora relatos recordados que siguen componiendo un fresco único de nuestra historia, absolutamente imprescindible. Palimpsesto, de Wool-Rim Sjöblom es una de las sorpresas de este año: un relato periodístico de la búsqueda de los padres biológicos de la autora que se revela como una categórica denuncia de los procesos de adopción de niños asiáticos. Imbatible, de Pascal Jousselin es una de esas obras que te deja boquiabierto y que te demuestra que el lenguaje del cómic permite posibilidades increíbles imposibles para cualquier otro medio, relato de superhéroes canónico basado en el ejercicio metalingüístico del mayor poder que pueda tener un héroe en el cómic: dominar el lenguaje de la historieta. Tomar refugio, de Zeina Abirached y Matthias Enard es una brillante reivindicación del papel de la mujer en la construcción histórica desde dos historias de amor imposible, bellamente retratadas por Abirached.

El cuidado de los pájaros, de Francisco Sousa Lobo es una obra desasosegante que se atreve a meterse en la mente de un pedófilo, atreviéndose a romper tabúes y fronteras no escritas. Intensa, de Sole Otero es pura frescura y alegría, una de esas obras que se leen con una sonrisa de oreja a oreja pese a que está retratando el amor humano como la marcianada suprema… Una de las sorpresas del año ha sido, sin duda, la divertida y original Piratas del Multiverso, una serie que danixove está desarrollando en Instagram (@danixove) y que se atreve con todo, machacando mitos con alegría desprejuiciada para encontrar su propio discurso.

Ocultos es una excelente ocasión para disfrutar de la elegancia narrativa de Laura Pérez, que se zambulle en el misterio de lo paranormal para crear haikus gráficos de una belleza visual mesmerizante. Por su parte, gran descubrimiento el de Tommi Parrish, que con La mentira y como la hemos contado compone un desolador retrato de unas relaciones humanas construidas alrededor de mentiras que han pasado a ser casi inconscientes en el tiempo de las redes sociales.

 

Esto sería mi selección personal de 30 obras, pero podría haber cambiado casi cualquiera de las últimas veinte por el elegante minimalismo de Stygryt en Felipe IV (Coco Press), la poética reivindicación del amor de Ser amado, de Javier Lozano (Fulgencio Pimentel) o la dolorosa realidad de California Rocket Fuel, de Lorenzo Montatore (Sugoi); la brillante y sorprendente potencia gráfica de Ser leyenda, de Del hambre (Banda Aparte editores); la renovación del underground que plantea Aroha Tarve en Carne de cañón (La Cúpula) o la potencia del relato personal de Sucumbir, de Andrea Ganuza (Gráficas Valiente). Igual fuerza tiene la aproximación a la esquizofrenia de La batalla de esquizo (Nuevo Nueve), con un impresionante trabajo gráfico de Manuel Alonso Iglesias o la reflexión sobre la emigración de El año de la rata, Martín López Lam (Salamandra Graphic), por no hablar de la brutal denuncia del comercio de operaciones estéticas de Helter Skelter, de Kyoko Okazaki (Ponent Mon). Me ha encantado (¡por fin!) el comienzo del nuevo ciclo de Los Pasajeros del Viento de Bourgeon en La sangre de las cerezas (Astiberri), igual que que la brillante deconstrucción del género que firma Lisa Hanawalt en Coyote doggirl (Astiberri). Hay que destacar el acierto y tino de Ruben Pellejero y Juan Díaz Canales para crear una historia fundacional de Corto Maltés que podría haber sido firmada por el mismísimo Pratt en El día de Tarowean (Norma); y me está gustando mucho la particular fantasía de un futuro de mutaciones excluidas que plantea Epiphania, de Ludovic Debeurme (Kraken). Maravilloso el descubrimiento de Elisa Macellari y su Papaya Salad (Liana Editorial), una aproximación histórica a la cultura thai desde una inspiración gastronómica proustiana. The eyes, de Javi de Castro es una espléndida demostración de las posibilidades de los nuevos recursos que aporta la red. No mires atrás (La Cúpula) confirma a Anabel Colazo como una autora a seguir gracias a una sugerente aproximación al universo creepypasta. The inmortal Hulk, de Al Ewing y Joe Bennet (Panini) es una acertada revisión del mito del gigante verde en clave de terror Warren, un auténtico “revival” setentero al que podríamos sumar en clave ochentera La gran novela de Patrulla X 2 de Ed Piskor (Panini). Epílogo, de Pablo Velarde (Nuevo Nueve) es un sorprendente thriller de lo más recomendable, mientras que ¡Socorro!, Roberta Vázquez (Apa Apa) es una genialidad que demuestra que el undeground sigue vivo y tiene sentido. Quizás Los estados divididos de histeria (Dolmen) no sean la obra maestra de Howard Chaykin, pero mantiene incólumes su mala leche y sardónica mirada a la realidad americana. Mies, de Agustín Ferrer (Grafito) es un brillante trabajo biográfico sobre el famoso arquitecto. El club de las chicas malas, de Ryan Heshka (Autsaider) es una alocada y deliciosa serie Z que podría haber sido firmada por John Waters. Paranoia Star, de Suehiro Maruo (ECC) recupera las claves de este inquietante e inclasificable autor, mientras que Reiraku, de Inio Asano (Norma Editorial) es una durísima reflexión sobre la creación en una durísima industria. La cantina de medianoche 1: Tokyo Stories, de Yaro Abe (Astiberri) es uno de esos mangas gastronómicos que aprovechan el olor de ramen recién hecho para reflexionar sobre el ser humano con indudable acierto (y gusto). La sangre extraña, de Sergi Puyol (Apa Apa) es una obra extraña e inquietante, que se atreve a unir la otredad con la obsesión desde un planteamiento casi onírico. Noticias de Pintores, de María Luque (Sigilo) es una curiosísima aproximación a la historia del arte desde la anécdota que plantea una lectura paralela del arte realmente interesante. Mangy Mutt, de Óscar Raña (Fosfatina) se encuadra dentro de esas obras que plantean rupturas formales apasionantes y sugerentes de nuevas posibilidades a explorar. Hicotea, de Lorena Álvarez (Astiberri) es la demostración de que el cuento está más vivo que nunca, pero necesita ser rescrito y replanteado desde nuevos imaginarios, como el vibrante que plantea Álvarez. Y, para acabar, no podemos olvidar en este listado el divertidísimo y mordaz  Vivan las vacas, de  David Prudhomme y Pascal Rabaté  (Norma) y la contundente reflexión sobre el arte de ¿Arte?, ¿Por qué?, de Eleanor Davis (Barrett).

(Continuará)

Repaso al 2018 (II): Clásicos y reediciones

Se está convirtiendo ya en costumbre el espectacular nivel de la edición de clásicos y reediciones de obras de gran calidad. Vaya por delante, sin duda, la labor que está haciendo la Editorial Dolmen con su línea de clásicos de tiras de prensa, que bajo la dirección de Rafa Marín y con Jesús Yugo en la dirección artística está consiguiendo una edición casi canónica de obras maestras del noveno arte como el Flash Gordon de Alex Raymond o el Prince Valiant de Harold Foster, a los que este año se han sumado la fundamental Johnny Hazard de Frank Robbins o referentes del comic-strip como Phantom, Mandrake y Agente Secreto X-9. Una auténtica gozada a la que la editorial suma la recuperación de uno de los mejores tebeos de nuestro país: el imaginativo y maravilloso Pumby, de José Sanchis, con el asesoramiento de Antonio Busquets. Una moda de reediciones de clásicos a la que Planeta se ha unido con la edición del primer volumen de Rip Kirby, de Alex Raymond. Una excelente noticia que debe consolidarse, para entender la importancia que ha tenido la tira de prensa americana clásica en la definición y evolución del lenguaje del cómic. Clásicos indiscutibles que, como se está haciendo en estos casos, deben editarse con la necesaria contextualización de unas obras que en algunos casos cargan ya sobre sus espaldas con más de 7 décadas, ayudando y guiando al lector en la comprensión de la importancia de unas obras que no pueden ser leídas sin tener en cuenta su momento de creación y la influencia posterior que crearon.

Dentro de esta línea de recuperación de clásicos, hay que hacer especial mención a la labor continuada que está haciendo la editorial Panini reivindicando desde diferentes líneas los clásicos del comic-book de superhéroes de la editorial Marvel. Ediciones de clásicos como La saga de Fénix Oscura, de Claremont y Byrne, la colección dedicada a Jim Starlin con algunas de sus obras más recordadas, como La saga de Thanos o El Guantelete del Infinito; el Dr. Extraño de Gene Colan; los Nuevos Mutantes de Claremont y McLeod; el Capitán Britania de Moore, Delano y Davis o las famosas novelas gráficas de La muerte del capitán Marvel, de Jim Starlin; Dios ama, el hombre mata de Claremont y Anderson o Elektra Asesina de Miller y Sienkiewiccz son solo algunas de las muchas recuperaciones de clásicos del cómic de superhéroes, a las que hay que añadir colecciones míticas de la editorial como Werewolf by night o Sang-Chi. Junto a estas, hay que añadir la reedición de series tan destacables como Hulka de Dan Slott y Bobillo, La visión de Tom King y Gabriel Hernández Walta: el Iron Fist de Brubaker, Fraction y David Aja o el Marvels de Busiek y Ross. En esta línea de recuperación de clásicos del género hay que incluir también a la editorial ECC, que se apunta series como el Escuadrón Suicida de Ostrander, Wonder Woman de George Pérez; El cuarto mundo de Jack Kirby; Green Lantern/Green Arrow de O’Neill y Adams o Astro City de Busiek. La editorial sigue recuperando todos los clásicos de Vértigo, como el Sandman de Gaiman; Y, el último hombre, de Brian K Vaughan y Pia Guerra o La cosa del Pantano de Moore, a lo que hay que añadir la continua reedición en diferentes versiones de ya clásicos como el Dark Knigth de Miller, La broma asesina de Moore y Bolland, V de Vendetta o Watchmen. Junto a estas, reediciones en formato integral de series muy destacables de los últimos tiempos como El sheriff de Babilonia, de Tom King y Mitch Gerads o el Scalped de Jason Aaron.

Hay que añadir a la labor de estas dos editoriales la de Diábolo, que ha comenzado a editar la colección de clásicos del comic-book de género dirigida por Craig Yoe con el inclasificable (y genial) Frankenstein de Dick Briefer.

La recuperación de cómic europeo sigue con fuerza, con dos obras fundamentales a la cabeza: por un lado, la exquisita edición en integrales del Spirou de Franquin que está realizando Dibbuks y la de El teniente Blueberry de Norma. La editorial Ponent Mon ha seguido con su línea editorial de clásicos europeos con las colecciones de Barbarroja, Tanguy y Laverdure, Yoko Tsuno o Buddy Longway, a la que ha añadido otra recordada obra, el Simon del Río de Auclair. Y sigue apostando por el fumetti italiano con la poco conocida Siberia, de Attilio Michelluzzi.

La editorial ECC ha seguido publicando todo un referente del western, la excelente Ken Parker, de Berardi y Milazzo y una de las mejores obras del cómic europeo moderno, Mr. Jean, de Dupuy y Berfberian. Astiberri recuperó dos obras magistrales de Lapière y Pellejero: Un poco de humo azul y El vals del gulag, mientras que Fulgencio Pimentel se marcó una edición exquisita de Sócrates, de Sfar y Blain.

El manga también ha tenido sus clásicos, como la espectacular colección dedicada a Osamu Tezuka que ha editado Planeta, con la recuperación de la magistral Black Jack, a lo que hay que añadir la edición de Satori de Mi vida sexual y otros relatos eróticos,  de Shotaro Ishonomori o el delirante Lupin III de Monkey Punch que ha editado Panini.

El cómic español no se ha quedado atrás: este año ha sido el de la decisiva y necesaria edición del Cuto de Jesús Blasco (ECC), todo un clásico de nuestro cómic, junto con la edición integral del Eloy, de Hernández Palacios (Ponent Mon). Además, se ha reivindicado a dos autores poco recordados, como Rafael Auraleón, del que la Asociación Cultural Tebeosfera ha editado la recopilación de historias cortas Caos; y a Leopoldo Sánchez, del que Ponent Mon ha publicado también una selección de historias cortas bajo el título Tú mismo. Por último, alabar el buen gusto de Reino de Cordelia al recopilar las historias cortas de Elisa Gálvez y federico del Barrio en Tiempo que dura esta claridad.

Y para acabar el repaso, hay que destacar especialmente la espectacular edición remasterizada de una obra maestra absoluta: El Eternauta de H. G. Oesterheld y Francisco Solano López (Norma).

Repaso al 2018 (I): Lo mejor

Comentaba en el artículo publicado en Babelia lo difícil que ha sido hacer listas este año. Hay razones que comienzan a ser sistémicas, como el elevadísimo número de novedades, que hace prácticamente imposible hacer una lista de “mejores” más allá de la apreciación de ser los mejores de lecturas personales, que se convierten en una pequeña muestra del total. Sirva como ejemplo que, leyendo entre 300 y 400 tebeos al año, hace 20 años podía leer casi un 30% de la producción de tebeos y, hoy, a duras penas alcanzo el 10%. Una muestra evidentemente poco representativa, en tanto la selección previa no responde a más criterio que intuiciones personales. Posiblemente acertadas, que la edad es un grado y uno ya peina canas en lo que le va o no a gustar, pero que sesga inevitablemente la elección y, con seguridad, deja fuera obras de gran calidad. Otras razones aluden a la indudable calidad media de lo publicado en España: aunque el número de novedades no deja de crecer, solo hay que hacer un rápido repaso a reseñas y medios para comprobar que existe cierta unanimidad en el excelente nivel que han tenido las novedades de este año, independientemente de fobias o filias por géneros o temáticas determinadas. Eso sí, ojito a la producción nacional de este año, porque el nivel medio es extraordinario: ya sea la obra de nuevas generaciones o de veteranos, la producción propia ha sido espectacular.

Dicho todo esto, aquí va la selección habitual de todos los años de “Lo mejor del 2018”, con los avisos pertinentes de rigor: es una selección personal y, seguramente, intransferible, que en modo alguno intenta ser un canon, sino algo tan simple como una selección de mis lecturas. Como siempre, las posiciones son meramente indicativas, quizás los 3 o 4 primeros sí pueden clasificarse como “mis mejores lecturas del año”, pero del resto, sírvanse de adecuar las posiciones como más les apetezca.

  1. Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris (Reservoir Books)
  2. Martha y Alan, de Emmanuel Guibert (Salamandra)
  3. Nejishiki, de Yashuhiro Tsuge (Gallo Nero)
  4. Impertérrito, de Federico del Barrio (Reino de Cordelia)
  5. ¡Universo!, de Albert Monteys (Astiberri)
  6. Nieve en los bolsillos, de Kim (Norma Editorial)
  7. Picasso en la guerra civil, de Daniel Torres (Norma Editorial)
  8. El rey carbón, de Max (La Cúpula)
  9. La tierra sin mal, Raúl (Dibbuks)
  10. La tierra de los hijos, de Gipi (Salamandra)
  11. Poulou y el resto de mi familia, de Camille Vannier (Sapristi)
  12. Poochytown, de Jim Woodring (Fulgencio Pimentel)
  13. El tesoro del Cisne Negro, de Guillermo del Corral y Paco Roca (Astiberri)
  14. Yo, loco, de Antonio Altarriba y Keko (Norma Editorial)
  15. El día 3, de Laura Ballester, Miguel A. Giner y Cristina Durán (Astiberri)
  16. Canción de Navidad, de Carlos Giménez (Reservoir Books)
  17. Orlando y el juego 4, de Luis Durán (Diábolo)
  18. Cenit, de María Medem (Apa Apa Cómics)
  19. Pantera, de Bretch Evens (Astiberri)
  20. El método Gemini, de Magius (Autsaider)
  21. Nueva mística de Vigo, de Begoña García Alén y Javiér Fernández Navazas (Autoedición)
  22. Los puentes de Moscú, de Alfonso Zapico (Astiberri)
  23. Gus 4, de Blain (Norma)
  24. Berlin libro 3, de Jason Lutes (Astiberri)
  25. Pulse enter para continuar, de Ana Galvañ (Apa Apa Comics)
  26. Cuidado, que te asesinas, de Lorenzo Montatore (La Cúpula)
  27. El caso Alain Lluch, de Mr. Kern (Autsaider)
  28. Barbara Maravilla, de Marta Alonso Berná (Astiberri)
  29. El príncipe y la modista, de Jen Wang (Sapristi)
  30. The black holes, de Borja González (Reservoir Books)

 

La primera posición este año estaba cantada: la obra de Emil Ferris es una creación titánica que obliga a replantear muchas preconcepciones. La autora norteamericana llega al cómic, permítanme la expresión, como elefante por cacharrería, demoliendo cualquier formalismo previo en busca de recursos que le permitan desplegar una obra tan ambiciosa y poliédrica como fascinante. Hila sin rubor historias muy alejadas, temáticas que van de lo personal a la ficción pasando por la denuncia social, jugando con el lenguaje de la historieta desde perspectivas que van de la nostalgia a la reflexión metalingüística, combinando referencias de arte y cultura popular, ilustración tradicional con cómic, experimentación con exquisita tradición. Un cóctel que podría anunciarse como inmiscible, pero que en sus manos encaja como un puzle mágico que va tomando forma ante nuestros ojos. Lo que más me gusta son los monstruos es una obra que maravilla en su primera lectura, pero que llama a volver a ella una y otra vez para encontrar pequeñas joyas escondidas en el caleidoscopio de relatos que entrelaza. Sin duda alguna, a mi entender estamos ante una de las obras más importantes de la década, una obra magistral a la que se le dedicarán ríos de tinta y que todavía nos depara una segunda parte que se está haciendo esperar más de lo debido. Aunque de apariencia más clásica, la obra de Emmanuel Guibert , Martha y Alan, comparte con la de Ferris un planteamiento rompedor con la tradición narrativa del cómic. Este precioso relato del enamoramiento juvenil se basa en el uso de grandes ilustraciones, que podrían hacer pensar en el lenguaje del libro ilustrado, pero que Guibert define claramente como historieta en el fluir secuencial de la historia, en esos pequeños detalles que conforman la elusiva definición de qué es el cómic. Por último, en este podio de cabeza de nuevo una obra de Tsuge, en este caso una recopilación de cuentos cortos donde destaca especialmente el que da nombre al libro, Nejishiki, una hipnótica composición que traslada a la viñeta las sensaciones del sueño como nadie lo ha hecho antes: un tránsito continuo entre lo real y lo irreal, entre el deseo contenido y la liberación de las represiones que deja al lector en un estado de extraña conexión con sus propios sueños.

Tras estas, un bloque de obras de producción propia que demuestran el extraordinario nivel que alcanza nuestro cómic. En este primer grupo, obras de veteranos que vuelven al cómic, como Del Barrio o Raúl, o de aquellos que están instalados en un momento de magistralidad absoluta, como Kim, Torres o Max. Comienzo por Impertérrito, de Federico del Barrio (Reino de Cordelia), continuación natural de dos obras adelantadas a su tiempo como Relaciones y Simple, dos obras maestras del tebeo que reflexionan sobre el lenguaje del cómic y que en esta nueva entrega sigue desarrollando ese diálogo continuado entre obra y autor para indagar sobre los orígenes de la creación. Sin duda, una obra que se emparenta con la de su compañero en la añorada revista Madriz, Raúl, que con La tierra sin mal (Dibbuks) plantea un sugestivo viaje por la imagen, componiendo la narración a través de la fragmentación de imágenes estáticas, consiguiendo un relato que ahonda en el misterio que hay tras una fotografía, en los miles de historias que se esconden fuera de foco. La lectura de esta obra es mágica, obligando al lector a descubrir más allá de ese primer vistazo, a detenerse e imaginar con el autor. En esta línea de reflexión debe incluirse la última creación de Max, El rey carbón (La Cúpula), que traza con inteligencia e ironía una cronología del momento en que la humanidad decidió crear a través de la línea, del dibujo. Siguiendo el camino de sus últimas obras, su pesquisa nace en el pasado, en el relato de Plinio el Viejo, para indagar a través de la forma en los nuevos caminos no narrativos que el cómic está explorando, pero integrándolo de forma natural en su narración de minimalista trazo, pero contundente reflexión en la que el humor, siempre, se presenta como la expresión máxima de la inteligencia. El camino de la realidad y la ficción se entrecruza en Picasso en la guerra civil, de Daniel Torres (Norma Editorial), auténtico tour de force narrativo en el que el valenciano imagina a un Picasso historietista a través de un tebeo que narra la creación de un cómic que a su vez veremos en la obra. Una matrioshka comiquera absolutamente milimétricamente confeccionada que logra que el lector pierda la noción de ficción y realidad para entrar plenamente a creer esta versión alternativa que podría haber sido. Dos opciones que Kim y Monteys exploran desde versiones bien separadas, pero igualmente brillantes: ¡Universo!, de Albert Monteys (Astiberri), es una extraordinaria incursión en la ciencia-ficción desde el respeto a los cánones del género, pero sin renunciar al humor socarrón del autor, pero con momentos realmente magistrales, como la historia de los amantes desincronizados, que pasará a los anales del noveno arte. Por su parte, Kim explora una realidad paradójicamente desconocida: la de la emigración española a Alemania en la década de los 60. Nieve en los bolsillos (Norma Editorial) es un relato necesario de una historia no solo desconocida, sino tergiversada y manipulada por una verdad oficial que aun hoy se acepta como la única. Kim descubre un escenario que destroza argumentos utilizados de forma habitual hoy en día, contando sus vivencias personales, pero dejando generosamente espacio para aquellos que nunca pudieron contar sus historias.

Toda una sorpresa ha sido ver a Gipi en el género postapocalíptico, pero el italiano no solo se adentra sin problemas, sino que compone una historia subyugante en La tierra de los hijos (Salamandra). Posiblemente, una de las lecturas más refrescantes de este año ha sido Poulou y el resto de mi familia, de Camille Vannier (Sapristi), composición de recuerdos del abuelo de la autora que descubren a un personaje inclasificable, pero que es mostrado con una habilidad narrativa que desmonta cualquier prejuicio y anima a unirse con alegría a la trayectoria vital de Poulou, que nos encandila desde la primera página. Obligado siempre incluir las nuevas entregas del Frank, de Jim Woodring, que en Poochytown (Fulgencio Pimentel) consigue crear una pesadilla en continuo crescendo que deja al lector perturbado, atrapado en Unifactor sin posibilidad de escape.

Con El tesoro del Cisne Negro (Astiberri), Paco Roca abandona la ficción y el espacio personal para entrar en el periodismo gráfico a partir del relato de Guillermo Corral sobre la recuperación del tesoro encontrado por el Odyssey. Pero Roca tiene la innata habilidad de convertir en oro narrativo todo lo que toca y transforma el relato periodístico en una aventura pura con aromas tintinescos, que no renuncia al rigor de la historia (más allá de un preventivo cambio de nombres) ni al sabor de la aventura. Con un planteamiento más ortodoxo en su aproximación periodística, El día 3, de Laura Ballester, Miguel A. Giner y Cristina Durán (Astiberri), se erige como una investigación demoledora sobre el terrible accidente de metro que vivió Valencia en 2006. Rigurosidad absoluta para mostrar una realidad escondida por intereses económicos y políticos, que olvidó reivindicar el dolor de las víctimas de este accidente. Una obra necesaria. La “trilogía del Yo” de Keko y Antonio Altarriba sigue avanzando con Yo, loco (Norma Editorial), en el que la locura se alza como lugar de estudio y espacio para la denuncia, en este caso una contundente crítica a la labor de las farmacéuticas que no deja títere con cabeza. Envuelto en el cómodo papel de regalo del universal cuento de Dickens, la Canción de Navidad, de Carlos Giménez (Reservoir Books) esconde una amarga y durísima reflexión del autor sobre su propia vida. Continuación natural de Crisálida, esta nueva entrega juega con un lector que se ve lanzado a una montaña rusa de sentimientos, contrastando la optimista moraleja dickensiana con una realidad desconsoladora, brutal, sin concesión ninguna. Giménez se mira en un espejo que no refleja ninguna esperanza, solo la indefectible certidumbre de una muerte que siente cercana. Y, con su magistralidad habitual, traslada al lector esos sentimientos y sensaciones sin posibilidad de escape, como un mazazo que lo deja completamente desvalido. Durísimo, pero extraordinario. Luis Durán sigue creando con la cuarta entrega de Orlando y el juego (Diábolo) un enciclopédico viaje por la cultura popular, que nace de la nostalgia para ir componiendo con inteligencia una teoría del todo que conecta todas las realidades creadas desde la imaginación humana. Esperamos con impaciencia la nueva entrega.

 

Cenit (Apa Apa Cómics) es la primera obra larga de María Medem, en la que plasma con acierto todas sus inquietudes gráficas, enclavadas dentro de la corriente de “poesía gráfica”, para desarrollar un thriller de la cotidianeidad donde color e imagen se entrecruzan para ir más allá de la apariencia de normalidad para encontrar nuevos caminos expresivos. Ese juego de espejos está también presente en Pantera, de Bretch Evens (Astiberri), en apariencia un colorido cuento infantil, pero que poco a poco ira sugiriendo un trasfondo oscuro que deja la decisión final en el lado del lector. Se podría decir que estamos ante una revisión tenebrosa del clásico de Watterson, que consigue realmente inquietar con un planteamiento extraordinariamente sutil, que necesita de la complicidad del lector para leer entre líneas ideas que nunca explicita. ¿Es nuestra imaginación nuestro peor aliado o estamos ante un grito de auxilio escondido? Decide el lector. Donde no hay nada que decidir es en El método Gemini, de Magius (Autsaider), sorprendente incursión en el género de gangsters y mafiosos que se codea con desvergüenza con los clásicos del cine. Magius desarrolla una historia canónica excelente, que basa su fuerza en el agresivo uso del color y la milimétrica composición del argumento. La poesía gráfica se consolida como un genero fundamental del cómic con obras como Nueva mística de Vigo, de Begoña García Alén y Javier Fernández Navazas (Autoedición), que exploran con acierto las posibilidades expresivas de la historieta más allá de la secuencia y la narración, usando el grafismo como elemento fundamental de una composición rítmica visual que provoca sensaciones y sentimientos.

No era fácil traducir una conversación entre Eduardo Madina y Fermín Muguruza al lenguaje de la historieta, pero Alfonso Zapico lo borda en Los puentes de Moscú (Astiberri), consiguiendo un cómic fundamental para entender el pasado del País Vasco y, por extensión, de nuestra sociedad actual. La serie de Blain es una de las mejores reescrituras del western moderno, pero en su cuarta entrega, tras ocho años de espera, Gus (Norma) alcanza un nivel soberbio. Paradójicamente, deja al protagonista para centrarse en Happy Clem y avanzar en esa inspección del Far West no solo desde el uso de grafismos clásicos como el de Gus Bofa, sino incorporando retazos de realidad como la historia de Phineas Gage, acertadas elecciones para el mejor álbum hasta el momento de la saga. La realidad en toda su extensión es el origen de Berlin, de Jason Lutes (Astiberri), que cierra con su largamente esperado tercer volumen el relato de ese momento crítico de la historia europea que fue la República de Weimar. Tres volúmenes que pasan directamente a obra fundamental del cómic moderno. En Pulse enter para continuar (Apa Apa Comics), Ana Galvañ encuentra un hilo narrativo común para sus historias cortas, componiendo un retrato de la sociedad 2.0 tan atroz como extrañamente distorsionado, que muestra esquinas imposibles por las que se entrevé una realidad no contada, que se está construyendo mientras el lector lee la obra. Otra obra muy interesante de producción propia ha sido Cuidado, que te asesinas, de Lorenzo Montatore (La Cúpula), una fábula desclasada sobre que desde la impotencia de la página en blanco se zambulle en una introspección que adivinamos como personal, pero que resulta paradójicamente colectiva en sus conclusiones, elevando a Centramina y Optalidón, su pareja protagonista, a nuevos representantes de los tipos sociales del siglo XXI que padecemos.

El caso Alain Lluch, de Antoine Pinson Mr. Kern (Autsaider) eleva el concepto de provocación a un nuevo estatus que redefine lo grotesco incrustando en un delirante argumento a personajes de la cultura popular moderna, de Fidel Castro a Susan Boyle, lanzados a una trama lisérgica que consigue reunir todos los defectos del “mundo actual”© sin solución de continuidad. Bárbara Maravilla, de Marta Alonso Berná (Astiberri) me ha sorprendido por el agradable descaro con que aborda el género de superhéroes, demostrando que el supuesto canon del género es flexible y amplio, permitiendo mucho más que lo establecido por las grandes editoriales que lo dominan y ampliando su espectro. Jen Wang también demuestra en El príncipe y la modista (Sapristi) que el cuento clásico puede reescribirse sin temor, adaptándose a los tiempos que vivimos sin perder ni un ápice de su potencial como transmisor de valores, al contrario, ampliando sus márgenes y amplificando sus posibilidades. Y para acabar con esta selección de treinta obras, The black holes, de Borja González (Reservoir Books), que reescribe el cuento clásico como un contenedor de sensaciones visuales, de momentos y silencios construidos con el trazo.

 

Referencia especial a la revista M21, que sigue con su excelente nivel gráfico, y a TikTok cómics, que se reconvierte en cuenta de Instagram, TrisTras, y que está dando a conocer a un listado inmenso de nuevos de autores y autoras (ojo a Marta Altieri ).

Pero la lista podría haber sido muy amplia, incluyendo obras como la exquisita dureza de Kamimura en Una mujer de la era Showa, junto a Kajiwara (ECC), la elegancia de Juan Berrio en Siete sitios sin ti (Dibbuks); la demoledora visión de la realidad laboral de Esclavos del trabajo, de Daria Bogdanska (Astiberri); la acertada adaptación del clásico de Zweig El jugador de ajedrez, de David Sala (Astiberri); la inquietante ciencia ficción de Catarsis, de Moto Hagio (Tomodomo); la sorprendente espectacularidad visual de Onironiro, de Ana Sende (Kachinab Ediciones); la contundencia del Potemkin, de Pablo Auladell (Libros del Zorro Rojo); la curiosa mezcla de modernidad y clasicismo de La danza de los muertos, de Ferrero (La Cúpula); la afilada mirada a la sociedad de  Los cuadernos de Esther, de Riad Sattouf (Sapristi); la desvergonzada frescura de Mi novio caballo, de Xiomara Correa (Reservoir Books); la brillante puesta al día de Torrezno en La última curda, de Santiago Valenzuela (Panini); el vanguardista Röhner, de Max Baitinger (Fulgencio Pimentel); la potencia argumental de Ulna en su torreta, de Izu Toru (ECC); la cruel belleza del cuento en Belleza, de Hubert y Keraskoet (Astiberri); la divertida aproximación autobiográfica de Mamen Moreu en Desastre (Astiberri); la hermosa desesperación que esconde Zenobia, de Durr (Barbara Fiore); la elegancia con la que Vittorio Giardino concluye el ciclo de Jonas Fink (Norma); la sinceridad abrumadora de Mi experiencia lesbiana con la soledad, de Kabi Nagata (Fandogamia); la tristeza omnipresente de Pescadores de medianoche, de Tatsumi (Gallo Nero); el brillante ajuste de cuentas de La mujer leopardo: Una aventura de Spirou, de Yann y Schwartz (dibbuks); la inteligente ironía literaria de Tom Gauld en En la cocina con Kafka (Salamandra); el delicioso aroma retro de Un verano Diabolik, de Smolderen y Clérisse (Norma Editorial); la naturalidad de #Unanovelagráfica, de Manuel Castaño (VialBooks); el despliegue visual de Andy, de Typex (Reservoir Books); la elegancia del trazo de Bastien Vivés en La Blusa (Diábolo); el retrato doloroso del mundo editorial para el autor de Línea Editorial, de Arnau Sanz (AIA); la divertida reinvención de Los Picapiedra de Russell y Pugh (ECC) o el riguroso retraso de la lucha por los derechos civiles de March, de John Lewis, Andrew Aydin y Nate Powell  (Norma).

(Continuará)

Recomendaciones saloneras

¡Cómo han cambiado las cosas! Hace 20 años, estaríamos hablando de la locura editora desatada en el salón, de la avalancha de novedades que exprimían los bolsillos de la afición… Y lo hacíamos con razón, porque el salón del cómic llegó a concentrar casi 400 novedades en mes, casi el 25% de todas las novedades anuales. Hoy hemos pasado crisis, han cambiado las editoriales, ha cambiado la forma de consumir el cómic y, sobre todo, ha cambiado la percepción que la sociedad tiene de los tebeos. Las novedades ya no se concentran en el salón, sino que la inclusión del tebeo dentro de las normas comerciales del libro ha hecho que, salvo alguna excepción, la gran mayoría de editoriales no haga un aumento espectacular de títulos durante es mes. Ahora, el número de novedades mensuales depende de criterios comerciales (aunque es una exageración, aquellas cifras que nos parecían alocadas de 300 títulos en un mes son hoy la norma mensual, pero ese es otro tema) y, de hecho, si hay aumento se debe más a citas típicas del libro: Sant Jordi, la Feria del Libro de Madrd, etc. Evidentemente el salón influye, pero no tanto en la cantidad como en la calidad: las editoriales toman estas citas para determinar las fechas de salida de las novedades más potentes, aprovechando también la presencia de los autores o autoras en los eventos.
Haciendo un repaso a la lista de novedades, sorprende que no haya tantas en número, pero ojo a la calidad de las que vienen: en los stands del salón de Barcelona se encontrarán algunas de las mejores obras que saldrán este año.
Centrémonos: siguiendo la tradición, aquí van las recomendaciones saloneras de La Cárcel de Papel, que tienen como siempre el aviso obvio de que atienden a mis gustos personales y de que su seguimiento estricto puede tener efectos devastadores en el bolsillo.
Avisados van ustedes.

Si tuviera que hacer un póker de novedades de este salón, la elección este año es bien sencilla, porque las cuatro obras que siguen son, con seguridad, cuatro de las obras que estarán encabezando, con seguridad, todos los listados de “mejores del 2018”. Ahí van:

  • Lo que más me gusta son los monstruos, de Emil Ferris (Reservoir Books). No me cansaré de recomendar esta obra. El libro del año y de la década: una historia que reproduce desde la ficción los mecanismos de la memoria, sumergiéndose en el Chicago de los años 60 para a través de la pequeña Karen crear una de las historias más subyugantes que ha dado el cómic.
  • La tierra de los hijos, de Gipi (Salamandra Graphic). Toda una sorpresa, un relato postapocalíptico casi canónico en su planteamiento, pero extraordinario en un desarrollo que es capaz de reflexionar sobre la sociedad a través del recuerdo de su existencia.
  • Martha y Alan, de Emmanuel Guibert (Salamandra Graphic) es una de las más bellas historias de amor que he leído. Maravillosas ilustraciones a doble página, que hunden raíces en ese Baudoin que en los 80 nos sorprendió a todos, que componen un relato de sensaciones y sentimientos único.
  • Nieve en los bolsillos, de Kim (Norma Editorial). Muchos pueden pensar que Kim aprovecha el tirón de las obras hechas con Altarriba para seguir en ese camino, pero que nadie se equivoque: el creador de Martínez el facha es un narrador descomunal, que tiene su propia voz y que aquí firma una obra extraordinaria sobre la emigración española en Alemania en los años 60, que él mismo vivió en primera persona.

Y si me permiten añadir uno para el repóquer, unan a estas el ¡Universo!, de Albert Monteys (Astiberri). Posiblemente, una de las mejores obras de ciencia-ficción que se puedan leer hoy. Inteligente, retando al lector y retándose como autor, exprimiendo las posibilidades del género como pocas veces se ha visto.

Y si pueden con más, sigan que hay más…

  • Colección Jesus Blasco: Cuto 01, de Jesús Blasco (ECC Ediciones). Una de las obras maestras del cómic español, todo un clásico que era necesario editar en condiciones. Bien por ECC por recuperar esta joya del cómic.
  • Integral Spirou de Franquin 1950-1952, editado con excelencia y cariño por Dibbuks, una obra maestra que se edita por fin con la calidad que merece.
  • El eternauta, de H.G.Oesterheld y Solano López (Norma Editorial): Seguimos con las obras maestras. Posiblemente, el cómic que inicia el tebeo adulto moderno, todo un clásico del cómic que plantea una de las historias más potentes de la historia. Nieva en Buenos Aires y, con la nieve, comienza una aventura donde no hay héroes, solo víctimas. Magistral.
  • Black Jack 01, de Osamu Tezuka (Planeta Cómic)
    Antología Osamu Tezuka, de Osamu Tezuka (Planeta Cómic). Dos obras maestras del cómic que Planeta comienza a recuperar en edición de lujo. Decir que Tezuka es el dios del cómic no es una metáfora: es una realidad absoluta.
  • Pink, de Kyoko Okazaki (Ponent Mon). Toda una sorpresa inesperada, una obra demoledora que no deja títere con cabeza desde un planteamiento de apariencia casi naif, pero que dinamita toda convención social y moral. Obligada lectura.
  • El caso Alain Lluch, de Mr. Kern y Antoine Pinson (Autsaider Cómics). Un delirio absoluto que es capaz de derruir el sistema capitalista en un minuto con un perrito caniche. Toneladas de referencias de cultura popular reescritas como un perturbador misil contracultural que no deja neurona en pie.
  • #Unanovelagráfica, de Manuel Castaño (VialBooks). Si piensan en Terelu Campos como una musa inspiradora a golpe de mamada reconvertida en guerrera interespacial, se datán cuenta de hasta dónde puede llegar Castaño. Tan divertida como paradójicamente reflexiva.
  • Mi experiencia lesbiana con la soledad, de Kabi Nagata (Fandogamia). Un relato sobre la soledad, la identidad sexual y la felicidad, contado con una sinceridad arrebatadora. Recomendabilísimo.
  • A la aventura, de Alexis Nolla (Apa Apa Cómics). Debilidad personal: Nolla es un autor que siempre sorprende y más con esta revisión de la propia definición de la aventura construida a partir de la recopilación de sus fanzines.
  • Pulse para entrar, de Ana Galvañ (Apa Apa Cómics). Otra joya, que compone un relato desolador de nuestra realidad interconectada, pero con una concepción de la narrativa desbordante en cromatismo. Brillante.
  • Mickey Craziest Adventures, de Trondheim y Keramidas (Planeta Cómic)
    Mickey Una misteriosa melodía, de Cosey (Planeta Cómic). Dos obras que demuestran que cuando se deja libertad al autor, cualquier personaje destaca con un brillo especial. Cosey y Trondheim y Keramidas son capaces de crear historias que, desde el respeto a la creación de Disney, aportan nuevos matices al personaje. Una excelente iniciativa, aunque a un precio en España prohibitivo. Una lástima, porque son excelentes.
  • Un poco de humo azul, de Denis Lapière y Rubén Pellejero (Astiberri). Una obra maestra del cómic europeo, una historia de amor viva, orgánica, pintada sobre el fondo del horror de la dictadura, que cuenta cada viñeta y cada texto por genialidades.
  • The Phantom: El hombre enmascarado 1961-1963, de Lee Falk y Sy Barry (Dolmen). Todo un clásico de las tiras de prensa, un personaje carismático del cómic del que se selecciona una de sus mejores etapas, la dibujada por Sy Barry.
  • Un verano Diabolik, de Smolderen y Clérisse (Norma Editorial). Un tebeo capaz de bucear en la cultura popular de los años 60 para encontrar un discurso propio, de James Bond a Diabolik, Smolderen compone una lectura deliciosa.
  • Gauss, el príncipe de los matemáticos, de José Pérez Zarzo y Santi Selvi (Bang Ediciones). Qué bueno es que el cómic sea mecanismo de divulgación de la ciencia. Que Bang, posiblemente la mejor editorial de tebeos infantiles en este momento, dedique una colección a este tema es un notición que debe ser apoyado.
  • La lotería de Shirley Jackson, de Myles Hyman (Nordica). Uno de los relatos más perturbadores que recuerdo, llevado al cómic por su nieto con respeto y brillantez, sin perder un ápice de la fuerza del relato original.
  • Tiempo que dura esta claridad, de Elisa Gálvez y Federico del Barrio (Reino de Cordelia). Recopilación de las historias de estos dos autores para Madriz y otras publicaciones de los 80. Historias bellísimas, de poética visual sublime, maravillosa. Personalmente, estas obras me hicieron cambiar mi forma de entender el cómic.
  • Matamoscas, de Hans Hillman (Libros del Zorro Rojo). Uno de los primeros ejemplos novela gráfica, adaptando a Hammett con ilustraciones a toda página de gran fuerza visual.

Pero también hay novedades que, aunque no haya leído, me interesan por los antecendentes y referencias con las que llegan:

  • Todo lo que pudimos, de Thi Bui (Kraken). Esta historia sobre supervivientes de la guerra del Vietnam viene avalada por críticas extraordinarias y tengo muchas ganas de leerla, uno de los tebeos que más espero.
  • Tres historias de noche, de Martín López Lam (Ediciones Valiente). A la espera de la segunda entrega de Sirio, nos quedaremos con esta recopilación de historias de uno de los mejores autores que tenemos en este momento.
  • Saint Cole, de Noah Van Sciver (La Cúpula). Un autor que se ha labrado un merecido prestigio con su fanzine Blammo y que me sorprendió muchísimo con The Hypo: The Melancholic Young Lincoln. Espero mucho de esta novela gráfica que todavía no he leído.
  • Holiday junction, de Keigo Shinzo (ECC Ediciones). No he leído nada de Shingo, pero etiquetarlo como seguidor de Matsumoto es para mí una referencia suficiente.
  • Gótico, de Sagar Fornies y Jordi Carrión (Norma Editorial). tras su excelente primera colaboración en Los vagabundos de la chatarra, tienen por mi parte un cheque en blanco. Ganas locas de leer esta obra.
  • Jonas Fink 4/El librero de Praga, de Vittorio Giardino (Norma Editorial). Quince años hemos esperado para esta nueva entrega. Una espera larga, pero seguro que valdrá la pena.
  • March, una crónica de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, de John Lewis; Andrew Aydin y Nate Powell (Norma Editorial). Considerado como uno de los libros más interesantes del cómic americano de los últimos años, un libro que merecerá lectura reposada.

Repaso al 2017 (II): Reediciones y clásicos

El 2017 fue pródigo en tebeos de calidad, pero en lo que a reediciones corresponde, ha sido espectacular. Una circunstancia que se puede leer en términos de maduración de un mercado que ya considera como normal que las obras clásicas del tebeo estén permanentemente reeditadas o, por el contrario, como signo de ese mercado minimalista donde ya es rentable hacer tiradas muy pequeñas de cualquier cosa. Posiblemente, como siempre, la situación real se encuentra en el medio y, si bien algunas de las ediciones sean producto de la facilidad con la que hoy se edita en tirada pequeña, no se puede obviar que debe existir un mercado que las admita y que las considere, aunque sea en esos mínimos.

En cualquier caso, un año como digo excelente que hace que, casi me atrevo a decir, estas reediciones sean las grandes estrellas editoriales del 2017. Muy rápidamente, resaltemos la espectacular edición del Mort Cinder, de H.G. Oesterheld y Alberto Breccia que ha hecho Astiberri. Un clásico absoluto del noveno arte, una obra maestra que la editorial vasca edita rigurosa y exquisitamente, con una calidad que bordea ese concepto moderno del “artist’s edition”, permitiendo admirar el trabajo de los originales del maestro Breccia. El tebeo que hay que comprar si hubiera que elegir solo uno de este año. Un indispensable, como lo es la cuidada edición integral de Alack Sinner, de Muñoz y Sampayo publicada por Salamandra Graphic. Un grueso volumen de casi 700 páginas que recopila una de las grandes obras maestras del medio, de necesaria lectura y disfrute.

  

Astiberri también se ha marcado la recuperación de dos obras importantísimas: el Siete Vidas, de Josep Mª Beà y El último recreo, de Carlos Trillo y Horacio Altuna, la primera, una de las obras fundamentales del cómic español de los 80, toda una genialidad de Beà que aborda la autobiografía desde una mirada original y diferente. La segunda, un clásico de la ciencia-ficción moderna, comprometido y arriesgado, de nuevo con una calidad de edición espectacular.

 

Josep Mª Beà ha sido también protagonista de dos recuperaciones fundamentales: El hombre de los mil estilos y La muralla (Trilita). La primera descubrirá a muchos la infinita plasticidad de un autor que se multiplicó por innumerables seudónimos, creando con cada uno un estilo diferenciado y, en muchos casos, adelantándose a su época. El segundo, la introducción del carismático Gatony y una inmersión sin fondo en el onirismo.

 

El cómic español ha tenido más recuperaciones, como la necesaria de Anarcoma, de Nazario (La Cúpula), posiblemente la obra más irreverente y provocadora que ha tenido (y, seguramente, tendrá) nuestro cómic. La Cúpula ha recuperado también uno de sus clásicos, Alta Tensión, de Alfredo Pons, un autor que se sumerge en los bajos fondos de una sociedad que se estaba construyendo. De los años 80 es también la magistral Rambla Arriba, Rambla Abajo, de Carlos Giménez (Reservoir), una obra maestra que conecta Barrio con Los profesionales, cerrando el círculo de la memoria histórica de este país que ha firmado Giménez. Los clásicos del tebeo español se completan con la edición integral de Los grandes inventos del TBO, de Sabatés (Ediciones B), todo un referente de nuestro tebeo que saltó de sus páginas para convertirse en frase hecha.

 

Astiberri ha recuperado también obras modernas de autores españoles que son fundamentales para entender la evolución de nuestro cómic: Dr. Uriel, de Sento es una de las mejores obras sobre la guerra civil española, editada en recopilatorio con cariño y calidad; Carlitos Fax, de Albert Moneys (¡Caramba!) es una de las mejores obras de humor de los últimos años, todo un homenaje a la escuela clásica de Bruguera convenientemente actualizada y Una posibilidad, de Cristina Durán y Miguel Ángel Giner recopila las dos fundamentales obras de estos autores, emotivas a la par que necesarias. El tebeo europeo ha tenido también importantes aportaciones, como la reivindicada edición integral del Spirou de Franquin, que dibbuks borda en el volumen Spirou y Fantasio integral 1936-38. La editorial madrileña está cuidando la edición integral del famoso botones, y ha publicado también el volumen Spirou y Fantasio integral 1992-1999, de Tome y Janry, que incluye la interesante inédita “La maquina que sueña” y QRN en Zolburg una apasionante edición comentada. Siguiendo con el cómic francés, Reservoir Books ha editado un volumen de lujo de El Incal, de Jodorowsky y Moebius  y Planeta Cómic ha recuperado uno de los grandes cómics del género histórico, Las Torres De Bois Mauri Integral 1.  Ha tenido especial atención este año el cómic italiano, con las cuidadísimas ediciones de los Cuentos y leyendas, de Battaglia y Petra Chérie, de Attilio Micheluzzi, ambas de la mano de Ponent Mon, así como la edición de un clásico del western, el Ken Parker, de Milazzo y Berardi (ecc). Hasta el británico ha tenido su espacio con Casi todo Baxter: Nuevas y escogidas ocurrencias, de Glen Baxter (Anagrama).

 

El cómic japonés también ha tenido su parcela en reediciones importantes, como el extraordinario Hitler, de Shigeru Mizuki (Astiberri), la escalofriante Uzumaki, de Junji Ito (Planeta) o la magistral Ayako, de Osamu Tezuka (Planeta).

 

Respecto al cómic americano, la mejor noticia ha sido, sin duda, la puesta en marcha de la colección Sin Fronteras de Dolmen, que está realizando unas ediciones de referencia de los grandes de la tira de prensa. Y es que se nota el cuidado y cariño que ponen en la colección Rafa Marín en la dirección y Jesús Yugo en el diseño, cuidados y trabajados como pocas veces se han visto. Las nuevas ediciones de Prince Valiant, de Harold Foster, Johnny Hazard, de Frank Robbins, Flash Gordon, de Alex Raymond son, como digo, referencia para futuras ediciones y la mejor excusa para hacerse con estos clásicos inmortales de la historieta. Además, Salamandra Graphic ha recuperado un clásico moderno, La vida es buena si no te rindes, de Seth y Panini y ECC han mantenido su continua recuperación de clásicos de la historieta de superhéroes, desde la edición en grapa de Watchmen o el volumen 30 aniversario del Batman Año Uno (ecc) a grandes series de Marvel como Sang-Chi: Maestro del Kung-Fu o el Hulka, de John Byrne (Panini).

 

Repaso al 2017 (I): Lo mejor

Me van ustedes a perdonar la pose snob, pero las mejores lecturas que he tenido este año me las han proporcionado tebeos publicados allende nuestras fronteras. Que no es que el año patrio haya sido malo, ni mucho menos, como veremos más adelante, pero es que las seis obras que voy a comentar brevemente me han dejado patidifuso. La primera, la impresionante My favorite thing is monsters, de Emil Ferris (Fantagraphics), que ya está arrasando, con merecimiento y lógica en casi todas las listas que se han hecho de lo mejor del año en los USA. No es para menos, dejando de lado la sorprendente historia de su autora y su magnética personalidad (busquen entrevistas, se lo aconsejo), Ferris ha construido con esta obra un debut tan inesperado como inédito, en tanto está llamada a ser una de las mejores obras publicadas -y no exagero, creedme- en lo que llevamos de siglo XXI. Una historia que nace desde lo privado, desde el supuesto cuaderno de recuerdos, para ir creciendo en todas las direcciones. El diario de una niña que se cree hombre lobo en el Chicago de los años 60 y su investigación de la extraña muerte de su vecina abrirá una conexión en el tiempo hasta un terrible relato de abusos en la Alemania prenazi y el holocausto. Una ficción que bebe de la realidad para crear un discurso propio donde la aproximación gráfica es fundamental, con ese estilo hiperrealista a bolígrafo que construye la memoria a modo de nota desordenadas. A medida que ahondamos en su lectura, la sorpresa va en aumento: la obra va adquiriendo nuevos matices, nuevas lecturas, que nos permiten vislumbrar que esos paisajes caóticos conforman un monumento impresionante, con un sentido y una razón, haciendo que pasado, presente y futuro se diluyan en un único camino. Para el 2018 está prevista la aparición del segundo volumen de la obra en EE.UU. y del primero en España (publicada por Penguin Random House). La obra de la década.

La segunda, la contundente La terra dei figli, de Gipi (Coconino Press). El italiano se aventura en el género postapocalíptico, demostrando que las letanías que anunciaban su final por saturación solo recordaban el terrible veneno que supone la repetición para los géneros. Porque Gipi no necesita explicaciones ni justificaciones para adentrarse en la historia sin red, dejando que los personajes respiren, sufran y vivan, dejando que al lector la búsqueda de respuestas. Una de las mejores obras de este autor, que se publicará en España en 2018 de la mano de Salamandra Graphic. La tercera plaza corresponde a Les amours suspendus, de Marion Fayolle (Magnani), donde la autora prosigue con su particular uso del simbolismo gráfico para realizar una triple pirueta sin red, una apasionante reflexión sobre el amor, sobre la pasión y el enamoramiento que la autora compone a ritmo de comedia musical silente, de canciones que dialogan creando su propia música visual. Maravilloso. Y la cuarta de este particular podio es para Deserto/Nuvem, de Francisco Sousa Lobo (Chili Com Carne), en la que el portugués confirma ser uno de los autores más sugerentes del panorama europeo actual. Una obra formada por dos relatos: por un lado, el que realiza sobre la Cartuja de Évora, una magistral reflexión sobre la existencia, sobre el silencio y la creencia, en la que Sousa entremezcla la arquitectura de la página con la real. Por otro, el relato del proceso creativo, de la investigación y de sus reflexiones personales, de cómo la obra puede cambiar al autor.

Para el final dejo dos obras que, sin ser estrictamente de cómic, reflexionan sobre el medio desde distintas y apasionantes perspectivas: Variations, de Blutch (Dargaud) y Monograph, de Chris Ware (Rizzoli). La primera, un juego de homenajes en el que el dibujante recrea páginas de obras famosas de Morris, Franquin o Lauzier, entre otros muchos. Más allá de la curiosidad, el trabajo de Blutch nos habla de la plasticidad del medio, de cómo el discurso del autor es construido por su estilo. La segunda, un impresionante documento sobre el autor de ACME Novelty Library, una especie de desnudo integral de su proceso creativo, de la investigación gráfica del gran renovador del lenguaje del cómic.

Los mejores publicados por estos lares

“La edad de oro del cómic en España” fue un titular que desató no pocas polémicas, pero que recoge con exactitud la realidad que está viviendo el lector de cómics en nuestro país: una diversidad tan inabarcable como espectacular. El cómic forma parte ya de la oferta editorial de todas las editoriales, pequeñas y grandes, exhibiendo una oferta inimaginable hace 20 años. De las apenas 600 novedades que enumeraba el anuario del tebeo editado por Glénat en 1993 a las casi 4000 que tenemos 25 años después. Busquen lo que quieran: hay para cualquier lector, para cualquier gusto. Desde el aficionado que quiera lo más rupturista y vanguardista hasta aquél que solo quiera evasión, desde el que busca la reflexión más profunda al que quiere recuperar con nostalgia sus lecturas pasadas. Hay sitio para todos. Una abundancia que hace cada vez más difícil la confección de las “listas del año”, porque la sensación de que se han quedado muchas cosas fuera es casi opresiva. En mi caso, de las miles de novedades que salen en España puedo haber leído una cantidad muy importante, pero ridícula si la comparamos con el global. Y eso que juego con ventaja, porque muchísimas de las reediciones y recuperaciones que se han editado en nuestro país ya disfrutado, igual que muchas obras que ya había leído en su idioma original. Ventajas de la edad, que alguna tendría que tener. Pero, pese a mi disciplina de un tebeo diario, apenas llegaré a haber leído entre 400 y 450 de las novedades publicadas en España: poco más de un 10%. Querer hacer de ese porcentaje una generalidad es absurdo y poco riguroso. Así que estos listados son, simplemente, una selección de mis lecturas: tómenlos con la debida prevención y solo como una recomendación más cuya utilidad dependerá, por supuesto, de los gustos particulares de cada uno o cada una. Ahí va la lista (como siempre, el orden es más o menos a bulto, se podrían considerar grandes bloques de diez obras donde decidir que una es mejor que otra es casi absurdo y solo depende de gustos y del momento):

  1. Arsène Shrauwen, de Olivier Schrauwen (Fulgencio Pimentel)
  2. Cuttlas, de Calpurnio (DeBolsillo)
  3. El club del divorcio, de Kazuo Kamimura (ECC)
  4. La mujer de al lado, de Yoshiharu Tsuge (Gallo Nero)
  5. Pinturas de guerra, de Ángel de la Calle (Reino de Cordelia)
  6. Revista M21, de VV.AA
  7. Roco Vargas: Júpiter, de Daniel Torres (Norma)
  8. Estamos todas bien, de Ana Penyas (Salamandra Graphic)
  9. Nuevas estructuras, de Begoña García-Alén (Apa Apa)
  10. Las 100 noches de Hero, de Isabel Greenberg (Impedimenta)
  11. La levedad, de Catherine Meurisse (Impedimenta)
  12. Cómics 1994-2016, de Joulie Doucet (Fulgencio Pimentel)
  13. Los cuadernos de Esther, de Riad Sattouf (Sapristi)
  14. Face, de Rosario Villajos (Ponent Mon)
  15. El Sr. Lambert, de Sempé (Blackie Books)
  16. El patito Saubón, de Carlos Nine (Reservoir Books)
  17. Una hermana, Bastien Vivés (Diábolo)
  18. Cortázar, de Marc Torices y Jesús Marchamalo (Nórdica)
  19. Un policía en la luna, de Tom Gauld (Salamandra Graphic)
  20. El informe de Brodeck, de Manu Larcenet (Norma)
  21. Conociendo a Jari, de José Jajaja (Fulgencio Pimentel)
  22. Maldito Allende, de Olivier Bras y Jorge González (ECC)
  23. TIK TOK comics (http://www.tiktokcomics.com)
  24. La pequeña forastera, de Nagabe (ECC)
  25. Oscuridades programadas, de Sarah Glidden (Salamandra)
  26. Hâsib y la reina de las serpientes, de David B (Impedimenta)
  27. Estela plateada, de Dan Slott, Mike Allred y Laura Allred (Panini
  28. Las cosas del querer, de Flavita Banana (Lumen)
  29. Disparen al humorista, de Darío Adanti (Astiberri)
  30. Viñetas de plata, de Laura Pérez Vernetti (Reino de Cordelia)

 

Vale, acepto que hago un poco de trampa al colocar en primera posición el magistral e hipnótico Arsène Schrauwen, de Olivier Schrauwen (Fulgencio Pimentel). Es cierto que se debería colocar en la lista de “reediciones y recopilatorios”, pero aprovecho que el tercer volumen se publicó durante este año para justificar que esté en la lista principal. Justificación personal absurda, porque Schrauwen ha conseguido con esta obra crear algo que trasciende cualquier medida. Los hallazgos formales de esta aventura fitzcarraldiana son inacabables, pero que no oculten un discurso que es capaz de transitar sin despeinarse desde el realismo mágico al surrealismo, desde el costumbrismo al relato colonial, de la reflexión psicológica a la histórica. Y es posible que con Cuttlas, de Calpurnio (DeBolsillo) se pueda argumentar que es un recopilatorio de las planchas publicadas en 20 minutos, pero me da igual: la genialidad de esta serie es apabullante, capaz de seguir innovando en cada historieta, capaz de extraer nuevas e inexploradas posibilidades a la narración gráfica después de 35 años. De El club del divorcio, de Kazuo Kamimura (ECC), solo puedo decir que ya era hora que se publicaran las grandes obras de un autor que en nuestro país solo se conocía a la sombra de Tarantino. Sus obras son brutales acercamientos a la miseria humana, que duelen al leerlos. Igual que las obras de Yoshiharu Tsuge, de quien Gallo Nero publica el recopilatorio de relatos cortos La mujer de al lado. Poco se puede decir de esta obra que no sean epítetos hiperbólicos. La primera obra española en la lista es el Pinturas de guerra, de Ángel de la Calle (Reino de Cordelia), un autor que se prodiga poco, demasiado poco, a la vista de la imponente obra que ha publicado este año. Una denuncia de la violencia de las dictaduras, pero que esconde capas y capas de reflexiones, personales, políticas, sobre la creación, sobre el arte. Una obra que en cada nueva lectura presenta nuevos caminos inexplorados.

Treinta y cinco años después de que la revista MADRIZ cambiara mi forma de apreciar la historieta, la emisora de radio municipal M21 recupera ese espíritu transgresor para crear la Revista M21, un sólido proyecto que toma aquel concepto para actualizarlo a través del lenguaje del periodismo. Una iniciativa de cómic periodístico con una selección fabulosa de autores y autoras, que sabe apostar por la innovación en el estilo, pero también por el respeto a los grandes autores. Para mí, desde luego, una de las grandes sorpresas de este año. Con Júpiter (Norma Editorial), Daniel Torres consigue lo imposible: volver a la saga de Roco Vargas para cerrar todos los flecos abiertos, para mirar atrás y tomar impulso hacia el futuro. Torres experimenta con la narración, se deja llevar por la exploración de nuevos caminos en lo gráfico, pero con mano firme en una historia que para el lector de la saga es perfecta y, me atrevo a decir, emotiva.

Estamos todas bien (Salamandra Graphic), es el sorprendente debut en la novela gráfica de Ana Penyas, una joven ilustradora que llega al cómic con las ideas muy claras y una obra que reivindica el recuerdo de esas mujeres calladas que vivieron durante la dictadura a través de a vida de sus dos abuelas. Penyas maneja los silencios con soltura, pero sobre todo me ha fascinado cómo narra con los segundos planos, con los escenarios, dándoles carta de protagonismo propio. Una obra excelente que promete mucho. Otra obra de autora fascinante es Nuevas estructuras, de Begoña García-Alén (Apa Apa), auténtico ejercicio de estilo en el que la autora desarrolla una recorrido por los lugares fijándose en las miradas en los pequeños objetos, componiendo un ritual de poesía visual en el que cada página actúa como la estrofa de un poema, en un difícil pero conseguido equilibrio de la imagen, de las viñetas y del texto que genera experiencias emotivas y sensitivas.

Y la primera decena se cierra con una autora que está demostrando pese a su juventud un discurso de una solidez y recorrido difícil de igualar: Isabel Greenberg. Con Las 100 noches de Hero (Impedimenta) vuelve a su tierra temprana para explorar diferentes temáticas desde la reivindicación de la fábula, de ese cuento moral clásico que Greenberg demuestra es válido más allá del canon clásico para reflexionar sobre el empoderamiento de la mujer, sobre la fuerza de la ficción y, por supuesto, la universalidad del amor.

Poco se puede añadir a todo dicho sobre La levedad, de Catherine Meurisse (Impedimenta). Catarsis personal del terrible trauma de los asesinatos de Charlie Hebdo que la autora redirige por el camino de la exploración del arte como redención y salvación. Un relato duro, visceral, pero que es también una de las más bellas declaraciones de amor al arte y su necesidad. Cómics 1994-2016 (Fulgencio Pimentel) recopila todo el trabajo de Joulie Doucet en el cómic, una buena parte inéditos en nuestro país. La obra de Doucet nace del underground más canónico y se proyecta hacia una nueva forma de entender la creación desde la ruptura con lo establecido. Es posible que la obra de Doucet sea de las más influyentes que se han dado en las últimas décadas. No soy gran fan de Sattouf, pero no puedo menos que descubrirme ante Los cuadernos de Esther (Sapristi Cómics), brillantísimo proyecto en el que toma el diario de una niña de nueve años para crear un retrato revelador de la sociedad moderna. Lúcido y mordaz, los dos volúmenes publicados este año son dos joyas. Face, de Rosario Villajos (Ponent Mon) fue toda una sorpresa: un relato construido desde la ausencia del rostro, de ese supuesto “reflejo del alma”, lo que le permite a Villajós hacer una reflexión apasionante sobre sobre las personas y sus relaciones.

De El Sr. Lambert (Blackie Books) solo voy a decir que es Sempé. Y eso debería bastar. Igual que de El patito Saubón (Reservoir Books), inexplicablemente inédita en castellano pese a su reconocimiento en Angoulême como mejor álbum…¡en 2002!. Solo decir Carlos Nine debería ser suficiente. Una absoluta genialidad. En Una hermana (Diábolo), Bastien Vivés vuelve a desatar esa capacidad única que tiene de transmitir sensaciones y sentimientos con su trazo. Un relato de iniciación adolescente, de descubrimiento de la sexualidad que no se lee, se siente.

En Cortázar (Nórdica), Marc Torices y Jesús Marchamalo firman una excelente biografía del gran escritor de Rayuela, basada en el espectacular trabajo simbólico del dibujo de Torices. Por su parte, Un policía en la luna, de Tom Gauld (Salamandra Graphic) es una sorprendente vuelta de tuerca a la aproximación sobre la soledad del astronauta, ciencia-ficción desde una perspectiva no canónica genial.

El informe de Brodeck, de Manu Larcenet (Norma) adapta la novela del mismo nombre de Phillipe Claudel con un despliegue gráfico aplastante. El trabajo de Larcenet, inspirado en el expresionismo de los Breccia, consigue dotar a la obra de una fuerza extraordinaria, basado en un blanco y negro de cortante dureza. En el extremo opuesto gráfico encontramos Conociendo a Jari, de José Jajaja (Fulgencio Pimentel), una obra insólita en su propuesta argumental y desarrollo, donde JaJaJa vuelve a romper toda convención y código preestablecido para conseguir que el lector empatice con un personaje tan detestable.

Maldito Allende, de Olivier Bras y Jorge González (ECC) es un necesario doloroso acercamiento a la figura de Salvador Allende y el inicio del régimen de Pinochet en Chile. La pequeña forastera, de Nagabe (ECC) es toda una sorpresa, un cuento oscuro y tenebroso que se va tejiendo desde la sencillez de la relación de una niña con un extraño monstruo, pero sobre todo por las preguntas sin respuesta. Me ha dejado encantado el ciclo de Dan Slott, Mike Allred y Laura Allred en Estela plateada (Panini), una inspirada aproximación al personaje desde el respeto a la creación de Kirby y Lee que ha sido capaz de combinar el humor con la imaginación desbordada y un final maravilloso, de esos que dan ganas de leer una y otra vez.

Podía haber elegido tanto Las cosas del querer (Lumen) como Archivos estelares (Caramba), pero lo que es imposible es no hacer un listado sin Flavita Banana, posiblemente la mejor humorista hoy en día, heredera de ese humor de sentido común aplastante y demoledor de El Roto, pero actualizado con una mirada renovada. Hablando de humor, Disparen al humorista, de Darío Adanti (Astiberri) es el mejor ensayo escrito sobre los límites del humor y el preocupante aumento desmedido de la corrección política como autocensura encubierta. Oscuridades programadas, de Sarah Glidden (Salamandra) es una obra que sorprende porque, tras su apariencia de ensayo sobre la situación en Oriente Medio, es una interesantísima reflexión sobre el periodismo y sus motivaciones.

Hâsib y la reina de las serpientes (Impedimenta) es David B en estado puro, exprimiendo su dibujo al máximo para transmitir esa sensación de maravilla de las mil y una noches. En Viñetas de plata (Reino de Cordelia), Laura Pérez Vernetti logra su mejor ejercicio de la adaptación poética a través de la obra de Luis Alberto de Cuenca. Y, por último, mención de honor para Tik Tok comics (http://www.tiktokcomics.com), un proyecto de creación de vanguardia que sigue siendo ineludible en hoy en día para descubrir nuevas formas y creadores.

Pero la lista podría incluir muchas más obras. Dudando hasta el último momento he estado con cualquiera de las publicaciones de Fosfatina o con obras tan interesantes como El ruido secreto, de Roberto Massó (Spiderland), Hernán Esteve, de Esteban Hernández (Libros de Autoengaño), Cosmonauta, de Pep Brocal (Astiberri) o Un millón de años, de David Sanchez (Astiberri). Pero es que la lista de obras recomendabilísimas de este año puede llegar sin problemas al centenar.  Ahí han estado también las entregas de esa joya del yokai que es Kitaro, de Shigeru Mizuki (Astiberri), la imaginación desbordante de Ether, de Matt Kindt y David Rubín (Astiberri), la memoria vitriólica de Los sexcéntricos, de Ramón Boldú (Astiberri), la triste despedida de Nimio. Fantasía final, de VVAA (La Cúpula) o el duro relato de la manipulación de los sentimientos de Poncho fue, de Sole Otero (La Cúpula). Ojo también a las publicaciones museísticas, con el evocador Idilio, de Montesol (Ediciones del Museo del Prado), el sugerente paseo por el arte de Museomaquia, de David Sánchez y Santiago García (Edicions del museo Thysen) o el intrigante El perdón y la furia, de Altarriba y Keko (Museo del Prado). Ha sido el año de la despedida de Orgullo y Satisfacción: Grandes Éxitos, VV.AA. (Caramba) y de la vuelta de Paracuellos 8, de Carlos Giménez (Reservoir Books), así como del reencuentro con Gerard Miquel en Yo fui guía en el infierno (Desfiladero). Hemos tenido obras experimentales tan interesantes como Febrero para galgos, de Peter Jojaio (Entrecomics), Fragmentos seleccionados, de Andrés Magán (Apa-Apa), Ya será, de Klari Moreno (Libros de autoengaño), Zona Hadal, de Roberto Massó (Fosfatina), Fearless color, de Samplerman (Ediciones Valiente) o Desolation.exe, de Berliac (Fosfatina). Han sido puntuales a sus citas anuales Paco Roca (La encrucijada, con Juan M. Casañ, Astiberri), Miguel Brieva (La Gran Aventura Humana, Reservoir Books) y Juan Berrio (Te quiero, Impedimenta). Y no se nos puede olvidar destacar también obras como El arte de Charlie Chan Hock Chye: Una historia de Singapur, de Sonny Liew (Dibbuks / Amok), Hilda y el bosque de piedra, de Luke Pearson (Barbara Fiore), Shangri-La, de Mathieu Bablet (dibbuks), Valerosas, de Pénélope Bagieu (Dibbuks), I am a Hero, de Kengo Hanazawa (Norma), Jojo’s Bizarre Adventure (Ivrea), Equatoria, de Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero (Norma Editorial), Super Patata nº7, de Artur Laperla (Bang Ediciones/Mamut) o la efímera experiencia de Voltio (La Cúpula). Y acabo con un webcómic que finalizaba este año: Hopper, de F .H. Navarro.

Mañana, las reediciones del año.

 

 

Diez años de Arrugas

Hace justo diez años que apareció Arrugas, de Paco Roca. Un tebeo que estaba llamado a ser el punto de inflexión decisivo para que el público cambiara su percepción del tebeo, entendiendo hasta qué punto es un medio adulto y con un potencial infinito. Arrugas supuso el reconocimiento de Paco Roca, llamado a ser, si no lo es ya, uno de los mejores autores que ha tenido el cómic patrio en su historia, pero fue muchas cosas más: la popularización definitiva del Premio Nacional que lo lanzó al estrellato, el inicio de esa línea de trabajo de la historieta llamada hoy “Medicina Gráfica“, el reconocimiento de los medios, el paso de los cómics al cine, una de las primeras animaciones adultas… Quizás mucho para una sola obra, pero Paco supo asumir esa responsabilidad de echarse encima el cómic nacional, de saberse en el centro del huracán mediático, pero sin perder el sentido común y sabiendo que Arrugas era solo un paso en su evolución como autor que hoy sigue en camino, sin dejar nunca que el éxito le ciegue.

Hace ahora diez años publiqué esta entrada en el blog DDT de EP3. Y la sigo manteniendo:

Arrugas y Olvido

No me parece que decir de una obra que me ha hecho llorar sea una buena crítica. Es más, es seguramente la peor de las reseñas posibles. Parece equipararla a uno de esos telefilmes lacrimógenos que llenan las tardes sabatinas. Sin embargo, en el caso de Arrugas, de Paco Roca, la situación es muy diferente. Creo que es una descripción perfecta para una obra donde las lágrimas no llegan por una fácil provocación sensiblera, sino por el inteligente y emotivo despliegue de una sensibilidad exquisita en el tratamiento de una enfermedad tan dura y devastadora como el Alzheimer. Mientras que otros, la mayoría, podrían caer en el fácil recurso de dar pena al lector, en Arrugas se opta por una descripción tan bella como demoledora del proceso de pérdida de la identidad. Desde que Emilio, el protagonista, llega a la residencia, asistimos a una batalla de imposible victoria, en la que el anónimo enemigo destrozará aquello que nos convierte en humanos: nuestra memoria. Paco ha sido capaz de sintetizar el proceso degenerativo en apenas unas escenas esbozadas, evitando el morbo o la fácil lágrima para centrarse en unas ausencias que van creciendo a cada página, convirtiéndose en un terrible agujero sin fondo que absorberá a la persona. Un camino de discreción en el que, además, articula un bellísimo discurso sobre el ser humano, sobre la amistad y la necesidad de encontrar un apoyo aún en los momentos más extremos. Un discurso que automáticamente obliga al lector a bajar todas sus defensas, derrotado por una historia que nos golpea con la fuerza de un martillo pilón. De repente, entendemos el horror de una enfermedad que es capaz de diluirnos, de hacernos desaparecer dentro de nuestro propio cerebro. El cuerpo sigue ahí, presente y activo, pero la mente y con ella, el ser humano, se han perdido definitivamente. No hay ya más alma y queda sólo el recuerdo. Un recuerdo que, más terrible todavía, es la única huella de nuestro paso por el mundo y puede ser borrado con la misma sencillez con que lo fue la persona. Es muy difícil, por no decir imposible, contenerse ante una obra como Arrugas. Paco Roca te desarma desde las primeras páginas, atrapándote en una espiral de olvido de la que es imposible deshacerse. Y cuando ya no podemos más, las lágrimas son el único recurso que tenemos para pedirle a Paco que deje de tocarnos el corazón, que no queremos reconocer que lo que estamos leyendo es la vida. La real, la que posiblemente vivamos en carne propia o cercana.
Una obra que admite sin problemas el calificativo de extraordinaria y que no me cansaré de recomendar, tan dura como bellísima.
Un ejercicio de lectura necesario para demostrarnos que seguimos siendo humanos.

Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat

No descubro nada nuevo si declaro mi pasión incondicional por la gran creación de George Herriman, Krazy Kat. La exposición comisariada por Rafael García y Brian Walker que se inauguró ayer en el Museo Reina Sofia George Herriman. Krazy Kat es Krazy Kat es Krazy Kat es, por lo menos para mí, todo un acontecimiento. Hace casi diez años, ese orfebre de la recuperación de clásicos americanos de prensa que es Manuel Caldas me dio la oportunidad de escribir el prólogo de KRAZY+IGNATZ+PUPP, donde restauraba una cuidada selección de planchas dominicales de la serie, traducidas para la ocasión por Diego García (labor imposible a la que dedicó semanas, me consta).
Os dejo ese prólogo y os animo a visitar la exposición

Una experiencia más allá de la lectura

No llevo la cuenta de las veces que el tiempo se ha detenido mientras me perdía por Coconino County. Desde que descubrí Krazy Kat –hace ya más años de los que me gustaría recordar, en las páginas de la Historia de los Cómics de Toutain- cada nueva lectura ha sido un acontecimiento, un placer inigualable que cada vez me cuesta más definir como “lectura”. No es que la obra de Herriman no cumpla escrupulosamente los requisitos para ser calificada como tal, es que esos mínimos son multiplicados hasta lo imposible para ir mucho más allá de lo que habitualmente definimos por leer. Cuando nos dejamos atrapar por el universo de Krazy Kat, comprobamos que en sus páginas el lenguaje de la historieta adquiere su verdadero sentido y expresa todo su potencial. Deambulamos perplejos por un mundo donde las reglas físicas han sucumbido y dónde sólo existe el omnipresente imperio de su autor, que compone una melodía que podemos sentir, oír, tocar, ver y degustar. Es un poema visual donde los espacios mutan y se transfiguran para contener lo único que es fijo en este extraño escenario cambiante, tres protagonistas envueltos en un indescriptible triángulo amoroso tan simple como lleno de ambigüedades y dudas. Krazy Kat, felino de sexo indeterminado que adquiere las maneras de una dulce gatita o de un rudo gato según quiera ese día expresar su inextinguible amor por el ratón Ignatz, que la repudiará de continuo, literalmente a ladrillazos, bajo la mirada inquisidora de Ofissa Pupp, prendado hasta los tuétanos de esa misma gata (o gato) en un amor nunca correspondido. Sus persecuciones y tribulaciones se repiten tira tras tira, plancha tras plancha, consiguiendo que algo tan sencillo como un certero ladrillazo adquiera cada vez una forma diferente, una “lectura” novedosa. El humor absurdo y el surrealismo se conjugan con la ternura y la crueldad en una receta que sólo es posible llevar al papel gracias a unos diálogos que su autor transforma en melodías fonéticas. Mezclas imposibles de inglés, español, francés y yiddish que dan lugar a una nueva lengua cuyo único fin es que los bocadillos se conviertan en una suerte de partituras donde las palabras actúan como notas. Lo que se dice es lo de menos, lo que importa es cómo suena, cómo la cadencia y las entonaciones generan un discurso musical que acompaña al visual, creciendo y meciendo al lector, atacando todos sus sentidos para proporcionar mucho más que una lectura. Krazy Kat es una experiencia sensorial que encandila hoy al espectador como en su día lo hizo a Picasso, Cummings o Kerouak, que veían en esas páginas la cumbre del arte del siglo XX. Una apreciación que puede parecer exagerada, pero que alcanza todo su sentido cuando se entra en sus viñetas.
Desde 1913 a 1944, Krazy Kat evolucionó en las páginas de los diarios del magnate William Randolph Hearst, que adoraba la serie y ejercía de mecenas de Herriman pese a la poca aceptación que despertaba en los lectores de prensa. De complemento de una serie costumbrista como The Family Upstairs a tira diaria y de ahí a atípica plancha dominical en blanco y negro para terminar, finalmente, como espléndida página en color a partir de 1935. Siempre con la libertad creativa absoluta que garantizaba la protección de Hearst.

La selección que tiene usted en sus manos, estimado lector, es tan sólo un ejemplo, apenas un pequeño agujerito por el que poder mirar al interminable mundo de Coconino County. No lea las páginas. Déjese llevar y note como puede verlas, pero también oírlas, olerlas y palparlas. Siéntalas y disfrute de una experiencia sensorial y emocional que sólo puede proporcionar la historieta.

Álvaro Pons

(Algunas) recomendaciones saloneras

Llego tarde para hacer una larga selección de novedades como hacía antes, pero me van a permitir hacer una serie de recomedaciones, tan telegráficas como visuales, de lo que creo es lo mejor que se va a encontrar en este salón del cómic de Barcelona…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Ayako

Decía yo, por estos lares, hace unos 13 años…

Pues los enemigos acérrimos del manga dirán lo que quieran, pero a servidor últimamente las mejores lecturas le están viniendo del país del sol naciente. O por lo menos, tanto Ayako, de Osamu Tezuka como La Gran revelación, de Tatsumi, me han parecido obras magistrales. Comienzo por la primera, de la que ya hable hace un tiempo y de la que por fin he podido leer (devorar, diría yo) su conclusión, que no sólo ha confirmado todo lo que pensaba, sino que ha mejorado todavía más mi primera impresión. Ayako es una obra maestra en cualquier aspecto que se considere. La historia que aborda Tezuka es tan compleja como fascinante, denuncia de la podedumbre de un sistema y de una sociedad que es capaz de sacrificar cualquier cosa por dinero o ambiciones. En Ayako no hay héroes, ni heroínas, sólo hay víctimas. Víctimas del odio, de la ambición, de la envidia o de la ignorancia que con su acción o su pasividad ven sus vidas y las de los que les rodean destrozadas. La historia de la niña obligada a ocultarse durante 23 años es tan sólo el eje de la sucesión de vergüenzas que la familia Tenge esconde. Pero además, Tezuka da un repaso a la historia de Japón demoledor, dominado por un poder político corrupto desde el final de la segunda guerra mundial al servicio de las mafias. Pero si brillante es el guion de Ayako, formalmente el brillo es todavía superior. Los dos volúmenes de la obra esconden magistrales lecciones de narrativa que sorprenden a cada página: Tezuka elige el ritmo perfecto, el encuadre adecuado y la planificación idónea con una facilidadd sobrenatural. Impresionante.

Lo dije, y lo mantengo: Ayako es una obra maestra. Pero es también una obra dura, durísima de leer, porque pone al descubierto las miserias del ser humano. Una realidad descarnada en la que, por desgracia, todos podemos ver algo representado. No se salva nadie de la mirada inquisidora de Tezuka, no hay ningún clavo ardiendo al que agarrarse que permita empatizar, no hay salvación posible al infierno que el autor condena a una especie humana que no merece otra cosa.
La edición de Planeta Cómic salda además una deuda histórica con esta obra maestra, maltratada en su espantosa anterior edición en castellano. Una lectura obligatoria.

El perdón y la furia

La colección del Museo del Prado va tomando forma y adquiriendo una personalidad propia que la diferencia del referente directo, la colección del Museo del Louvre. Frente a la opción de historias que transcurran en el entorno físico del museo y que éste sea el protagonista absoluto, la colección española opta por ceder ese protagonismo a los cuadros, aprovechando el empuje de las colecciones temporales que monta El Prado. Una elección que permite la libertad absoluta del autor, pero que obliga a ejercicios complejos de imaginación, que entablen diálogos entre la pintura y el cómic. Es curioso que esta imposición ha llevado, en cierta manera, a que las dos obras realicen ese intercambio no entre disciplinas, sino entre el autor y su obra. Si en El tríptico de los encantados (una pantomima bosquiana), Max analizaba la obra de El Bosco estableciendo una relación directa con las claves que el mismo autor había desarrollado en Vapor, ahora Altarriba y Keko se aproximan a la obra de Ribera tejiendo una conexión clara con su anterior colaboración, Yo, asesino.  En ella, recordemos, los autores desarrollaban un discurso sobre la creación que enlazaba la investigación sobre la estética de su protagonista, un profesor universitario, con la necesidad de profundizar en ella a través del asesinato, de seguir la propuesta de Thomas de Quincey y transformar el asesinato en una bella arte. En El perdón y la furia, encontramos un planteamiento casi mimético: un profesor universitario, obsesionado con Las furias de José de Ribera, analiza la creación del pintor poniéndose en su lugar, suplantando su personalidad para encontrar el camino de la inspiración. Un esquema que, además, bebe de imágenes y conceptos similares: la sangre, la figura del protagonista desnudo, la corrupción de la universidad, el color rojo… Son constantes en Yo, asesino que renuevan su importancia en esta nueva obra, construyendo esas ligazones de diálogo entre las obras, pero que Altarriba y Keko manejan con precisión para evitar caer en simple autoplagio. Esos nexos son, precisamente, los cimientos sobre los que Altarriba edifica una trama negra que se aleja de los caminos de la anterior para encontrar un discurso propio, diferenciado, que explora la obra de Ribera desde la fascinación y, también, desde el descubrimiento, con la habilidad suficiente para transformar la información en pistas necesarias y no en simple didactismo, pero dejando al lector con ganas de seguir investigando por su cuenta la realidad histórica.  Keko, por su parte, carga con la presión más extenuante: la integración del estilo de Ribera dentro de su propio universo gráfico. Y si bien es cierto que la obra de Keko comparte ese tenebrismo de Ribera, no es menos verdad que el expresionismo radical en blanco y negro del trazo de Keko parece no coincidir con el naturalismo clasicista de El Españoleto. Pero Keko es mucho Keko, y no solo esa integración se produce con facilidad, sino que el dibujante lanza continuos guiños a la obra del pintor incluyendo composiciones sacadas de famosos cuadros de Ribera, integradas con total naturalidad.

El resultado es que El perdón y la furia funciona como un perfecto reloj desde cualquier mirada: como thriller, atrapa en la lectura; como conmemoración de la obra de José de Ribera, deja al lector con ganas de seguir ahondando en la pintura del setabense. Pero, además, crea un juego de espejos con Yo, asesino que permite analizar una y otra creación desde el análisis de las claves creativas de los autores.

En resumen: una obra recomendabilísima.

 

Micharmut

Enlazando con la entrada de ayer, os cuelgo el texto que publiqué en Cartelera Turia para recordar a Micharmut

Micharmut (1953-2016)
Cuando entrabas en el estudio de Micharmut, uno sentía la extraña sensación de penetrar en un templo de la cultura popular. Las altas estanterías que empapelaban las paredes recogían desde modernas ediciones de Popeye a colecciones del DDT o de las novelitas de kiosco de Silver Kane, Curtis Gartland o Clark Carrados. Y, al lado de la ventana, una mesa de madera, antigua, que se alzaba paradójicamente como el altar máximo donde se ejecutó la mayor obra vanguardia del noveno arte. No se puede entender la obra de Micharmut sin conocer su pasión por la cultura popular, por el arte de Coll, Urda o Palop, por los géneros que se expresaban sin vergüenza en los cuadernillos de aventuras que trufaron su infancia entre el Cabanyal y Navajas. Fue el caldo de cultivo de un autor que aprendió a mirar esas obras como un arte al que le quedaban muchos peldaños por subir, y solo él fue capaz de ver que esa escalera era infinita en sus posibilidades. Sus compañeros de la llamada “Nueva Escuela Valenciana” y sus amigos coincidían en que era el gran genio del grupo, el gran renovador, el que se atrevía a romper todas las barreras y, con su entusiasmo, empujaba a los demás a encontrar nuevos límites a sus capacidades. Es imposible explicar la renovación que vivió el cómic en los 80 sin su figura, pese a que su obra solo obtuviera la incomprensión del público y de los editores. Dogón, Futurama, Raya… fueron obras que describían paisajes imposibles de la historieta, que definían posibilidades que estaban ahí, pero nadie se había atrevido a explorar antes.
Sin apenas posibilidades de publicar, tras esa declaración de rebeldía vital que fue Marisco, volvió a su mesa de trabajo para seguir mirando a su alrededor con una mirada que traspasaba los objetos para encontrar esencias vitales en lo inorgánico. Paco Camarasa entendió perfectamente que esa visión era única y una de las primeras entregas de la revolucionaria colección Mercat fue Veinticuatro horas, un retrato urbano que transformaba ese patio de vecinos que veía por su ventana en un ser vital y palpitante. Le siguió apoyando siempre, a sabiendas de que sus obras solo llegaban a una minoría y de que Micharmut creaba por pulsión.
Sabedor de que cada vez era más difícil publicar, encontró en internet un lugar donde poder tener todas las libertades que el papel le negaba. Solo para moscas (https://soloparamoscas.wordpress.com/) fue su espacio privado, su rincón de libertad donde solo importaba romper todas las ataduras impuestas para encontrar nuevos caminos. Durante cuatro años, su blog se convirtió en la expresión pura de la vanguardia del cómic, donde ni críticas ni prejuicios podían interferir un proyecto que, finalmente vio la luz en papel en 2012. Con el mismo título que su blog, el grueso volumen que publicó Edicions de Ponent era tan solo un pequeño exponente de los muchos recovecos que poblaban su mente: Krautodélica, KinoTBO, Pat y Murphy, Memorias de Cosas, Pictografías, 13 Rue Babilonia… Todos eran por separado genialidades indescriptibles. Juntos, una profunda renovación del cómic que establecía nuevas rutas para el noveno arte del siglo XXI. Tras este proyecto, volvió con ilusión a internet con Teatro Eléctrico (https://teatroelectrico.wordpress.com/), donde de nuevo planteaba un salto sin red, un gigantesco avance que, por desgracia, no finalizaría. Quizás, cuando publicó Time In Time Out en la antología Panorama (Astiberri), ya era inquietantemente consciente de que la parca rondaba demasiado cerca. Apenas unos meses después, comenzó una larga lucha que, al final, Quique perdió. Pero Micharmut sigue. Sigue en todas y cada una de esas obras avanzadas a su tiempo, que definieron la historieta como un arte vivo, vibrante y en continua mutación vanguardista.

Fotografía de García Póveda

Lo mejor del año (III): Cosas mías

El 2016 que nos ha dejado ha sido un año especial para mí en lo comiquero, marcado por contrastes extremos. Ha sido el año en el que he hecho realidad un sueño: poder organizar una exposición de los autores de la llamada Nueva Escuela Valenciana, una ilusión que llevaba persiguiendo desde hace años para poder reivindicar la importancia de una generación de autores que, a mi entender, se estaba olvidando. El proyecto, además, se enmarcaba dentro otro mucho más ambicioso: la incorporación del cómic al discurso expositivo del IVAM. Reconozco que cuando desde la dirección del IVAM se contactó conmigo para hacer una exposición sobre tebeos, tuve muchas dudas y fui muy escéptico, lo veía simplemente como un intento sencillo de desvincularse de las funestas épocas pasadas del museo, pero como siempre que en Valencia se habla de tebeos, como flor de un día sin mayor recorrido. Pero me equivoqué: desde la primera entrevista con la nueva dirección tuve claro dos cosas: por un lado, la sinceridad de la propuesta, fundamental, y por otro, no menos importante, que la intención del museo no acababa en esa exposición inicial, sino que la encuadraba como punto de partida de la incorporación del cómic a la oferta artística y cultural de la institución. Estos primeros contactos fueron a finales de 2014, y ya a principios de 2015 se me hizo el encargo formal de preparar una gran exposición sobre tebeos. Yo tenía clara cuál era mi propuesta inicial, pero no tuve ni que presentarla: el mismo director me propuso que nos centráramos en el cómic valenciano de los años 70 y 80. ¡Fue como darme un chute de adrenalina directo! Lo que no me podía esperar es que, al mismo tiempo (exactamente, casi el mismo instante: ambos proyectos se me plantearon el mismo día), desde el Museo de Prehistoria se me propusiera otro proyecto completamente distinto, una exposición didáctica sobre Prehistoria y Cómic. Un proyecto tremendamente sugerente (sobre todo con un hijo pequeño, al que le encantan esos temas), pero que me parecía complicado combinar con el anterior. Afortunadamente había casi un año de distancia entre las fechas de inauguración, con lo que me decidí, algo inconscientemente, a aceptar ambos. Al final, ese año de distancia se convirtió en cinco días. Verídico. Pero esas dos exposiciones salieron y, por los comentarios, bastante bien. En ambos casos con total implicación de la institución y, sobre todo, con gran y entusiasta respuesta de público.

Dejando lo personal a un lado, creo que las dos exposiciones marcan un camino al que hay que sumar la exposición organizada por el Museo ABC, Superhéroes con Ñ, comisariada por Julián Clemente, y la impulsada por la Fundación Telefónica, El arte en el cómic, comisariada por Asier Mensuro. Son cuatro ejemplos claros que demuestran que el cómic ha derribado totalmente las barreras que se le habían impuesto y que ha entrado en la consideración cultural institucional sin prejuicios, desde perspectivas tan diferentes como los superhéroes o la línea clara, desde la consideración expositiva artística o la didáctica, explotando y aprovechando todas sus vertientes. Me consta que estas iniciativas han contagiado a otros museos y que, desde varias grandes instituciones museísticas ya se está trabajando en la incorporación del cómic a su discurso desde diferentes opciones. Y aquí, por importancia, hay que incluir por necesidad la colección de cómic del Museo del Prado, inaugurada durante la exposición de El Bosco con el cómic de Max y que tendrá continuidad (¡y qué continuidad!).

Pero vuelvo a lo personal: reconozco que la recepción de la exposición VLC Valencia Línea Clara me emocionó. Poder deambular por el museo, de forma anónima, escuchando las conversaciones de admiración hacia la obra de autores que me parecen fundamentales, fue algo maravilloso. Pero igualmente me emocionó, casi más si me apuráis, la respuesta de los chavales a la exposición de Prehistoria y Cómic. Las respuestas de los chavales, el libro de firmas donde dibujaban y expresaban lo bien que se lo habían pasado, fue realmente una satisfacción.

 

vlcprehis

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Son dos exposiciones que tuvieron muchísimo trabajo. La primera la tenía clarísima desde hace años, pero hubiera sido imposible sin la colaboración desinteresada de Jesús Moreno, que con su conocimiento expositivo me aportó ideas y soluciones que nunca hubiera pensado y que multiplicaron el impacto de la muestra. No era fácil, había que exprimir un presupuesto voluntarioso y esforzado para las expoliadas cuentas del museo, pero exiguo. Gracias a Jesús y el gran equipo del IVAM, conseguimos que ese presupuesto pareciera diez veces superior y que la obra de Calatayud, Sento, Micharmut, Daniel Torres Mique Beltrán, Mariscal y Manel Gimeno brillaran todavía más. La segunda creía que era una exposición más modesta… ¡pero resultó un monstruo que crecía desmesuradamente! Cuando comencé a preparar la expo, tenía en la mente un buen puñado de series con protagonismo prehistórico, pero cuando fui tirando del hilo, la lista se hizo interminable. Afortunadamente, el museo se implicó totalmente y la exposición fue tomando forma. Aquí la labor de Helena Bonet, que comisarió conmigo la expo, fue esencial: su capacidad didáctica, su conocimiento y su implicación fueron la base real de todo lo que se ha visto en la Beneficiencia de Valencia, al que hay que añadir el gran trabajo de diseño del equipo del museo.

Os podéis imaginar que estas dos exposiciones me produjeron muchas satisfacciones. Pero miré usted por dónde, el destino siempre equilibra la balanza. Durante la preparación de la expo, me llegaron dos terribles noticias: casi en los primeros preparativos, Micharmut me contaba que estaba gravemente enfermo. Cuando ya estábamos preparando el montaje, Paco Camarasa me daba la noticia de que el cáncer que padecía se había propagado al páncreas.
Me quedé devastado.
Conozco Conocía a Paco desde hace 20 años, desde que comenzó su aventura en Ediciones Joputa, casi en paralelo a que comenzara a escribir en la Cartelera Turia. A partir de una entrevista que le hice, comenzamos a tratarnos hasta desarrollar una profunda amistad. Gustos similares, ideas parejas y mucha complicidad que se plasmó en decenas de proyectos, muchos que llegaron a buen término, muchos más que se quedaron en el camino. El origen de la expo del IVAM hay que buscarlo, precisamente, en la expo que preparé con Pedro Porcel y Paco para la Biblioteca Valenciana, tebeos Valencianos, un repaso a la historia del tebeo valenciano desde sus orígenes que circuló por la comunidad y el salón del cómic de Barcelona en 2007 y del que salió el libro Viñetas a la luna de València. Fue también de ese catálogo de donde salió mi amistad con Micharmut. Un autor casi maldito, con fama de ermitaño, pero que me abrió las puertas de su casa. Primero fue para trabajar en la maqueta del libro, pero poco a poco, las largas conversaciones dejaron paso a una buena amistad que se tradujo en muchas, muchísimas horas hablando con él, intercambiando tebeos, descubriendo maravillas. Dice Pedro Porcel que él ha conocido artistas de talento inmenso, pero solo a un genio, Micharmut. Y yo hago mías esas palabras. Porque al estar con él, descubrías que su mirada era diferente a la de los demás, que veía cosas ocultas para el ojo normal. Donde tú ves el balcón de una casa, Micharmut veía vida llena de historias.
Paco fue el único editor que supo ver esa genialidad de Micharmut.
En apenas unos meses, el puto cáncer se los llevó. Lo de Paco fue inesperado. Sabíamos que su cáncer era terminal, pero ya lo había vencido un par de veces antes y él mismo creía que, aunque la batalla estaba perdida, tendría un poco más de tiempo para cerrar sus proyectos. No lo tuvo. Un jueves hablaba con él sobre un par de proyectos que quería acabar a la vuelta del verano y en los que le estaba echando una mano, y apenas dos días después me comunicaban su muerte. Lo de Quique era esperado, cierto, fue una larga, larguísima lucha, pero al final no pudo aguantar. Ninguno de los dos pudo ver la exposición, esa espina se me quedará clavada siempre. No soy creyente pero, en este caso, quiero imaginar que existe algo, algún lugar remoto donde Paco y Quique están confabulando imposibles y maravillosos tebeos.

pacoquique

(Foto de Gotham News)

Lo mejor del 2016 (II): Reediciones y clásicos

ACTUALIZACIÓN DEL POST ANTERIOR: se me pasó hablar de dos obras realmente interesantes: Hopper, de F.H.Navarro (http://www.cachalotecomix.com/hopper), un webcómic que aprovecha las nuevas opciones narrativas que da la publicación digital desde una fascinante revisión poética de la geometría. Junto a esta obra, el interesante debut de Laura Pérez y Pablo Monforte en Náufragos (Salamandra Graphic), una historia de amor y desamor que se atreve con una fuerte carga literaria para asimilarla con naturalidad.

Y sigo ya con el post de hoy:

Si algo está caracterizando los últimos años es la efervescencia publicadora de recopilaciones en formato integral. Es cierto que la moda tuvo más que ver con el aprovechamiento del filón nostálgico que con la necesaria presencia continuada de los clásicos de la historieta en las librerías, pero poco a poco se ha consolidado como una excelente opción para recuperar obras que es necesario que estén al alcance de todos. La posibilidad de reducir tiradas hasta hacerlas casi a demanda, el espectacular abaratamiento de costes de preimpresión e impresión y una distribución que ya no requiere de mínimos se han aliado con los deseos de muchos lectores que querían recuperar lecturas de su juventud, indudablemente, pero también ha favorecido que determinadas obras que no entran de forma específica en esa categorización se recuperen para nuevos lectores. O, simplemente, porque sus ediciones anteriores no estuvieron al nivel de la obra y es necesario reivindicarlas.
La lista es imponente y es casi imposible hacer una selección dada su naturaleza de obras maestras, pero vais a permitir hacer una pequeña selección de sugerencias que encabezarían esta docenita:

  1. Impresiones de la isla, de Carlos Portela y Fernando Iglesias (Retranca)
  2. El teniente Blueberry Integral, de Charlier y Giraud (Norma Editorial)
  3. Gastón el gafe, de Franquin (Norma Editorial)
  4. Historias de Taberna Galáctica, de Josep Mª Beà (Trilita Ediciones)
  5. Ayako, de Osamu Tezuka (PlanetaCómic)
  6. Pequeño Vampir, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel)
  7. Contra Raúl, de Raúl (Ponent Mon)
  8. Perramus, de Juan Saturain y Alberto Breccia (001 Ediciones)
  9. Extraño, de Steve Ditko y Stan Lee (Panini)
  10. Benito Sansón, de Peyo (Dolmen)
  11. Historias del barrio, de Seguí y Beltrán (Astiberrri)
  12. Las aventuras de M, de Manel Gimeno (Reino de Cordelia)

impresiones

Impresiones de la Isla es, a mi entender, uno de los grandes tebeos de la historia de este país. Un homenaje irredento a la historia del tebeo, de Explorigator a Krazy Kat, que sabe encontrar caminos propios a través de la indagación en un surrealismo vintage simplemente encantador y delicioso. De El teniente Blueberry, poco más se puede decir, es un clásico inexcusable. Igual que Gastón el gafe, mi serie preferida de Franquin que Norma publica con el cariño necesario para hacer olvidar desastres anteriores. De las Historias de Taberna Galáctica del Beà solo puedo decir que forman parte de mi educación sentimental como lector, pero además que son un festejo continuo de la ciencia-ficción desde una visión satírica que entronca desvergonzadamente con el teatro del absurdo. Ayako me parece una obra sublime sobre la miseria del ser humano, un catálogo de la depravación a la que puede llegar nuestra especie que debe ser leído. Pequeño Vampir es una delicia, uno de esos tebeos infantiles que los adultos debemos leer sin ningún tipo de prejuicio para poder disfrutar, de nuevo, del placer de leer como un niño. Perramus es un compendio de lo que es Argentina, una ficción que resulta un retrato fiel de un país tan desconocido como próximo. El Dr. Extraño de Ditko y Lee es puro delirio, es pop-art en estado de gracia superheroica, naif y hippy, delicioso. Benito Sansón (o Benet Tallaferro, como yo lo conocí en Cavall Fort) es mi serie preferida de Peyo, por encima –siento la herejía- de Johan y Pirluit o Los Pitufos. Cosa de la nostalgia y de, creo, la excelente mezcla de superhéroes y género negro que consigue Peyo (con la gran ayuda de Will) en esta serie. Historias del barrio crece en cada lectura y, a cada nuevo repaso, me parece una obra todavía más importante, sin duda, una de las grandes obras del cómic español de la última década. Y dejo como última a una pasión particular, más este año, como ya comentaré mañana: Las aventuras de M., obra de ese “lado oscuro de la línea clara”, como se autodenomina Manel Gimeno y que ha ganado enteros con el tiempo como una gran obra de género negro y ciencia-ficción que se anticipó a otras experiencias.

historiasdelbarriointegral

 

Pero la lista, como digo, es inmensa y debería incluir, por ejemplo, la recuperación en un solo volumen de los tres primeros números de ese inmenso fanzine que es Usted, de Esteban Hernández. Usted(es), recopilada acertadamente por Libros de Autoengaño, permite seguir el talento de este autor, posiblemente uno de los mejores que ha dado el cómic español de los últimos años. Hay sitio para el terror, con la inquietante  Tomie, de Junji Ito (ECC) y para la fantasía desbocada de Amazing Fantasy, de Jack Kirby, Steve Ditko, Don Heck (Panini). Precisamente esta última editorial se ha encargado este año de recuperar obras maestras del género superheroico que deben estar continuamente en las librerías, comenzando por las grandes creaciones de Frank Miller en Marvel, Daredevil, Daredevil: Born Again o Elektra Lives Again , pero siguiendo con los grandes iniciadores de la renovación que vivió el género en los sesenta, de Los Cuatro Fantásticos: Origen, de Jack Kirby y Stan Lee a La Patrulla-X contra Magneto (Stan Lee, Jack Kirby y otros), pasando por el pop Nick Furia, Agent of SHIELD, de Jack Kirby,Stan Lee y Jim Steranko o el ácido Howard el pato, de Steve Gerber.
A esta fiesta superheroica se ha sumado alegremente ECC Ediciones, que ha recuperado con fuerza todas las grandes series de los inicios del sello Vertigo de DC, como Animal Man, Hellblazer, La patrulla condenada y Orquídea Negra, pero también éxitos recientes como el excelente Scalped de Aaron y Guera o las enésimas, pero necesarias, reediciones de V de Vendetta y Watchmen.  Siguiendo con los superhéroes, Dolmen se apuntó con la recuperación de la divertida reescritura a la española del género que firmaron Rafa Marín, Carlos Pacheco y Rafa Fonteriz en Iberia Inc; y Planeta Cómic recopiló en integral el siempre estimulante Zot!, de Scott McCloud.
En la lista de obras europeas recuperadas tenemos desde la exquisita edición de Los pitufos integral, de Peyo (Norma Editorial); la sugerente Caroline Baldwin, de André Taymans (Yermo); el interesante género negro de Soda, de Warnant y Tomé (Ponent Mon); el corrosivo pero canónico Los innombrables, ciclo de Hong Kong, de Yann y Conrad (Dibbuks); la olvidada comedia costumbrista a la francesa Modesto y Pompón, Franquin y Greg (Dolmen) o incluso la recuperación del McCoy de Antonio Hernández Palacios y Gourmelen.

Los clásicos de siempre han tenido también su espacio, como las planchas dominicales del Tarzán de Harold Foster (Yermo), esa joya desconocida que es Vida, Dimes y Diretes Del Mago De Los Penetes, de Jaime Tomás García (Reino de Cordelia); el quinto volumen de Popeye, de Segar (Kraken), la nueva entrega de la gloriosa restauración en blanco y negro que Manuel Caldas hace de Príncipe Valiente o el maravilloso clásico infantil  Mumin, de Tove Jansson (Coco Books).

Más modernas, pero ya también clásicos son las tres grandes series de El Jueves, Martínez el facha, de Kim, Historias de la puta mili, de Ivà y Makinavaja, el último chorizo de Ivà, las tres editadas por Dolmen; la potentísima expresividad de las historias cortas de Enrique Breccia que 001 ediciones ha recuperado en La guerra del desierto; la socarrona mezcla de negro y ciencia-ficción de Bogey, de Antonio Segura y Leopoldo Sánchez (Ponent Mon); el magistral retrato de la homosexualidad en la América de los años 60 de Stuck Rubber Baby, de Howard Cruse (Astiberri); la imponente Las aventuras de Luther Arkwright, de Brian Talbot (Astiberri), base de la ciencia-ficción moderna británica o una de esas obras que ya forma parte del imaginario popular: 13 Rue del Percebe, de Francisco Ibáñez (Ediciones B).

Casi nada.

(Continuará)

Repaso al 2016 (I): Lo mejor

Que quede claro que hacer la lista del 2016 ha sido un esfuerzo titánico. Después de varios años con un nivel de lecturas relativamente bajo, he conseguido por fin alcanzar cierta velocidad de crucero en las lecturas. Las cosas de la evolución natural de la paternidad, que poco a poco te permite recuperar tu vida “normal” (es un eufemismo, está claro) y gracias a lo que he podido volver a leer casi, casi un tebeo al día aprovechando la estadística, el empujón veraniego y el incluir en las lecturas muchas anteriores en diferentes idiomas bárbaros. Pero este aumento del ritmo de lecturas se ha visto machacado por un espectacular incremento de la calidad media de los tebeos editados.  Puede ser simple percepción mía, pero esa dificultad que estaba notando in crescendo en los últimos años, magnificada -o no- por la reducción de lecturas, este año se ha disparado exponencialmente. Hasta el punto que me ha sido literalmente imposible hacer una lista de 25 y he decidido incrementarla a 35. Decisión arbitraria, por supuesto, pero este es mi reino de taifas particular, así que, se siente.

Dos avisos: el primero, que veréis que puede haber diferencias con la lista que publiqué en Babelia. Que nadie busque conspiraciones: simplemente, un mes después, unas 500 vueltas a la lista y el hecho de que aquí están “ordenadas”, me ha hecho reconsiderar posiciones, recordar olvidados o, simplemente, cambiar de opinión porque he añadido lecturas. Segundo aviso, el tradicional: esta lista no es un canon, es la expresión de mi gusto. Ni más ni menos. Se puede estar de acuerdo, muy en desacuerdo, o no, pero no significa que sea mejor ni peor. Es otra lista, nada más, de esas que deben ser divertimentos, guías o recordatorios según uno quiera.

Dicho esto, la lista:

  1. Philemon, de Fred (ECC Ediciones)
  2. Sirio, de Martín López Lam (Fulgencio Pimentel)
  3. Gialla, de Martín López Lam (Ediciones Valiente)/ El título no corresponde, Martín López Lam (Ediciones Valiente)
  4. Spirou, de Yves Chaland (dibbuks)
  5. Marcelín, de Sempé (Blackie Books)
  6. VIP, de Felipe Almendros (reservoir Books)
  7. El ala rota, de Altarriba y Kim (Norma Editorial)
  8. La ternura de las piedras, de Marion Fayolle (Nórdica)
  9. Hoodoo Voodoo / Teen Wolf/ Fosfatina 2000 (Fosfatina)
  10. Intrusos, de Adrian Tomine (Sapristi Cómic)
  11. El piano oriental, de Zeina Abirechad (Salamandra)
  12. Orlando y el juego 3, de Luís Durán (Diábolo)
  13. Crisálida, de Carlos Giménez (Reservoir Books)
  14. Si dios existe, de Joann Sfar (Confluencias)
  15. Una entre muchas, de Una (Astiberri)
  16. La favorita, de Matthias Lehmann (La Cúpula)
  17. Lamia, de Rayco Pulido (Astiberrri)
  18. Jamás tendré 20 años, de Jaime Martín (Norma Editorial)
  19. La grieta, de Spottorno y Abril (Astiberri)
  20. Dios ha muerto, de Irkus Zeberio (Bang Ediciones)
  21. Tiktok comics (http://www.tiktokcomics.com)
  22. Paciencia, de Daniel Clowes (Fulgencio Pimentel)
  23. Gran Bola de Helado, de Conxita Herreros (Apa Apa Comics)
  24. El día de Julio, de Beto Hernandez (La Cúpula)
  25. Epigrafías, de Carla Berrocal (Libros de Autoengaño)
  26. Los dientes de la eternidad, de Jorge García y Gustavo Rico (Norma Editorial)
  27. Beverly, de Nick Drnaso (Fulgencio Pimentel)
  28. Vencedor y Vencido, de Sento (Autoedición)
  29. Materia, de Antonio Hitos (Astiberri)
  30. Tokyo Zombie, de Yusaku Hanakuma (Autsaider Cómics)
  31. Las amapolas de Irak, de Brigitte Findlaky y Lewis Trondheim (Astiberri)
  32. 8 poemas, de Laura Pérez Vernetti
  33. Mundo plasma, de Calpurnio (Reservoir Books)
  34. Cuadernos japoneses, de Igort (Salamandra)
  35. Fuga de la muerte, de Fidel Martínez (Edicions de Ponent)

 

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Vale, se me puede achacar que el Philemon de Fred ya estaba editado en España en la revista Cavall Fort y que, por lo tanto es una reedición, pero reconozco que he hecho trampa y arrastrado para casa. Se publicó en catalán y la edición de ECC es la primera en castellano, así que aprovecho y lo incluyo en la lista.  Y, una vez incluido, tengo claro que es el mejor tebeo del año por derecho propio, porque Fred creó un universo propio arrebatador, en el que el surrealismo campa a sus anchas sin miedo a hacer críticas sociales demoledoras, mientras que el arte del cómic se eleva a través de los increíbles recursos que Fred va creando en cada entrega. Una obra maestra indiscutible del noveno arte que, por fin, se edita en castellano.

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En segunda y tercera posición, dos (o tres, según se mire) obras de un autor que ha entrado en el 2016 con una fuerza arrolladora. Martín López Lam nos dejó a todos fascinados con Sirio y su particular sentido de la historia, con esa capacidad innata de transmitir sensaciones a través del dibujo, pero es que ese tándem indisoluble que forman Gialla y El título no corresponde es una de las grandes sorpresas de los últimos años. Pura subversión narrativa que expande las posibilidades del cómic abriendo el proceso creativo en canal para darle todo el protagonismo. No deja títere con cabeza: su dibujo de trazo tan vigoroso como impulsivo se acompaña de un cromatismo radical que es perfecto para entrar directamente en la mente del creador y dejar al lector solo ante un panorama de fragmentos dispersos que componen la base de la mirada creativa. Un viaje fascinante. Ya era hora de que publicara en España el Spirou, de Yves Chaland, una genialidad que se truncó por problemas empresariales y por la muerte del dibujante, pero que auguraba una imposible fusión de la escuela de Marcinelle y la de Bruselas. Del Marcelín, de Sempé poco se pude decir: es una obra deliciosa, una joya que deja al lector con una sonrisa de oreja a oreja y, quizás, un poquito más de felicidad en la vida. Ahí es nada.

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VIP, de Felipe Almendros consolida la evolución de un autor que me ha atraído desde aquél S.O.S autoeditado. Su particularísima aproximación a la autobiografía es completamente diferente a todo lo que se puede encontrar anteriormente, desde la autoconsciencia de la obra a su aparente ficcionalización, que transforma VIP en un objeto fascinante. Se puede leer como un enfrentamiento entre la realidad y la aspiración artística, pero también como una brutal ironía autoreferente. Tras la gloria de El arte de volar, parecía difícil que sus autores pudieran repetir sintonía y acierto, pero en El ala rota Altarriba y Kim logran no solo equiparar el nivel de la anterior, sino cambiar el registro para pasar de la necesaria catarsis a una reflexión apabullante sobre el papel de la mujer en la sociedad. Marion Fayolle es una de las autoras que más sigo del panorama actual francés y La ternura de las piedras es, a mi entender, su gran confirmación. Autora de delicado surrealismo, su trazo sencillo es perfecto para desarrollar un estilo que se basa en el simbolismo gráfico para componer una poética gráfica particular.

El siguiente puesto es coral y tiene nombre de editorial: Fosfatina. La editorial gallega ha conseguido arremolinar a su alrededor un conjunto de jóvenes autores que han sabido desligarse de las mochilas del pasado para entrar en el cómic vírgenes de influencias previas del medio, lanzándose a él como esponjas que han absorbido todo tipo de referencias externas. De la música al arte moderno, de los videojuegos a la televisión… las propuestas que la editorial ha puesto en las librerías, tanto la colección Fosfatina 2000 como las indispensables antologías Hoodoo Voodoo y Teen Wolf son auténticos retos creativos que demuestran que el cómic está y debe estar en continua evolución, que como arte debe ser repensado constantemente sin remilgos ni prejuicios. El resultado es puro magnetismo gráfico, que deja al lector sin palabras descubriendo posibilidades increíbles. El futuro es suyo. Proyectos que están ligados casi de forma natural a Tiktok comics (http://www.tiktokcomics.com), una plataforma de experimentación continua necesaria y de obligatoria visita.

10 al 12
Reconozco que no soy muy fan de Adrian Tomine por su irregularidad, pero Intrusos me parece una obra redonda, un atroz retrato de una sociedad donde el individuo se invisibiliza y muere si no sigue las normas. Pequeñas muertes cotidianas que pasan desapercibidas y que Tomine fija en una foto espeluznante de la soledad. El piano oriental es la confirmación de esas esperanzas que Zeina Abirechad nos dejaba abiertas en sus obras anteriores. Sin dejar la exploración de sus raíces, Abirechad ha conseguido en esta obra traducir su pasado en una fábula maravillosa que entronca la música con el lenguaje y la identidad. Maravillosa. De Luís Durán lo único que puedo decir es que a este hombre no se le ha reconocido todavía en la medida que merece. La tercera entrega de Orlando y el juego es una obra que sigue dejando al lector boquiabierto con su capacidad de fabulación y de integración inmensa de la cultura popular en un relato que crece ante los ojos del lector. Otro genio que no necesita ya justificaciones es Carlos Giménez, que en Crisálida firma una obra realmente perturbadora. Su reflexión sobre el final del creador es brillante, enfrentando al ”autor/hombre de a pie” con su alter ego “autor/artista” en un diálogo que deja un nudo en la garganta. Angustiosa y dolorosa, pero magnífica.

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Igual de sincero es Joann Sfar en Si dios existe, que además de iniciar la edición de sus maravillosos cuadernos, es un ejercicio de honestidad aplastante en el que las ideas se acumulan sin parar. Siguiendo con el ejercicio de sinceridad, Una entre muchas, de Una es una de esas obras necesarias para entender lo que es la agresión machista. Una reflexión inapelable que debería ser leída obligatoriamente por cualquier hombre. Por su parte, La favorita, de Matthias Lehmann es una sorprendente ficción que aprovecha un sorprendente giro argumental para desarrollar un discurso sobre la identidad impecable. Rayco Pulido no deja de entusiasmarme con su capacidad camaleónica de cambiar registros y tras la excelente Nela, abraza el género negro con una metamorfosis gráfica brillante que lleva a Lamia a un nivel increíble. Retrato cruel de la España negra y sucia de la posguerra que contrasta con un trazo de limpieza cristalina, generando un diálogo continuo entre forma y fondo que deja un reguero de lecturas.

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De la posguerra también habla Jamás tendré 20 años, nueva obra de Jaime Martín en la que vuelve otra vez a su pasado para explorar la vida en la España de la posguerra. Martín ilustra el día a día de una época olvidada que debe ser conocida. Reconozco que La grieta, de Spottorno y Abril me genera dudas sobre si es un cómic o una fotonovela, pero los argumentos que encuentro pueden ser utilizados tanto para justificar una cosa o la otra. Un debate académico fascinante que queda relegado a un segundo plano ante la potencia del discurso de la obra firmada por estos dos periodistas: lo que cuenta La grieta es necesario gritarlo a los cuatro vientos, darlo a conocer y plantarlo delante de la cara de todos los políticos. Es desgarrador sin necesidad de mostrar una sola imagen macabra o escabrosa: las imágenes son impactos directos, pero el hilo conductor que genera, esa grieta que atraviesa Europa, es aterrador. Dios ha muerto, de Irkus Zeberio es una de esas obras que parecen imposibles en su concepto, pero que logran salir adelante por la personalidad incontenible de su autor. Adaptar a Nietzsche al cómic es una temeridad, pero Zeberio lo hace y triunfa con un cómic donde la forma explota con las ideas nihilistas. La nueva obra de Daniel Clowes se aparta en apariencia de su trayectoria anterior para entrar en la ficción pura, en un relato de ciencia ficción. Pero Paciencia se va transformando poco a poco en una obra multiforme donde el creador de Bola Ocho vuelve a transitar eso que llamamos el alma del ser humano.

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Gran Bola de Helado, de Conxita Herreros es, sin duda, una de las sorpresas de la temporada. Una obra que convierte lo cotidiano en una experiencia hipnótica, que transforma el día a día en una ficción. El día de Julio, de Beto Hernandez me parece que ha pasado algo desapercibido en los medios, pero es una obra descomunal de su creador. Lo que ya es decir, porque el creador de Palomar demuestra aquí un pulso inaudito. Epigrafías, de Carla Berrocal me ha parecido una poesía gráfica de una belleza absorbente, un retrato del amor que desprende pasión palpitante. Los dientes de la eternidad, de Jorge García y Gustavo Rico es una inteligente reflexión sobre la épica de uno de nuestros mejores y más en forma guionistas, que Rico borda con un dibujo de una fuerza inmensa, excesiva.

Los de Fulgencio vuelve a descubrirnos un autor interesantísimo: Nick Drnaso. Su Beverly es un relato de una sociedad reprimida, de sentimientos que salen a la luz extraídos con una asepsia perturbadora e inquietante. Con Vencedor y Vencido, Sento cierra la trilogía del Dr. Uriel, posiblemente una de las mejores obras que se han escrito sobre la Guerra Civil española. Materia, es la nueva acometida de Antonio Hitos contra una juventud banalizada, pero que construye su futuro a sabiendas de que no existe. Un autor en evolución que demuestra en cada obra una inteligencia inusual. Creo Tokyo Zombie, la locura de Yusaku Hanakuma, es el mejor relato de zombies que se se puede escribir en esta época de profusión de muertos vivientes. Brutalmente divertido. Esperaba de Las amapolas de Irak, de Brigitte Findlaky y Lewis Trondheim que fuera solo una nueva entrega de este neogénero de “tebeos de mi infancia en Oriente Medio”, pero me he encontrado una de las mejores reflexiones que he leído sobre el llamado enfrentamiento de civilizaciones. Pausado, tranquilo, pero contundente. Laura Pérez Vernetti lleva años en el filo de la navaja creativo, expresando su continua inquietud y búsqueda de nuevas posibilidades del lenguaje de la historieta.  En sus últimas obras ha encontrado una forma particular de expresar la poesía que posiblemente tiene su mejor resultado en la brillante 8 poemas. Mundo plasma es pura genialidad, es mezclar ciencia con superstición, surrealismo con racionalismo, cuántica con las caras de Bélmez… Es, simplemente, Calpurnio. Tras varias obras en las que Igort, a mi entender, se quedaba demasiado atrapado en la trascendencia, en Cuadernos japoneses se relaja para centrarse en su pasado, en su experiencia profesional, lo que le libera y permite firmar una obra de múltiples lecturas, desde la simplemente anecdótica al análisis de la evolución del creador. Fuga de la muerte, de Fidel Martínez ha sido la gran última obra publicada por Edicions de Ponent. Paradójico título para la última obra que Paco Camarasa editó. Al asunto: Fidel Martínez está inmenso, se arroga sin escrúpulos el privilegio de ser el gran heredero de la grafica de El Cubri para componer una arriesgada pero apasionante biografía del poeta Paul Celan.

 

Hasta aquí, los 35 “seleccionados”, pero se me quedan fuera demasiadas obras que podían haber estado perfectamente en esa lista. Sin orden ni concierto, hay que recordar obras como la denuncia del bullying de Jane, el zorro y yo, de Isabelle Arsenault y Fanny Britt (Salamandra Graphic); la tan compleja como hipnótica Fartlek, de José JaJaJa (Fulgencio Pimentel); el regreso de Miguelanxo Prado con su reivindicación de la tercera edad en Presas Fáciles (Norma Editorial); la vitriólica Todos los hijos de puta del mundo, de Alberto González Vázquez (¡Caramba!); la visceral y corrosiva revolución utópica de Gran Hotel Abismo, de Marcos Prior y David Rubín (Astiberri); el salvaje Submundo 2, de Kaz (Autsaider); la mutación sorprendente del género zombie que firma Kengo hanazawa en I am a hero  (Norma Editorial); la opresiva Escapar, de Guy Delisle (Astiberri); el interesante Chiisakobee, de Minetaro Mochizuki (ECC Cómics); la fusión de cómic y música de Hotel California, de Nine Antico (Sapristi Cómic); la apabullante Mujer, de Los Bravú (Fulgencio Pimentel); el delicado Titú, de Stygrit y Maiques (Autoedición) o la radical experimentación de Iceland, de Yokoyama (Mincho Press).
En esa lista deben estar obligatoriamente las nuevas aproximaciones al género de superhéroes, comandadas por la interesante La visión, de Tom King, G.H. Walta y J. Bellaire (Panini), pero seguidas por La imbatible chica ardilla, de Ryan North y Erica Hendersson (Panini); Moon girl y dinosaurio diabólico, de Natacha Bustos, Brandon Montclare,Amy Reeder y Tamra Bonvillain y el Estela Plateada, de Dan Slott y Mike Allred (Panini). También incluiría el ataque directo a la industria de La luna al revés, de Blutch (Norma Editorial); la conmovedora pero racional aproximación al cáncer de La historia de mis tetas, de Jennifer Hayden (Reservoir Books); la incendiaria reescritura de la frivolidad que firma Mirena Osorno en Sensación de vivir (Fulgencio Pimentel); la renovación inquietante del género de Safari Honeymoon, de Jesse Jacobs (DeHavilland); la belleza de la experimentación formal de Nubes de Talco, Amanda Baeza (Fulgencio Pimentel); la sencillez minimalista de Algo más que amistad, algo menos que amor, de Yumi Sakugawa (Sapristi Cómic); el surrealismo delirante de Simplemente Samuel, de Tommi Musturi (Aristas Martínez); la acertada incursión en el cuaderno de viajes de Álvaro Ortiz en Viajes (Astiberri); la magistralidad del gekiga de La chica de los cigarrillos, de Masahiko Matsumoto; la provocación reflexiva de Maria lloró sobre los pies de Jesús, Chester Brown (La Cúpula); la dinamita que esconde cada página de SOT, de Cornellá; el homenaje que no cae en la concesión de El hombre que mató a Lucky Luke, de Mathieu Bonhomme (Kraken); la nostalgia crítica de Heavy 1986, de Miugel B Núñez (Sapristi); el inesperado pero inspirado debut como humorista de Pablo Ríos con Presidente Trump (Sapritsti); la increíble peripecia de Simon Radowitzky en 155, de Agustín Comotto (Nórdica); la necesaria reivindación de una autora clásica, Moto Hagio de Quién es el 11º pasajero (Tomodomo); el siempre magistral Tezuka en Dororo (Random House); la bella fábula de La reina orquídea, de Borja González (Verano del cohete) o Woodring, el siempre inclasificable Woodring en Peeping Frank (Fulgencio Pimentel).

Y ha sido también el año de las revistas, con la recuperación de la insustituible La Cruda (La Cúpula), y la aparición de nuevos proyectos, como La resistencia (dibbuks), con la reconocible huella de Juanjo el Rápido, o la renovadora Voltio (La Cúpula); sin olvidar que otros proyectos acabaron, como la interesante Paranoiland.
Parafreseando el anuncio de mi niñez, ¡año completo, año Comansi! Todo un indicativo de la increíble diversidad a la que tiene acceso el lector de cómic hoy. Pero no se vayan, ¡todavía hay más!

(Continuará)

 

El paraíso perdido

Lo del Premio Nacional este año estaba complicado. Muy complicado. Las dos casas, la de Torres y la de Roca, optaban con fuerza al premio, cada una desde perspectivas muy diferentes y, cada una, con prejuicios absurdos (una, que “no es un cómic exactamente”, como muchas veces me han dicho; la otra, por esa norma no escrita de que un ganador de premio nacional no puede repetir). Pero junto a ella se alzaba con toda su espectacularidad la adaptación de El paraíso perdido de Milton que firmó, con rúbrica ornamentada y contundente, Pablo Auladell. Una trinidad de calidad extraordinaria a la que, en cualquier caso, se podían haber añadido sin desmerecimiento alguno obras como Atrapado en Belchite, de Sento o Los vagabundos de la chatarra de Carrión y Forniés.
Al final, la responsabilidad ha estado en el tejado del jurado, en una decisión que seguro ha sido difícil, pero que tenía la suerte de saber de su acierto asegurado, habida cuenta de la calidad de las obras de este año. Y el jurado ha decidido que la galardonada sea El paraíso perdido de Auladell, por lo que recupero la reseña que hice para Cartelera Turia hace ahora casi dos años…

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De paraísos perdidos

El trasvase de obra literaria al cómic es una práctica normal y bien conocida. Todos los que ya apuntamos algo más que canas disfrutamos en su día con la famosa colección de clásicos literarios de Bruguera, aquellos libros que presentaban una versión sui géneris de obras fundamentales de la literatura,  intercalando cada tres páginas de texto, una de historieta que adaptaba con viñetas la misma obra. Una práctica habitual que se ha extendido a todo tipo de obras, desde el Génesis que firmó Robert Crumb a la Ciudad de Cristal de Auster firmada por Paul Karasik y David Mazzucchelli, en un juego sin límites aparentes, pero que ha respetado muchas creaciones que generaban no pocas dudas sobre su posibilidad de traslado. Una de ellas, sin duda, es el monumental poema épico de Milton, El paraíso perdido. Un clásico de la literatura en lengua inglesa que impone no pocas dificultades incluso al lector más aguerrido: los más de 10.000 versos que narran la caída de Lucifer y la expulsión del Paraíso de Adán y Eva, el alambicado lenguaje poético y la propia aproximación temática plena de escondidos referentes pueden ahuyentar a cualquiera. Pero la posibilidad de trasladarlo al lenguaje del cómic tiene que luchar además con la conocida iconografía creada para esta obra por ilustradores de la talla de William Blake o Gustave Doré, ya implantada en el imaginario colectivo. Un reto colosal, casi suicida, que aceptó el alicantino Pablo Auladell y que ahora publica en su totalidad la editorial Sexto Piso, tras largos años de trabajo (la parte inicial fue editada por Huacánamo en 2012). Y el resultado es fácil de describir en una palabra: magistral. Auladell ha optado por una adaptación casi directa de los versos de Milton, trabajando su grafismo para trasladar al lector la esencia de los poemas: por un lado, la fuerza del verbo del poeta, esa majestuosidad de la palabra que impregna cada línea de la obra; por otro, hacer llegar al lector la calculada ambigüedad con la que Milton presenta a sus personajes, atrapados entre la desesperación de la pérdida del favor divino y la libertad conquistada, generando un profundo y doloroso debate interno que Auladell traslada perfectamente en su trazo. Los ambientes opresivos y oscuros del infierno se transforman en luminosos en el paraíso, pero dejando una componente cenicienta, una suciedad escondida que sugiere perfectamente la confusión que impregna la lucha entre el bien y el mal. Auladell firma, sin duda, una de las obras maestras de la década, ensalzada por la exquisita edición de Sexto Piso.

La realidad™

materiaTras Inercia, Antonio Hitos sigue ahondando en Materia (Astiberri) en la construcción de un imaginario generacional a partir de la observación aséptica, deshumanizada en este caso de forma explícita al desposeer a sus personajes de la forma humana para revertirlos en una suerte de evolucionados reptiles que caen sistemáticamente en los mismos errores que los humanos. Y, al igual que en su primera obra, Hitos vuelve a proponer al lector un ejercicio de abstracción e inteligencia que obliga necesariamente a cavar en esa capa de aparente superficialidad con la que construye su relato. Lo hace ya desde un planteamiento capitular que da un paso más allá de los tradicionales enfrentamientos filosóficos entre ética y estética, ciencia y ética o ciencia y estética. Si entre estos conceptos hay una tensión constante que los años no han conseguido resolver, nada mejor que elevar esa relación biunívoca a un triángulo de transitividad completo: ciencia, ética y estética, convirtiendo sus diferencias en un ciclo completo que se necesita entre sí. Cada capítulo de Materia resuelve uno de los conceptos desde la contemplación de la vida diaria de una juventud que ha perdido ya toda esperanza en un futuro que les fue sustraído sin permiso. La Ciencia, el primer capítulo, toma en la ambigua existencia del gato de Schrödinger el mejor símil para la tediosa realidad que vive un joven de la sociedad hipermercantilizada global, existe solo en un juego de espejos, cuando cumple lo establecido por una sociedad que no dudará en invisibilizarlo cuando se aparta del canon. La Ética se representa desde la cultura del éxito como aspiración, contrapuesta con la de las emergentes religiones diseñadas por ordenador, mientras que la Estética se convierte en un refugio natural, contaminado a cada paso por el control de la hipersociedad que castiga la disensión. En el fondo, un escenario de abducciones extraterrestres, un elemento de disrupción que sirve a Hitos para desarrollar con toda la extensión la complejidad de un discurso en el que nada se deja al azar. Los personajes son desarrollados de forma lineal y básica, sin emociones, sin pasiones, como simples piezas en un tablero sobre el que no saben cuál es su función real, reforzado por un trazo esquemático y una paleta de colores fundamentales (aproximaciones al cyan, magenta y amarillo) que distancia al lector lo suficiente para descubrir la interrelación del entorno con los personajes. Al igual que los alienígenas que observan desde su nave, el lector puede observar Materia con un continuo donde seres vivos y entorno desarrollan una relación simbiótica: la ciencia, ética y estética se revelan (o quizás, se rebelan) como el esqueleto fundamental de una existencia que está siendo arrebatada.

Materia es una obra densa y compleja escondida tras esos trazos simples y sus diálogos triviales. Porque su propuesta es, precisamente, ir tras las causas que han transformado nuestro hoy en una elegía de la banalidad.

beverlyEs curioso cómo se pueden trazar conexiones entre la obra de Hitos y Beverly, de Nick Drnaso, nueva adición de Fulgencio Pimentel a su maravillosa lista de impronunciables. Una serie de historias cortas que van ensamblando un relato desolador de ese invento llamado la “América profunda”. Un concepto que solo se entiende desde la supina (y profundamente soberbia) ignorancia de la compleja realidad de una sociedad americana. La realidad que plasma Drnaso no es la de una américa pueblerina, sino la de una sociedad que vive su deshumanización progresiva con la alegría de las canciones de la Coca-Cola. La frialdad del análisis de Drnaso transforma dramas urbanos cotidianos en inquietantes fotos fijas, perturbadoras. Más que las reflexiones sobre el aislamiento, sobre el miedo al otro, sobre el distanciamiento impuesto, quizás el relato que mejor representa la decepción hacia la sociedad que nos narra Beverly es esa historia sobre la alegría de una madre al saber que va a formar parte del grupo de evaluadores de una nueva serie de televisión. Drnaso borda en este capítulo su discurso, mostrando en paralelo el anodino y absurdo episodio piloto, la publicidad que lo trufa y el análisis de la atenta madre. La máxima ilusión en la sociedad de la TV de 24h es formar parte de las élites que deciden lo que ven los demás, que pueden influir en el supuesto devenir de los mitos catódicos. Una ilusión que Drnaso machacará sin piedad con la confrontación de la realidad: la serie es tan solo un vehículo de los mensajes de consumo, lo único verdaderamente importante en nuestra sociedad. No importa la calidad de la serie, lo intrincado de la trama, la calidad de las interpretaciones. Solo su eficacia como transporte de anuncios publicitarios.  Con su línea de trazo finísimo y sus colores casi completamente desaturados, Drnaso crea una realidad fantasmal a la par que inexplicablemente fidedigna, pero irrefutable en su diagnóstico de los tiempos que vivimos.

Dos obras recomendabilísimas

Pasos

Que la ansiada “normalización” ya es un concepto superado y asimilado tiene una de sus muchas pruebas definitivas en la noticia comiquera de la semana: la compra de dibbuks por parte de Malpaso Ediciones. Los tebeos son ya parte de las páginas naranjas de la prensa, se ha superado la frontera máxima… ¡El tebeo ha entrado en el IBEX! Me temo que me dejo llevar por la emoción. No, no se ha entrado en bolsa, es evidente, pero sí en los procesos empresariales estos que gustan tanto de fusiones, adquisiciones y compras. Transacciones de este tipo son habituales en el mundo editorial, que tiende como otros sectores a la concentración para “competir en los mercados globales”, según se suele argumentar, y aunque en el mundillo del tebeo se habían dado movimientos desde hace unos años (la rumorología ha estado hablando de adquisiciones, ventas y fusiones durante los últimos diez años, implicando a casi todas las editoriales españolas de tebeos, grandes, medianas y pequeñas), la realidad es que la primera operación efectiva la hemos visto esta semana: el 70% de dibbuks, la editorial de Ricardo Esteban, ha sido comprado Malpaso Ediciones. Una editorial joven, con apenas tres años en el mercado, pero que está revolucionando el mercado editorial con sus acuerdos con la mexicana Jus o las compras de editoriales españoles como Lince o ahora dibbuks. Hasta ahí, todo normal o una singularidad, según se mire. Desde el campo editorial del libro, una noticia más, pero desde los tebeos, una bomba informativa que, quizás, no lo debería ser tanto. Porque la realidad es que la industria del tebeo en España está protagonizando un giro radical en los últimos años: de ser una industria editorial profundamente endogámica, con editoriales que solo publicaban tebeos, librerías que solo vendían tebeos, distribuidoras que solo trabajaban con tebeos y lectores que solo leían tebeos, a formar parte del entramado de la industria del libro. El tebeo en España era la industria Juan Palomo por antonomasia: yo me lo guiso y yo me lo como. Sin embargo, la incorporación de la novela gráfica a las costumbres de los lectores ha supuesto una pequeña revolución industrial que ha subvertido el estatus establecido. Pongan ustedes el orden de los factores como quieran, la cosa no cambiará mucho: modificación en las tendencias de lectura que dejan de lado la publicación periódica por el formato libro, avances tecnológicos que favorecen tiradas pequeñas, cambios en los sistemas de distribución que eliminan la necesidad de grandes tiradas, salto de las temáticas adultas de las revistas a los libros, nuevas posibilidades creativas para los autores, atracción de nuevos lectores hacia esas propuestas novedosas, superación de la etiqueta infantil, blockbusters cinematográficos basados en cómic, premio nacional, generalización de la presencia del tebeo en los medios, irrupción en las grandes superficies, creación de líneas de novela gráfica en editoriales generalistas, introducción del tebeo en la librería generalista…  Unos cambios que se han dado en muy poco tiempo, todo sea dicho, y que han cambiado radicalmente el aspecto de la industria del tebeo en este país: de esa industria endogámica se ha pasado a formar parte de la industria del libro, mimetizando y asimilando sus ventajas y, por supuesto, sus inconvenientes. Es indudable es que ha aumentado muchísimo el número de novedades, que se ha trasladado el lugar preferente de venta y que se ha transformado el perfil del lector tradicional, aunque es más difícil saber si la cifra de negocio, el quid de la cuestión, ha cambiado realmente. Es probable que haya aumentado, pero no creo que de una forma sustancial y tan espectacular como el resto de cambios. Y en ese tránsito hacia la industria del libro, el tebeo ha dejado de tener sus problemas particulares – recordemos los mantras: ¡El tebeo está en crisis!¡Los tebeos no son para niños!¡Ya no hay tebeos en los quioscos!, etc – para incorporarse al lamento común del mundo editorial español: en este sacrosanto país nuestro no se lee ni por equivocación y los libros se venden poco o nada.

Resumiendo: que deberíamos ver la adquisición de dibbuks como algo normal. Sin embargo, lo que es evidente es que la irrupción generalizada en el mundo del tebeo tanto de las grandes editoriales (Planeta –olvidemos su pasado, hoy Planeta Cómic es solo una sección más del conglomerado-, Salamandra, Random House, Anagrama, Alianza, Roca, etc..), como de las pequeñas editoriales (Impedimenta, Zorro Rojo, Reino de Cordelia, El Nadir, Nórdica, Sexto Piso, etc…), está cambiando las reglas del juego. Las editoriales de cómic de toda la vida están viendo cómo las negociaciones de derechos internacionales se han convertido en agresivas subastas donde las pujas comienzan a marear. Los derechos que antes se contrataban por cifras que podían oscilar entre los 1000 y 2000€ empiezan a subir como la espuma y, ante la competencia, no es raro ya ver números que duplican o triplican lo que era habitual. Por no hablar de la rumorología que coloca los derechos de algunos famosos best-sellers en Francia o USA en cantidades mareantes. De nuevo, nada raro: la tradicional lucha por los derechos del mundo del libro ha llegado al mundo del tebeo. ¿Justifican las cifras de ventas en España justifican cantidades? Pues ni idea. Es cierto que no las sabemos, pero de nuevo el vox pópuli habla de excelentes ventas del manga (que está volviendo a ser uno de los pulmones de la industria editorial, solo hace falta ver cómo editoriales como Norma o ECC están incorporando el cómic japonés a sus catálogos) y muy buenas ventas de un selecto grupo de autores españoles (liderado como es lógico por Francisco Ibáñez y Paco Roca, seguidos de nombres como Ana Oncina, Juanjo Sáez, Moderna de Pueblo o David Rubín), que puede competir de tú a tú con sus colegas literarios. Pero no se habla mucho de las ventas de autores franceses o americanos (que no sean superhéroes, obviously).
Datos que tampoco es que tengan ya demasiada importancia: el tejido editorial del tebeo está cambiando tan rápido que es difícil hacer predicciones o evaluar impactos. Porque si bien es cierto que la entrada de grandes editoriales está produciendo lo que comentaba respecto a los derechos, también, por otra parte, no es menos cierto que ahora ya no se puede hablar de una industria clara del tebeo. Las editoriales que antes solo publicaban cómic, ahora ofertan también libros (el caso de Dolmen es paradigmático, que es más ya una editorial literaria que de tebeos a la vista de sus novedades, pero también nos encontramos casos como los de Diábolo o Fulgencio Pimentel, que incorporan el libro a sus catálogos con naturalidad). El propio concepto de “editorial” se tambalea ante la pléyade de microeditoriales que están apareciendo con ofertas tan atractivas como las presentadas por Fosfatina, Ediciones Valiente, DeHavilland o Apa-Apa, que se suman a la autoedición en un movimiento que gana personalidad hasta encontrar sus propias vías de gestión y distribución en festivales como Gutter, Graf o Tenderete. E incluso la propia labor de la editorial va mutando, con concepciones que van más allá de la producción e impresión para atender a conceptos más globales como la venta de derechos en el extranjero (con el ejemplo claro de Astiberri, que se ha convertido en la mayor promotora de autores españoles fuera de nuestras fronteras).

Y todo esto… ¿es bueno o es malo? Pues ni idea, oigan. Es diferente, simplemente. Porque la sociedad evoluciona y cambia. E igual que antes hacíamos fotos con carretes de 36 fotos cuidando cada pose e iluminación porque luego nos clavaban una pasta en el revelado, ahora a la que nos descuidamos hemos hecho 247 fotos de nuestro hijo mientras se saca un moco con gracia. Lo mismo para los tebeos: antes leíamos tebeos de una forma y, ahora, los leemos de otra. Y mañana los leeremos de otra, que nadie se preocupe.
Quizás ahora la única duda es qué pasará con dibbuks. De momento, que continúen Ricardo Esteban y Marion Duc garantiza la línea de la editorial, que es lo importante, aunque no se puede evitar pensar en que, con un 70%, más tarde o más temprano la ahora casa madre quiera influir en las decisiones editoriales. Quién sabe.
Pero eso será otra historia.

 

Leyendo voy, leyendo vengo

Decía yo hace unos meses, muchos meses, que reabría La Cárcel. Y abierta estaba, pero con polvo y telarañas acumuladas por meses de mucho, demasiado trabajo que habían dejado aquél objetivo completamente olvidado. Que no es excusa, lo sé, que en sus buenos tiempos, iba yo con estrés postraumático haciendo cien cosas a la vez y no dejaba de mimar este espacio ni un día. Pero, ay, los tiempos cambian. Por un lado, la manida excusa de la edad, que por repetida parece coartada de fórmula más que realidad. Yo mismo defendía hace diez años que eso de la edad era cosa de mindundis y debiluchos, para chocar ahora con que quizás no iba tan desencaminada la cosa. Que el cuerpo no da para más (sobre todo si se tiene un hijo pequeño que desborda energía mientras tú ves como el indicador de la tuya se desvanece) y las neuronas, digan lo que digan, se van jubilando a medida que uno envejece. Tras haberme quemado profundamente en 2012, poco a poco fui recuperando tiempo e ilusión, pero los avances tecnológicos se aliaron con mi nueva y cómoda situación: ¿para qué hacer una reseña si uno puede marcarse un tuit de 140 letras? Economía y síntesis comunicativa, se puede decir. O, según se mire, apoteosis dionisiaca de la inteligencia aletargada. Aunque puede que, simplemente, sea la plasmación de estos tiempos IKEA nuestros donde brevedad y comodidad son el nuevo ídolo de masas. El caso es que si a eso le añaden dos proyectos tan ilusionantes –pero devoradores de tiempo- como las exposiciones de VLC València Línia Clara en el IVAM o Prehistòria i Còmic en el Museo de Prehistoria de Valencia, pues a uno le quedaban pocas ganas de escribir por aquí.
Pero el caso que, al final, el comezón por escribir termina por ser molesto y uno tiene que decidir si lo afronta por la vía farmacológica para olvidarlo o si se envalentona y coge el toro por los cuernos. Y aunque me siento tan profundamente antitaurino como devoto de la farmacopea y de la química, va y hago lo contrario: me pongo a escribir otra vez. A joerse toca, el ser humano es inescrutable. No sé lo que duraré, pero apliquemos lo de la famosa expresión sobre la dureza y su duración, a ver qué pasa. Eso sí, que nadie espere ya la locura prolífica de antaño. Una o dos veces a la semana, que uno ya está mayor.
A lo que iba: tebeos. Mucho de lo que hablar, pero me voy a centrar en las muchas y variadas lecturas de estos últimos días, que uno ya ha recuperado ritmo lector tras años de retraso.
lamiaEmpiezo por Lamia, de Rayco Pulido (Astiberri), que certifica la capacidad de este autor para sorprender al lector en cada nuevo envite, erigiéndose en infatigable y camaleónico explorador de caminos desde aquellos recordados Final Feliz y Sordo, donde todavía se apoyaba en el trabajo de Migoya y Muñoz para dejarnos estupefactos después con la sugerente Sin título: 2008-2011, donde comenzaba un atrevido vuelo en solitario que apabulló con la osadía de adaptar a Pérez Galdós en Nela. Un atrevimiento se revela intacto tres años después con esta nueva obra, donde la curiosidad por indagar nuevas opciones le lleva a desarrollar una compleja exploración de la España más profunda. Lamia nace en las entrañas de la posguerra española, en esa tradición por lo morboso que siempre ha tenido esta nuestra querida patria y que alcanzo en esos años el culmen en El caso y en El consultorio de Doña Elena Francis, exponentes de las dos caras entonces obligadamente separadas del morbo, la criminal y la sexual, que Rayco zurce con habilidad, tejiendo un thriller de esos de los que no se debe decir nada porque se arruinan las sorpresas. Me ataré los dedos en lo argumental (aunque no me resisto a decir que estamos ante uno de los mejores relatos de serial killers que uno recuerda), pero no en comentar el excelente retrato social que compone Rayco en segundo plano. Lamia va dejando temas para la reflexión que van desde la manipuladora tutela religiosa de la moral impuesta por el franquismo a un repaso contundente a la situación de la mujer en España durante esos años, relegada y sometida por decreto y palabra divina. Solo por esos dos análisis, ya la obra es fundamental, pero hay que añadirle multitud de detalles que va desperdigando por el camino, desde el homenaje a obras clásicas de nuestro cómic (de Bruguera a Las memorias de Amorós) al debate sobre la maternidad como realización de la mujer. Con un tratamiento gráfico moderno con toques de art déco (inspirado precisamente en ese Del Barrio que rompió moldes en Madriz y demostró con Hernández Cava que la innovación no estaba reñida con el género y la inteligencia en Las memorias de Amorós), Rayco proyecta los hallazgos de Lamia hasta nuestros días, estableciendo una macabra línea que conecta aquella pasión por lo luctuoso con sus hiperbólicos hijos, los Sálvames de hoy. Lamia es una obra que se disfruta en todos los niveles imaginables, en lo gráfico, en la lectura, en el posterior debate… Una de esas joyas que hay que leer obligatoriamente y que Astiberri ha editado con un cuidado exquisito. Un tebeo espléndido.

teen wolfMás cosas que he leído y disfrutado: Teen Wolf (Fosfatina), antología gozosa y refrescante que colca a un grupo de casi veinte autoras en el centro de la realidad de nuestro tebeo, en un hoy con un potencial tan brutal que resulta inimaginable hasta dónde puede llegar a poco que se les dé cancha. Porque si con solo una idea tan sencilla como revisitar la famosa película protagonizada por Michael J. Fox se consiguen estos resultados, lo que estas autoras pueden dar de sí es increíbles. Es verdad que se puede caer en la tentación de pensar que una antología solo de autoras cae en el aprovechamiento de la etiqueta, en la explotación del género como moda, pero déjense ustedes de zarandajas y olviden ya de una vez si las mentes creativas de estas obras tenían vulva o testículos, porque lo que demuestran tener es arte que se les sale por todos y cada uno de los poros. Las historias que componen Teen Wolf saben alejarse del homenaje nostálgico para bucear por casi por el oubapo: la constricción del punto de partida sirve para un verdadero brainstorming de ideas que van desde la obvia reconstrucción del licántropo como simbolismo de maduración sexual a la reescritura del mito de la bella y la bestia, pero siempre desde una aproximación fresca y renovadora. Historias como las de Mireia Pérez, Anabel Colazo o Klari Moreno (mis preferidas en este caso, sin desmerecer para nada al resto) son iconoclastas revisiones que se atreven sin pudor a transgredir toda idea previa. Y es en ese espíritu donde encuentro un valor todavía más importante en Teen Wolf: es un perfecto representante que toda una nueva generación de jóvenes artistas que llega al cómic desprovista de prejuicios. Sin duda, nunca antes hemos estado ante una efusión igual de jóvenes artistas que apuestan por la historieta como medio de expresión. Las razones dan para un largo debate, aunque supongo que una de las razones fundamentales viene necesariamente de ese cambio de imagen de la historieta, que ya por fin dejó atrás sus traumas para entrar en una nueva situación de reconocimiento y aceptación. Pero lo más importante es que es una generación que no viene mediatizada por el pasado: la gran mayoría no han sido lectores de tebeos, vienen vírgenes de influencias endogámicas para lanzarse a la historieta con todo el bagaje de haber pasado su infancia continuamente inmersos en una cultura visual omnipresente. Y eso se nota en la absoluta desvergüenza con la que se saltan cualquier dogma de la narrativa gráfica: no tiene que seguir los mandamientos de San Eisner ni ser discípulos de Hergé, no han hecho lectura catártica de Príncipe Valiente ni falta que les hace. Solo saben que quieren contar historias y que lo quieren hacer con dibujos, recordando a esa vuelta a los orígenes que propugnaba Picasso, ese querer dibujar como un niño que en el caso del tebeo es querer narrar sin imposiciones ni pesadas losas. Y vaya si lo consiguen. Recomendabilísimo.

pendantDe fuera leo Pendant le loup n’y est pas, de Valentine Gallardo y Mathilde Van Gheluwe (Atrabile), un relato escalofriante que parte de los terribles momentos que vivió Bélgica con el caso del pederasta Marc Dutroux para lanzar una reflexión sobre la capacidad de la sociedad para crear sus propios monstruos. Las autoras no hacen una narración directa de los hechos, sino que trasladan a los niños la responsabilidad de contarnos cómo sintieron aquellos hechos. Y el resultado es demoledor: porque los asesinatos de Dutroux pasan completamente a un segundo plano ante la inquietante capacidad de la sociedad para expandir el miedo. Los niños no entienden por qué deben protegerse de los demás, pero sí que son capaces de ver crecer el terror con el que se mira al otro. El delito de uno se convierte en el temor al extraño del resto, en la mirada que antepone la sospecha de culpabilidad ante cualquier gesto por inocente que sea. Es fácil ver en esta obra cómo la sociedad se construye en el recelo, en la desconfianza, encontrando lógicas conexiones con la actualidad de un mundo que, cada vez más, se atrinchera en el desprecio y el odio al otro.  La mirada del niño sirve como filtro perfecto: la inocencia infantil se ve viciada por el relato del adulto mucho más allá de las perversiones del delincuente. Reconozco que este libro me ha dejado tocado porque yo mismo, como padre, soy partícipe de esa locura colectiva que traduce el lógico deseo de proteger a nuestros hijos en una obsesión hiperprotectiva que construye auténticas murallas a su alrededor. Pendant le loup n’y est pas (maravilloso título, Mientras el lobo no está) es un espejo que nos devuelve hasta qué punto estamos ya deformados y viciados. Y lo que vemos no es agradable. A ver si alguien se anima a publicar este excelente tebeo en España.

Y ya está bien por hoy…

Recomendaciones para el salón

Las cosas están cambiando en el tebeo hispano, y uno de los principales síntomas es que la otrora brutal avalancha de novedades salonera se ha convertido en un incremento que aprovecha tanto el salón como las celebraciones del Día del Libro, pero sin llegar ni de lejos a las exageraciones de otros años. Un detalle para el lector, que puede seleccionar con un poco más de tranquilidad y evitar que su bolsillo quede maltrecho durante meses.

Hago una rápida selección de lo más interesante de este salón, comenzando con las que son -a mi entender-, las cuatro novedades imprescindibles:

  • El ala rota, de Kim y Altarriba (Norma Editorial, 23.90€). Extraordinaria contrapartida a El arte de volar, un recorrido sobre el papel de la mujer en la España de la posguerra a través de la figura de la madre del guionista. Un libro del que se debe hablar y aprender.
  • La ternura de las piedras, de Marion Fayolle (Nórdica, 25€). Fayolle es una autora de la que apenas conocemos esa pequeña joyita de surrealista sexualidad que es Las traviesas (Apa Apa). Aquí desarrolla una historia durísima sobre la muerte de su padre, pero que su aproximación convierte en un poema gráfico inesperado, maravilloso.
  • El piano oriental, de Zeina Abirechad (Salamandra, 28€). De esta autora libanesa ya había llegado su El juego de las golondrinas (Sins Entido), una obra interesante con, quizás, demasiada influencia de Satrapi en su planteamiento. Con esta nueva obra rompe toda prevención con un relato ambicioso que habla de la permeabilidad de las culturas, de la fascinación entre Oriente y Occidente, de la ingenuidad ante el mundo y de su propia vida. Un relato apasionante para el que propone un juego narrativo arriesgado lleno de simbolismos en el que la música y el dibujo se unen en pura sinestesia. Entre Ware y Satrapi, Abirechad encuentra un camino propio.
  • Fartlek, de José JaJaJa (Fulgencio Pimentel, 30) Poco sabemos de esta obra, más allá de su voluminoso tamaño de más de 400 páginas. Pero viniendo de José JaJaJa solo se puede esperar un reto continuo al lector, romper con todos los prejuicios narrativos para descubrir nuevas posibilidades del lenguaje de la historieta. Y dejarse llevar por su propuesta.

recomendaciones

Además de estas, muchos tebeos que pueden ser interesantes, apunten ustedes:

  • Presas Fáciles, de Miguelanxo Prado (Norma Editorial, 19.50€). Cualquier nueva obra de Miguelanxo es de lectura obligatoria.
  • Los Dientes De La Eternidad, de Jorge García y Gustavo Rico (Norma Editorial, 25€). Por fin se concluye esta revisión mitológica que el inteligente guion de García convierte en reflexión y la potencia de los dibujos de Rico en espectáculo visual.
  • Una Chica Dior, de Annie Goetzinger (Norma Editorial,  35€) Esperadísima nueva obra de esta maravilla autora, responsable de algunas de mis obras preferidas de los 80 (como la inexplicablemente inédita en castellano La voyageuse de petite ceinture).
  • Little Tulip, de Boucq y Charyn (Norma Editorial, 22€) Nueva reunión de esta pareja creativa, que siempre ha dado buenas obras en el pasado.
  • Mara, de Enric Sió (Trilita, 18€) Necesaria reedición de una obra clave del tebeo español, sin la que no se puede entender la asimilación de los conceptos del cómic de autor que llegaban de la Francia de los 60 y 70.
  • La aventura de Strong, de Martin y Salmon (Trilita, 22€) Un interesante libro teórico sobre una de las revistas más interesantes que se publicaron en los años 60 en España.
  • Soda Integral 1, de Warnant y Tome (Ponent Mon, 36€) Un Thriller apasionante y entretenidísimo, de lo mejor del cómic francobelga de los años 90.
  • Daredevil de Frank Miller y Klaus Janson (Panini, 60€). Un integral con toda la magistral etapa en este personaje de Miller, clave para la evolución del género y, también, del cómic americano.
  • Popeye, ¿Qué es un jeep?, de Segar (Kraken, 35€) Afortunadamente, Kraken continua la edición de este clásico maravilloso del cómic. Uno de los mejores tebeos de la historia.
  • Las Aventuras de Luther Arkwright, de Bryan Talbot (Astiberri, 26€) No se puede entender la ciencia ficción moderna sin este cómic y la fundamental influencia que ejerció sobre una generación de guionistas británicos como Alan Moore, Neil Gayman o Peter Milligan.
  • Malaria, de Jali (Astiberri, 12€) La fantasía de El mago de Oz es transportada al personalísimo universo de Jali en una obra que fascina a cada paso.
  • Como viaja el agua, de Juan Díaz Canales (Astiberri, 14€) Conocemos demasiado al Díaz Canales guionista y muy poco al excelente dibujante. Tengo muchísimas ganas de leer una obra de autoría completa suya.
  • El olor de los muchachos voraces, de Loo Hui Phang y Frederik Peeters (Astiberrri, 22 €). Me declaro fan de Peeters, un autor al que siempre hay que darle una oportunidad.
  • ID., de Emma Ríos (astiberri, 14€) Sabemos ya de la calidad de Ríos como dibujante, pero tengo mucho interés por su faceta de autora completa.
  • El dios Rata, de Richard Corben (Planeta Cómic, 18.95€) Corben vuelve a la fantasía pura, con casi 75 años pero con la potencia de un chaval de 20 en las manos.
  • Paletos Cabrones, de Aaron y Latour (Planeta Cómic, 14.95€) Aaron es un guionista sólido que dejó con muchas ganas de más en Scalped. Su trayectoria siguiente en el mainstream, aunque irregular, siempre ha cumplido con unos mínimos, lo que hace esperar mucho de una obra más personal.
  • Spirou y Fantasio. Integral 1988-1991, de Tome y Janry (dibbuks, 25€). El fandom más duro no supo valorar, en mi opinión, la frescura y atrevimiento de estos dos autores. Una de las mejores etapas del personaje de Rob-Vel.
  • La resistencia 2 (dibbuks) Juanjo el Rápido reúne a un grupo de autores increíble alrededor de esta revista. Muy recomendable.
  • 15 años en calle, de Miguel Fuster. (Chula ink, 19.90€) Integral de esta interesante obra que relata la vida en la calle de su autor, Miguel Fuster.
  • Duerme pueblo, de Nuria Tamarit y Xulia Vicente (La Cúpula, 12€) No hay sorpresa en el debú de estas dos autoras si se conocía su extraordinario trabajo en el fanzine Nimio. Un cuento clásico en su apariencia, pero que va transformándose en una atrevida propuesta.
  • Voltio #1 (La cúpula, 12€) Muchos años después de El víbora, La Cúpula vuelve a publicar una revista con el mismo mordiente. Modernidad, frescura y una apuesta por los autores que darán que hablar en el futuro del cómic español.
  • El día de julio, de Beto Hernández (La Cúpula, 12€). La competición entre los Hernández se iguala: tras varias obras maestras de Jaime, el Beto pone sobre el tapete una obra que recupera el mejor espíritu de Palomar, pero con personalidad propia y diferenciada.
  • Hotel California, de Nine Antico (Sapristi, 19.90) La música se mete en las viñetas y se hace protagonista de un atípico viaje de maduración donde nada será lo que se espera.
  • El guion del cómic, de Gerardo Vilches (Diminuta, 18€) Necesario era que se dedicara un espacio a los guionistas de cómic, siempre en la sombra de los dibujantes. Una obra teórica necesaria.
  • Romance neandertal, de Juarma (Ultarradio, 10) La genialidad de Juarma es paralela a lo salvaje de sus tebeos. ¡Imprescindible!
  • Chiisakobee, de Mochizuki (ECC, 9.95€) Un autor siempre en el límite, que ya demostró su calidad con obras como Fragon Head o MaiWai. Tengo mucha curiosidad.
  • Punzadas de fantasmas, de Junji Ito (ECC, 14.95€) Posiblemente, el mejor autor de terror japonés actual, capaz de plasmar las páginas más desasosegantes.
  • Fuga de la muerte, de Fidel Martínez (De ponent, 20€) Un dibujante excepcional, de una fuerza demoledora, que ofrece con esta su primera obra de autor completo. Hay que darle la oportunidad.
  • Matías y la nube, de Sanfelippo y Palomera (Mamut, 13€) Todo lo que edita Mamut es maravilloso, así que con los ojos cerrados por esta nueva obra.
  • La profecía del armadillo, de Zerocalcare (Reservoir Books, 17.90€) Llega a España la gran revelación del cómic italiano, un autor que aúna crítica y un espectacular éxito de público. Hay que leerlo.
  • Perramus, de Sasturain y Alberto Breccia  (001 ediciones). Por fin está obra maestra en formato integral.

El eterno OuBaPo

[Artículo publicado en el fanzine OuBaPo Los niños de Komodo, 2013]

Si nos atenemos a la historia, el movimiento OuBaPo (acrónimo de Ouvroir de Bande Dessinée Potentielle, Taller de Historieta Potencial) es descendiente directo del OuLiPo que fundaran el matemático François Le Lionnais y el escritor y poeta Raymond Queneau en 1960, un proyecto que pretendía espolear la creatividad estableciendo fronteras infranqueables, restricciones y condiciones que obligaban al autor a imaginar nuevas soluciones formales que abrieran nuevos caminos literarios. Aunque el concepto puede trasladarse a cualquier arte o forma creativa, no parece que exista mejor destinatario que el arte de la historieta para seguir el reto propuesto por las letras. Un arte invisible que tiene en la forma su elemento fundamental, su herramienta básica de construcción de la narración, podría extraer múltiples enseñanzas de la restricción formal, tanto como motivación creativa como por lo didáctico de que podría resultar la búsqueda de los elementos constitutivos básicos de su lenguaje. Dos autores, Lewis Trondheim y Jean-Christophe Menu, y un teórico, Thierry Groensteen, tomaron el guante de construir nuevas reglas para la creación a finales de los 80 y principios de los 90. El resultado forma parte ya de la historia: con L’Associaton como nexo de unión, un nutrido grupo de autores se lanzó a la experimentación oubapiana, a la deconstrucción del lenguaje en sus unidades mínimas para luego armar historias creadas desde un minimalismo compositivo. François Ayroles, Anne Barou, Patrice Killofer o Etienne Lecroart protagonizaron la explosión de un movimiento que tendría en la revista Oupus su portavoz y medio de expresión durante casi 20 años y que todavía hoy proyecta su influencia decisiva sobre autores como Ruppert y Mulot.

Sin embargo, ¿hasta qué punto el OuBaPo es realmente una expresión original en el noveno arte?¿Es realmente una innovación o tan sólo el reconocimiento de una línea preexistente innominada que toma por fin identidad y conciencia de sí misma? La pregunta no es ni capciosa ni baladí: la historieta ha sido un arte que ha nacido y se ha desarrollado desde la restricción formal exógena. El OuBaPo no deja de ser un juego autoimpuesto, unas reglas férreas pero consensuadas desde una libertad creativa absoluta, pero la emancipación de la historieta ha sido un proceso largo y complejo, que ha transitado un camino lleno de espinas. Baste ver las primeras expresiones de historieta en la prensa americana de finales del siglo XIX, que trasladaban la libertad formal de la experimentación fundacional de Töpffer a unas inflexibles condiciones de creación y producción, tanto en el contenido como sobre todo en un continente estrictamente limitado por el espacio que dejaba el periódico. Una restricción que, con el tiempo, se iría consolidando y endureciendo, llegando al límite total con la aparición de la tira diaria. Una línea, apenas un espacio de tres o cuatro viñetas que debían establecer una línea narrativa coherente que podría ser tanto autocontenida como parte de una narración extensa sobre la que debía expresar su independencia y sentido aislado. El lenguaje del cómic se configuró, desarrolló y expandió gracias precisamente a estas condiciones: en un espacio asfixiante, el creador debía contar una historia, establecer una estructura de presentación, nudo y desenlace coherente y sólida. Ante la carestía absoluta de medios narrativos, aquellos creadores tuvieron que establecer la elipsis como la base absoluta de la narración gráfica, la composición visual de las viñetas como una arquitectura narrativa básica que fuese compatible con la estética y con la funcionalidad.

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La historia del cómic es, de momento, el relato de cómo han cambiado esas restricciones. Muchas veces impuestas por los usos sociales, otras simplemente por las limitaciones tecnológicas de la industria gráfica, pero siempre presentes: de la página al cómic-book, con un formato definido y un número de páginas establecido inamovible. De ahí, al álbum, 48 páginas a color con tamaño apenas modificable un par de centímetros. La revista con las restricciones de páginas a color y en blanco y negro, que limitaba a siete u ocho páginas la entrega periódica de la serie…. Cada época ha tenido un formato reinante, una condición de obligado cumplimiento para el autor, que poco a poco veía que su trabajo recibía un reconocimiento social que se traducía en una libertad autoral, pero que siempre tendría la frontera formal como barrera impracticable. Pero todo yugo tiene su fin: tras años de cautiverio, los autores se pudieron liberar de las cadenas de la imposición formal con el avance de una industria que, amparada en la tecnología, da por fin libertad absoluta al autor para controlar continente y contenido. Llega la novela gráfica, un formato liberador en las formas que dinamita tamaños, estilos y grosores. El autor ya no sólo puede contar lo que quiera, puedo hacerlo como quiera. En cierta medida, la historieta ha vivido un eterno OuBaPo, no consensuado ni aceptado, sino dictatorialmente impuesto por la industria y la tecnología, del que despierta por fin en el siglo XXI. Sin embargo, esta libertad lleva consigo retomar el espíritu OuBaPo: ¿puede la total y absoluta libertad creativa hacer que el necesario riesgo creativo se adocene? ¿Puede ser contraproducente el libertinaje creativo? La respuesta es, evidentemente, negativa. La creación precisa de la libertad para su expansión, no se le pueden poner cortapisas. Pero no menos cierto es que la inexistencia de límites en el arte no implica necesariamente la inexistencia de los individuales. Cada autor está marcado por su trabajo y vive y crea bajo los límites de su propia capacidad y esfuerzo. Aceptar y reconocer estos límites es necesario para poder rebasarlos, y la aceptación de retos desde esa libertad completa puede ser una catapulta para el autor, un estímulo infinito para encontrar nuevos caminos. Ahora que la libertad creativa es total, más que nunca, el OuBaPo renace como un instrumento de exploración y descubrimiento. Ya sea con las normas establecidas por Groensteen o, simplemente, como un ejercicio de estilo nacido como reto, la restricción formal es un poderoso motor de creación. Todo vale: desde la imposición temática a establecer que sólo se pueden utilizar determinado número de viñetas, desde jugar con dibujos preexistentes a sólo poder usar un tipo de trazo, desde cambiar el estilo constantemente a imitar otro, desde el juego individual al colectivo. Es un juego en el que los autores aceptan encerrarse ellos mismos en una mazmorra y tirar la llave: y ellos mismos deben descubrir cómo salir desde la constante experimentación. Los resultados pueden ser más o menos brillantes, divertidos o crípticos, conservadores o arriesgados, pero siempre serán sorprendentes, siempre establecerán la base de un nuevo camino a explorar. Y no sólo eso, enseñarán la esencia de un lenguaje, lo descompondrán para comprenderlo o para maravillarse ante una nueva lectura. Y, por eso, el OuBaPo debe seguir siendo eterno.

 

Más información sobre el movimiento OuBaPo:http://neuviemeart.citebd.org/spip.php?rubrique62

Estado General de la BD

La asociación  États Généraux de la Bande Dessinée ha realizado un profundo estudio de la situación de la BD francesa a través de una completa encuesta a casi 1500 profesionales que trabajan para la industria gala. Los resultados son, simplemente, demoledores. Aunque es evidente que la percepción que se tiene desde España de la industria francesa es, por comparación, la de una utopía idílica, la realidad que se vive allende los Pirineos no es precisamente la de esa fotografía ideal y maravillosa chorreante de vaselina. La muestra es suficientemente amplia para que los datos sean significativos y su lectura es inapelable: el 36% de los autores franceses están por debajo del umbral de la pobreza y un 53% no llegan al Salario Mínimo Interprofesional (SMI). Es cierto que, si comparamos con este país nuestro donde el mileurismo se ha convertido ya casi en un privilegio, esos datos pueden tener otras interpretaciones (recordemos que el umbral de pobreza en Francia está en 12.000€ y el SMI en aproximadamente 17.000€ – en España con valores de casi 8.000 y 9.172€, respectivamente-), pero la situación debe contextualizarse siempre en su entorno y desde esa perspectiva son terribles. Las diferencias de género, tan protagonistas estos días, son evidentes: si se considera solo a las autoras, el 67% no llega al SMI.
El 71% de los que han contestado la encuesta afirman que tienen empleos paralelos a la BD (la mayoría en enseñanza u otras actividades artísticas, diseño, etc) y el 40% tan solo ha conseguido publicar entre 0 y 3 obras (álbum, novela gráfica, etc).
Pero la percepción de su futuro es todavía peor: el 74% piensa que hay una superproducción en el mercado francés, el 41% que su situación ha empeorado en los últimos cinco años y el 66% que será todavía peor en los próximos cinco.
El paraíso resulta no ser tan bonito cuando llegas allí.

futuro

Se puede leer el informe completo de la encuesta a autores aquí.
PD: ¿Quién le pone el cascabel al gato y hace algo parecido aquí?

Mis mejores lecturas de 2015

¡Menudo 2015! Un año en el que poco a poco he ido recuperando un buen ritmo de lecturas, pero en el que la lista de novedades mensuales de interés, entre reediciones y novedades, ha sido tan espectacular que la pila de pendientes no paraba de crecer ante mis ojos. Desde luego, de cara al lector, este año ha sido impresionante y prolífico, empujado por la buena labor de selección de editoriales y por la incorporación a los tebeos de un buen puñado de editoriales generalistas y por la aparición de nuevos sellos. Si algo sorprende, agradablemente, de la lista de las mejores lecturas de este año es que el número de editoriales diferentes que aparecen en ella es más alto que nunca: frente al casi monopolio de apenas unas cuantas que se veía en las listas que confeccionaba hace una década, este año hay casi 15 editoriales distintas en la lista de 25, con un apreciable aumento de la autoedición.
Como siempre, la típica precaución ante cualquiera de estas listas: no son más que divertidos ejercicios basados en el gusto personal, juegos que pueden ser útiles para rebuscar nuevas lecturas pero que nunca deben ser entendidos como un canon. Y, siempre, incompletas. Aunque este año puedo haber leído unos 350 o 400 de los tebeos publicados en España (cifra con trampa: contabilizo aquí las reediciones, que son muchas, pero ya leídas años ha, y que muchas de las novedades publicadas en España las leí en su idioma original tiempo atrás), seguro que me dejo por el camino obras estimables que no he podido leer. Eso sí, la sensación que tengo es que la media de calidad ha subido mucho, lo que indica que las editoriales han afinado bien en sus selecciones, lógico viniendo de un entorno de crisis económica con reducciones del número de novedades anuales.

Pero dejo la cháchara: la lista de mis 25 mejores lecturas del 2015 es…

  1. El hombre sin talento, de Yashiharu Tsuge (Gallo Nero),
  2. Chapuzas de amor, de Jaime Hernández (La Cúpula)
  3. Aquí, de Richard McGuire (Salamandra Graphic)
  4. La casa, crónica de una conquista, de Daniel Torres (Norma Editorial)
  5. La Casa, de Paco Roca (Astiberri)
  6. El paraíso perdido, de Pablo Auladell (Sexto Piso).
  7. Tik Tok Comics
  8. Atrapado en Belchite, de Sento Llobell
  9. Otoño, de Jon McNaught (Impedimenta),
  10. El botones de verde caqui, de Yann y Schwartz (Dibbuks),
  11. Los vagabundos de la chatarra, de Jorge Carrión y Sagar Forniés (Norma Editorial)
  12. Orlando y el juego 2, de Luis Durán (Diábolo)
  13. El mundo a tus pies, de Nadar (Astiberri)
  14. Preciosa oscuridad, de Kerascoët y Vehlmann (Spaceman Books),
  15. Vida de los más excelentes historietistas, Varios Autores (Inefable),
  16. Kitaro 3, de Shigero Mizuki (Astiberri).
  17. Por sus obras les conoceréis, de Jesse Bravo (DeHavilland),
  18. Cruzando el bosque, de Emily Carroll (Sapristi),
  19. Estamos todas bien, de Ana Penyas
  20. Las aventuras de Joselito, de José Pablo García (Reino de Cordelia),
  21. Recuerdos del Imperio del Átomo, de Smolderen y Clérisse (Spaceman Books)
  22. Esperanza, de Tommi Musturi (Aristas Martínez),
  23. Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora, de Tom Gauld (Salamandra),
  24. The lonesome go, de Tim Lane (Sapristi)
  25. Rituales, de Álvaro Ortiz (Astiberri),
  26. Cuaderno 2, de Miguel B Núñez (Libros del Autoengaño)

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El orden, por supuesto, es casi aleatorio, aunque sí que creo que las 6 primeras son, ese orden, mis lecturas preferidas del año. Las 19 siguientes son de tanta calidad que cualquier baile de posición es irrelevante. Pero tengo claro que la obra de Tsuge es, sin duda, la gran novedad del año. Un clásico de la historieta que compite injustamente con el resto, cierto, pero que es imposible de obviar. Lo leí en la edición francesa de Ego Comme X y me impactó como pocas veces lo ha hecho un tebeo, obligándome a releerlo muchas, muchas veces. Y, en cada lectura, encontraba una nueva interpretación, un nuevo camino de reflexión por el que transitar. Tsuge habla de la vida en toda su extensión, con un pesimismo existencialista que, pese a su dureza, obliga a seguir pasando páginas. De Chapuzas de amor poco más puedo añadir a lo que ya dije: es la gran declaración de amor de esta década. De las tres siguientes, la curiosa coincidencia en la casa como referente. Aquí es una genialidad, una ruptura formal que demuestra que el lenguaje del tebeo puede seguir explorando nuevos caminos, pero que no se queda en el simple ejercicio formal, sino que ahonda en una sugerente reflexión sobre la insignificancia de la existencia humana ante el inapelable tiempo. Es cierto que la lectura de esta nueva reescritura puede aportar poco respecto a la historieta de 6 páginas original publicada en RAW cinco lustros antes, pero la pérdida del factor sorpresa no puede dejar de lado la intrínseca genialidad de la propuesta de McGuire, que incluso sin él consigue mantener la fascinación hipnótica durante casi 300 páginas. La casa, de Daniel Torres sí que es, en contraste una sorpresa. El valenciano realiza una obra inclasificable, una enciclopedia de la historia del hogar que se convierte en un reto continuo a la narrativa gráfica. Un inmenso catálogo de recursos narrativos que se van acumulando hasta conformar una inmensa reivindicación de todo lo que se puede contar con la historieta. Pero que, además, es apasionante en su lectura, en la constante incursión en el lado oscuro de la historia, en la vida cotidiana de los que nunca salieron en los libros, pero sufrieron los grandes pasajes de la Historia. Es una obra que hay que leer en pequeñas dosis, pero que deja al lector deslumbrado continuamente.

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Y de la otra casa, la de Roca, solo puedo decir que entra directamente a la médula. Intento ser objetivo, pero me es imposible: es una obra que me ha emocionado profundamente, que me ha hecho recordar muchos momentos de mi vida y situaciones muy similares. Paco ha trascendido ya cualquier intento de categorización, es un narrador en estado puro, de esos que sabe llegar al lector directamente. Establece una férrea cadena entre las viñetas y los sentimientos, sabe dónde tocar, pero también cómo y durante cuánto tiempo. Maneja los ritmos para bordear brillantemente el melodrama y moverse con soltura y comodidad en al territorio de los sentimientos. Está ya en ese Olimpo de los narradores perfectos, como Carlos Giménez y pocos más. Otro reto titánico ha sido el de Auladell adaptando la obra de Milton. El paraíso perdido, obra fundacional y compleja, que pone a cada página obstáculos a adaptador, desde su propia estructura narrativa, su temática o la evidente dificultad de superar la imaginería ya establecida por Doré o Blake. Pero el ilustrador alicantino ha conseguido luchar contra los elementos y desarrollar una visión tan personal como estimable. Tik Tok cómics es hoy por hoy mi página de referencia en cómic digital. Las obras que se están desarrollando en este portal son fascinantes, seleccionando un grupo de autores y autoras tan jóvenes como atrevidos en sus propuestas de ruptura formal. Un atrevimiento que no se queda en intentona, sino que se consigue culminar con éxito continuamente. Las obras de Arnau Sanz, Begoña García Alén, Erica Fustero, Berliac, Los Bravú, Ana Galvañ, Cristina Daura, Conxita Herrero, Marc Torices o Pau Anglada o Klari Moreno, por solo citar algunos nombres, son un soplo de aire fresco potente y necesario. Sus historietas me dejan las neuronas desarmadas y provocan adicción. De Atrapado en Belchite, de Sento Llobell, solo puedo decir que es mejor todavía que la primera parte y que es, desde ya, una de las mejores aproximaciones a nuestra Guerra Civil que se han publicado en cómic. Otoño, de Jon McNaught es una pasión particular, una obra de una poética visual apabullante, hermosa en cada uno de sus resquicios. El botones de verde caqui, de Yann y Schwartz es la constatación de que romper las cadenas de las imposiciones editoriales hacia las creaciones “establecidas” es tremendamente provechoso. Obra de múltiples lecturas, pero todas jugosas e interesantes. La obra de Jorge Carrión y Sagar Forniés es la necesaria llegada a nuestro país del género periodístico en el cómic, una profunda investigación sobre la realidad social que vivimos que se complementa perfectamente con El mundo a tus pies, de Nadar, posiblemente el mejor relato de la crisis que vivimos. Ambos serán la mejor referencia en el futuro de estos años que hemos vivido. Por su parte, Luis Durán sigue desarrollando un mundo mágico y fascinante en Orlando y el juego, demostrando con cada entrega que es uno de los autores españoles de imaginación más fecunda e inteligente. Preciosa oscuridad, es una joya escondida, un relato cruel de la pérdida de la infancia que desmonta mitos a hachazos, que deja al lector descolocado y perdido. Por su parte, Vida de los más excelentes historietistas, es una de las sorpresas del año. Una propuesta similar en apariencia a la del Masterful marks de Marcel Beauchamp, pero  César Sebastián, René Laparra, Víctor Puchanski y Adrián Bago desarrollan con personalidad propia y muy definida, con una acertada elección de autores y una más acertada aproximación a ellos.  De Kitaro solo puedo decir que es una de mis obras preferidas de Shigero Mizuki, una inmersión en fantasía desbordada que lanza anclas a una realidad pop maravillosa. Por sus obras les conoceréis, de Jesse Bravo me dejó alucinado por la ambición de su propuesta, que desarrolla una auténtica propuesta teológica basada en el silicio. Las reflexiones que  lanza Bravo desde la aparente simplicidad de su dibujo se enroscan en nuestras neuronas con la facilidad que su dibujo se hace laberíntico. Sin duda, la otra de las grandes sorpresas del año ha sido Cruzando el bosque, de Emily Carroll. Historias de terror que han conseguido lo que hace mucho no consigue este género en televisión o cine, que un escalofrío recorra la nuca del lector y que, tras su lectura, se sienta incómodo durante mucho tiempo. Estamos todas bien, de Ana Penyas es la demostración de que unas pocas hojas grapadas pueden contener una obra mayúscula. Una historia de pequeñas relaciones, de confesiones íntimas que me parece extraordinaria. También extraordinaria es la propuesta de José Pablo García  en Las aventuras de Joselito, todo un tour de forcé gráfico y narrativo que reivindica los mitos populares como parte también de la construcción de la historia. Poco se ha hablado de Recuerdos del Imperio del Átomo, de Smolderen y Clérisse, ciencia-ficción canónica, de esa de trasfondo que deja poso de reflexión amarga, con un tratamiento gráfico años 50 delicioso. Aristas Martínez publica por fin en España a Tommi Musturi con su Sr. Esperanza, una obra que consigue que el contraste de forma y fondo se erija como forma narrativa en sí misma. Tom Gauld me tiene ganado con sus tiras y Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora es, posiblemente, la mejor selección que se ha publicado. La cultura como protagonista a través de la transformación y la metáfora. Tira con bala.
Otro de los tapados del año ha sido The lonesome go, de Tim Lane, un viaje opresivo por el American Way  of Life que no da opción a réplica. Álvaro Órtiz, por su parte, firma en Rituales su mejor obra hasta el momento, creando un curioso díptico sobre lo extraño con Murderabilia. Y para acabar esta lista de 25, Cuaderno 2, de Miguel B Núñez, o de cómo transformar un cómic en el diálogo con un amigo que te cuenta cómo va su vida.

 

Pero la lista podía ser mucho más grande. Hoy he puesto estos 25, pero podría en cualquier momento cambiar de idea e incluir obras tan interesantes como Sunny o GoGo Monster, las dos joyas de Taiyo Matsumoto que ha editado ECC, ese combustible de cohete para neuronas que es el Lose, de Michael DeForge (DeHavilland), el brutal Submun-dos, de Kaz (Autsaider)
GoGo Monster, de Matsumoto (ECC), la inquietante tranquilidad de Undercurrent, de Tetsuya Toyoda (Milky Way), el desesperantemente profético Necrópolis, de Marcos Prior (Astiberri), la hermosa Poemic, de Laura Pérez y Ferran Fernández (Luces de Gálibo), la contundente La Balada del Norte, de Alfonso Zapico (Astiberri) o la imprescindible vida de Boldú en La vida es un tango y te piso bailando (Astiberri). La arriesgada aproximación a Sartre de Esteban Hernández en Nada, el muy interesante debut de Mayte Alvarado en E-19, (El verano del cohete), los acertados aforismos gráficos de Max en ¡Oh, diabólica ficción! (la Cúpula) o ese ¡García! superheroico de Luis Bustos y Santiago García (Astiberri) que entra triunfante en la familia de los hijos bastardos de Roberto Alcázar como Roberto España o Roberto El Carca.
Hay que incluir también el siempre delicado trazo de Juan Berrio en Piso el barro, barro el piso, que vuelve a deambular por la poesía de las palabras, la salvaje provocación de Joan Cornellá con Zonzo o el acierto de recuperar hoy la obra de Cristobal Serra que se marca Pere Joan en Viaje a Cotiledonia, la novela gráfica (Edicions de Ponent). Pese a que los vaticinios anunciaban una debacle, lo cierto es que Bajo el sol de medianoche (Norma Editorial), consigue lo imposible: que no nos demos cuenta de que detrás de sus trazos y sus palabras no está Hugo Pratt. Todo un éxito para Rubén Pellejero y Juan Díaz Canales. También hay que destacar las nuevas entregas autobiográficas de Stygryt, Equinoccio, con un inspirado Carlos Maiques a los lápices (Edicions de Ponent) y SHHH, de Nacho Casanova, así como la nueva obra del siempre sugerente Martín Romero: Episodios Lunares (Reino de Cordelia).
En el terreno de la recuperación, la gran campanada ha sido, sin duda, El manga de los cuatro inmigrantes, de Henry Kiyama, un documento imprescindible para entender el cómic y la historia editado por El Nadir. O ese prodigio para disfrutar en familia que nos ha regalado José Domingo: Pablo y Jane en la dimensión de los monstruos (Astiberri).

Una larga lista a la que hay que añadir la reedición de obras maestras como Pies descalzos, de Keiji Nakazawa (DeBolsillo), la obligada reivindicación de Andrea Pazienza en Zanardi y de las Obras completas de Julie Doucet (Fulgencio Pimentel) o las esperadas ediciones integrales de Gaston Lagaffe, de Franquin y Blueberry, de Charlier y Gir (Norma) o Los pasajeros del viento, de Bourgeon (Astiberri), Fénix de Tezuka (Planeta), Pesadillas de cenas indigestas, de McCay (Reino de Cordelia), Benito Sansón, de Peyo o, una pasión particular, el Sol Poniente, de López Cruces y Mª Isabel Santisteban (Edicions de Ponent).

Como dije, un año fabuloso.

Yo soy Bluff

Hoy, 28 de Junio de 2015 se cumple el 75 aniversario del fusilamiento de Bluff y Vicente Carceller. En su memoria, Antonio Martín me ha pasado este texto que reproduzco.

 

75 ANIVERSARIO de la MUERTE del DIBUJANTE e HISTORIETISTA “BLUF”, CARLOS GÓMEZ CARRERA, FUSILADO en el  CEMENTERIO de PATERNA por los hombres del general FRANCO…

Antonio Martin

Quisiera estar hoy, a las 12 de la mañana, en el cementerio de Paterna para rendir recuerdo y homenaje al dibujante “BLUF”….   Pero ante la imposibilidad de estar allí quiero, al menos, dejar un breve y casi improvisado testimonio de admiración y traer al presente su recuerdo…  Al tiempo que condeno, una vez más, tajantemente, la represión que llevó a cabo el franquismo, especialmente entre 1936 y 1951, en el conjunto de los muchos miles de muertes y condenas a prisión con que arrasó y destruyó la Cultura Española… y nos dejó a todos los nacidos después de la guerra huérfanos de nuestra herencia vital, cultura y política.

He trabajado durante años sobre los autores españoles de la historieta y el humor gráfico españoles de las décadas 1920-1930, por su importancia, novedad y alta calidad y sobre todo porque su obra se apartó en general de la historieta infantil para dirigirse a un público lector adulto. Fue la generación o generaciones de K-Hito, Mihura, Tono, Alfaraz, López Rubio, Bellón, Bluff y bastantes más. Alguno de ellos, casi todos, dibujó también en las revistas infantiles de historietas pero su obra más importante quedó en las revistas de humor para adultos.

“Conocí” a BLUFF cuando preparaba mi libro sobre Historia del Cómic español en la segunda mitad de los años 70. Y ya me quedé con su nombre por sus obras primeras. En aquellos momentos sin duda eran mejores y más importantes K-Hito, por maestro, y Mihura, por su experimentación… pero Bluff tenía “algo” distinto que le convertía en un dibujante y autor importante.

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Bluff, cuyo nombre civil era Carlos Gómez Carrera, se había dado a conocer, sobre todo, en la revista de humor gráfico Gutiérrez, dirigida por K-Hito, su grafismo recordaba aún a otros autores de los que había aprendido y a la mayoría de los cuales superó muy pronto hacia un estilo propio. Cuando publicó en la revista infantil Macaco demostró que era dueño de un humor muy distinto que compaginaba con obras más complejas como humorista político, siendo lo más destacable de su manera de hacer la libertad su trazo, el uso de las onomatopeyas y de los signos auxiliares en la historieta y cierta frescura gráfica que es difícil de explicar en pocas líneas. Al iniciarse los años treinta, Bluff comenzó a despegarse de la línea del humor absurdo que todos cultivaban en Gutiérrez  (no olvidemos que la revista se editaba durante la Dictadura del general Primo de Rivera) y pronto entró en contacto con las realidad concreta del país.

Durante los años de la II República Española, Bluff publicó mucho en la prensa diaria y en las revistas para adultos con obras de clara intención política de izquierdas. Al iniciarse la Guerra Civil, en 1936 se trasladó a Valencia, donde dibujó para los diarios La Correspondencia de Valencia,Adelante, La Libertad y sobre todo para la revista de humor La Traca, de Carceller.

La revista, primero publicada en valenciano/catalán, después cancelada  y desde 1931 vuelta a editar en castellano/español, nació como revista de humor grueso con muchas gotas, litros diría yo, de humor erótico y anticlerical. Pero en 1931 se reconvirtió y, sin dejar durante los años republicanos su humor anticlerical y de sal gorda, se convirtió en una revista política. Por ello fue suspendida en 1934 por el Gobierno del “bienio negro”, Lerroux, Samper, Gil Robles y tantos más. Para resurgir una vez más en 1936 después del triunfo del Frente Popular en las Elecciones Generales de febrero de aquel año, convertida en un arma de la “guerra de papel” de la propaganda.

Fue entonces cuando de nuevo conocí o “descubrí” de nuevo a Bluff. Como colaborador, como hombre esencial, como maestro de La Traca. A la que convirtió, con la ayuda de Carnicero, Enrique Pertegás, Modesto Méndez Álvarez, Palmer, Soriano Izquierdo, Echea, etc., en una revista en la primera línea de la propaganda de guerra, un arma terrible y temible que hizo befa y escarnio de los generales Queipo de Llano, siempre borracho, y Franco, a quien siempre presentó amariconado y con pluma, además de ridiculizar a los moros que trajo Franco, a los oficiales y al ejército dicho “nacional”, y puso en la picota a Hitler y a Mussolini, como sanguinarios dictadores que “avían” a Franco como a una figura de guiñol, y atacó a John Bull y a cuantas figuras, personas y entes trabajaban para hundir a la República.

De esta manera y junto a los espléndidos carteles republicanos, la revista La Traca se convirtió en la punta de lanza de la guerra de papel que se desarrollaba a la par que los hechos bélicos de la Guerra de España. De todos sus autores y dibujantes destacó por su obra gráfica, por su beligerancia contra el franquismo y por su calidad, Carlos Gómez Carreras Bluff.

Al acabar la guerra con la caída de Madrid, debido al golpe de estado del Coronel Casado con la ayuda de grupos socialistas y anarquistas, Bluff se trasladó a su casa en Madrid, donde fue detenido en abril de 1939 y encerrado en la prisión de Yeserías de Madrid. Después siguió el penoso recorrido por diversos centros de detención y cárceles, del que Eduardo Guzmán dejó testimonio en su novela biográfica Nosotros los asesinos, para finalmente acabar en la Cárcel Modelo de Valencia. En su encierro, Bluff comenzó a colaborar con dibujos, caricaturas y chistes en la revistaRedención “Semanario para los reclusos y sus familias”, creada por el Sistema Penitenciario franquista bajo el lema “la Redención de penas por el Trabajo”…. De lo que ocurrió después he escuchado o leído hasta tres versiones diferentes sobre qué chistes de Bluff, publicados en Redención, y da igual qué chiste o que tira fuera por el que le condenaron a muerte. A mi juicio, Bluff estaba potencialmente sentenciado desde mucho antes por sus feroces caricaturas de Franco y del franquismo.

Tal día como hoy, hace 75 años, el 28 de junio de 1940, Carlos Gómez Carreras Bluff fue fusilado en el Cementerio de Paterna, a veinte minutos de Valencia. Y hoy, a las 12 H. de la mañana, se realiza en dicho lugar un acto en recuerdo y homenaje a Bluff.  No puedo acudir al mismo, por ello: Vaya desde aquí mi dolorido sentir hacia uno de los mejores autores del humor gráfico español.

Y desde aquí, parafraseando a los franceses, afirmo: “Yo soy Bluff…”

Belchite

Hace casi veinte años visité Belchite. El viejo, esas ruinas que Franco quiso dejar como exponente de la “barbarie rojo-comunista”. Era un verano bastante agobiante, que dedicamos a visitar los alrededores de Zaragoza y, recuerdo, yo me emperré en visitar el famoso pueblo pese a la indiferencia de mis acompañantes. Llegamos a Belchite, el nuevo, y desde ahí caminamos hasta lo que quedaba del antiguo pueblo. La verdad es que no sé lo que me esperaba, pero desde luego no fue lo que encontré. Supongo que esperaba alguna iglesia derruida, o el ayuntamiento, y alguna inscripción con las soflamas propias del fascismo franquista. Incluso, creo, estaba preparado para eso de oír “los gritos de los miles de muertos que allí dejaron sus vidas”. Sin embargo, lo que encontré fue un pueblo, completo, derruido desde la primera hasta la última piedra. Paredes por cuyas ventanas se veía el cielo. Una iglesia sin techo que dejaba pasar el sol asfixiante. Y silencio. Un silencio omnipresente, que lo inundaba todo, que solo dejaba oír los pasos de los otros turistas que llegaban por la zona. Recuerdo que todos nos mirábamos sin decir palabra, recorriendo unas ruinas cuya desolación solo rompía alguna pintada adolescente que otra. Belchite no era, desde luego, ese reflejo del salvajismo rojo que tanto aprovechó en propaganda el dictador. Ni siquiera un renovado testimonio del “horror del enfrentamiento entre hermanos”, como se decía entonces, recién celebrado el 60 aniversario del inicio de la guerra civil y en plena campaña de reivindicación hipócrita de que “todos hicieron salvajadas en el 36”. Belchite era un fósil inerte de lo único que queda tras la guerra: nada. Y esa sensación de nada contra la que es imposible luchar, acojonaba. Luego, la reflexión, sí, te llevaba a pensar en las vidas perdidas, en el horror que se vivió durante el sitio. Y en el absurdo, claro, en esa patética forma de pensamiento que justifica que puedas asesinar a alguien simplemente porque piensa distinto que tú.

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Leyendo Atrapado en Belchite, la nueva entrega de las memorias de Pablo Uriel que está adaptando Sento, aquellas imágenes han vuelto a mi memoria con una nitidez extraordinaria, pero ahora con la capa de realidad de la vida de este médico novato. Sento nos cuenta cómo, tras la cárcel, Pablo Uriel llegó como médico al frente para encontrarse con ese día a día de la guerra que no conoce épicas, solo estupidez y miserias. Y llegó, nada más y nada menos, que a Belchite, el escenario de un enfrentamiento cruel. Un pequeño pueblo que tuvo la desgracia de ser elegido como ejemplo de resistencia, como paradigma de la victoria de unos y de la valentía y sacrificio de otros. Una elección hecha por los que no estaban allí, por supuesto, que como ya vimos en la primera entrega, defendían un bando u otro porque les tocaba, no por sus ideas, sino por empadronamiento. Pablo cuenta el absurdo surrealista continuo en el que vivía el frente, que deja eso que se conoce como “berlanguiano” en un simple chiste de niños. Pero cuenta, sobre todo, el asedio. El terrible sitio que vivió como médico de un hospital inexistente donde los enfermos eran comidos por la suciedad y las moscas, condenados por el fuego “enemigo” y por las órdenes “amigas” a ser carne de cañón, combustible barato para eso que llaman gestas heroicas.
Reconozco que pensaba que el trazo de Sento era poco adecuado para esta obra. Ligaba su dibujo a la elegancia, a ese glamour estético que nos inundaba en los 80 y del que el valenciano fue máximo exponente. No pensaba yo que de Velvet Nights se pudiera llegar a describir el hambre, el dolor, la gangrena, las amputaciones.  ¡Y, joder, cómo me equivocaba! Porque Sento es un maestro contando historias, que sabe adaptar su trazo limpio para plasmar la atmósfera irrespirable de la iglesia de Belchite, llena de moscas que nos asfixian y que espantamos a manotazos casi instintivamente.  Y sabe perfectamente cómo llevar al lector esa sensación opresiva de estar atrapado sin salida. De ser un animal en el matadero que solo importa que se desangre lo antes posible para alimentar el ego de otros. Sento sigue con rigurosidad la historia, pero consigue traspasar el discurso tradicional de los bandos para hablar de las personas, pero sin caer en el peligroso juego de olvidar que hubo un culpable. Sento describe excesos de unos y otros, por supuesto, están en la historia, pero sabe perfectamente que el inicio fue un golpe de estado, sin eufemismos ni hipocresías absurdas.
Atrapado en Belchite es un libro que duele al leerlo. Que trata al lector de forma inmisericorde mostrando la historia que hace daño, la que levanta ampollas. Pero es una historia que hay que leer. Me atrevería a decir que obligatoriamente. Una obra tan brillante como necesaria.

(Sento ha decidido autoeditarse esta segunda entrega, que se puede conseguir en Yojimbo Cómics y en algunas librerías especializadas)

Tangos

lavidaesuntangoEl tango es una danza hipnótica, de cuerpos que giran y se enrollan entre sí, que deambulan de un lado para otro en un baile donde hombre y mujer crean un universo aislado del mundo, absortos en sí mismos, apenas ligados con la realidad por el sonido del bandoneón que va y viene.  No es difícil ver en esa danza la realidad de la vida, que nos lleva siempre a bandazos, metidos en esa burbuja egoísta que nos creamos alrededor, dando tumbos imprevisibles a merced de una música que apenas oímos. Decía Borges que las letras del tango antiguo nos permitían tener un pasado imaginario. No las de Gardel, que odiaba por lloronas, sino las de esos tangos que nacieron en los arrabales, en los prostíbulos donde la Parda Flora, en los barrios bajos que hicieron suyo al tango para contar las vicisitudes del alma, las suyas, las del país. En la última entrega de su “vida comicgrafiada”, Ramón Boldú nos habla del tango de forma aparentemente ajena. Cuenta que, buscando un sustituto a las batallas del ajedrez, diseñó un juego basado en el tango donde lo importante no es derrotar al adversario, sino ligar con él. Sin embargo, a medida que vamos leyendo La vida es un tango y te piso bailando (Astiberri), se hace cada vez más evidente que la excusa traspasa el juego y el tango se convierte en metáfora real de la que es, sin duda, la mejor entrega de su biografía en viñetas. Como en el baile, Boldú va yendo de un lugar a otro, sin destino previo, cambiando de épocas, de lugares y de momentos, girando en cada argumento sin dar respiro. De la guerra civil a la actualidad, de ahí a su infancia a su juventud y vuelta a la realidad y su infancia. De los 50 a los 80, de los 70 a los 40, de los 40 al 2015. De una idea a otra sin solución de continuidad, en un salto continuo improvisado y casi suicida, pero que poco a poco, como anunciaba Borges, va componiendo un retrato que toma forma. El caos va enfocando una figura definida,  ese pasado imaginario del que hablaba el escritor, compuesto de retazos de memorias propias y ajenas que ya no se sabe si son reales o inventadas. En el fondo, da igual, porque el recuerdo es siempre real para nosotros, aunque haya sido creado en alguna neurona algo pocha o, simplemente, como medida de defensa contra un pasado que nos inquieta. Y resulta que, en ese ir y venir de azares y serendipias, hay un relato real y particular, como en el tango. Hay una vida que gana en riqueza por el asombro que nos provocan las conexiones de la existencia, es que siempre hemos resumido con un “¡Qué cosas tiene la vida!”. Boldú repasa su vida, la de sus padres y la de sus abuelos, componiendo un tratado de su historia que es, también, la historia chusca de este país. La de verdad, o no, pero es la que recordamos, la berlanguiana, la de Buñuel. Con ese humor exuberante con el que Boldú lleva contando su vida desde hace más de 20 años, cuando comenzó con este particular viaje en las páginas de El Víbora. La vida es un tango y te piso bailando es un paso más de ese camino, quizás el más brillante dado hasta ahora, pero que –esperemos- será tan solo uno más en esta gigantesca y genial obra que es la autobiografía de Ramón Boldú. (4)

(Ojo a la excelente edición de Astiberri -lo que no es sorpresa-, que incluye el juego diseñado por Boldú)

El amor es una maravillosa chapuza

Para los lectores de aquí, seguir Love & Rockets ha sido una especie de compleja gymkana, de ejercicio de fidelidad militante ante el continuo cambio periodicidades y formatos. La obra de los Hermanos Hernández ha sido álbum, revista, novela gráfica, brut cómix… Han tenido su colección, han pertenecido a otras colecciones o han sido especiales. Y, pese a todo, para los que quedamos atrapados en Palomar y Hoppers estos cambios eran tan solo un precio asequible a pagar por el increíble gozo de leer las aventuras y desventuras de Luba, Maggie o  Hopey. Al principio, reconozco, siempre fui más del realismo mágico de Palomar que dibujaba Beto. La ciencia-ficción desacomplejada que practicaba Jaime me divertía, pero no me llegaba tanto como el culebrón infinito que se vivía en la frontera, lleno de sentimientos desgarrados, de pasión, humor y drama. Pero, con el tiempo, resulta que la carrera entre Jaime y Beto fue descompensándose: a medida que avanzaban las entregas, asistí con sorpresa al espectáculo del crecimiento de Jaime, que iba dejando entrever sin prisas su verdadera construcción. Beto creó un lugar en el espacio, mágico y rico en imaginación. Jaime optaba por el tiempo, por crear una vida completa. Visto con el tiempo, la diversión adolescente de Mechanics es exactamente eso, la visión de la rebeldía juvenil, de la locura de dos jóvenes que se quieren comer el mundo y que, si es necesario, lo rehacen a golpe de imaginación desbordante con cohetes y ciencia-ficción. Pero Hopey y Maggie fueron creciendo con el lector. Tres décadas después, ellas, como los lectores, han vivido cada uno de esos 30 años. El lector verá en las viñetas lo mismo que ve todos los días en sus espejos: algunos se habrán puesto kilos, otros tendrán canas, otros tendrán la cara más marcada por las arrugas… El tiempo habrá dejado huella en nuestros cuerpos pero, sobre todo lo habrá dejado en nuestro carácter. Maggie ya no es la alocada niña que arreglaba coches en ese Oxnard imaginario llamado Hoppers, es una señora, que ya no corre por la calle, que ya tiene unos años, como nosotros, y que empieza a mirar al pasado con condescendencia, recordando y mirando el presente como algo mucho más tangible que un futuro que, cada vez más, se escapa rápidamente. Los personajes de Jaime han crecido, han amado y han sufrido. Han madurado como cualquier ser humano, viviendo.

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Chapuzas de amor (La Cúpula) es un capítulo más de este largo camino, que habla de Maggie y sus amores, de su relación con Ray Domínguez. Un amor ya maduro, que llega sin el arrabatamiento pasional, quizás a medio camino entre lo platónico y el miedo a la soledad, a sabiendas de que ese amor busca más el compañero de lo cotidiano, el cariño de los pequeños gestos más que la épica de la pasión. Jaime nos recuerda los encuentros y desencuentros y se interroga sobre el pasado y el presente, buscando aquellos chaparrones de la infancia que, quizás, generaron los lodos del hoy. No lo hace, desde luego, con espíritu psicoanalista, sino con la intención de mostrar sin dramas como la vida es un seguido de elecciones, algunas erróneas y otras acertadas. No reclama ni justicia ni responsabilidades, simplemente está ahí: los dibujos de Jaime son viñetas de ese tapiz de la vida en la que lo ocurrido ya no se puede cambiar. El amor, a ciertas edades, ya no es el que sale en las películas, es el de los tiempos del cólera, lleno de chapuzas que se perdonan porque ya, a ciertas alturas, sabemos lo que significa ser humanos. Ray y Maggie nos muestran el camino del amor real, el de los enfados, el de las alegrías. El que se dibuja en las miradas y en los gestos de complicidad, en los silencios que dejan miradas que hablan más que cualquier discurso. Claro que, para contar esto, hay que dibujar como Jaime: su trazo naturalista, en su día, siguió el de los maestros como Toth, Drake o Raymond. Hoy, su dibujo ha superado ya a sus maestros en esa endiablada capacidad de capturar con su lápiz las emociones. Nadie dibuja hoy las miradas como Jaime. Nadie narra los silencios como él. No necesita ya casi ni siquiera dibujar fondos o escenarios: la humanidad de sus protagonistas es tan desbordante que llena la viñeta, que nos da toda la información necesaria. Y, todo sea dicho, nadie sabe retratar a las mujeres como él.

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Pero Chapuzas de amor nos depara una sorpresa final, apenas unas últimas páginas en las que Jaime se permitirá el lujo de emocionarnos, de golpearnos y arrebatarnos con lo que a mi entender es la mejor representación que he leído en años de lo que es el amor. Hasta que leí estas páginas, creía que La escopeta de caza, de Yashushi Inoué era el relato más emotivo que había leído sobre el amor. Ahora, Chapuzas de amor le disputa el trono por un final narrado con una magistralidad en lo formal que muchos estudiarán en el futuro, pero que contiene la esencia pura de lo que es el amor: la tragedia, el sufrimiento, la entrega y la alegría.
Es difícil, muy difícil leer las páginas finales de Chapuzas de amor y no sentir una opresión en el pecho, la necesidad imperiosa de llorar de rabia y felicidad, en esa extraña mezcla de sentimientos enfrentados que provoca muchas veces el amor. Su última viñeta es, seguro, la escena más recurrente que se pueda imaginar, pero cuando la vemos, no podemos evitar que nos desborden los sentimientos. Cerramos el libro y Maggie y Ray siguen ahí, como en el cuento de Monterroso, mirándonos y recordándonos que lo que hemos leído es amor de verdad, no “de verdad” de las películas, no. Verdad de la que vivimos todos los días. Y, mientras nos miran, sabemos que debemos levantarnos a darle un beso a nuestra pareja. A él, a ella, a quien sea. Un beso sencillo, cariñoso, ese que nos dice todos los días lo maravilloso de su olor, de su tacto, de su sonrisa. Ese que nos recuerda que el amor es compartir las pequeñas alegrías y tristezas que componen eso que llamamos la vida.
Por favor. Leed Chapuzas de amor. Porque es una obra maestra. Y porque es una hermosa historia de amor. (5)

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Y al tercer año…

… resucitó.

No me hace gracia recurrir a Vizcaíno Casas para poner título a una entrada, pero viene al pelo, qué le voy a hacer: sirva la anterior entrada para decir Diego donde dije Digo y dar por enterrado cualquier intento de separarme de esta cárcel. Vuelvo a la carga. Pero menos. Como bien decía el anuncio, pesan los años, y uno ya no tiene tantos ánimos, pero sí que tengo morriña de hablar de los tebeos que leo. Poco a poco he ido recuperando ritmo de lectura y, aunque nunca será el de antaño, me vuelve a apetecer escribir sobre esos tebeos que leo. Eso sí, con tranquilidad: una o dos entradas a la semana, seguramente a modo de reseña general de las lecturas de la semana o de lo que se me pase por la cabeza, intentando recuperar el espíritu inicial que tenía la web hace ya casi 13 años. Es decir, que nada de noticias, listas de novedades, etc. Para eso sigan ustedes mi twitter, donde vuelco las noticias que voy leyendo o webs maravillosas como Entrecomics.

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Ale, nos vemos por aquí.

La selección del Salón 2015

Nuevo Salón, nueva lista de novedades recomendadas. El caso es que, haciendo la lista, tengo la sensación de haber perdido dos cosas importantes: una, esa sensación aplastante de torrente incontenible de novedades; dos, la ansiedad ante alguna novedad de esas que generan ganas incontenibles de lanzarse a la lectura. La primera, es obvio, es cosa de la crisis, que ha pegado frenazo de burra a esa locura que llevó en su momento a que las novedades del Salón se contaran por centenares. La segunda, supongo, es más subjetiva y depende de muchas cosas: de la globalización, por aquello de que cuando aparece una novedad sugerente en cualquier parte del mundo, basta un golpe de click para tenerla cómodamente en casa en unos días; de la edad, porque uno se hace mayor y, más que perder la capacidad de sorpresa, se abandona la impaciencia por cierta indiferencia ante la seguridad de que ya llegará el momento de la lectura.

Como resumen, solo decir que, por desgracia, el que iba a ser tebeo del salón ya no lo es: la magistral Chapuzas de amor de Jaime Hernández se retrasa una semana y priva al evento barcelonino del que es, sin duda, uno de los tebeos del año. Y de la década.

chapuzas de amor

 

En su ausencia, es difícil elegir un nuevo “tebeo del salón” y me decanto por cinco que, en mi opinión, son excelentes opciones: Mondo Lirondo Returns, de La penya (Caramba), Cómics 1986-1993. Julie Doucet (Fulgencio Pimentel), Gastón Elgafe, Integral 1, de Franquin y Jidéhem (Norma), Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora, de Tom Gauld (Salamandra Graphic) y La vida es un tango y te piso bailando, de Ramón Boldú (Astiberri).

Pero a lo que vamos: la lista que sigue es, como siempre, una simple guía basada en criterios tan personales e intransferibles como los de mi gusto, lo que se puede traducir desde un “ya lo he leído y sé de lo que hablo” a un “coñe, pues este me apetece”. Es decir, desde la seguridad de la lectura ya reposada a la imprevisibilidad de una intuición.  Usadla con las precauciones debidas, por favor.


  • Abastos, de Francisco José Abelleira, Pedro J Colombo, Víctor Rivas, Beatriz Iglesias y Sagar Fornies (3 Pintamonas). Una interesante aproximación a la realidad de la crisis desde las dificultades de una familia. Un buen estreno de la nueva editorial 3 Pintamonas.
  • Esperanza, de Tommi Musturi (Aristas Martínez) Una disección de las miserias de la condición humana, con una brillante juego de contrastes entre la trascendencia del texto y la banalidad de lo dibujado. Extraordinario.
  • María tiene 20 años, de Miguel Gallardo (Astiberri) El mundo a través de los ojos de María, magistralmente descrito por su padre, que traslada con abrumadora sencillez al lector las pequeñas alegrías del presente y las incógnitas del futuro.

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  • La vida es un tango y te piso bailando, de Ramón Boldú (Astiberri) Cualquier tebeo de Boldú es una gran noticia. Pero sí es una nueva entrega de su biografía, una celebración contagiosa de las ganas de vivir.
  • Cromáticas, Zentner y Pellejero (Astiberri) Ya era hora que se recopilaran las historias cortas que estos dos autores publicaron en aquella maravilla de grato recuerdo llamada Los Cómics de Co&Co. Pellejero y Zentner en estado de gracia.
  • Los compañeros del crepúsculo Integral, de Bourgeon (Astiberri) Un tebeo mágico, maravilloso, que recupera muchas de las constantes de las aventuras de Isa para trasladarlas a un mundo medieval que Bourgen borda. Magistral
  • Submun-Dos. Comics muy normales que digamos, de Kaz (Autsaiuder) Humor salvaje y delirante como solo Kaz sabe hacer. Tras una primera entrega demoledora, se ha hecho larga la espera.
  • Atrapado en Belchite, de Sento LLobell (Autoedición) Segunda entrega de la trilogía en la que Sento adapta las memorias de su suegro, No se fusila en domingo. Una obra que será recordada.

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  • Mondo Lirondo Integral, La penya (Caramba)
  • Mondo Lirondo Returns, La penya (Caramba) Caramba se apunta dos tantos: por un lado recopilar aquella serie mítica que fue Mondo Lirondo, un verdadero hervidero de nuevos autores que luego han tenido mucho que decir en nuestra historia. Recuperarla en forma integral, aunque no sea la primera vez, es siempre buena noticia, pero conseguir que La Penya se reúna de nuevo para hacer una nueva entrega es para descorchar botella de cava. Del bueno. Muchas, muchas ganas de ver que vuelven a hacer estos señores.
  • 101 acudits del senyor Ruc, de Guillem Cifré (De Ponent) La muerte de Guillem Cifré, en pleno salón del año pasado fue un golpe durísimo: desaparecía uno de nuestros grandes autores, capaz de pervertir lo establecido a través de su humor surrealista y ácido. La edición de este recopilatorio de la serie que publicaba en El Punt Avui es un homenaje necesario.
  • Viaje a Cotiledonia, de Cristóbal Serra y Pere Joan (De Ponent) Lo firma Pere Joan. Para mí eso ya es seguridad absoluta y confianza en una obra atrevida y diferente.
  • En segundo plano, de Busquet, Aintzane Landa y Pedro Colombo. (Diábolo) Josep Busquet es uno de esos guionistas que nunca falla, que construye historias que, como mínimo son siempre interesantes. Y como me gustó mucho la colaboración que tuvo con Colombo en El Clímaco, le tengo muchas ganas a esta obra.
  • Josep Coll, el observador perplejo, de VVAA (Diminuta) Señoras, señores, Coll. Con eso debería estar dicho todo. Una obra necesaria, obligada, sobre uno de nuestro autores más grandes, un innovador, un vanguardista de la línea y la narración que nunca fue comprendido y al que hay que reivindicar una y mil veces.
  • Yonqui de la guerra, Joe Sacco (Ecc) Cualquier obra de Sacco es de lectura obligada. Nuff Said.
  • Vigilia, de Santi Arcas (Ecc) Recuerdo todavía con interés Huevos Fritos, una de las primeras obras de Arcas. Luego se haría más famoso con Acuña gracias a Claus & Simon pero siempre me quedó el buen regusto de aquella serie y de su trabajo en solitario, que certificó en Sandra, así que lectura segura.
  • Pulgarcito 4, de Jan (Ediciones B) Es Jan, es Pulgarcito. Deliciosa.
  • El tesorero, de Ibáñez (Ediciones B) Pues sí, no lo voy a negar, tengo ganas de ver las burradas que ha hecho Ibáñez con Bárcenas…

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  • Cómics 1986-1993. Julie Doucet (Fulgencio Pimentel) Una autora maravillosa, que llegó por estos lares gracias a NSLM e Inrevés como un soplo de aire fresco y renovado que, por desgracia, remitió demasiado pronto. Una de las grandes novedades del Salón.
  • Atraco a la española, de Ricardo Vilbor y Ricar González (Grafito).Divertidísima revisión de los últimos años de la crisis, con espíritu a medio camino entre Azcona e Ibáñez. Risas aseguradas.
  • Chapuzas del amor, de Jaime Hernández. (La Cúpula) El tebeo del año. Aunque La Cúpula ha anunciado que se retrasa una semana, valdrá la pena la espera. La mejor obra de Jaime, que ya es decir. La mejor historia del amor y sus circunstancias que se pueda leer. No se lo pierdan.
  • Las ciudades oscuras: Las murallas de Samaris, de Schuiten y Peeters. (Norma) Obra fundacional de la famosa saga que está muy lejos de los grandes hitos de la serie, pero que vale la pena releer.

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  • Gastón Elgafe, Integral 1, de Franquin y Jidéhem (Norma) Sin Jaime Hernández, la otra gran obra del salón. Franquin en estado puro, gamberro, delirante, divertidísimo. Una obra maestra.
  • Los sucesos de la noche, de David B (Norma) Nueva serie del gran David B, siempre interesante y que, esperemos, acabe…
  • El integral de Tank Girl, Alan Martin y Jamie Hewlett (Norma) Seamos claros: ha envejecido muy mal. Pero tiene un punto ochentero/2000AD que me epata, no lo puedo evitar.
  • Capitana Marvel, de DeConnick y David López (Panini) Otra de esas series que se está aprovechando de los aires de renovación que soplan por algunas series Marvel (las que no tienen película de momento) y que entretiene y sorprende a la vez.
  • El espíritu de los muertos, de Richard Corben (Planeta) Corben vuelve a versionar a Poe y aunque es imposible llegar al impacto que tuvieron sus primeras adaptaciones, siguen siendo una demostración de maestría narrativa.
  • La escena del crimen, Brubaker, Lark y Philips (Planeta) Excelente género negro, que demostró que el mainstream puede acercarse a todos los géneros sin complejos y dar obras completamente recomendables.
  • Opus 2, de Satoshi Kon. (Planeta) Continuación de la obra inacabada de Kon, un genio que por desgracia no sabemos nunca dónde podría haber llegado.
  • Los guardianes del Louvre, de Taniguchi (Ponent Mon) Taniguchi llega a esta serie en la que El Louvre se convierte en personaje de historieta tras las notables contribuciones de de Mathieu, Bilal, Libergé, Crecy, Prudhomme o Davodeau. Una serie que mantiene un envidiable por su calidad y por lo que representa.
  • Episodios Lunares, de Martín Romero (Reino de Cordelia/Vidas de Papel) Martín Romero es una debilidad, una autor que siempre me encandila con su aparente ingenuidad, que suele esconder reflexiones de largo recorrido.
  • Cráneo de azúcar, de Burns (Reservoir Books) Última entrega de una trilogía que quizás no es todo lo que esperaba de este autor, pero que es indudablemente recomendable.

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  • Todo el mundo tiene envidia de mi mochila voladora, de Tom Gauld (Salamandra Graphic) Otro de los tebeos del Salón. Reflexiones sobre la cultura y la creación en dosis mínimas que noquean en su lógica aplastante. Brillantísimo.
  • Cuando no sabes qué decir, Cristina Durán y Miguel Ángel Giner (Salamandra Graphic) Cristina y Miguel Ángel dejan el cómic autobiográfico para lanzarse a una ficción que, con seguridad, esconderá trampas que obligarán a la reflexión.
  • Los Wrenchies, de Farel Dalrymple (Sapristi) Una obra sorprendente, un Peter Pan freak en los tiempos de Mad Max, extraña pero llena de sugerentes relecturas sobre la vida
  • Preciosa Oscuridad, de Velhman y Kerascoët (Spaceman) Velhman es un guionista destacado y Kerascoët un esteta al que hay siempre que seguir, que a mí me ganó con la excelente Miss Pas Touche. Una mezcla muy sugerente.
  • Aquiles Talón 3 y 4, de Greg (Trilita) Maravilloso, pura trilita para el cerebro, vitriolo para el lector más inteligente.

Las mejores lecturas del 2014

La verdad es que, al repasar las lecturas de este año, reconozco que ha sido un año mucho mejor de lo que a priori me parecía. Ha sido un año de grandes tebeos, en el que a mi entender hay que destacar varias cosas importantes. La primera, a saber, las excelentes reediciones de material clásico que se han hecho este año, de las que me gustaría destacar tres en especial: la de Las cosas de la vida, de Lauzier (Fulgencio Pimentel), según mi opinión EL tebeo del año; El bus, de Paul Kirchner (Ninth Ediciones), una delicia tan delirante como surrealista que entra directo en mi memoria sentimental como parte indisoluble del Zona 84 y Cadáver en Imjin, de Harvey Kurtzman (Norma), brutal, contundente, incontestable alegato antimilitarista que se debe considerar como uno de los grandes tebeos de la historia. No hay que olvidar otras grandes reediciones, como la del Dieter Lumpen, de Pellejero (Astiberri), BACO, de Eddie Campbell (Astiberri), el Miracleman de Alan Moore, Gary Leach y Alan Davis (ECC Ediciones), el magistral Popeye, de Segar (Kraken),  Johan y Pirluit de Peyo (Dolmen), Superman: ¿qué fue del hombre del mañana?, de Alan Moore (ECC Ediciones), las ediciones de Toppi y Micheluzzi de Ninth Ediciones, las ediciones de clásicos europeos de Ponent Mon (que este año ha recuperado clásicos como Buddy Longway o Tanguy y Laverdure) o la absolutamente espectacular y completa recuperación del Little Nemo in Slumberland, de Winsor McCay que se ha marcado TASCHEN.

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Me ha parecido muy importante también la apuesta decidida por la recuperación de los clásicos que están haciendo editoriales como El Nadir (responsable de maravillas como Pioneros del Cómic, Oskar Andersson y otras perlas que anuncian) o Reino de Cordelia (Baron Bean, Little Sammy Sneeze…). Es necesario y obligado recuperar a estos autores clásicos y que estén disponibles para los lectores españoles, aunque hay que reconocer que es casi una labor suicida por parte de los editores, lo que me produce todavía más admiración. Saludo y alabanzas con genuflexión para ellos.
La tercera, que haya podido aparecer un proyecto tan interesante, vital e ilusionante como Viñetas de vida (Intermon Oxfam y Astiberri), más allá de la calidad del tebeo –indudable- o de la importancia del mensaje que lanza la ONG con estas historias, creo que un proyecto de este estilo es un espaldarazo definitivo a la validez del lenguaje de la historieta, a su definitiva integración como medio. Eso que durante tanto tiempo llamaba “normalización” y que, creo, se ha conseguido plenamente.
Y la cuarta, las excelentes páginas de webcómics que están apareciendo. Hoy por hoy, soy adicto a varias páginas donde, creo, se están cociendo los autores y autoras que tendrán nombre en el futuro del medio. TikTok Comics , Parias Comix , y Grandpapier son visitas diarias obligadas. Ojo, que algunas de las historietas más brillantes se están publicando allí.

Pero vamos a mi listado particular de “Lo mejor del 2014”. Un listado, por supuesto, personal, subjetivo, intransferible y, claro limitado. Es, simplemente, el listado de “lo mejor que he leído” de las novedades aparecidas durante el 2014.
Pongo la lista y luego comento:

1 Arsène Schrauwen I y II, de Olivier Schrauwen (Fulgencio Pimentel)
2 Cowboy Henk, de Kamagurka y her Seel (Autsaider)
3 Vivíamos entre las flores, de Seiichi Hayashi (en Terry, Fulgencio Pimentel)
4 Historias de Barrio 2. Caminos, de Gabi Beltrán y Bartolomé Seguí (Astiberri)
5 Las meninas, de Santiago García y Javier Olivares (Astiberri)
6 100 pictogramas para un siglo (XX), de Pere Joan (Edicions de Ponent)
7 Yo, asesino, de Antonio Altarriba y Keko (Norma Editorial)
8 Fabricar Historias, de Chris Ware (Random House)
9 El culto Charles, de José Ja Ja Ja (Fulgencio Pimentel)
10 Vampir 2, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel)
11 Inercia, de Antonio Hitos (Salamandra Graphic)
12 La entrevista, de Manuel Fior (Salamandra Graphic)
13 La enciclopedia de la tierra temprana, de Isabel Greenberg (Impedimenta)
14 Tiempo de canicas, de Beto Hernández (La Cúpula)
15 Aâma 4, de Frederick Peeters (Astiberri)
16 Habitaciones Íntimas, de Cristina Spano (Bang)
17 Kiosco, de Juan Berrio (dibbuks)
18 La gran guerra, de Joe Sacco (Random House)
19 Serie B, de Andrés G. Leiva (dibbuks)
20 Murderabilia, de Álvaro Ortiz (Astiberri)
21 En silencio, de Audrey Spiry (Diábolo)
22 Dossier negro, de Alan Moore y Kevin O’Neill (Planeta)
23 La técnica del perineo, de Ruppert y Mulot (Diábolo)
24 Extraños, de Javier Sáez (Sexto Piso)
25 Ikea Dreammakers, de Cristian Robles (deHavilland)

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Inicio la lista con el que, a mi entender, es el mejor tebeo del año: Arsène Schrauwen. Los dos volúmenes editados (exquisitamente) por Fulgencio Pimentel muestran una obra rompedora, diferente, que exprime el lenguaje simbólico del cómic para componer un discurso donde el pasado toma forma de presente y los recuerdos se convierten en materia dúctil y maleable en las manos de Schrauwen. El uso del color, de la composición… se puede estar hablando de esta obra horas y seguir descubriendo nuevos detalles y matices. Después, todo un clásico del underground europeo, Cowboy Henk, puro surrealismo vestido de inocente tintinismo que esconde en sus páginas verdaderas joyas del absurdo cotidiano, que explotan cruelmente a la luz de la literalidad. La antología Terry (Fulgencio Pimentel) debería ser, en sí misma, un acontecimiento, pero me vais a permitir que me quede con Vivíamos entre las flores, un relato de melancolía pura, minimalista en su concepción narrativa pero demoledor en el sentimiento que provoca. Pura poesía visual de una belleza devastadora. Los puestos 3 y 4 me suponen un trauma. Esto es lo de papá y mamá. ¿Qué me parece mejor, la brutal sinceridad de Historias de Barrio 2 o la inteligente disección del arte de Las meninas? Qué queréis que os diga: Seguí y Beltrán por un lado y Olivares y García por el otro han conseguido dos obras profundamente distintas, pero coincidentes en su magistralidad. Hoy me decanto por ese camino de mujeres que plantea Beltrán con honestidad visceral, pero mañana puedo decantarme por la lúcida aproximación a la mirada del artista que crean Olivares y García. Son dos tebeazos, como también los es el sorprendente 100 pictogramas para un siglo (XX), que vuelve a demostrar la infinita inteligencia de Pere Joan y su endiablada habilidad para examinar las posibilidades del medio e ir un paso más allá. Y otro tebeo español brillante: Yo, asesino, donde Antonio Altarriba firma un guion casi perfecto, todo un ejemplo de reflexión que Keko borda hasta conseguir una obra realmente escalofriante. Y que se permite dar unas sonoras bofetadas al actual sistema universitario que, reconozco, me han encantado y comparto.

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Lo de Chris Ware con Fabricar Historias es increíble. En lo formal, su repaso a la historia del medio me parece que crea una propuesta tan atrevida como formalmente inalcanzable, que dará miles de páginas de estudio. Sin embargo, reconozco que la historia que plantea no me ha llegado tanto como otras obras suyas, lo que no quita que sea un extraordinario tebeo/caja/loquesea. Otro patrio para la lista: El culto Charles, de José Ja Ja Ja, un tebeo que desató polémica en su día pero que a mí me ha fascinado por lo desvergonzado y fresco de su propuesta, que es capaz de tomar préstamos de aquí ya allá para hilar un discurso nuevo y sugerente. Ojo, que José puede ser el nuevo Ware. De Joann Sfar poco se puede añadir. A mí me tiene ganado y Vampir 2 me parece una delicia que sabe moverse en un romanticismo de encantadora ingenuidad pero profundamente irónico. Inercia, de Antonio Hitos es el gran debut del año. Un joven autor que ya tenía trayectoria en la última etapa de El Víbora pero que se descubre con una de las reflexiones más acertadas sobre la situación de la juventud actual, contada con riesgo y atrevimiento formal. De Manuel Fior sigo enamorado: es capaz incluso de sorprenderme con una historia de ciencia ficción que rompe todos los esquemas como La entrevista. Una de las sorpresas del año ha sido, sin duda La enciclopedia de la tierra temprana, de Isabel Greenberg. Todo un homenaje a la fabulación, a la capacidad del ser humano de crear y, sobre todo, contar historias. La autora es capaz de reunir religión, mito y leyenda con el cuento y la fábula, creando una historia tan hermosa como subyugante. De Beto poco se puede decir ya, pero Tiempo de canicas es una genialidad que consigue un retrato de la infancia y juventud insuperable. Casi nada. Peeters ha firmado en Aâma la que a mi entender es la mejor historia de ciencia ficción de los últimos años. Y lo hace con inteligencia, revisando y homenajeando el género desde Gillon hasta Moebius, con una historia que tiene matices a de Jodorowsky pero que consigue triunfar donde precisamente fallaba el mexicano, en un final redondo y perfecto. Habitaciones Íntimas, de Cristina Spano ha sido una de las sorpresas del año, una obra delicada e íntima, como su nombre indica, que une la memoria con los lugares, con los espacios. Kiosco, es Juan Berrio. Y con eso debería estar dicho todo, porque Berrio es uno de los autores más personales que tenemos y garantía de una obra encantadora, como es esta. La gran guerra es uno de esas obras que pone el lenguaje de la historieta al límite. Joe Sacco ha realizado una versión moderna del tapiz de Bayeaux con sutiles diferencias formales que lo trasladan completamente al noveno arte, tejiendo un mensaje antimilitarista categórico. Andrés G. Leiva se prodiga, por desgracia, poco. Eso sí, cuando reaparece hace gozadas como Serie B, un inteligente homenaje a la cultura popular, al cine de barrio y a esas historias tan extrañas como fascinantes que poblaron las películas y novelas de los años cincuenta. Álvaro Órtiz sigue camino firme y Murderabilia es la confirmación de un autor que nunca decepciona, con una historia de horrores cotidianos, de la fascinante atracción de lo morboso. El tratamiento del color de Audrey Spiry en En silencio debería bastar para colocarla en cualquier lista, pero es que además la historia que narra me ha parecido excelente, una reflexión sobre las relaciones humanas atractiva con una naturaleza salvaje de telón de fondo. Del Dossier negro, de Alan Moore y Kevin O’Neill poco se puede decir: el pastiche elevado a la categoría de arte, la relectura de la cultura popular como objeto de deseo. Divertidísimo. La técnica del perineo, puede no ser lo mejor de Ruppert y Mulot (galardón que se debe llevar, a mi entender, la sensacional Irene et les clochards), pero pese a no transitar por los caminos de la experimentación formal extrema, su reflexión sobre el sexo en los tiempos de internet me parece interesantísima. Y para acabar dos sorpresas de autores españoles: Extraños, de Javier Sáez es una fascinante excursión al lado oscuro de la imaginación humana mientras que Ikea Dreammakers, de Cristian Robles es un implacable análisis del capitalismo de diseño sueco con ecos gráficos de Hora de aventuras.

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Estos serían los 25 que más me han gustado. Hoy, mañana no sé. En cualquier caso, un año con una cosecha patria extraordinaria (¡11 de 25 en la lista!) y con una lista de buenos tebeos que no se acaba ahí. Han salido otros excelentes tebeos como El caso Maiakovski, de Laura (Luces de Galibo), Versus, de Luis Bustos (Entrecomics), Nosotros llegamos primero, de Furillo (Autsaider); Yo, René Tardi, de Tardi (Norma), Planeta Tierra, de Aisha Franz, Orlando y el juego, de Luis Durán, Aquél verano, de Jillian Tamaki y Mariko Tamaki (La Cúpula), Black ParadoxGyo, de Junji Ito (ECC), Trabajo de clase/Nuevos Románticos de Ana Galvañ y Marc Torices (apa apa), Putokrio, de Jorge Riera y VVAA (Edicions de Ponent), Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero de Martin Rowson y Laurence Sterne (Impedimenta), Alabaster, de Tezuka (Astiberri), Lo primero que me viene a la mente, de Juaco Vizuete (Astiberri), Mi amigo Dahmer, de Derf Bacder (Astiberri), Las guerras silenciosas, de Jaime Martín (Norma), Degenerado, de Cruchaudet (dibbuks), La gigantesca barba que era el mal, de Stephen Collins (La Cúpula), I’m a hero de Hanazawa (Norma) o Los últimos días de un inmortal, de Vehlmann y De Bonneval (Ninth).
Sin olvidar que 2014 ha sido el año en que, creo, me he reconciliado con los superhéroes: hacía años que no me lo pasaba tan bien leyendo tebeos de este género. Y la culpa hay que echársela al Hawkeye de David Aja y Matt Fraction, el Hulka de y Pulido y Soule, el FF de Allred y Fraction o el Silver Surfer de Allred y Slott.
No me gustaría acabar sin hacer una recomendación de algunos tebeos infantiles deliciosos. Dedico mucho a buscar tebeos para mi hijo que no sean simples franquicias de series de televisión y, cada vez más, creo que la labor de las editoriales que apuestan por hacer tebeos para este segmento de edad es encomiable. De los que he leído este año con mi crio, me (nos) ha(n) encantado el Hilda y el trol de Luke Pearson (Bárbara Fiore), ¡Super Jaime! de Verónica Álvarez y Daniel Martínez de Leiva (La tribu), todos los títulos de Mamut de Bang! y dos reediciones maravillosas: Boro, Moro y Puromoro, de Toni Cabo (Ponent) y el clásico Mumin de Tove Jansson (Coco Books).
Y ya está.

Mi selección del Salón

Llega el salón y, por estas fechas, uno tenía la costumbre, ya saben, de hacer selecciones variadas: “La Selección de la Cárcel”, “La selección de 100€”, “Sólo puede quedar uno”… Lo de siempre, listas para entretenimiento privado y de los que aparecieran por aquí. Nunca he sabido si, realmente, llegaban a ser útiles, pero hay dos cosas seguras: a muchos le gustaban y, a mí, también. Así que ya puestos, como yo estaba haciendo mi particular lista de compras, pues la comparto. La lista la hago con el obligado listado de Entrecomics, sin duda el más completo, usando tanto los meses de abril como los de mayo, ya que muchas novedades se han solapado con las del Día del Libro.
Vamos allá: a primera vista, la verdad es que la sensación es de desolación. Bueno, no más que desolación, cierta decepción. Quizás es que estábamos malacostumbrados, a listas interminables con centenares de novedades que siempre tenían algunos títulos de esos de impacto absoluto, que te hacen babear de gusto con sólo pensarlos.
Este año la lista es exigua, con títulos que casi piden permiso con timidez para salir. Quizás porque los gordos, los llamados a llevarse los premios (Sacco, Ware, Beto, etc), ya han salido durante los primeros meses del año. Quizás, porque antes las editoriales eran de tebeos y esperaban a quemar sus naves en el Saló y, ahora, las editoriales son grandes grupos de la edición de libros a los que el Saló les importa relativamente poco. No lo sé. El caso es que visto el listado, me ha costado encontrar un título completamente indispensable para esta cita catalana. Si tuviera que elegir de todos los que siguen a continuación, me quedaría sin duda con el libro de Kurtzman, pero es algo ya publicado en nuestro país. Aunque en penosas condiciones (¿recuerdan ustedes aquella miniatura llamada Biblioteca EC?), no es estrictamente una novedad.
En cualquier caso, ahí va la lista de novedades que me hacen tilín este año (a falta de la lista que más me interesa desde hace años, la de fanzines y autoeditores, que este año vendrá vitaminada por la Gutter Fest y Graf), ahí va . Como siempre, personal e intransferible.

Cutlas, el vaquero samurái, de Calpurnio (Panini). Una obra maestra del cómic. Un continuo reto a las posibilidades expresivas del medio. Un delirio sin límite. Vamos, que no me lo pierdo ni jarto güiski.
FF2, de Matt Fraction y Mike Allred (Panini). No he leído esta serie, pero los comentarios son los suficientemente elogiosos como para picarme el gusanillo de leer algo de superhéroes.
He visto ballenas, de Javier de Isusi (Astiberri). El tema (la situación del País Vasco), atrae. Que lo firme Isusi, más, porque ha demostrado una especial inteligencia para tratar sus obras.
Las guerras silenciosas, de Jaime Martín (Norma). Martín es un fuera de serie que vuelve otra vez al relato personal y autobiográfico con esta historia sobre la mili. Es un narrador dotado, pero sus aproximaciones al género nunca me llegaron como las series de los Primos del Parque o Sangre de Barrio. Volver a esa época con ese trayecto posterio de aprendizaje narrativo promete.
La marca amarilla, de Edgar P. Jacobs (Norma). Edición de lujo de un tebeo que me suliveya. Que sí, que Jacobs es reiterativo, que sus textos son infinitos… Pero La marca amarilla tiene su punto retro y, sobre todo, esa componente nostálgica inocente en la que, de vez en cuando, vale la pena zambullirse.
¡Cadáver en el Imjin! y otras historias bélicas, de Harvey Kurtzman (Norma). Vale, paren las máquinas. EL CÓMIC del salón. No por su temática bélica (que, reconozco, no me llama especialmente), sino porque Kurtzman es capaz de desarrollar las reflexiones más lúcidas sobre la guerra desde un planteamiento narrativo de una modernidad aún hoy no superada. Indispensable.
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I am hero 7, Kengo Hanazawa (Norma). Sí, estoy enganchado, ¿qué pasa? Buen entretenimiento con una aproximación diferente a los zombis de siempre.
Marte, Ida y Vuelta, de Pierre Wazem (La Cúpula). Apúntenme al bando de a los que les gustó mucho Koma, la obra que realizó con Peteers. Sumen ustedes que no me disgustan las colaboraciones con Tirabosco y el resultado de la ecuación es que tengo muchas ganas de leer una obra suya en solitario.
Tarzán vol. 1, de Russ Manning (Livros de Papel) No soy un gran aficionado a Tarzán. Ni siquiera me interesan mucho las tiras de Manning, gran dibujante, lo reconozco, pero de un estilo que no me llama. Pero la labor de Caldas es tan necesaria, tan brillante, que hay que apoyarle, saque lo que saque.
La entrevista, de Manuele Fior (Salamandra Graphic). Fior me deslumbró con 5000 km por segundo y me dejó maravillado con La señorita Else. Dicen las malas lenguas que esta obra es todavía mejor. Para mí, la cuarta gran novedad del salón
Cuadernos rusos, de Igort (Salamandra Graphic). Igort deambula a veces entre la genialidad y obras que me dejan frío, frío. Pero siempre hay que darle una oportunidad, sobre todo después de las interesantes entregas de cuadernos anteriores.
Last Man 1, de Balak, Sanlaville y Vivès (Diábolo). Divertidísimo tebeo de aventuras, un delirio que acumula todas las influencias que deglutieron los niños de finales del s. XX, del manga a los videojuegos.
La técnica del perineo, de Ryuppert y Mulot (Diábolo). Ya lo comenté por aquí: esta pareja hace los tebeos más sorprendentes del panorama francés. E incluso lo hacen desde el mainstream más puro. Se han edulcorado en lo experimental, pero su inteligente discurso está incólume. Excelente, la segunda gran novedad del salón.
El polo sur, de Alexis Nolla (Apa Apa) Nolla es un autor a seguir, ya sea haciendo una pequeña colaboración en un fanzine o las obras que ya ha publicado con esta editorial. Fijo en la compra.
El Bus, de Paul Kirchner (Ninth Ediciones). La obra de Kirchner es tan exigua como fundamental. Surrealismo delirante con dosis de humor negro vitriólico en uno de los tebeos más sugerentes de la década de los 80. La gran tercera novedad del salón.
El colecionista, de Toppi (Ninth ediciones). Nadie entiende la narrativa gráfica como Toppi. Su concepción es de un barroquismo complejo, que aprovecha hasta el último resquicio de su trazo para dirigir la vista del lector. Sí, sus guiones no son lo mejor, pero su brillantez gráfica es tal que todo se le perdona.
Manos Kelly Integral, de Hernández Palacios (Ponent Mon). No soy un gran fan de Hernández Palacios, siempre me ha parecido demasiado estático en su planteamiento narrativo. Pero Manos Kelly es una obra entretenida y divertida que marcó en cierta forma la historia del tebeo en este país al aparece en Trinca, abriendo la puerta a una forma más europea de contar historias de aventuras en tebeo.
Garabatos, de Liniers (reservoir Books). Liniers para niños. Me da igual, siempre que leo a Liniers me siento como un niño.
Seraphim, de Satoshi Kon (Planeta de Agostini). El Kon director de cine es magistral. El dibujante, excelente. Hay tan pocas obras de Kon en papel que es obligatorio leerlas todas.
Degenerado, Chloé Cruchaudet (dibbuks) No he leído nada de Cruchadet, pero viene avalada con montones de premios y, sobre todo, por excelentes reseñas en mis webs de referencia de BD, así que le daré oportunidad.
Masala Chai, Christian Cailleaux (dibbuks). Cailleaux me ganó con la espléndida R97 y no pienso fallarle.
Tyler Cross Río Bravo, Fabien Nury y Brüno (dibbuks) Me encanta Brüno y Nury es un guionista solvente, razón más que sobrada para darle oportunidad a esat incursión en el género negro.
Pioneros del Cómic. Monsieur Criptograme y otras historias, de varios autores (El Nadir) Esta pequeña editorial sigue haciendo arqueología de lujo de la historieta. Necesaria, obligada para entender el medio que amamos.
La canción de Apolo, de Osamu Tezuka (ECC) Y la quinta novedad inexcusable. Leída ya y, aunque no sea una de las grandes del maestro japonés, tiene momentos de una poesía increíble y, también, la escena más dura y cruel que jamás he visto en un tebeo.
Putokrio, de Jorge Riera y otros (Ponent). Jorge ha sido siempre un provocador nato. Un ego desmedido en busca de reconocimiento que, a diferencia de otros, tiene una tendencia autodestructiva que le da una perspectiva completamente distinta a sus obras. Putokrio es un resumen perfecto de esa fascinante dualidad. Y salgo yo en un cameo :)

ACTUALIZACIÓN

Me entero, tarde, que por fin Fulgencio Pimentel saca su antología Terry para el Graf. Ojito que la selección es impresionante:  Seiichi Hayashi , Los Bravú. Olivier Schrauwen, Sindre Goksøyr, Sébastien Lumineau, Michael DeForge, Sammy Harkahm, Bendik Kaltenborn, Nacho García, Simon Hanselmann, Jim Woodring, Rayco Pulido, Ed Carosia, Gonzalo Rueda, Peter Jojaio y José Ja Ja Ja. Una obra en la línea de otras grandes antologías que se presenta como una de las grandes novedades del Salón/Graf. Sin duda, la sexta de las novedades imprescindibles.